viernes, 23 de diciembre de 2016

Cuando te miro

Cuando miro... cuando las miro... ¡cuando la miro!


Cuando te miro

¿En que pienso entonces? ¿Qué buscan mis ojos al rondar tu beldad?
En ti... A ti… ¡y más!
La curiosidad innata, inquisitiva, de mi mirar me guía a preguntarme indagador al verte, más allá de lo obvio y aparente, qué se oculta tras tus ojos, tu sonrisa o serio semblante, bajo esa cabellera que luces atrayente, al medio de tus oídos que, quizá como los míos, curiosos también escuchan de todo un poco, y eso que guía tu voz y todo lo que haces y eres: hablo de tu mente; pues eso somos realmente, mentes en cuerpos pulidos o erosionados; reflejo de lo que fuimos y somos… Mentes. Pues mis ojos y sentidos, instrumentados por mi cerebro, son guiados a buscarte constantemente; a veces temiendo me mires, otras directo y a hurtadillas de tu conciencia pero, siempre clamadas por tu notable belleza, y plagadas de mi curiosidad hambrienta de conocer.
Osadas veces me atrevo a imaginarte, recrearte estúpidamente en mi mente; pues escasas veces no impera la lógica y lo evidente en mi cabeza; sustituyendo entonces pensamientos fantasiosos sobre cómo eres por una cautivadora sensación interrogante, inquisitiva, preguntándome como eres en realidad, la vida, la historia tras de ti… oculta a la vista; entonces es que me arroba cada vez más el observarte, buscando ahora estúpidamente en mi mente descubrir por mi cuenta quién eres… porque sé sólo tú puedes decirme y mostrarme quien eres.
Es grato lo que perciben mis pupilas al observarte, al igual que mi mente al cuestionarme sobre ti, querida desconocida, pero más placentero seria lo que provocarías en el resto de mis sentidos si,  intimando un poco, cautivaras uno de ellos con alguno de los tuyos: si tus palabras me atrajeran sin remedio a ti, o si tu forma de ser me atrapara deseando no apartarme de ti por más que oponga resistencia… si… Tantas cosas que pueden originarse de ti. Por desgracia para mí, esto es poco probable que pase en cuestión de segundos, de un fugaz encuentro de nuestras miradas, ya que tan inquisitivo como soy, soy cauto y desconfiado por las cicatrices de un pasado distante; en proceso de secado, ja, ja.
Si por algún motivo te pudiera contemplar con constancia, y mis ojos se cansan… en mi mente moraras al ellos cesar. Y luego, quizá, con tiempo y trato, tú misma, de tu voz y actuar, me muestres quien eres; me permitas mirar dentro de ti… Bajo las prendas que te acobijan, por qué lo deseas así, no por qué lo quiera yo… ¡Mejor dicho lo anhelemos los dos con frenesí!; así pasen años, lustros o décadas, ocultándote de mí y yo buscándote entre miles… al mirar y mirar todos los días sin parar… Querida desconocida.



D. Leon. Mayén

jueves, 15 de diciembre de 2016

Un rostro cautivador

Casi seguro, todos, o casi todos, conocemos o sabemos de alguien así.

Un rostro cautivador


Ella… aquella mujer, que por su actuar y facciones más que mujer pareciera niña, sin serlo; ¡tal vez! sin pretenderlo; ella que cautiva con su sonrisa, embelesa con su voz… más bien su armónico canto, del cual pocos hombres pasamos de largo. Ni hablar de de sus ojos: intensos, fulgurosos llaman inclementes a los propios, una y otra vez.

¿Cuántas mujeres cómo ella? ¿Cuántos hombres atraídos ante su encanto?, sucumbiendo ante su beldad, candor e intelecto.

Estar ante ella es alentador, esperanzador; ¡incluso diría!, tentativo a arriesgar la suerte; pero de igual modo intimidante y enervante. Pues ella bien puede ocultar tétricas sombras bajo su sutil rostro y airosa actitud; sedantes, deleitantes al sentir del hombre, mas mortales para nuestros corazones. Qué bien ella como una preciosa flor, o resguarda y nutre el corazón, cual si fuéramos nobles abejas; o asfixia, estruja y devora, como hace la «Venus», apresando en su mortífero y agónico abrazo a cualquier «mosca» o incesto que ose aproximarse imprudente, tan cerca que no sabremos lo que ocurrió… ¡Aún así, como sea, bella, esplendorosa a su manera!

Embeber por una mujer así: ¡nereida o sirena!; es fácil, obvio o predecible en algunos de nosotros, ya que enajenados los sentidos y absorta la razón es difícil ver y sentir más allá de la ilusión de su encanto, bondadoso o perverso —quizá algo de ambos—; pero desenmascarado sólo con el tiempo; y no definitivo.

Y es que ella, no es como el ajedrez, blanco o negro, inocente o fría y calculadora al mover… Aunque tal vez sí. ¡Pero ella, por sobre todo es ella! Y para conocer, habrá que verla “jugar”: seguramente en ocasiones de lado claro, otras oscuro, como sus seguros secretos; además, requerido es bailar con ella, dejarse llevar, y guiar… mirar, sin nada pretender, que acontece en su compañía.

Mas creo, todo de poco vale, aunque útil sea, ya que ella opaca o translucida, como todos, gris es. Y gozar de su presencia, de su hechizante mirar y sensual presencia es, por sobre todo probable riesgo, lo esencial… trascendental.



D. Leon. Mayén

martes, 13 de diciembre de 2016

Acuosos y atormentados momentos

¿Qué es de la tristeza aunada al llanto? El sufrimiento interno, del alma, corazón o como quiera llamársele; pero siempre, y como sea, alojado en el pecho, dentro de él.

Acuosos y atormentados momentos


Mis ojos llorosos en días áridos… noches ahogadas en sollozos; entre momentos velados de dudas y deseos; pensamientos plagados de culpa y arrepentimiento; anhelos férvidos de cariño… un cariño antes familiar, ahora ajeno, lejano.
Sentires que aparentan no volverán, sino encarecerán, en suplicios de dolor y cólera por la soledad, el repentino abandono; de lo que bien pudo ser un amor como ninguno, un amor bienhechor, pues ahora me sofoco en mi lloro… por ese ausente querer; por ella, por mí que la desdeñe entonces y la sufro hoy… y para siempre.
Acuosos mis ojos; que cual espejo distorsionante reflejan la hondonada dentro de mi pecho, el desbordante dolor de mi alma… Gota a gota el corazón se me desgarra; rogando por una cura… una caricia esperanzadora que, quizá, alivie o sosiegue el avasallante pesar en mí…



D. Leon. Mayén

sábado, 26 de noviembre de 2016

Ven por mí

Ven por mí


¡Oh, Nublina, ven… ven y sálvame!

Apártala de mí, has que se oculte su presencia: su memoria, su “espectral” tacto, sus palabras grabadas a fuego, sus… Ahuyenta todo con besos, carisias y bellas y cálidas palabras, que de ti mi ser reconfortaran seguramente, consiguiendo así la paz que con desesperanza anhelo.

No me ves… y yo no te siento. No te espero con optimismo, pues ella está profunda en mí: el dolor que me causa su ausencia me llega a desgarrar… pero, quizá, más lo hace la tuya, la carencia de saber que por ahí estás, entre sombras o en la niebla del día a día; entre noches solitarias y frías, que posiblemente tu como yo compartamos en sentir, más que en hecho: ya que mayor es el sentir emocional, espiritual, de la soledad, del ansia natural de cariño o mero sentido que a alguien le importamos, que nos quieren, que el clima más gélido. En compañía, el frío solo es algo más a resolver; en soledad, un tormento avasallador entre tiritantes tinieblas envueltas en deseos, tristes sueños  o recuerdos. Y si bien sé la soledad es perpetua en nosotros, por infinitas causas, espero, tú, querida mía, la aminores, compartiendo lo que nos asfixia, eso que de a poco nos desgasta sin poder parar, ya que hay cosas que solos… no podemos, no conseguimos por más que luchemos.

A veces creo, olvidarla sería como no pensar en ti, o pretenderte respirar sin inhalar: acciones vitales y armónicas para subsistir. Y es que tampoco pido abras en canal mi pecho para con tus dotes cures mi corazón, juntes los pedazos añicos que queden ahí, no, eso sería… pedirte más que todo; ni yo sé bien cuan herido me encuentro, cuantas lágrimas sangrantes me han quemado por dentro, cauterizando y ardiéndome en la llaga, una y otras vez, donde antes un esplendoroso amor habitaba, donde mi vida compendia, todo surgía: el deseo, la esperanza, la alegría, la motivación y, en parte, la valiosa inspiración. Lo que quisiera de ti tampoco me es muy claro; salvo por, quizá, algo de querer, algo que me reconforte en este sufrir llamado vida, una esperanza que pese a todo y todos haga que aminore lo que solo no consigo acallar, sanar.

No es que requiera de ti para unir y adherir entre sí los fragmentos de un corazón desquebrajado, para después con delicadeza zurzas la abertura en mí… Lo que quisiera es quien me haga sanar por mi cuenta, quien haga posible vuelva naturalmente a mí todo aquello requerido para continuar, y ya carente por la displicencia de momentos inevitables, más allá de toda voluntad o deseo de no sufrir entonces; recuperar esa fuerza que melancólicamente de a poco se sosegó en mí, y recobrar aunque sea fantasiosamente el tiempo ausente y la vitalidad con que viví, sentí tan intensamente.

¡Ven por mi Nublina!, y si después te marchas… lo entenderé. No siempre los mejores amores son infinitos, bien lo sé.



D. Leon. Mayén

domingo, 20 de noviembre de 2016

Bella como siempre - (Una dolorosa carta desesperada)

De los dolores más grandes, tanto cual el abismo más hondo de este mundo, el del alma, quizá, el más intenso e interminable de todos. Espero... no incurable.


Bella como siempre


Mi amada amiga. Ahora como siempre te miro preciosa, mientras descansas serena; la ausencia de mirar tus ojos en este momento no aparta la belleza de tu rostro; el que miro… me esfuerzo por imaginarlo risueño como siempre…, como me gusta verte. Algo que siempre te ha sido fácil, natural, pues tú eres así, siempre imponiéndote a toda adversidad reluciendo el regocijo innato de tu alma, tu noble felicidad, tu jovialidad contagiosa hacia la vida misma, algo de lo que te hace única, única como ningún otro ser en esta tierra. Siempre sonriente a todos, siempre agradecida, siempre esperanzada por el mañana, siempre… tú.

