viernes, 26 de noviembre de 2021

Este dolor que no se irá

 Hoy, ella, cumpliría veintiséis años. En cambio… en cambio ya son más de diez.

Cuando pienso en ella, al menos ahora, aparece ante mí, con añoranza, gracia, pero a la vez con placer, el recuerdo de su rostro sonriente. Sus primorosas facciones gesticulaban la mitad del tiempo de ese modo, y la otra mitad en ellas se vislumbraba la nostalgia, la tristeza y el dolor de su alma. Siempre supo conllevar esos sentimientos, anteponiéndose a casi todo en la vida… casi todo. Ella era positiva tanto como podía, ante todo veía el lado positivo, y con algo de humor lo negativo.

Su fe era algo que entonces no compartía ni remotamente; no sólo en lo religioso, también hacia la vida misma.

A lo largo de estos años, cerca de estas fechas he hecho diversas cosas para honrarla. Desde un pequeño altar en Muertos hasta acudir a la iglesia a la que acostumbraba ir ella. Del mismo modo, algunos pensamientos y escritos sobre ella y mi pena he realizado en antaño. Recuerdo que en uno de ellos mencioné como la verdadera muerte es el olvido, y que recordar a los difuntos es honrarlos. Ahora también creo que hacer ciertas cosas que hacían es honrarlos, obviamente en las que creemos, las que se vuelven costumbre para bien y las positivas, desde formas de ver la vida hasta alguna manía o gusto en particular.

 

Jamás olvidare aquel momento, el momento en que me enteré. Fue un impacto enorme, dos frases muy usadas aplican para describir aquel momento: fue como un balde de agua helada y mejor siéntate. Fue tan repentino y horrible aquel suceso que la aparto de mí… de mí y de todo, que un tiempo después terminé por los suelos.

En un corto periodo de tiempo, en el cual se engloba su fallecimiento, también tuve que mudarme del que hasta ahora llamo hogar (en la actualidad, y a más de una década, sigo soñando con estar en él e incluso revivir grandes momentos allí), también mi abuelo falleció… un gran hombre. Todos estos eventos y algunos más me llevaron a sufrir de un trastorno obsesivo compulsivo, es algo que pocos saben, a pocos se los digo y a muchos menos les interesa sépanlo o no. Mucho me ha costado sobrellevarlo, pero lo he conseguido. Durante los primeros años, y en retrospectiva, es por ello que poco pensé en ella y su ausencia. El TOC en esos años iniciales fue un verdadero infierno, un aberrante lugar del que no veía salida alguna. Me sentí así cuando me informé sobre qué era lo que me pasaba; concluí qué si aquello era algo meramente psicológico, arraigado ya en mi mente, ¿cómo podría escapar de ello?

Años después es que la realidad de su muerte poco a poco me llevo de vuelta al abismo que es la depresión, al mar de la soledad y a la andanza en la desértica desesperanza. Jamás la volvería a ver, a escuchar, a sentir su presencia… Jamás podría decirle lo importante que era en mi vida, y se dice fácil y con mucha frecuencia, pero justo ahora desearía poder tenerla frente a mí y decirle como el conocerla cambio, y aunque fuera poco entonces, mi forma de ver y valorar a los demás; como desde que te conocí aprecio las pequeñeces de la vida y las minucias que nos hacen felices, entre tantas y tantas cosas más.

En este momento, con mis ojos acuosos, y como lo viví entonces, siento como la muerte, la ausencia, el desvanecimiento eterno y repentino de quien se ama duele, duele de forma desmesurada. Y no se va, no se irá, podrá aminorar, incluso ser llevadero, pero jamás se irá. El amor, un amor que emana y se guarece en el alma es el que se siente en el pecho, ahora lo sé; pues su ausencia también se sufre justo ahí. No por nada se dice que el amor y el alma se encuentran ahí.

