viernes, 23 de diciembre de 2016

Cuando te miro

Cuando miro... cuando las miro... ¡cuando la miro!


Cuando te miro

¿En que pienso entonces? ¿Qué buscan mis ojos al rondar tu beldad?
En ti... A ti… ¡y más!
La curiosidad innata, inquisitiva, de mi mirar me guía a preguntarme indagador al verte, más allá de lo obvio y aparente, qué se oculta tras tus ojos, tu sonrisa o serio semblante, bajo esa cabellera que luces atrayente, al medio de tus oídos que, quizá como los míos, curiosos también escuchan de todo un poco, y eso que guía tu voz y todo lo que haces y eres: hablo de tu mente; pues eso somos realmente, mentes en cuerpos pulidos o erosionados; reflejo de lo que fuimos y somos… Mentes. Pues mis ojos y sentidos, instrumentados por mi cerebro, son guiados a buscarte constantemente; a veces temiendo me mires, otras directo y a hurtadillas de tu conciencia pero, siempre clamadas por tu notable belleza, y plagadas de mi curiosidad hambrienta de conocer.
Osadas veces me atrevo a imaginarte, recrearte estúpidamente en mi mente; pues escasas veces no impera la lógica y lo evidente en mi cabeza; sustituyendo entonces pensamientos fantasiosos sobre cómo eres por una cautivadora sensación interrogante, inquisitiva, preguntándome como eres en realidad, la vida, la historia tras de ti… oculta a la vista; entonces es que me arroba cada vez más el observarte, buscando ahora estúpidamente en mi mente descubrir por mi cuenta quién eres… porque sé sólo tú puedes decirme y mostrarme quien eres.
Es grato lo que perciben mis pupilas al observarte, al igual que mi mente al cuestionarme sobre ti, querida desconocida, pero más placentero seria lo que provocarías en el resto de mis sentidos si,  intimando un poco, cautivaras uno de ellos con alguno de los tuyos: si tus palabras me atrajeran sin remedio a ti, o si tu forma de ser me atrapara deseando no apartarme de ti por más que oponga resistencia… si… Tantas cosas que pueden originarse de ti. Por desgracia para mí, esto es poco probable que pase en cuestión de segundos, de un fugaz encuentro de nuestras miradas, ya que tan inquisitivo como soy, soy cauto y desconfiado por las cicatrices de un pasado distante; en proceso de secado, ja, ja.
Si por algún motivo te pudiera contemplar con constancia, y mis ojos se cansan… en mi mente moraras al ellos cesar. Y luego, quizá, con tiempo y trato, tú misma, de tu voz y actuar, me muestres quien eres; me permitas mirar dentro de ti… Bajo las prendas que te acobijan, por qué lo deseas así, no por qué lo quiera yo… ¡Mejor dicho lo anhelemos los dos con frenesí!; así pasen años, lustros o décadas, ocultándote de mí y yo buscándote entre miles… al mirar y mirar todos los días sin parar… Querida desconocida.



D. Leon. Mayén

jueves, 15 de diciembre de 2016

Un rostro cautivador

Casi seguro, todos, o casi todos, conocemos o sabemos de alguien así.

Un rostro cautivador


Ella… aquella mujer, que por su actuar y facciones más que mujer pareciera niña, sin serlo; ¡tal vez! sin pretenderlo; ella que cautiva con su sonrisa, embelesa con su voz… más bien su armónico canto, del cual pocos hombres pasamos de largo. Ni hablar de de sus ojos: intensos, fulgurosos llaman inclementes a los propios, una y otra vez.

¿Cuántas mujeres cómo ella? ¿Cuántos hombres atraídos ante su encanto?, sucumbiendo ante su beldad, candor e intelecto.

Estar ante ella es alentador, esperanzador; ¡incluso diría!, tentativo a arriesgar la suerte; pero de igual modo intimidante y enervante. Pues ella bien puede ocultar tétricas sombras bajo su sutil rostro y airosa actitud; sedantes, deleitantes al sentir del hombre, mas mortales para nuestros corazones. Qué bien ella como una preciosa flor, o resguarda y nutre el corazón, cual si fuéramos nobles abejas; o asfixia, estruja y devora, como hace la «Venus», apresando en su mortífero y agónico abrazo a cualquier «mosca» o incesto que ose aproximarse imprudente, tan cerca que no sabremos lo que ocurrió… ¡Aún así, como sea, bella, esplendorosa a su manera!

Embeber por una mujer así: ¡nereida o sirena!; es fácil, obvio o predecible en algunos de nosotros, ya que enajenados los sentidos y absorta la razón es difícil ver y sentir más allá de la ilusión de su encanto, bondadoso o perverso —quizá algo de ambos—; pero desenmascarado sólo con el tiempo; y no definitivo.

Y es que ella, no es como el ajedrez, blanco o negro, inocente o fría y calculadora al mover… Aunque tal vez sí. ¡Pero ella, por sobre todo es ella! Y para conocer, habrá que verla “jugar”: seguramente en ocasiones de lado claro, otras oscuro, como sus seguros secretos; además, requerido es bailar con ella, dejarse llevar, y guiar… mirar, sin nada pretender, que acontece en su compañía.

Mas creo, todo de poco vale, aunque útil sea, ya que ella opaca o translucida, como todos, gris es. Y gozar de su presencia, de su hechizante mirar y sensual presencia es, por sobre todo probable riesgo, lo esencial… trascendental.



D. Leon. Mayén

martes, 13 de diciembre de 2016

Acuosos y atormentados momentos

¿Qué es de la tristeza aunada al llanto? El sufrimiento interno, del alma, corazón o como quiera llamársele; pero siempre, y como sea, alojado en el pecho, dentro de él.

Acuosos y atormentados momentos


Mis ojos llorosos en días áridos… noches ahogadas en sollozos; entre momentos velados de dudas y deseos; pensamientos plagados de culpa y arrepentimiento; anhelos férvidos de cariño… un cariño antes familiar, ahora ajeno, lejano.
Sentires que aparentan no volverán, sino encarecerán, en suplicios de dolor y cólera por la soledad, el repentino abandono; de lo que bien pudo ser un amor como ninguno, un amor bienhechor, pues ahora me sofoco en mi lloro… por ese ausente querer; por ella, por mí que la desdeñe entonces y la sufro hoy… y para siempre.
Acuosos mis ojos; que cual espejo distorsionante reflejan la hondonada dentro de mi pecho, el desbordante dolor de mi alma… Gota a gota el corazón se me desgarra; rogando por una cura… una caricia esperanzadora que, quizá, alivie o sosiegue el avasallante pesar en mí…



D. Leon. Mayén