Ahora en el lecho descansan tus cabellos bellos. Ja, ja, ja, ¡como los llamas!, ¿recuerdas? Descansan sin que puedas alborotarlos como tanto te gusta, moverlos de aquí allá, peinarlos de cuantas formas se te ocurran. Te vez tan apacible, tanto que deseo acompañarte y quedarme a tu lado para siempre soñar con lo que sea que se nos ocurra, da igual si el amanecer llega y no respondemos a su llamado, mientras compartamos nuestros infinitos y fantásticos sueños me da igual, y más si jamás me aparto de tu lado. Si con ello te siento junto a mí…

Me imagino tu sonrisa por qué es lo que más extraño ver, apenas está ausente; es lo que resalta en ti deslumbrante, y no por unos sumamente pulcros dientes en ella, sino por qué, por qué… no lo sé más que explicar cómo que emana de ella algo mágico al mostrarla; hay un no sé que en la forma de tu rostro al sonreír, en tus mejillas, en tus labios atildados por tu dentadura, tus ojos, tus brillantes ojos cuando lo haces; y tu risita que golpea con exaltación mi pecho al oírla, complaciendo a todo mi ser al escucharla —por ello siempre me encuentro elucubrando el modo de hacerte reír, con bromas y comentarios perspicaces… o bobadas, lo que sea para que rías, y escuchar ése, el clamor de tu alma jubilosa ser liberado y brindes a la mía un poco de eso, eso que eres tú.

Sí te digo que te amo, ¿me oirás? ¿Hará que despiertes de tu placentero descanso? Siempre has provocado en mí diversos y numerosos cuestionamientos… Ahora más que nunca. Y mis respuestas se pierden en el silencio del todo y la nada, buscando desesperadas llegar hasta una respuesta medianamente clara y que me dé con desesperación algo de paz y calma.

Te vez tan bella, preciosa como siempre, bombón… Mi dulce bombón. Si no durmieras, seguro estarías comiendo unas cuantas de tus golosinas favoritas, ¡pero siempre moderándote para cuidar tu salud como cada día! —Ja, ja—, tu figura juvenil, y deleitándote en las noches de pena esperando se vallan, también, dando libertad a tus lagrimillas inocentes; que un par de veces acobije en mi pecho… en mi hombro, sosegándolas con mi cariño y palabras de aliento. Exactamente lo mismo que necesito ahora hagas por mí; ¡porque solo tú puedes acallar esta aflicción, compunción abrumadora que me consume con desmedida, a punto de desfallecer.

Tomando tú mano la siento fría… como el cariz helado que me envuelve, sin nada que pueda hacer para evadirlo más que acompañarte… a tu lado; pero no lo sé… no creo que sea lo que quieres en este momento, temo injuriarte con ello, ofenderte sin remedio y sin modo de corregirlo después, pues una vez juntos… no habrá separación posible, por mucho que llegaras a no quererlo entonces.

Me despido dándote un beso en tu blanquecina frente, pues sé, con profundo dolor, un beso en tus afables labios, ahora, sirve de poco.

Acaricio mi mejilla con el dorso de tu mano, como hiciste un par de veces, fingiendo de este modo te despides de mí, diciéndome todo estará bien, deseándome como siempre un dichoso porvenir, expresándome tu amor… y un hasta luego… hasta siempre mi amor. Porque siempre he sido tu amor, ¿no?... ¿Aún ahora? ¡Ahora que te he fallado, ahora que…!

…      …      …       …       …       …       …       …       …

Ya no se cuanto tiempo llevo aquí… frente a ti. Sucede justo como cuando hacías que el tiempo se me distorsionara en tu compañía. Sólo que ahora no es entre risas y carisias, como aquellas escasas veces; besando tus labios, casi tan inocentes como los tuyos. Descubriendo juntos lo que queríamos que fuera de nosotros.

¿Y ahora como te pido perdón? ¿Cómo te digo todo eso que no te dije?, lo que me consume sin que pueda detenerlo, tan destructivo que siento como despedaza con brutalidad partes de mí, como me estruja sin compasión provocándome un inmenso dolor en el pecho, hondo, punzante y que no termina. Justo ahora, a punto estoy de desplomarme en el suelo llorando y berreando cual crio; justo así me siento, como un niño perdido en este vasto mundo, desolado por el amor que se aparta de mi vida, que se me arrebato, estirándose como liga al salir de mi pecho y destazándome el alma al alejarse centímetro a centímetro. Por más que traté no pude contener mis lagrimas, éstas que ahora manchan tu vestido; que espero te guste, si es que lo pudieras ver… si tus ojos pudieras abrir.

Este dolor, esta rabia, esta pena, este suplicio avasallante que va más allá de toda palabra que pueda expresarte, seguro me matará, me hará caer en la desesperanza de tu repentina partida, de un adiós sin un adiós, tal vez me llevara a la locura, tal vez a la autodestrucción, no lo sé y no me importa. ¡Por qué lo único que quiero es verte de nuevo, una vez más, mirarte como te recuerdo… que todo esto no sea más que una cruel fantasía, una pesadilla horripilante de esas  que perecen tan reales, tan terribles y turbantes!; y al despertar poder abrazarte, oler el perfume impregnado en ti, y valorarte como no lo hice hasta ahora. ¡Quiero decirte lo importante que eres para mí, pues sin ti…! ¡Quiero que sepas cuanto te quiero! ¡Qué durante estos años, en nuestros esporádicos y, a veces, breves encuentros, llamadas y vídeo-llamadas han sido momentos únicos y especiales en mi vida! ¡Eres alguien única en mi vida, irrepetible, y no solo en mi vida, en este mundo; y eso es lo que más me duele, que alguien bondadoso como tú se vaya, que no vuelva… que terminara algo de lo más bello así! Suspiro y tirito pensando en ti, añorándote aun estando hincado frente a ti.

Sé que al igual que yo el mundo está devastado por tu partida, aunque lo ignora, pues eres de las personas que cambian y mejoran el mundo, lo embellecen con su mera existencia, hacen que valga todo lo demás… sólo por alguien como tú. Siempre preocupada por los demás, siempre generosa y altruista, desinteresada y amigable; sufriendo por quienes se aprovechaban de ti o te lastimaban hipócritas, quienes te marginaban, te despreciaban por no ser sucios, impíos como ellos, haciendo que  derramaras tus lagrimas sobre la almohada.

¿Qué es lo que hice para merecer el haberte conocido?, y más como fue, repentinamente sin esperarlo o buscarlo. ¡Cuando alguien como yo sufre por alguien como tú, debería poder haber un cambio de papeles, poder corregir lo incorrecto! ¡Si alguna vez te prometí daría mi vida por ti, como lo haría, mi amada amiga, perdóname porque te he fallado, te he mentido y quizá defraudado!

¡Qué Dios permite esto!; reclamo con obsesión; cuestiono buscando estúpida avenencia. ¡Por qué mandar a un ángel a este mundo para dejar que se marche así! ¿Por qué?, ¿para qué? ¡Si, ese algo, pretendía enseñarme algo o castigarme debió ensañarse con mí ser, de cualquier maldita forma! Todo haría, daría, con tal de que sigas aquí, aún si no me vieras más. O posiblemente cruzo nuestros caminos para que te cuidara y tu a mí… y le falle, te falle… les falle… ¡Les falle!

Todo se ha ido contigo; lo bueno en mi vida se va contigo…; quedando nubarrones obscuros y tinieblas sin fin. No habrán más llamadas en mi cumpleaños, no más felicitaciones en mis éxitos, no mas regalos navideños, no más dulces y adorables sorpresas…. ¡No más tu voz, no más tu rostro, no más… tus ojos, no más esos largos y ceñidos abrazos apretujados cada que nos reencontrábamos o nos despedíamos, y esos besos robados que me dabas también al despedirte, sonrojándote,  y volteando a mirarme sacudiendo tu manita al irte… No más. ¿Por qué vivir sin esto,  sin esto que ahora es lo más preciado para mí? ¿Por qué vivir sin ti, sin ti en este mundo, en mi vida? ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ? ¡POR QUÉ!

Nuestro último adiós… fue el definitivo. Como saberlo… de saberlo no te hubiera dejado partir, aún si me odiaras por ello; pero estarías aquí, seguramente enfadada pero… aún conmigo.

¿Ahora quien será mi confidente? ¿Quién resguardara a capa y espada mis íntimos pensamientos y secretos? ¿Quién me alentara en la adversidad de la incertidumbre? ¿Quién acallara mis miedos? ¿Quién… quién, quién, quién, quién… quién? ¿Quién me querrá como tú? ¿Quién estará ahí incondicional?

No merecía tu cariño y amistad. No merecía tanto de ti; y tú tan poco de mí. Tu amistad era el farol que me mostraba que no estaba solo, que siempre había a donde ir, a donde llegar, alguien que esperaba por mí y que quería diera mi mejor intento. Y yo… en los últimos momentos no estuve; cuando más me necesitaste; cuando pude cambiarlo todo. Cuando mi mano debió sostener la tuya, aunque fuera para despedirte en compañía de alguien que te amaba; casi tanto como tú me amaste. Pero no fue así… ¡Y no debía importar la distancia, ese vasto espacio que nos separaba…! Te imagino deseando estuviera contigo, porque seguro fue así; sintiéndote sola, abandonada, lejos del cariño que en ese momento como nunca necesitaste.

Muchas veces me dijiste, me pediste: «Ven», «Ven»… y yo…

Moriría simplemente para pedirte perdón, para mirarte una vez más antes de partir a donde seguro iré por haberte fallado… por no cuidar al ángel que me fue enviado. ¡Pero sé que no puedo, no es lo que querrías; seguro! Aunque es lo que más quiero. Sabes que no comparto tus creencias, y siendo así, posiblemente solo termine todo en la nada, y este dolor que sé no parara hasta la tumba… se valla con mí existir. Pero, ahora como nunca, más que todo en mi vida, quiero creer en eso que crees, recordando el símbolo de tu fe que siempre pende de tu cuello. ¡Quiero creer con desesperación, que hay un “paraíso”, un lugar donde nos veremos de nuevo, donde podre contarte todo lo que ha pasado en mi vida desde aquella última llamada; y con esto, esta idea, esta esperanza en mi pecho, poder seguir con mi vida sin el tormento de tu ausencia, sabiendo, si lo hago bien, será mi recompensa poder tenerte frente a mí… una vez más y para siempre. Sera difícil sintiendo la inclemencia de esta vida, de este mundo cada vez más frío, despiadado e indiferente… y sin el manto que me cubría protector con tu presencia aquí.

¿Ahora quién me dirá lo bello que es este mundo, lo placentera que resulta esta vida? E irónicamente ahora que lo requiero más que nunca, ahora que todo se ha tornado opaco y negruzco, ahora que todo es desdicha y dolor; una dolencia que no aminora sino que increpa creciente desde que lo supe; y parece no parara de aumentar nunca.

