domingo, 7 de agosto de 2022

Cuento corto - Pecados de sangre

 Ya pasó mucho desde que compartí un cuento aquí. 😅 En particular éste lo escribí hace ya casi cinco años, a finales del 2017. 😱😵 Entonces me ley toda una antología de Lovecraft; de ahí viene esta historia. Además, hablo de donde viví hace ya bastante tiempo.
 Debo destacar que esta historia se compagina en parte con una previa. Dejo aquí el link 😁🔗➡ Ojos Ominosos
 

Pecados de sangre

Al suroeste del Golfo de México, en la costa de Veracruz, donde desemboca el río Tecolutla en el mar —a 81 kilómetros en carretera al este de Poza Rica—, la relativamente tranquila superficie del rio fue perturbada por una espantosa creatura proveniente del infinito y oscuro abismos del mar. Morada de creaturas que, mucho más allá de estas costas y mares, surcan sin parar cada rincón del mar en el vasto mundo; sin frontera alguna para ellos, sin lugar que no puedan alcanzar para consumar su macabra naturaleza; asistidos por semejantes creaturas, aunque de naturaleza diversa, pero con la misma intención. Motivados por atávicos propósitos, e imperceptibles para el ser humano… su presa.

La creatura, tan larga como un caballo adulto —de nariz a cola—, asomó sus ojos: inmensos y ovalados, protegidos al zambullirse por una membrana nictitante; sin fosas nasales ni oídos visibles; de enormes dientes puntiagudos como agujas —de diversas longitudes— sobresaliendo desde su quijada, mas no del cráneo. Su torso, blanquecino y terso, muy terso, era dividido por un par de aletas anales apuntando hacia los costados; entre los amplios costillares tres hileras de branquias a cada costado, de igual modo, aunque pequeñas, en el cuello; sus brazos largos y terminando en algo parecido a una mano, de amplio tamaño, con una opaca membrana entre las falanges; cola larga de aleta caudal arqueada, vertical y amplia, y una aleta dorsal retráctil. En aguas poco profundas, de sus costados, cerca del comienzo de la cola, en pocos minutos surgían un par de extremidades de una sola articulación y tan largas como lo es el pie de un hombre hasta la rodilla.

Al parpadear la creatura sus parpados deflactaban la luz de las cercanías; dejando ver por fugaces instantes el brillo difuminado de las luces eléctricas en la costa, así como de las esporádicas embarcaciones a la distancia.

Contempló el entorno por largos minutos; luciendo sus largos y marrones dientes. De un momento a otro se sumergió, tan repentino como surgió.

Se adentró en el río a contra corriente; imparable y veloz. En la orilla norte del río, a la derecha del sentido en que nadaba, se escuchaba el bullicio de una muchedumbre reunida en un restaurante —con su propio muelle repleto de botes—. Celebraban desaforadamente entre música y gritos de gozo… Ignorando lo que a pocos metros de ellos se abría paso entre la calmada corriente como de costumbre. Un infante en el lugar, mientras su padre bailaba sosteniendo una cerveza en mano, señalaba justo a la cabeza de la acuática creatura, pues era la segunda vez que veía la reflexión lumínica de sus parpados; por más que halaba a su padre de las bermudas con marcada insistencia éste no le prestó la mínima atención.

Un par de pescadores —en la parte del rio que linda con el poblado de Gutiérrez Zamora—, aguardando por algo de fortuna, con sus cañas ansiosas por trabajar, se relajaban con el vaivén de la corriente, con la grata briza en sus rostros, fresca y revitalizante después de una larga jornada. Al ser sorprendidos por el brusco y fuerte sacudirse del bote ambos se dispusieron a indagar de inmediato en su alrededor que los golpeó.

—¿Qué vez?

—Nada, güey.

—Busca bien. Prende la lámpara —contestó el mayor de ellos, de cabellos crespos.