La compunción, el sufrimiento y la pena me llevaron a tener que encarar lo más recóndito en mí, todo eso que está en muchos de nosotros y bien puede permanecer oculto por siempre; conviviendo entre ángeles y demonios es que uno puede o salir del abismo o… bueno, acabar mucho peor de lo que jamás podríamos imaginar.

Los recuerdos gratos, si bien dolían y me desquebrajaban el corazón y desgarraban la razón, a la vez me daban algo que no sé cómo describir más que como un poco de energía para seguir delante. Aún es así, por ello es que con nadie hablé o hablo sobre esto. En parte es también por la costumbre, con nadie he contado para superar y conllevar las putadas del a vida, y cuando tuve a ese alguien, a mi mejor amiga… la perdí. Eso hacía más grande mi sufrir, no poder contarle a ella lo mucho que me mataba su partida.

Al igual que el dolor no se va la ira puede hacer metástasis. Rabia hacia uno mismo, hacia el mundo y hacia quienes son responsables. Pero este sentimiento es más fácil de canalizar que el dolor.

En ocasiones siento que mucho de lo que era yo se fue con ella, para de igual modo no volver nunca. Si en el alma y el corazón una porción se desprende nada podrá llenarlo del todo, pues es a la medida de ese amor marchito, arrebatado de tajo, con abrupto; el corazón podrá cicatrizar, pero el alma o se encoje o se queda fisurada.

Vivir todo esto, pasar por esto pone tantas cosas en perspectiva… casi tantas como las que pone en tela de juicio. Las primeras te permiten avanzar mientras las segundas te frenan. La clave es encontrar un equilibrio y no volverse loco antes o después. De igual forma el dolor por el desamor debe ser un tanto equitativo, de no serlo desemboca en algo malo.

 

En la vida podremos amar a diversas personas, seres o lugares, todos ellos de forma diversa y variable en cuanto a intensidad y profundidad, pero jamás a dos del mismo modo, jamás. Si en verdad amamos debemos apreciar a ese alguien de verdad y con total sinceridad, sin hipocresía ni medias tintas. Es así que te digo, si amas a alguien de verdad piensa en como seria si de un momento a otro muriera, y si la forma en que la has tratado es acorde a como dices amarla. Es fácil enfurecerse con alguien y decidir, en el momento, que es mejor mandarlo todo al carajo, de la forma que sea, pero después y ante un acontecimiento repentino, los verdaderos sentimientos brotan y ese amor se transforma en dolor, sufrimiento y arrepentimiento que podrían durar hasta nuestro inevitable fin lacónico o prolongado. Lo mismo aplica en un sentido inverso, si amas a alguien que te ama piensa en el dolor que le causarías si murieras, lo digo pensando en eso egocéntricos idiotas que se creen que por que es su vida da igual lo que hagan o simplemente no piensan con claridad. Algo muy frecuente en la juventud.

 

Y es que el dolor de la muerte es cosa de los vivos. Muchas veces me preguntaba qué haría o diría ella en cierto momento o lo mucho que sé que le gustaría estar en ese momento y lo tanto que lo disfrutaría… como alguna vez la vi hacerlo en circunstancias similares. Cosas de la mente ante la añoranza.

 

Ya hace medio mes podía sentir que este mes sería “complicado” incluso pesado, por tratarse de su aniversario… Justo ahora no me siento tan sereno y centrado como quisiera. Decidí escribir esto para pensar en ella estos días, e inevitablemente han salido cosas, sentimientos y recuerdos que si bien no estaban enterradas si estaban asentadas en las aguas de la memoria. Porque el dolor nunca se va, y los recuerdos buenos y malos de un amor maravilloso tampoco lo hacen. Como dice la canción Amar es sufrir; y es que eso no le quita lo magnifico al amor, sólo lo hace lo más real, hermoso y humano de la vida… y espero volverlo a experimentar.

Aún ausente me hace mejor persona, y eso me da felicidad.

 

Quien ama de verdad llevará consigo ese amor hasta que su último aliento abandoné su cuerpo.

 

Ella era joven y bella… Y en el interior era infinitamente más bella.

 

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 D. Leo Mayén