El placer nostálgico y el dolor torturante, al recordarte, luchan sin haber un rotundo ganador, siendo siempre yo el perdedor. A veces, como ahora, los recuerdos son vividos de imagen y sosegados de sentir, pero creo están en mi mente todos, de cada momento compartido, juntos. Tu rostro, tu sonrisa no se desvanece de mi mente, ni tus bailes espontáneos u ocurrencias jocosas, tus palabras bellas… Tus besos inocentes, tus ojos luminosos, tu magnifica belleza.

¿Si las fuerzas se acaban, si mis ganas de vivir se agotan, qué deberé hacer? ¿Acudir a tu recuerdo, a tu memoria, a tus antiguos concejos, a suponer lo que me dirías?, esperando no empeore mi condición.

¿Me pregunto si cuando escucho una canción que sé gustabas de cantar, bailar, silbar o tararear, moriré un poco más; o si al mirar un paquete de golosinas y comerlos por ti, moriré un poco más; o si al desear mires algo que quizá te gustaría o que quisiera vieras, moriré un poco más?, hasta que no quede nada, más que un cartón vacío, una mera carcasa. ¿O si me repondré alguna vez; y no dolerá tanto; pues todo lo anterior al contrario me daría vida?

Cuando extinga mis lágrimas dolidas y merme mi compunción, ¡te prometo! —eso espero—, ahora que yaces durmiendo en calma, con mi cabeza en tu pecho, que lucharé con ímpetu por recordarte con gusto, placer, con nostalgia y no con dolor ni pena, aunque no pueda ser así siempre; honraré tu memoria, atesorare tu recuerdo, amaré lo que dejaste en mí… Lo haré, me impondré ante mí, por ti; pensando eso te hace feliz.

Para mi amada mejor amiga… y más…    «$3_(2»


D. Leon. Mayén




El infortunio de la muerte es que el pesar sigue después de ella; en nuestra vida. Y la dicha de la vida es que el amor sigue más allá de ella; la muerte.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Labios Carmesís

Labios carmesís


Tus labios colorados, vivos o pintados, estos que tanto miro deseando besarlos, acariciarlos. Anhelo me besen, me acaricien en la privacidad de noches solitarias; solos tú y yo, apartados del mundo intranquilo que nos rodea y del que ajenos nos ocultamos.
Bésame, rosa mi piel con ellos; has que me estremezca desvaneciéndome de este plano terrenal cuando los poses en los míos, y moviéndolos sin cesar hazme elevar hasta que tema regresar a la realidad, aun siendo que caiga peligroso y sin parar.
Te pido con fervor, jamás, jamás los apartes de mí, porque, ¿qué sería de mí si eso ocurriera? Amo observarlos, contemplar sus agraciados trazos, sus incomparables y únicas grietas; tocarlos al roce de mi tacto, de mis manos que los miman delicados tal cual merecen ser tratados; verlos danzar creando todas esas palabras que creas con su favor, que emites guiadas por tus pensamientos y sentimientos, pues tus encarnados labios, para mí, son un vehículo de tu alma, tu corazón e intelecto… ¡Todo eso que amo de ti! Ten por seguro mi vida no sería igual sin ellos… sin ti; nutres mi ser anhelante de paz, una paz que sólo tú me otorgas, en parte con tus rojos labios.
 Y es que en realidad da igual si son o no rojos, negros, morados, “anaranjados” o rosados, o como sea que estén tintados, o al natural, da igual; tersos o agrietados al tacto; mientras sean tus labios, lo demás da igual. Manifiesta con ellos que me quieres, me amas, me deseas tanto como yo a ti; ellos y nosotros, juntos, entrelazados por arrumacos íntimos y carisias secretas, suyas y nuestras… porque, pareciera, cuentan con vida propia, ya al amarnos.


D. Leon. Mayén


Deseo - Desire
Fotografía del perfil, en Flickr, de Gabriel S. Delgado C.
(Usada bajo la licencia Creative Commons)

martes, 1 de noviembre de 2016

Día de muertos

Si llegaste aquí al terminar de leer Este bosque maldito, veras que esto está relacionado indirectamente; ya que lo escribí publicando el cuento, por tanto algo se me quedo, supongo.

Día de muertos 


Un día, una tradición no una celebración o festividad frívola —a mi ver— como la de ayer, la extranjera a estas tierras ancestrales desde aquí y más al sur —y no es que me oponga o no la disfrute pero nada tiene que ver con ésta de la que hablo—; que ya no sé si es lo que debería ser idóneamente entre tanto anuncio basura que se cuelga de la fecha y la grotesca realidad que se vive. Y discrepo en lo de festividad puesto que esta palabra denota festejo, disfrute o algo similar; y no creo que Día de Muertos sea para festejar ni siquiera el estar vivos, eso es negación simplona a un hecho irremediable —muy por encima del aberrante lugar cruel en que vivamos—, sino más bien debería ser, idóneamente tal vez, para honrar de algún modo, por muy nimio que éste sea, a quienes quisimos y a los que quisieron quienes queremos; para recordar con cariño y afecto, «pues el olvido es la muerte definitiva», a quienes ya no están y desearíamos estén; para reflexionar y apreciar a quien se tiene; aceptar las cosas como son y esforzarse por llegar al final de la senda de la mejor manera posible.
¡Siempre me ha parecido fantástico, asombroso y admirable!, que en algunas comunidades o pueblos lejanos sigan preservando esa tradición heredada, de las cual algunos sólo se sirven para rellenar mentes y espacio por medio de una “nota informativa”, de cómo los cementerios se llenan con velas y flores, incluso creando caminos con pétalos de flor de cempasúchil —un icono de este día— hasta sus casas, para que las almas de los difuntos no pierdan el camino; mientras en las ciudades, algunos muchos, sólo visitan el cementerio una vez al año, dos o tres si a caso —Día de la Madre, y del Padre, dependiendo—, pues es la costumbre, al igual que no afrontar la muerte con ayuda o, quizá, entereza y aceptación por sobre ese leve pero eterno miedo, culpas y arrepentimientos. ¡Aunque sé muy bien todo esto puede llegar a ser hondamente doloroso!
De muchos y muchas he oído que Halloween, después de navidad, es su día favorito, o viceversa. Para mí, por sobre, casi, todos los días del año, este es mi día, no favorito, más bien predilecto, es complicado; y es que sé es un día que simboliza algo tan humano, tan de toda la vida y todos los tiempos, eso que por sobre todas las religiones, todas las culturas y los tiempos resulta de algún modo tan semejante, y es el recuerdo, el cariño que se tuvo, los momentos aun vivos en la memoria… pues todos, o casi todos, hemos perdido o ha fallecido alguien, o varios, de quienes queremos.
Y, pensándolo bien, un día como hoy y mañana, sí vale muchísimo valorar la vida y la de los que amamos en armonía con los que se fueron o ya no están. Pues algún día seguro seremos uno de ellos, y que mejor que partir sabiendo un día así nos recordaran con cariño, poniendo una ofrenda con nuestra imagen y entre todo eso que en vida disfrutamos con placer. ¡Posiblemente esta parte, este hecho si haya que celebrarlo!



D. Leon. Mayén

Este bosque maldito

Como lo prometí, en el cuento anterior, ayer Halloween, titulado "Ojos ominosos"; aquí les traigo esta lectura para Día de Muertos, y una sucinta reflexión u opinión sobre el día (en una cuartilla), al final y a modo de extra, que poco tiene que ver con el cuento aunque está relacionado de algún modo.