Movía la imponente linterna de lado a lado mientras su compañero de pesca hurgaba en el bote en busca del arpón. Se produjo un silencio en el que los dos hombres, como halcones, buscaron con la mirada, y con el arpón listo a tirar.

—¡AHÍ, ¡VERGA, AHÍ!  —vociferó a todo pulmón el portador de la linterna, divisando algo apenas y al alcance del intenso haz de luz.

Los dos tiraban de la cuerda con fuerza, pues era pesada su presa. El mayor de ellos ya saboreaba su presa, mientras que el otro por alguna extraña razón temía que se tratara de algo que no debía sacarse del mar, pues al divisarlo le pareció en exceso extenso para ser un pez, aunado al peso y resistencia que ponía. Al final ambos rieron descubriendo que era un voluminoso pedazo de madera yendo a la deriva.

La abismal creatura ya se encontraba a más de treinta kilómetros de donde los pescadores; pasando por Paso de Valencia a toda velocidad. Las distancias que alcanzaba con corriente a favor eran aún más impresionantes. En dos horas se hallaba justo donde el río deja de limitar Veracruz y Puebla; estando a unos miles de metros de Caxhuacan. Más tarde, donde se bifurca el rio, donde el ramal es visto con claridad desde el Balcón del Diablo —un mirador—, el abismal ser sin titubeos se escurrió hacia el norte, yendo cauto y despacio como en un principio; abriéndose camino por entre las corpulentas rocas y escasa profundidad del agua. Se arriesgaba a ser visto, incluso con la negrura de la noche sin luna, por algún pobre infeliz que anduviese vagando por la zona… El cual sería apartado en dado caso. El instinto, la voluntad férrea en su interior era lo que la movía, lo que le daba vida y razón de existir, eso la guiaba hasta su destino final, lo volvía un ser implacable e indetenible.

A mitad del trayecto, y ya que el río moría con dilatoria agonía y la luminosa luz del amanecer estaba por acariciar la vegetación, se acercó a la orilla esperado atento con las membranas protegiéndole de la tenue luz diurna —al aumentar la intensidad lumínica sus parpados le permitían mirar con claridad—. Un ave negra de pico en punta, plumaje y envergadura vistosa al vuelo, extendiendo con amplitud en abanico la cola y sus alas, se posó al margen del río a por agua. Entre tragos miraba alerta el entorno, previendo posibles amenazas. Más rápido que los reflejos del ave, una especie de tentáculo la caló, llevándola hasta las “manos” de la creatura. Ésta retiró su punzante lengua del pájaro y de inmediato se sumergió llevándola al interior de su espaciosa boca: era nada más que una cavidad, grisácea y sedosa, sin conductos hacia el interior; allí tan sólo se encontraba su larga lengua muscular y retráctil, que en parte se ocultaba donde en el hombre estaría el estómago.

A medio día, en el río, no quedaba nada más que una translucida membrana que, conforme pasaban los segundos, se diluía en el agua… hasta que desapareció por completo. Cuando se desvaneció aquella especie de tejido extraño, al poco tiempo salió disparada del agua el ave bruna; volando incesante hasta su más próximo destino… otro cuerpo de agua. La vida útil del huésped de la creatura era laxa, ya que empeñaba toda su vitalidad en llegar tan pronto como fuera posible a su acuoso refugio, preferentemente por la noche. Al arribar al cuerpo de agua que delimita parte de los estados de Tlaxcala e Hidalgo, espero paciente y repitió el proceso de despojo. Viajados poco más de cincuenta quilómetros, lineales —lo que volvía a sus aladas marionetas unas aves que surcaban el cielo como flechas, sin detenerse, sin cambiar de ruta según el viento, simplemente siendo un animal poseído al capricho y voluntad de su sombrío huésped—, el pájaro se dejó caer en picada en la superficie del embalse de agua conocido como “El Caracol", en el municipio de Ecatepec, Ciudad de México (hasta hace no mucho Distrito Federal). Desde ese punto… era un fluido amorfo e intuitivo y ya no la aborrible creatura que surgió del fondo del mar; era algo que… resultaba en el agua virtualmente invisible, ya que, si bien se desplazaba por debajo de la superficie, si emergía se perdía con la tonalidad que tubería el agua: fuera ésta clara e impoluta u opaca y espuria. De ahí se traslado hacia el sur, hasta llegar donde desemboca el Río de los Remedios para dar el último movimiento hasta su presa. Misma que desesperaba por consumir; anhelaba acallar el ansia que ésta le causaba, y sosegar su voraz apetencia de inmundicia humana por un tiempo.