Este bosque maldito


   Aquella tarde era nublosa, de un día normal, al exterior de la cabaña, antiguo hogar de la ya difunta matriarca de la familia. José, el padre de Amabel, la había dejado en la cabaña esperando con su primo Antonio —actual habitante del lugar, buscando independencia y algo de libertad—, mientras él, su esposa, su hermano y cuñada acudían a la ciudad; pues la cabaña se hallaba a mitad de camino de casa de cada uno; siendo que, tras la dolorosa muerte de su madre, cada uno de ellos partiera literalmente en direcciones opuestas.
   En esa cabaña antigua, aparentemente, tanto como el mismo bosque, pero curiosa y notoriamente bien cuidada al interior, contaba con todos los servicios imprescindibles y prescindibles: desde electricidad y servicios de agua, hasta el, relativamente, nuevo calentador solar; internet, y T.V. por satélite. Así, de poco se carecía en la morada, y su ocupante como los esporádicos visitantes gozaban de comodidad al alojarse.
   Amabel, rondando los diecisiete años; de estatura apenas inferior al promedio, ojos marrones y pequeños, y de una mirada que iba desde la intensidad del enfado, hasta la felicidad completa, aunque ésta última muy escasa; cabellos tintados de rojo obscuro; y de actitud desafiante y despreocupadamente arrogante a veces, ya sea con su padre o con alguna autoridad que buscara imponérsele; estaba tumbada en el sillón navegando en su celular, mientras Antonio, mayor que ella, miraba la T.V. saltando sin parar de canales; él, de corte corto, cabellos negros y lacios; ojos azules como los de su madre; espíritu y voluntad siempre positivas y mirando al futuro con deseo a cumplir sus metas; querido por todos, aunque algo de fricción había entre él y Amabel por ello, pues ella siempre era la “mala” del cuento, la rebelde y de malas calificaciones; incluso, alguien, alguna vez, la había llamado «bruja maldita» —y bromeando en la familia la llamaba bruja o brujita, dependiendo—.
   De improviso, la corriente eléctrica se suspendió —una rama se había quebrado por el viento, muy lejos de ahí, cayendo pesada sobre los cables—. Amabel de inmediato se quejó de forma molesta y extensa, pataleando también; y fue ahí cuando una brillante idea le nació.
   —¡Vamos al bosque! —dijo de pie frente a Antonio.
   Él se lo pensó y contesto:
   —Mejor no. Esperemos a que vuelva la luz —ella sintiendo de inmediato su inflexibilidad cambio de táctica—. ¿Qué haces, Amabel? —preguntó al mirarla colocarse la gruesa y afelpada chamarra gris que, apenas llegar, había votado en el respaldo del sillón.
   —Entonces, iré sola. Y si… algo me pasa o me comen será tu culpa que fuera sola —expresó con descaro.
   —¡Por eso mejor no vayas! —Le gritó, apenas antes de que la puerta se azotara. Y farfullando, corrió a abrigarse y darle alcance, pues inevitablemente le preocupaba el bienestar de Amabel; y pensaba darle gusto dando un paseo por el denso bosque, y por sobre las inflexibles e impetuosas ordenes, restricciones, de su padre para que no fuera jamás allí.
   Adentrándose en el bosque, Antonio, insistía alzándole la voz una y otra vez a Amabel que parara, que le espera, al ella escurrirse por entre las sendas; estando apenas a unos cuantos metros el uno del otro, pues aunque ella era de piernas cortas él avanzaba con temerosa cautela: vigilando donde pisaba, donde ponía la mano, y desviando la mirada hacia cada ruido que escuchaba y le resultaba sospechoso.
   El bosque, este bosque, de senderos estrechos ceñidos de forma tupida por árboles secos despojados hasta de la más liviana hoja, y velado al suelo de hojarasca, ramas moribundas y troncos por donde quiera que se mirara; al igual que copiosos ojos que contemplaban, atestiguaban todo lo que ocurría ahí, día y noche; algunos acechantes, otros temeroso de esas criaturas que sólo buscaban saciar sus instintos primarios, animales. Las sendas, los caminillos, algunos, apenas y eran distintivos, otros claramente marcados por el pretérito paso de personas y escasos animales de apenas notorio tamaño. El caris era denso; entre frio y fresco; penumbroso allí donde las ramas en lo alto y bajo se aglomeraban cubriendo la poca luz que llegaba a la superficie previamente sosegada por las pesadas nubes grisáceas; en conjunto con la suave niebla gélida que se creaba, apareciendo y esfumándose a azarosas horas del día.
   Pasado un rato de dilatada persecución, Antonio perdió de vista a su prima.
   —¡Amabel, Amabel! ¡No es divertido!; ¿dónde estás?
   —¡Bu-u-u! Ja, ja, ja, ja —emitió ella surgiendo de detrás de una roca; no muy lejos de él.
   —¡Maldita sea; no es gracioso! —La reprendió con severidad; como siempre hacia su padre.
   —¡Eres un cobarde, siempre lo has sido! —interpuso enfadada, caminando hacia el precipicio, donde terminaba abruptamente esa parte del terreno, para continuar unos veinte metros debajo.
   —¡Amabel!, no vallas para allá; es peligroso.
   —¡H-m-m! —expresó guturalmente, arrogante y decidida.
   Amabel echó un vistazo y, siendo ella, permaneció así un par de minutos, pues jamás mostraba ante nadie miedo alguno; volvió y a poco menos de un metro de la orilla, del límite al “vacio”, Amabel pateó el tronco de un árbol con ímpetu, repetidas veces. Se quitó la chamarra, y usándola algo así como soga, pasándola por detrás del árbol y sujetándose de ambas mangas se balanceaba meciéndose con vilipendio a su seguridad y la angustia de Antonio, expresando con placer un sonoro «Yupi, yupi… güi », al hacerlo.
    —¡Basta, Amabel, por favor deja de hacer eso, te vas a caer… para ya! —suplicaba Antonio con angustiada voz.
   —¡Ah-h-h! —exclamó Amabel; al tiempo que voló su chamarra por el aire, cayendo flotante por el precipicio; mientras carcajeaba en el suelo, mirando la expresión de terror en Antonio.
   —Eres odiosa, Amabel; una mocosa que nadie quiere —dijo buscando revancha, desahogando la angustia que le abrumaba—. ¡Volvamos! Y camina al frente donde te vea.
   Amabel calló al percatarse de la lágrima que escurría por la mejilla de Antonio.
   Caminando de regreso, Amabel se sentía apenada, turbada por sentimientos poco explorados por ella. Entonces a medio camino se detuvo dando media vuelta y dijo con voz apagada:
   —¡Lo siento… Antonio! Es que yo… yo… Como dijiste nadie me quiere. Se la pasan reprendiéndome por cualquier cosa que hago mal; es igual en casa que en la escuela. No tengo amigos, no tengo con quien… Estoy sola —reveló sentándose sobre el tronco de un árbol caído, con las manos en los bolsillos de la chamarra que le diera casi de inmediato Antonio, y mirando al suelo con aflicción—. Me siento sola; y supongo por eso soy así, busco llamar la atención esperando…
   —¡No estás sola, Amabel! Me tienes a mí. Yo te quiero; somos familia. Puedes contar conmigo para lo que necesites y cuando quieras. Pero por favor deja de hacer tonterías como la de hace rato, ¿sí? Y cuando te hartes o te sientas sola sólo llámame o ven a verme —Amabel levanto la mirada y respondió a la cálida y sincera sonrisa que le daba Antonio de igual modo—. Ven, párate y deja que te abrace. Sé que no das abrazos pero has una excepción conmigo —Amabel se levando y, en principio, lo abrazo anémicamente, para después estrujarlo con fuerza antes de soltarse—.
   Caminando por un breve rato, estando en medio de un pequeño terreno despoblado de vegetación, cubiertos por la negra sombra de una densa nube, Antonio se detuvo, y mirando desconcertado de un lado a otro, de arriba abajo, dijo sin más:
   —Nos hemos perdido; no sé por dónde ir —Al encontrarse con la mirada de su prima, ella le sonrió algo apenada; pero indispuesta a reconocer culpa alguna—. ¿Podrías tomar una rama y volar alto para saber qué camino seguir? Je, je, je —insinuó bromeando.
   —“Ja-ja-ja” —expresó Amabel con ironía, empujando a Antonio y dando ella media vuelta en busca de la dirección que tomar —Pasados unos instantes, volvió—. Levántate; no te empujé tan fuerte. Se hace de noche. ¡ANTONIO! —exclamó ella, al mirar la sangre que, inadvertida, le brotaba de la boca al buscar pronunciar palabra, y resultando en un mero quejido ahogado.
   Desesperada, aterrada, Amabel no supo qué hacer más que correr, presa total del pavor que le domaba, en busca de ayuda. Corrió y corrió sin parar, tropezando por el miedo reflejado en sus piernas que, pasado un rato de partir sin rumbo cierto, comenzaban a aminorar sus fuerzas. La desesperanza de no encontrar el camino, de no saber siquiera… de desconocer totalmente si se alejaba o aproximaba a la cabaña, debilitaba su temple con poderío; y es que, al imaginar la magnitud de lo que podía pasarle a Antonio si no llegaba pronto la ayuda la hacía no detenerse y seguir adelante sin importar que. Con lágrimas incontenibles en sus ojos, al tropezar por última vez, soltó un iracundo bramido de frustración; y al erguirse tan aprisa como todas las veces anteriores, diviso entre la maleza las luces interiores de la cabaña. Entró gritando en busca de ayuda, pero nadie había; sólo la televisión encendida, sin nadie ya que la viera. Se abalanzó sobre el teléfono, pero éste no daba tono, ya que llevaba días descompuesto; por ello, con prisa, hurgó en sus bolsillos en busca de su teléfono, pero no estaba… Y quedó pasmada de la impresión de recordar que estaba en la chamarra que volara por los aires. Con frenesí buscó por toda la cabaña en busca de algo, incierto para ella, que le socorriera para pedir ayuda o, bien, para atender a Antonio. Entre lágrimas dolorosas y sollozos ruidosos, ella decidió volver a donde yacía esperando su primo. En el momento que Amabel salió rauda de la cabaña, justo llegaban sus padres para recogerla. Amabel detuvo el auto interponiéndose a su ya lento andar.
   —¡Papá, papá! —exclamaba con demacrada voz y gesto, entre abundantes lagrimas y gemidos—. Antonio, está…
   —¡Qué, Amabel!; ¿dónde está? —La cuestionó sacudiéndola de los brazos —¿Dónde está?
   —¡En el bosque, papá! Se cayó y… —Halándola del brazo, la exhortó a dejar de llorar y lo llevara donde estaba él; ulterior a instruir a su esposa a que aguardara y llamara a una ambulancia.
   Minutos más tarde, José, tras su hija contarle con dificultad lo ocurrido, vociferaba:
   —¡Maldita sea, Amabel; dime para donde es ahora!
   —No sé, papá —respondió ella, compungida, acongojada hondamente por lo que ocurría, y podría ocurrir; sin dejar de llorar a mares.
   Minutos después, cerca al atardecer, dieron con la pequeña zona despoblada de verde vida. Amabel, estando próxima al lugar, a espaldas de su padre, lo miraba sobre Antonio; al llegar ella, y mirar a su padre dejarse caer de sentón sobre el suelo y entre lazar las manos al frente con la mirada al suelo; al ella mirar a Antonio: sobre el grupo de pequeñas rocas y ramas, acostado de espaldas con la boca y nariz escurriendo sangre seca, y mirando a la nada con fijeza; la sensación más horrible que jamás había sentido en su joven vida le azotó fulminante, desde el pecho hasta la cabeza, haciéndola desplomarse en el suelo, luchando entre la realidad ante sus ojos y la negación de su mente, eso inverosímil, ocurrido tan perceptiblemente en brevedad; llorando profundamente la muerte de Antonio. Cuando, entre clamores de negación, Amabel trataba de acercarse a su primo, José la detuvo.
   De regreso a la cabaña, llevando José en brazos a su sobrino, Amabel sentía, a momentos, un imperioso impulso de correr sin parar, como hiciera hace poco, y perderse en el bosque, profundamente oscuro ya —justo a donde se dirigía—.
   Los días pasaron y se hicieron tormentosos meses. También, fuera de ella, de sí misma, revivía aquel día con dolor y pesar escuchando de voces familiares y ajenas oraciones como: “¡No debiste salir al bosque!, ¡No debiste dejarlo solo!, ¡Es tu culpa lo que ocurrió!, ¡De no ser por ti él todavía viviría!, ¡Tú lo mataste!”. Ante todo esto, Amabel callaba, tragándose la pena y el sufrir nacientes aquella tarde; cada vez más distante en el calendario, mas no en la mente y alma de quienes por ello desolaban. Ahora como nunca, Amabel estaba sola.
   Los años pasaron, Amabel abandonó la escuela, pues si bien el acoso por la muerte de Antonio, había dejado profunda huella en ella, y muchos ya se habían aburrido de joderla constantemente, otros se emperraban, cual imbéciles moscos en ventanas, a fastidiarla; pero ella, por sobre todo esto, no conseguía olvidar, superar, sus propios tormentos, las agonías inclementes que turbaban su vida haciéndola pesarosa y repleta de arrepentimiento, un arrepentimiento sin aparente fin.
   Una mañana, tras el ya bien plantado insomnio, Amabel anuncio a su madre que iría a la cabaña, ahora abandonada, de la abuela —como toda la familia la conocía y refería—; su madre se limitó a asentir con la garganta, y tristemente Amabel se marchó diciendo: «Te quiero, mamá». Al llegar José a casa del trabajo, de inmediato fue informado sobre su hija, y él, disgustado, fue en su búsqueda, no por preocupación o angustia sino por qué… él sentía debía limitarla, castigarla eternamente en consecuencia de lo ocurrido. A toda prisa partió en su auto hacia el bosque. Apenas al llegar encontró un papel pegado en la puerta, lo arrancó con brusquedad y lo leyó:
   “Escribo esto porque me siento cansada, harta de todo y todos. Mi dolor por lo que paso hace justo cinco años no aminora, y al contrario crese sin parar, desgarrando mi pecho entre pesadillas y un dolor tan hondo repleto de arrepentimiento y sufrir moral que ya no resisto más… ya no quiero. No soporto los ojos de todos mirándome, juzgándome sin compasión sin importarles lo mucho que me destruyen con sus comentarios crueles, inhumanos, culpándome por eso… Nadie los detiene cuando en la escuela, sin importarles que llore en sus caras, me escupan palabras desalmadas hasta acabar en el suelo. Mis padres… ellos son igual que ellos, no por cómo me tratan, pero sí por su indiferencia, su menosprecio y desatención a como me siento; nunca han observado cómo me siento, esta tristeza y soledad que porto ya arraigada desde siempre.. pero más intensa e insoportable ahora. ¡No puedo sacarlo de mi mente...! aquellas últimas palabras que Antonio me dijo esa tarde… Y ahora comprendo que realmente no estaba sola entonces… no como ahora, no como me esperaría el resto de mi vida. Por más que ruegue e implore de rodillas jamás podre logra que él vuelva, que lo que pasó esa tarde jamás haya ocurrido, que todo sea una simple historia cruel, y no esta pesadilla agonizante y sin fin. Con lo que haré espero por fin encuentren paz quienes lastime, que me puedan perdonar por haber matado a mi primo, él que me quería; buscaré su perdón adentrándome en este maldito bosque que toda la familia odia desde que la abuela muriera de inanición un invierno; por qué sé, jamás debió pasar esto, y merezco ser castigada. Tanto quisiera haber caído por el barranco aquella tarde y con ello no arrebatarles lo que tanto amaban, a quien maté por estúpida e imprudente; pues bien sé que mi vida jamás valdrá ni la mitad de lo que la de Antonio valía, una gran vida le esperaba… y yo lo privé de eso, por sobre la mía que, siendo un asco y una miseria sin remedio es mejor que termine pronto, antes de que provoque algo semejante de nuevo. Al morir, si por error termino en el mismo lugar que él (José corrió como nunca en su vida por el bosque, con el corazón acelerado y la vista agudizada en busca de su niña), pediré su perdón, rogando no sea como los demás, de quienes su perdón jamás recibí aunque sea para poder morir en paz ahora. Y también deseo con mi ausencia la familia vuelva a unirse.
   A quien encuentre esto, dígale a mi padre que lo siento, siento haberlo defraudado, haberle faltado tantas veces al respeto siendo tan imbécil testaruda como él, que espero con mi muerte pueda perdonarme la de Antonio, al igual que el resto de la familia; también que espero me recuerde como la niñita que tanto amó, y no la bruja en que me he convertido, la que tanto odia, igual que todos… tanto como yo. Espero que encuentren mi cuerpo antes de que los bichos del bosque me devoren, y si no que más da.
   ¡Lo siento!”
   Amabel, llegó al lugar donde falleció Antonio. Miró sonriente el lugar recordando aquellas bellas palabras que le dijera en ese glorioso momento, también recordando todos esos momentos compartidos en la infancia. Cayendo de rodillas rompió en llanto repitiendo una y otra vez: «¡Perdóname!, ¡perdóname!, ¡perdóname!», la saliva y mucosidad transcurrían desde su boca y nariz hasta por las fisuras entre las rocas, del mismo modo que hiciera la sangre de Antonio hace años: cuando al tropezar de espaldas se le encajara una rama, apenas y unos centímetros pero, perforando el pulmón; y a la vez se golpeara con fuerza una de las vertebras con una puntiaguda roca. Reclinándose sobre sus piernas, sacó de su chamarra el cuchillo que tomó de la cocina antes de salir, cuando su madre ni siquiera volteara a mirarla. Después de enjugarse con la manga las lágrimas de los ojos, y el rostro, cortó prontamente y de un tirón en transversal. El fluido rojizo intenso escurría a chorros, bañando las verduscas y grisáceas rocas, para después afluir creando un caminito que llegaba hasta la base del cumulo de rocas. Amabel, yaciendo inerte, miraba el cielo claro como pocos días en la región, hasta que sus ojos lánguidos, tras un parpadeo, se sellaron…
   Las ramas se quebraban una tras otra, vivas y muertas en el suelo. En cuanto José llegó y miró con horror a su hijita en ese estado, echó a llorar, aterrado, impotente, casi vahído; tomó fuerzas, y de pies a ella sacó presuroso la navaja multiusos heredada por su padre, y con sagacidad se cortó la manga del brazo izquierdo para contener la hemorragia, apretando, anudando, tan fuerte como pudo. Cargándola entre brazos, mientras ella, pálida e inconsciente, se sacudía por el apresurado y desesperado avance por los senderos silvestres, José se esforzaba por mantener su mano en alto, por sobre su pecho. Al llegar al auto, la sentó en el asiento del copiloto, le puso el cinturón de seguridad y, quitándose el cinturón de un fuerte tirón, ató su mano a la agarradera. Votó la navaja en el cenicero, y, tras maniobrar con el auto, pisó a fondo. Conduciendo frenético por la carretera, cada que espejeaba a su costado, veía de reojo a su hija con la mano pendiente por sobre ella; y desde su muñeca líneas irregulares pintadas con claridad hasta el dorso de su mano; su rostro oculto por sus largos y desaseados cabellos. Al entrar en la ciudad, con insistencia se esforzaba, hasta ahora, por que despertara, suplicándole, moviéndola con instancia diciendo:
   —¡Hija, por favor despierta, despierta! —La sacudía, y volteaba su cabeza hundida en el pecho para poder mirarla— ¡DESPIERTA, AMABEL! ¡Por favor, abre los ojos, mi amor! ¡No me dejes…! ¡Perdóname, hija! —pronuncio lastimero, con el rostro lleno de lagrimas y golpeando el volante con rabia.
   Saltándose todos y cada uno de los semáforos y manejando temerario llego hasta la clínica, el lugar más cercano. En brazos la llevó a la recepción donde, gritando con consternación, fue dirigido por una enfermera hasta una camilla; la llevaron al final del corredor al único quirófano del edificio, y en sucintos momentos entró un cirujano.
   José, sin consuelo posible, daba vueltas sin parar en el corredor, llevándose las manos a la nuca y la cabeza, odiándose con toda el alma, temiendo pasara lo peor, compungido por el pasado y suplicando a lo alto por un posible futuro... con su pequeña, con su niñita.
   Horas después, el celular de José vibraba y vibraba, pero él no atendía. Sostenía la mano de Amabel, acariciándola y rogando, mascullando, su perdón por ser tan nefasto padre, por no estar para ella cuando más lo necesito en su vida, cuando nadie más estuvo para ella… y él debió estar ahí. Pero por sobre todo, quería decirle como nunca que la amaba por sobre la estupidez que profesó y le segó durante años, décadas tercas e irreflexivas. Apenas abrió sus pequeños y preciosos ojos, iluminados por la luz del alba, la abrazó y, le dijo lloroso, arrepentido, tantas cosas… tantas cosas.
    Sabiendo, Amabel estaba despierta y bien en lo cavia, respondió al celular, que por enésima vez vibraba —siendo todas esas veces su esposa quien llamaba—. Afuera de la austera pero cómoda habitación donde yacía Amabel, José contó, hipando, y conteniendo el llanto, a Antonia, su esposa, lo ocurrido; para apenas colgar volver a lado de su amada hija, donde siempre estaría.