Días tardo en llegar, arrastrándose a contra corriente y bordeando desechos, hasta el puente conformado por el periférico de la ciudad, en una parte de la “virulenta zona” llamada Naucalpan. Estando aún en el río de aguas negras, colmado de todo tipo de desechos humanos orgánicos, biológicos e inorgánicos, la creatura anidó bajo el puente por una semana entera, en un rincón en el fondo. Durante todo ese tiempo, niños, como habituaban, jugaron en los bordes del río, arrojando piedras, perdiendo alguna pelota o balón; a la vez que desde las chabolas al borde del río algunos arrojaron todo tipo de objetos: chicos, grandes y de cualquier volumen. Pero nadie imaginaba siquiera lo que a unos metros aguardaba, alistándose para surgir y consumar lo propio.

 

Hace siglos, en la antigua roma, un puñado de hombres aseveraba haber visto a la distancia un demonio de gran tamaño devorar a otro hombre; por la naturaleza del hecho la mayoría huyeron del lugar, y no para alertar a otros, sino a guarecerse despavoridos, sólo tres hombres permanecieron observando la aberrante escena, que si bien era lejana resultaba claro lo que ocurría. Desde entonces aquellos hombres, muy en secreto del resto de la comunidad, concluyeron que la víctima —de quién tan sólo quedaron sus prendas— había sido zampada a causa de los yerros de su padre, acusado de ladrón, violador y asesino ­—comprobándosele solamente la primera de las acusaciones y siendo penado por ello—, a esta conclusión se sumaba el hecho de que su hijo, el infeliz desaparecido en su totalidad, seguía los pasos del padre. Además de que no era la primera vez que se decía que algo exactamente igual había acontecido… Igual a como paso aquel atardecer. Entonces, cada que alguien desaparecía por su fama pecaminosa heredada del padre se escuchaba entre susurros, en boca de los más viejos, las palabras: Perversæ et impius pater peccator filius (Padre perverso y malvado, hijo pecador). Aquellos hombres, atávicos a estos tiempos…, no estaban del todo herrados en sus teorías y conclusiones sin pruebas tajantes. Tiempo después, en el medievo, basándose únicamente en pergaminos se aventuró a nombrar a la creatura Sugentem sanguine.

 

Al octavo día, en el fondo del negruzco río, la creatura había terminado de gestarse en su nueva forma. Pasada la media noche, un muchacho rondando los treinta y su joven novia disfrutaban de lujuriosos momentos ilícitos en la vía publica bajo el amparo de un grupo de tres frondosos árboles, cobijados por la oscuridad. A escasos metros de ellos se hallaba un pequeño espacio con aparatos públicos para ejercitarse; más allá y alrededor sólo pasto agreste. Donde se hallaba la pareja apenas y llegaba la luz del farol al medio del campo lindante con el río: con esto, quien fuera que mirara simplemente podía distinguir un par de perfiles apenas reconocibles, uno de ellos hincado y el otro de pie y de espaldas en uno de los árboles. Copiosos cables de energía eléctrica partían de lo alto del farol al medio del campo, tanto en dirección de las viviendas al sur del río, como al otro lado de la calle, y hacia las chabolas al borde del fluvial cuerpo de agua, y arrinconadas a lo alto de éste en dirección norte, todas ordenadas de este a oeste. La noche era callada en especial; de forma habitual cuadrúpedos domesticados dirigían la orquesta nocturna, los canes ladrando y aullando, aquejándose y charlando, y los felinos peleando o buscando pareja… más no esta noche, ni un solo insecto era audible. Absolutamente ningún ser vivo, conocido, se manifestaba de algún modo en las cercanías.