D. Leon. Mayén


Escribiendo cosa como esta, y leyéndolas, es que me pregunto por qué creo cosas así, tan horribles, dolorosas y tristes sin mesura; pero supongo peor es la vida, pues yo sólo roso sutil lo probable, el tal vez, ¡espero!; ya que saber de una historia así o verla… eso realmente sería horrible, mas allá de cualquier monstruo tenebroso, espantoso como tantas otras historias detrás de ramplonas notas en noticieros, blasfemas descripciones al dolor ajeno en diarios e internet; eso me parece es lo más horrible y asqueroso de esta vida, el menosprecio imbécil a la vida, de todos los días y de toda la vida.
Y aquí mí reflexiva opinión sobre Día de muertos.

lunes, 31 de octubre de 2016

Ojos ominosos

Ojos ominosos


   Aquella noche era tan obscura como todas… pero fue mi última como tal, como todas las previas. Por ello escribo esto esperando preveas.

   Sus ojos son saltones, negros como el aceite, acuosos y brillosos cuando la escasa luz de la penumbra se refracta en ellos; enormes, exorbitantes como sólo aquellos, pero sobre todo abyectos cuando al encontrar su torvo mirar salen agitadamente de sus cuencas voluminosamente cóncavas, para reiteradamente regresar más adentro de donde estaban, y así repetitivamente sin cesar, sin parar, sin evidente descanso; hasta que no los ves más… y no por su ausencia… Siempre están mirándote. Este ser ominoso, sombrío, de apariencia macabra o quizá funesta: bajito sin llegar siquiera al metro; y que sospecho deforma según le convenga; de piel opaca, casi, pero no negruzca, áspera al tacto, cual lija, mas no a la vista, y tonalidad variante según el sitio en que se acobija; escuálido, demacrado de figura, pero hábil como ninguna criatura; su cabeza… pareciera ser enorme, pero ahora reflexionó es una mera ilusión propicia de su aspecto escueto de carne y resaltado en sus ojos prominentes, así como por su cabeza; su boca apenas diminuta y de escasos centímetros cuenta con minúsculos dientecillos horizontales, afilados cual punzantes agujas por quebrados pero, a la vez, sin forma de serlos y escasamente visibles. No hay nariz aparente en su aciago rostro, ¡en este infausto ser infame!
   Por la noche, en la negrura de un rincón oscuro, o de igual modo en el día en sitios símiles, de tu hogar, él está ahí. ¡Maldito enano mirón, voyerista infeliz! Te observa sin que lo adviertas, sin que siquiera lo imagines o presientas, ¡que si lo sabré, maldita sea! Está bajo la mesa mientras haces lo que sea que hagas; él te mira expectante a tus movimientos, en posiciones contorsionadas y que quizá te resultarían incomodas, mas no a él; está cómodo mientras nos mire; pero no te angusties, pues si por error algún objeto tiras o simplemente hechas un vistazo, ya se habrá escabullido de tu encuentro… de tus ojos que sin ser consientes temen verlo; para entonces, cuando retomes tus actividades, él ya estará en otro sitio sombrío, oculto, acechante de ti, contemplándote en un rincón, por entre una rendija, una fisura en algún mueble, quizá debajo de algún otro mueble semi-hueco con el suficiente espacio para alojarse y mirar… como tanto disfruta.
   Estoy seguro que esos ruidos sin aparente motivo, sin aparente origen o causa, son por qué él ha pasado por ahí, ha puesto sus palmados pies y huesudas manos, garras, en esos muebles que ante él crujen por su presencia —porque sólo para eso ocupa sus extremidades, para desplazarse y poder mirar desde todos los ángulos posibles—; cuando la tapa del inodoro cae en medio de la noche, seguro es él, ¡desgraciado meón! Los perros, por la noche, le ladran sabiendo acecha en moradas aledañas —o quizá por qué le perciben— saciando su ruin necesidad natural e insaciable en él. Objetos cambiados de lugar o perdidos, los mueve él para con ese propósito mirar que haremos, como reaccionamos, y gozar con la escena. ¡Seguro!
   Hagas lo que hagas, estés donde estés, ten por seguro está contigo en la misma habitación, tal vez en otra sí es que desde allí puede contemplarte. Lavándote la boca, las manos, duchándote, está de pie detrás de ti, asomando por el marco de la puerta; ¡mejor ciérrala! Mirando T.V. o jugando videojuegos, mirando eso que tanto disfrutas o sólo matando el tiempo, está contigo, y no mirándolo, mirándote fijamente con sus inmensos ojos aceitosos, oscuros como las sombras donde se resguárdese. Cuanto más concentrado te estés en algo, más atento en ti él está, más cerca, pues no prestas atención; probablemente a centímetros de ti, y no lo sabrás; no hiede como aparentaría si lo vez, no exhala pues nariz no tiene… no expresa pues sólo mira y mira… a nosotros y nada más. Mirando el móvil, oyendo música, leyendo un libro en la gozosa complacencia de tu hogar, ya sea tu cómoda habitación, sentado o en la cama… o como sea y donde sea; pero sobre todo, mientras ese objeto entre tus manos te crea un inevitable ángulo muerto al frente de ti, bien podría estar detrás de dicho objeto; a los pies de la cama o a un costado, sobre algún mueble, ¿por qué no?
Ojos ominosos
   Bajo la cama, en el closet entre abierto o a través de las rendijas de éste, en cualquier penumbroso lugar, o donde quiera que pueda escapar de tu vista periférica, ¿estará ahora ahí, mirándote leer esto? ¿Piensas, se te ocurre algún lugar donde podría estar vigilándote ahora mismo? ¡NO VOLTEES, NO MIRES, NO LO BUSQUES!, pues no lo hallaras donde quiera que observes; se escabulle como ningún ser en este mundo, ¡el muy bastardo! Si acaso lo verás fugazmente, en menos de un instante, cuando tus ojos digan a tu cerebro creer haber visto algo por un borde de éstos, una sombra transitoria como el moverse de una silueta difusa, que inevitable guía tu mirada en busca de eso sin forma, sin designio; o algún ruido inusual; pero no será nada naturalmente. Él es tan hábil, tan sagaz que jamás en espejos o fotos aparecerá. ¡Una mente macabra, sagaz, lóbrega y siniestra se aboveda tras sus brillosos ojos… inmensos!
Ojos ominosos
   A punto de dormir, sintiendo el movimiento involuntario de tus extremidades, ¿será él, y tu cuerpo alarmarse instintivo por su sutil presencia? Cuándo dormido tu cuerpo no responde al llamado de la conciencia que a gritos clama ayuda para despertar, mientras como un tormentoso sueño que se torna una ansiolítica y abrumadora pesadilla desgastante, mientras en tu mente te miras a ti mismo desde otro plano luchado por mover el más liviano de tus músculos, ¿podría ser él, tan cerca de ti que tu ser te protege de no avivar y mirarlo; todo en medio de una profunda lucha inconsciente para no verle… no saber de su existir?
   Seguro te preguntas que pasaría si le vez; cómo es que sé tanto de él si es imposible mirarlo… ¡Maldita mi suerte por saberlo! Te lo diré, esperando, deseando no corras el mismo destino: Aquella noche era cualquier otra noche, quizá como ésta. Yo, terminando de perder el tiempo en la computadora, fui a seguir un rato con el celular. Pasaron los minutos que en realidad eran de a poco horas, y el sueño me era inconciliable, mi cabeza estaba más activa incluso que en el día, pensando y pensando en bobadas y cosas importantes. Contemplaba una y otra vez cada rincón en mi habitación; todos y cada uno de los objetos que en él había, y que tanto apreciaba; miraba el suelo, el techo… todo en él.  La tormenta había comenzado hacia un par de horas, lluvia, truenos y rayos incesantes fustigaban el entorno próximo; con tal estruendo e ira que parecía el mismísimo cielo buscaba reclamar el alma de alguien con ansia. La corriente eléctrica se cortó mientras veía T.V. buscando el anhelado cansancio. Por lo cual, ¡estúpidamente!, acudí al cajón próximo a mi cama, para sacar de él una barra de luz quimioluminiscente —de esas que venden en algunas tiendas de autoservicio en el departamento de acampar—, la saque de su envoltorio, la tomé pero, cayó al suelo y se rodó… la busqué a tientas, pero no aparecía. Asomé bajo la cama esperando hallarla, ayudado por la escasa luz proveniente del exterior, y lo logré. La así, la flexione hasta que tronó quebrándose el cristal, y la sacudí con intensidad; en cuestión de segundos ambas sustancias se mezclaron y la barra iluminó, en un espectro lumínico azulado, y ahí estaba él, frente a mí, a centímetros, mirándome estar aterrado, sacando y metiendo esos repulsivos ojotes negros sin cesar y cada vez más rápido. Mi, en ese momento,  frágil corazón bombeaba a todo lo que daba sin parar, martilleándome en el pecho, zumbándome los oídos, sentía que desvanecía del shock de ver a tan grotesca, hórrida criatura. Sin fin a mi desgracia, y siendo este el comienzo de ella, dos fulgurosos relámpagos, de rayos cercanos, iluminaron mi habitación al tiempo que la ventana se cimbraba de temor, uno inmediato al otro, como si alguien, o algo, quisiera que siguiera mirándolo, y así fue; luchando en mi abatimiento, con el corazón pinchándome con el ardor de un hierro punzante y al rojo vivo atravesándome hasta el mero centro, en mi horror purgatorio, meciéndome entre este plano y el etéreo que da fantasía a la muerte, me esforcé desesperado por clamar la ayuda de alguien, quien fuera… pero nadie acudió, pues simples y lábiles esfuerzos por completar siquiera una nimia silaba los lograba lánguidos. Me tiré al piso esforzándome por alejarme de aquel ser macabro —pues las piernas me fallaban provocándome traspiés constantes al intentar ponerlas en función—, que mientras lo hacía —aún con la luz en la mano para guiar mi pronto avance—, noté me seguía, a pasos lentos y sin parar de hacer eso que hace con sus viles ojos; yo me arrastraba, braceando con premura pugnada, esperando ganar una carrera que parecía eterna e in-ganable entre ese ser y mi extenuada bomba de vida, que cada vez intensificaba su labor, llevándonos sin saberlo a un fatídico final en el que, seguramente, lo último que vería serian esos ojos ingentes, voluminosos, retrayentes y salientes.
   Apenas y pude abrir la puerta él me pasó por encima. A los pocos minutos me encontraron en el pasillo — llamados por el alboroto de objetos caer— inconsciente y a nada de morir. Dicen que por fortuna me lograron reanimar en urgencias, —estando a calles del hospital—.

   Los meses han pasado; entre despiadadas noches en vela temiendo vuelva, sin apagar las luces e ingeniándomelas para que cada rincón de mi habitación esté iluminado; y días vigilantes buscando con miedo su presencia en los rincones penumbrosos creados por el sol… En aquel lugar. Temo a la oscuridad como ni siquiera lo hace un infante. La llegada de la noche me aterra tanto que mi ansiedad se desborda cuando miro el reloj o la luz diurna marchitándose, abandonándome; antes de los ansiolíticos me comía las uñas con frenesí, me rascaba los brazos o cualquier parte del cuerpo buscando desahogar esa ansiedad anticipatoria. Las pesadillas… las pesadillas son… Eran tan intensas y vividas como si reviviese ese momento una y otra vez, y no sólo viéndolo a él, sintiendo todo lo que sentí aquella noche, mi última en libertad; una libertad de la cual, ahora en gran parte, carezco enjaulado por mí mismo… a causa de él.
   Las pastillas me permiten descansar apenas y unas horas, pues entre pesadillas y mi paranoia, incrédula aquí para pocos, no concilio el sueño como debiera. Cuando los parpados me pesan de cansancio y el cerebro se me comienza a apagar en automático, vuelvo a estar alerta, pues sé es cuando aparecerá, y vendrá a contemplar lo que aquella tormentosa noche provocó, creó... dejó de mí; como cualquier otra noche, como ésta.
   He escrito esto, también en parte —y durante largo tiempo—, con la permisión de uno de mis “rehabilitadores”, pues cree me será de ayuda realizarlo, dice me servirá para aclarar mi mente y progresar. Uno de mis amigos aquí, un enfermero del cual omitiré su nombre, me ha prometido entregar esto a un conocido suyo, fuera de estos muros.
   Apenas hablo de él, «Ocuigens», como le he bautizado —por recomendación para mi “pronta recuperación”; y gracias a mis tiempos de recreación entre bicolores lienzos instructivos—, con mis compañeros, me sacan de la sala; en cuanto me alteraba reviviendo aquel momento me drogaban para que durmiera. Ocasionalmente me esmero por causar problemas y con ello me encierren en solitario… En esa habitación acolchada en sus seis caras, pues me es más fácil cuidarme de él ahí, sabiendo no podrá entrar, o mirarme, ya que pernocto en el muro de la puerta colocando un pie en ella previendo quiera entrar. Mis cuidadores, de claro vestir, son gentiles conmigo y a petición mía no apagan nunca la luz cuando en esa segura habitación me encuentro resguardándome de su presencia. Lo mismo deberías hacer, pues él, avieso, está ahí y te mira, te observa con avidez… aunque tú no lo sepas o lo presientas... lo creas o imagines. Si tus ojos han leído esto… asume en cualquier momento que él te está observando; pero no lo pienses demasiado, porque bien podrías terminar… Bueno, espero te hagas una idea de cómo.

   Al igual que tantos me creerás un loco más y, llegado a este punto, seguramente sobran motivos; pero si lo haces es mejor que raciocines el por qué de dicha conclusión sobre mí. Si me crees un orate por un temor inconsciente a que yo tenga razón, diga la verdad —siendo “mi locura” precedida por un brutal golpe de realidad—, y jactándote creyendo que por el simple hecho de creer que algo —con la mente limitada— es inverosímil o escasamente probable, esto resulta de inmediato y por conclusión en algo falso; no lo hagas. Creerlo así no lo hace improbable, sino más bien lo vuelve algo oculto, desapercibido en primera instancia, como tantas cosas en este mundo, hasta probarse lo contrario; ya que carecer de pruebas sobre su existencia no lo hace falso; pero… ¿carecer de pruebas positivas, no lo hace meramente desconocido o más cierto?, sabiendo la peculiar naturaleza de él, sobre todo. Guiarse por la ancestral y arraigada arrogancia de darlo todo por hecho resulta innatural, no para nosotros, sino para el modo en que está constituido el Universo mismo. Sólo podemos ver una fracción de lo que el mundo, la vida es, una parte tan nimia que visto con buenos ojos termina siendo nada… Y en el todo que no percibimos, que apenas e imaginamos, está él con sus ojos saltones, observándonos atento mirar apenas algo insignificante de lo que seguro él sí puede ver; ocultándose seguro en el abrigo de la endeble franja de lo real e irreal, lo creíble y lo improbable para nosotros. Pregúntate con ingenio, con inteligencia tan desmedida de la media popular como te sea posible, al creerme un loco perturbado: ¿Qué tan real es la realidad? ¿A caso no es real lo real, meramente por hechos, conclusiones y todo lo que percibimos como legitimo, y que en conjunto a nuestros sentidos da cabida a la «realidad» sabida y aceptada hasta hoy? ¿Lo que aún no se descubre, se conoce o se ve, existe ahora que es desconocido, que es ignorado por la conciencia?, ¿o existe sólo hasta que lo reconocemos con la percepción, los sentidos y el raciocinio?; ¡y son muy limitados comparativamente, no lo olvides!
   ¡La realidad sólo resulta la mera percepción de ella!; y todo en ella es real, ¿o no? Puesto que… Por ejemplo, las hadas, unicornios, dragones y criaturas fantásticas, míticas, no son reales como tal, ¡pero lo son!, incluso llegan a tener cierta vida, vida que le hemos dado partiendo desde la mente, la imaginación inventiva, y hasta la figura.
   Concluyo que en la peor de mis desdichas, de mis tormentos vividos, si él fuera una mera alucinación producto de mi imaginación averiada, él es real por el simple hecho de presentarse en este plano de lo conocido, ante la conciencia mortal que se me ha concedido, y por muy discrepante que resulte a la de los demás; ¿o es… es que es real sólo para mí por haberlo “visto”; —y/o hasta que se replique—?, pero real de algún modo… ¡Ya no sé si lo sé, o que es lo que sé! Pero, piensa en él, hazlo ahora, piensa que te observa con sus ojos turgentes, vertiginosamente salientes y retrayentes… —y si tentado a voltear, a buscarlo estás, hazlo pero, sabes que ocurrirá—. ¿Qué tan real es? A caso ahora, en tu mente, ¿no es real?



D. Leon. Mayén




miércoles, 19 de octubre de 2016

Amor; esto que carbonizó y no cauterizó

El amor; ya no se si comienzo a cansarme de hablar de él, o sólo de ese, ese pasado y arraigado en mi ser.

Amor; esto que carbonizó y no cauterizó


Que fácil resulta amar lo que los ojos degustan guiados por el instinto primario del cerebro; algo para mi frívolo, mas no esquivo. Que simple “amar” por interés o vanidad; algo que me resulta deleznable. Porque, casi certero, el amor, como todo, es bueno pero también opuesto a eso que tanto se clama y anhela de él, eso bello y puro; todo es así, y no por contraparte sino por sí mismo, pues lo que percibimos son los tonos de algo complejo, amorfo y vasto.
Siempre supe que ella era abismalmente más inteligente que yo, sagaz, brillante, virtuosa como ninguna; entre ser trilingüe y los diversos talentos más que posee, doctos e innatos. ¡Todos ellos de mi admiración; jamás cuna de celos o envidia! También, ya lo he dicho antes, creo, lo que más extraño de ella son nuestras conversaciones, profundas, analíticas, introspectivas y llenas de libertad. ¡De tanto hablamos que poco fue lo que no dijimos!
Que difícil me ha sido superarla —pero jamás olvidarla—, dar siquiera el más nimio movimiento de mi pie adelante. Meses la lloré, días interminables la sufrí, noches la añore… Y ahora, decidiendo seguir adelante me topo con la verdad, o lo que, como toda verdad, asumo como tal, absoluta. Que difícil amar desde el corazón, por muy meloso o simplón que se oiga; que difícil amar desde el pensamiento, desde la mente, la inteligencia, o al menos lo que se llama así.
Ahora, nada complicado me es mirar a una mujer, y tras observar su beldad, cuestionarme disímil planteamientos, abundantes de objetividad sobre ella. Y todo de forma fugaz, ya que, sinceramente… desde ella no me he acercado siquiera a conversar diez minutos con alguna mujer; tal cual antecedente a ella —con algunas excepciones durante—. Claro es que entonces, antes, era mi timidez lo que me lo impedía; mas ahora temo sea un sesgo en mí. Pues quizá busque a una mujer semejante a ella, al menos en sus dotes más atrayentes para mí, todo ello que me cautivo y lo volvería a hacer.
Ser realista, aceptar los hechos sobre uno mismo es crudo, duro e incluso doloroso, pero más, razón de rechazos y marginación. Claramente jamás saldría con una mujer que fume o beba o “consuma”, me es repulsivo el vicio; de no serlo, a saber qué sería de mí. Mujeres vánales, egocéntricas o superfluas, las evito cual vampiro a la cruz. Pero sin embargo, una mujer interesante, apasionada, sincera, noble, impetuosa, valiente, decidida o inclusive sencilla, me resultan atrayentes, hablando de un impulso inconsciente, pero del que soy consciente —algo complicado—. Como lo he dicho antes en alguna entrada, el físico me resulta más algo secundario que dejo en manos del “instinto” y no del prejuicio o el juicio. Pensar en alguna mujer que irremediablemente siendo más “inteligente” que yo —pongo comas, pues la inteligencia me parece relativa y variable dependiendo de cómo se mida: bien un brillante matemático puede resultar un tonto en dotes artísticos; porque además soy fiel creyente de las multi-inteligencias y que todos a nuestro modo resaltamos intelectualmente— me resulte atrayente me cautiva con intrigante sosegó; a diferencia de lo que se pueda creer debido a la costumbre machista de la humanidad; pero eso sí, la arrogancia o superioridad ni a mi padre se la perdono, ja-ja-ja.
Me parece debido a un “lejano incidente”, me llegan a arrobar las mujeres mayores que yo, ya sean cinco o veinte… Pero también chicas de mis andares me apresan incontenibles, ya sean del tipo que sean, serias y calladas, joviales y dichosas, o de look tétrico, labios obscuros, cabellos teñidos; o también la nueva moda de cabelleras ilusorias más coloridas que el arcoíris. Pero ante todo esto, en mi corazón carbonizado, cicatrizante por los amores de mi vida, surge turgente la penumbra del recuerdo, la vida entre las cenizas y me remembra vidas pasadas y placeres arraigados… Haciéndome todo más complicado.
En momentos como ahora lo que más deseo hallar, apeteciendo por serenidad en mi mente velada de dudas y preguntas tormentosas e insufribles hechos invariables, es con quien sostener dichas conversaciones, y que si bien no calmen con ello del todo mi serenidad turbada por este mundo inclemente, sí lo hagan sus besos y carisias, sus cariños y compasión comprensiva de un alma tormentosa como la mía. Que al mirarme vea lo que con esfuerzos irreflexivos oculto de la vista de todos, y llegue a calmar mi ser con uno de los simples roses de nuestras pieles, o el lazo de nuestras manos, pero más aún la calidez de su ser, de su corazón.
Esporádicas veces he oído decir o referir: “Las personas inteligentes son más infelices”.... «Tendientes a la depresión y otros trastornos símiles». A veces quisiera ser un simple imbécil que enamora  a base de guarradas,  poses jactanciosas y fútiles —no así para sus cautas presas—; que las lleva a la cama y es todo lo que pretende; o por mero calentón terminar siendo padre; la vida resulta más simple así. ¡La verdad es que no, no soy tan simplón como para siquiera contemplar mi vida así, sólo bromeo socarrón!
Si bien, aun todavía, a estas alturas, algunas mujeres, buscan a algún príncipe azul, o la fantasía de ello; supongo yo busco algún ángel celestial, una Diosa en un avatar, quizá, o bien un ángel caído que comprenda mi sufrir en este mundo sin aparente paraíso verdadero; señalada ella falsamente por quien irremediable es. Todo, claro está, metafóricamente hablando, por qué, ¿acaso no es eso la vida, una metáfora que creamos bajo el velo de nuestra percepción?
Pero como he dicho, soy realista, y mucho no digo aquí; sé esa mujer es diminutamente probable que “llegue” a mí. No sufro por ello, se quién soy, mi situación irremediable y que esperar por consecuencia; por mucho que me lacere saberlo. La pregunta es: ¿Qué tan adversa o trágica puede resultar una vida solitaria? No lo sé, pero ya lo sabré… Y quizá se los cuente, si puedo, entonces.

¡Porque nada es más complicado, pero bello, que enamorarse de cuerpo, mente y alma de quien se ama!
Y más aun perder ese amor platónico 1

1 Filosóficamente hablando. No de manera popular.


D. Leon. Mayén

lunes, 10 de octubre de 2016

Reseña: María, de Jorge Issacs

Reseña: María
De: Jorge Issacs


Autor: Jorge Isaacs (1837-1895) Poeta, novelista, y participante activo de las luchas civiles que sacudieron Colombia en el siglo XIX. Único autor de esta novela y un libro de poemas.
“MARÍA, considerada una de las más destacadas de la literatura romántica hispanoamericana”. Fragmento de la contraportada.
Páginas: 215 (Formato A5)
Publicación: Bogotá, 1867
Como de costumbre este libro "llego a mi" de forma inesperada, por azar. Al comienzo me costó adaptarme a su estilo poético de describir la Colombia de aquel tiempo, sus paisajes. También comprender los modismos de aquella época y en aquel lugar, aunque bien algunos me fueron más que claros.
Muchas veces estuve a punto de dejarlo, pues me parecía nada trascendente, monótonos los sucesos. Pero, en los capítulos subsecuentes grácilmente me sedujo la trama, los personajes y los acontecimientos —teniendo incluso una pesadilla muy interesante y excitante, por la parte de la casería—; ansiando cada vez más saber que ocurriría con Efraín y María. Los últimos capítulos... bueno, a mi parecer le dan todo el sentido a la historia, a la vez que lo trastornan todo bella y románticamente, pero más que nada con lóbrego. ¡Cien veces lo leería!, siempre con la esperanza de que fuera otro el final.
No me gusta mucho hablar de cuestiones técnicas sobre los libros que leo, pues eso me lo reservo para mi aprendizaje como escritor; a lo que mayor importancia le doy es la trascendencia, lo que deja, cambia y me hace reflexionar sobre lo leído, y si bien me va, la vida misma —como en este caso—. Pero esta ocasión lo que más me ha fascinado de la obra es su concisión al narrar, sin demasiadas bagatelas; pero más aún los diálogos, tan coloquiales, tan… como de alguien como yo, alguien cotidiano que simplemente se expresa y ello quedara plasmado en los diálogos; también llega a ser un poco dificultoso captar, a veces, lo que se dice.
Me parece evidente, no es una lectura para cualquiera, más que nada por qué resulta muy clásica, diría yo, refiriéndome a aquellas épocas. Pero sí, pienso, basta con captar el contexto global de la narración y la historia para disfrutar de ella.
Uno de los dones de la literatura, una de sus magias es crear imagines en nuestras mentes imaginativas… Y en particular, ahora, no puedo apartar de mi mente esa imagen final, al pensar en este título, claro por sobre otras más creadas al mirar sus letras, y también inolvidables como gratas.
Por obras como esta amo con pasión gozosa la literatura clásica, pues eran otros tiempos, era otro mundo, otras costumbres; a la vez que en esencia lo mismo; y creo con fervor al leer éstas, formo una pequeña parte de todo aquello; lo que el tiempo ha transformado, se ha llevado inevitable, y que tristemente hemos trastornado, para bien y mal.