Aquello era como si… como si un amplio número de factores intangibles y recónditos conspiraran para que su víctima estuviera justo donde la quería, donde nadie pudiera socorrerla… o saber que ocurrió.

—¿Oíste? —dijo Jennifer María, tras limpiarse la boca con la manga de la sudadera.

—¡Qué! —protestó Brian. —No es nada ¡Tú síguele; ándale!

—Mejor vámonos —reiteró ella, no siendo la primera vez que temía que los descubrieran.

—¡Oh, que la chingada! ¡No hay nadie ‘horita! —emitió molesto, agarrándola del brazo con brusquedad. —No me puedes dejar a media ma… —calló repentinamente.

—¿Brian, Bri... —Jenny no pudo decir nada más pues tenía el cuello oprimido.

El pavor en Brian, más allá del provocado por no poder siquiera emitir un quejido, le impidió tomar la navaja que portaba en su bolsillo trasero, misma con la que había obtenido numerosos objetos y placer forzado; más que ver la enorme sombra que lo cogía, podía sentirla. Jennifer pataleaba y, más que nunca en toda su vida, buscaba poder gritar, gritar tan fuerte como le fuera posible, como sus pulmones y garganta se lo permitieran, tanto como el miedo que sentía… Pero nada pudo hacer para lograrlo. En cambio, fue vapuleada por el miedo creciente causado por ese grito potente que se ahogaba en ella, ya que, aunque no podía exteriorizarlo, ahí estaba. En cuanto el enorme demonio la liberó —cercano a los dos y medio metros de altura—, Jennifer intentó emprender la carrera, mas el demonio la cogió de la pierna, con su extremidad superior izquierda, la que asemejaba, igual que la derecha, una mano humana, simplemente que ésta sólo con tres falanges grandes y robustas; la opuesta muy semejante a la de un humano. Desde aquel momento la pierna entera de Jennifer le fue inútil; seguida por su otra extremidad cuando la creatura se la alcanzó. Brian, para ese momento, ya se encontraba al medio del campo. La creatura cerró sus ojos “convencionales” al frente de su cabeza —cobrizos, aceitosos, pequeños y muy sumidos con respecto a la frente—, al tiempo que abrió un par distinto, cada uno a un costado de la cabeza —donde en el hombre se hallan las sienes—, de forma elíptica en vertical y de color cian. Apenas y dieron un destello sus ojos laterales, tan intenso como una chispa naciente de metales en fricción, el alumbrado público en la cercanía murió. De un imponente salto el demonio calló sobre su desdichada víctima. Y volvió con ella bajo el árbol de igual manera.

Intentando arrastrarse desesperada, María fue privada de la función de sus brazos. El corazón se le desbordaba, se sentía desfallecer, mas el desmayo jamás llegó. Por cuestiones ajenas a su comprensión, comenzaba a ver con mayor claridad en la noche, permitiéndole observar con claridad alrededor… siendo lo último que sus ojos llorosos observarían; esto era lo único que podía expresar ella: un sentimiento desesperado reflejo de la colosal angustia en su pecho, en su mente: dando como resultado un horripilante llanto mudo. Bryan, en cambio, no experimentaba más que la ausencia de su voz y la de una pierna; ya que él era a por quien el ingente demonio venía, a por quien viajo desde las mismísimas profundidades del abismo, desde la infinita y perpetua oscuridad del mundo… y quería complacerse con ese momento. Luchaba por alejarse a pie, mas caía cada vez sin siquiera poder incorporarse.

Una efímera esperanza calmo con brevedad a María al estarse acercando su novio —y no por qué fuera directamente hacia o por ella, sino por qué hacia esa dirección se le facilitaba el escape—. María observó, tumbada de costado en la impúdica tierra, como el monstruo lo agarró por detrás de la nuca, lo hincó y, con las largas garras de su mano derecha, le perforó la garganta de forma ascendente hacia la quijada. Antes de que la sangre llegara a la base de su cuello, el demonio, de un tirón, le desprendió la cabeza de su lugar, provocándose algo tan horrísono como el grito que este hubiera dado apenas ver a la horrida creatura endemoniada. Sin perder tiempo, colgándole la cabeza de la espina dorsal, el demonio abrió la boca —amplia y hedionda con intensa repulsión; con encías y treinta y dos orificios dentales sin pieza alguna; goteante de una secreción espesa y turbia que gozaba de vida propia, subía y bajaba, se movía con libertad por sus fauces, cual pequeñas serpientes de agua ávidas y vivaces—, abrió la boca desplegando una especie de membrana con la que envolvió el cuello del pobre infeliz ya finado. La sangre que escurría por su piel y ropas se tornó fuliginosa y retorno hacia arriba. Succionando cada mililitro de sangre, el pecho de la creatura como su vientre y costados comenzó a hincharse de forma perceptible, contrayéndose y retrayéndose a ritmo marcado. Tardó segundos en succionar el vital líquido; durante lo cual sus ojos cobrizos y cian se abrían y cerraban —jamás estando ambos pares abiertos a la vez—, ilustrando con eso el extasiante placer que experimentaba la bestia. El serpentino fluido abundante en su boca comenzó a disolver cada uno de los órganos y huesos convirtiéndolos en una grotesca masa gelatinosa y viscosa, y tornando la piel seca y rugosa; el proceso se llevó a cabo sin apartar la membrana del orificio donde hace poco se hallaba su cabeza. La membrana se retrajo de vuelta a su boca velozmente apenas la retiró de su presa. Entonces, el demonio, sentado sobre sus piernas con el cuerpo apoyado en él, introdujo una de sus manos extrayendo la masa homogénea para llevarla hasta su boca, engulléndola con deleite, saciando ahora, además de su sed, su ansiosa hambre. De entre sus piernas comenzó a caer otra especie de fluido, sólo que éste aún más aberrante que el de su hocico, pues era nacarado y aunque similar al otro, como serpiente, éste tenía cuatro “cabezas”, dos delante dos detrás; raudamente se deslizaron no serpenteando o como gusanos sino como halados por alguna fuerza invisible hacia la piel y sangre esparcida por toda la cercanía, para, al asimilar la vital sustancia carmín, dividirse las cabezas y reproducirse por medio de mitosis. Al concluir su tarea, con la misma prontitud, retornaron hasta su amo. Desvaneciendo así cualquier rastro que pudiera quedar de lo ahí acontecido. Repentinamente, y gracias a su alimento, le surgieron dientes con premura. Tomó la cabeza, misma que puso a un lado de él, y de igual manera succionó la sangre, sólo que ahora no se diluyó nada al interior. En cambio, la piel de la cabeza, el rostro, la cabellera, etcétera, se desprendieron del cráneo cual mascara, mientras los globos oculares colgaban. Con su abominable mano siniestra sustrajo el cerebro, y teniendo entre ambas manos lo partió en dos, consumiéndolo de cuatro bocados; masticaba y mascaba hasta tragarlo. Por último engulló los ojos.

Al otro lado del río, un hombre de mediana edad, al tratar de encender la luz, y ésta no responder, optó por tomar la lámpara de mano junto a la cama, pero de igual modo no encendió; no lo haría ningún aparato eléctrico en las inmediaciones.