D. Leon. Mayén

sábado, 8 de octubre de 2016

Indescifrable: Código Libro Añejo

Código Libro añejo


¡Llevo días, noches, in-narrables momentos en el sanitario, meditando, pensando en cómo descifrarlo, que mensaje oculta! Esto que ahora relatare me tiene desconcertado e incrédulo a los acontecimientos, los hechos, que si bien me parecen poco probables, no así inverosímiles de acontecer en este mundo sempiterno de posibilidades como de probabilidades.

Algo nimio
Hace más o menos mes y medio, creo —no soy muy bueno con los eventos “intrascendentes”—, me obsequiaron, proveniente de un tianguis, y siendo de segunda mano —o quizá tercera, ja-ja—, el libro «La Guerra de los Mundos» de «H.G. Wells». Titulo que a mis ocho añitos, ja-ja, lo leí sin llegar siquiera a concluir el primer capítulo; ¡entonces no era lo mío leer!; y después desaparecido de entre mis posesiones.
Realmente, siendo sincero, fui a votar el libro a mi librero, no por desprecio, aun con que este despastándose y las hojas estén… como arrugadas —temiendo sean rastros de insectos de los libros—, sino por qué actualmente tengo demasiados libros “en puerta”.

¿El código indescifrable?
Entonces, algunos días después, en medio de tormentosos días en mi existir, buscando distracción alguna, me decidí por tomar este libro, y hojeándolo descubrí esta nota. En primera instancia me pareció un papel más, tal vez a modo de separa libros, mas al observarlo a detalle noté, de un lado un enigma y del otro un mensaje cifrado. Conteniendo lo siguiente —sin comillas—:
“b-11-1/14-3/20-3/10-19-10-1/8d
12-1/17/5-19/15/6ie5-3e9-19-17-17-6e1/15e1/14e20k-14/6ie1e16-17-6/5/1/18-3/10-6e16-19/2-19/17-18/1m18-1e16/19-2/6e20-6/15e14-6e5/19-8eo19-14/3-6/8-6e7k1e18-1/15-2-6qe20-6/15-6/20/3-5-3/1-15/18-6ie8-19/9-3/10-k17-3/19se15/6e20-6-15e10/3-15-1-17-6e3/10-3/6-18/19m
17-3/1-18/1e101e1-8/18-19e20-19/9-17-6/15-20/3-18/6e14-14/6-17-6/15m”

Y al reverso:
“Resuelve esto y podrás resolverlo todo en tu vida.
Si te frustras pregunta a Poe que haría, gorgojo amarillo.”
«Imágenes en la parte inferior»

Leyendo lo anotado al reverso, o al frente, depende como se vea, no lo entendí de inmediato, sino hasta la noche siguiente acostado a eso de las 4:00 am buscando desesperado conciliar el sueño. ¡Y entonces como una revelación Divina!, recordé el cuento de Edgar Allan Poe titulado «El Escarabajo Amarillo». Mismo que leí, me parece, a principios de año o finales del anterior, como sea; consulte la parte en la que trata el método por el cual él protagonista resuelve un mensaje también encriptado; algo que hasta ahora me cuesta entender del todo —¡soy consciente de mis limitantes intelectuales!—.

Laxa investigación
Consultando en internet, como resulta natural en estos tiempos, hallé referencias a códigos hasta ahora indescifrables, que van desde uno elaborado por la CIA, hasta algunos antiquísimos; y de ello a diferentes tipos de cifrados clásicos. He usado algunos métodos, pero ninguno me ha dado resultados positivos o cercanamente útiles, posiblemente lo hice mal, lo desconozco.

Observaciones y deducciones
Me es obvio que es un código y no un montón de cifras ordenadas al azar o a lo idiota, pues tiene coherencia en su composición y clara repetición “ordenada”; creo que carece de patrones, salvo la constante repetición de números; y no tengo certeza alguna de la función de las diagonales y los guiones… Pero son muchos, ja-ja. Letras son pocas, y pienso son meros distractores o caracteres falsos.
Dudo mucho que el libro y el mensaje tengan relación para descifrarlo; elucubro podría tratarse de una nota, una anotación, un borrador de algún código, esperando no esté inconcluso, pero sólo son suposiciones; ya que también, es factible, no haya ninguna relación entre el cifrado y el enigma al reverso. Si tan siquiera me fuera tan fácil poder decodificarlo como me lo es imaginar disímil escenarios de trasfondo, como el modo en que llego a mí desde ser creado, ya lo hubiera resuelto. ¡Sera que mi materia gris es creativa o inventiva, mas no matemática o… lo que se necesite para esto!
Ahora bien, el libro fue reimpreso, en México, en octubre de 1999; esto me indica que el código sólo pudo ser colocado entre sus páginas no antes de esa fecha; porque bien pudo ser escrito con anterioridad a esa fecha, pero lo dudo, no luce muy viejo el lienzo. Me parece importante notar que el libro es “mexicano” puesto que muchos procedentes de España o Argentina, mayormente, llegan a la reventa aquí, o venta; sobre todo los viejos. Pero, volviendo al mal de mis placeres, bien podría tratarse de una transferencia casual de un libro extranjero a éste —¡Sí es que la imaginación no me para, joder!; igual y eso me impide resolverlo, ja-ja—.

¡Invitación!
Sé que no es gran cosa, o que aguarde una recompensa monetaria por resolverlo, pero la idea, el ansia, la motivación de saber que oculta este misterioso mensaje, y más que nada la gratificación de haberlo logrado, esa sensación quizá un tanto infantil, pero sumamente gratificante, pues se ha tenido éxito donde otros no, y más que nada por sobre sí mismo.
Mi desesperación, y frustración al tratar de resolver, éste que llamo el «Código Libro Añejo», me lleva a publicar esta entrada y hacerlo público, pues por sobre poder descifrar el mensaje por mis medios, deseo saber que contiene —tampoco es que me obsesione, cuando menos ya no tanto, ja-ja—. Por tanto, si alguien quiere colaborar o difundirlo para desenmascarar el misterio —igual y lo termina descubriendo el mismo autor, ¡algo que sería fantástico!, también—; resolverlo y compartir el mensaje seria genial. ¡Igual y espera un tesoro de aquellos tiempos post Revolución, ja-ja-ja!
Conforme avance la resolución, ya sea propia, o bien en conjunto con la comunidad —algo que espero así sea—, actualizare la entrada cuantas veces haga falta.


martes, 27 de septiembre de 2016

Mujer en la niebla

¿Está ahí ella, existirá siquiera, es real? Si la ves, ¿será mejor huir o… permanecer y mirarla, contemplarla hasta hallar su verdadera figura? ¿O es que es un simple sueño?


Mujer en la niebla


Apenas y te distingo, apenas y logro ver algo en la bruma; en esto que antes fueran nubarrones tempestivos que segaron mi visión, impidiendo ver el resplandor de un mañana, mientras luchaba por no ahogarme en la ciénaga de penas y culpas que se desbordaron sin remedio.
Inmerso en estas condiciones inclementes y desesperanzadoras, es que me pregunto si realmente existes, si no eres nada más que un espejismo, una ilusión efectuada por mí en este sufrido destierro, una proyección etérea de un deseo desesperado que terminara por torcerse en mi contra. Dime, ¿lo eres? ¿Estás ahí, aun ahora… cuando dudo de ti? ¿Cuándo mi corazón anhela vehemente, por sobre mis ojos y sentidos lo seas; lo eres?
Ronda en torno a mí, misteriosa amiga, confirma por sobre mi ceguera lo que clama mi alma, e impregna mis sentidos con tu presencia; has que mi olfato se deleite con tu esencia; que mis manos sientan tu gélido toque; y si al final lo deseas, que mis labios sientan los tuyos rosándose en armonía. Y demuéstrame así lo que mis ojos dudan y mi cuerpo percibe es real… cuando menos ahora.
Me cuestiono si tus palabras bastaran, si me embelesaran al emitirlas tu voz y con ello podre olvidarme de lo demás, de mis infinitos tormentos. ¿Es a caso que mi alma, en este cariz fosco, percibirá mucho más de lo que mis ojos captan al estar en tu presencia?, y así aclarar la imagen borrosa que miro ante mí de ti, mi querida. ¿Sera así?
No respondes a mis interrogantes… Quizá sea por qué no sé escuchar lo que expresas, o cómo hacerlo correctamente; ¿o prefieres el silencio indiferente, o, la voz parca de un alma cóncava; es eso? ¿Sera probable que mientras más pase contigo se facilitará el escucharte, el verte cómo eres realmente? Esta incertidumbre, superada mi paciencia o mi temple, ¿será?, me conducirá al despeñadero de la manía; caminando sin poder distinguir gran cosa en esta atmosfera tenue de visión y amplia en misterio y temor; ¿o me guiaras de la mano entre la penuria aciaga de este delirante lugar, llevándome de la mano por un terreno ya sabido por ti?
Supongo que no tengo más remedio que permanecer aquí, ¿a dónde más iría, que más haría?, y descubrir tu verdadera figura… ¡Después de todo, estoy casi seguro, yo mismo he creado esta niebla!


Si dejas de sentir… si dudas de lo que sientes, lo que en ti provoco, quizá, mejor será desvanecerse entre la bruma, y dejar el placer y el deseo en lo inconcluso de lo que hasta ahora se ha forjado. –Nota escrita para una despedida.

D. Leon. Mayén


Sin título
Fotografía del perfil, en Flickr, de Kasia
(Usada bajo la licencia Creative Commons)