Desde una calle lejana se observaban aproximarse un par de luces intermitentes e intensas, una roja y la otra azul. Desde lo alto de diversas azoteas, tejados y rincones oscuros en la zona en tinieblas, “los vigías” del demonio lo alertaron sobre la aproximación de dichas luces: un considerable número de creaturas apenas inferior al metro de altura, de ojos ominosos, saltones e ingentes, negros y reflectantes de la escasa luz visible que a ellos llegaba; sacaban y retraían sus ojos de las cuencas mientras lo observaban todo, mucho más allá de lo que cualquier hombre o animal conocido podrían; vigilaban cada palmo de los alrededores sin que un solo detalle les pasara por alto.

Al llegar la patrulla policiaca —una pickup adaptada— a la esquina de la calle paralela al río, la creatura con premura se arrojó sobre María, quien hacía rato que había fallecido al no soportar más su corazón tan lóbrega situación; la piel de la creatura cambio de su tono opaco e idéntico a una costra recién formada en una herida, a un color más acorde con el del terreno cercano. La patrulla, como en algunas noches, pasó ese tramo sin más novedad, cumpliendo con su ocasional labor impuesta.

Al concluir con el mismo proceso de consumo con el cuerpo de María que con Bryan, el demonio saltó al agua junto con las ropas de sus presas, siendo lo único que quedara de ellos; ni siquiera una nimia escama de piel muerta o cabello desprendido… absolutamente nada quedo. El chapoteo del agua fue escuchado por algunos al borde del río. Lo que llevó a Herminio a asomarse a ver qué pasaba, pues no era algo normal un sonido como ese. Nada era visible con claridad desde río arriba donde se curva la corriente hasta el puente que cruza un tramo del Periférico de la ciudad. Sobre él, sobre aquel humilde hombre de familia, una de las ojonas creaturas le observaba con suma atención, sustrayendo y retrayendo los ojos al tiempo que, ocasionalmente, movía la cabeza de un lado a otro, cual perro atento; el demonio esperaba oculto bajo el agua a la espera de la confirmación de la creatura enana de que el hombre no había visto algo respectivo a él, por insignificante que fuera.

Aquella semana, por azares del destino, o quizá por demoniaca confabulación, una diluvial tormenta azotó el Valle de México: Distrito Federal y una parte colindante del Estado de México por igual; a tal grado que, por las intensas horas de copiosa y aparentemente interminable lluvia, el río de los Remedios, en diversas partes, se desbordo inundando numerosas casas y vitales vialidades. En el área donde hacía un par de días el demonio sació su hambre, específicamente en el puente que debió cruzar, el río tuvo la misma suerte. El caudal de éste era intenso, raudo y voraz; en él se podía observar como arrastraba muebles y objetos diversos —de forma curiosa, pelotas de disímiles colores y “estampados”—. Toda esta desdichada situación para los habitantes de la pecaminosa ciudad, resultaba, en cambio, sumamente favorable para la creatura, ya que en cuestión de horas pudo arribar al gran cuerpo de agua donde tomaría posesión de una nueva víctima alada para poder llegar paulatinamente hasta el abismal lugar de donde surge cada que una de las incontables congéneres y observadoras creaturas —nombrada no hace mucho por un desdichado muchacho, que por mera coincidencia pudiera y supiera como verlas, con el nombre de Ocuigens— encontrará a alguna víctima férvida heredera del pecado y propicia para ser consumida. Reposando hasta entonces en lo más profundo de alguno de los vastos mares de este, aún, misterioso planeta… junto a sus iguales.

A Jennifer y Bryan los buscaron por largas semanas familiares y amigos. Pero en una ciudad, en un país donde la desaparición de algún o algunos “don nadie” para la sociedad en general o que meramente llama la atención por un insignificante lapso de tiempo, sin importar cuán prolongado sea, prontamente se les dio por desaparecidos, presumiendo de la posible responsabilidad de algún grupo siempre organizado del crimen o la misma policía local; sobre todo por la inmunda fama del novio, quien claro, fue el principal y siempre conveniente sospechoso, como en cierto tipo de casos. Justo esto es lo que desde milenios aprovechaban estas infaustas creaturas demoniacas; ya fuera en lugares remotos hace miles de años, ya fueran guerras en tiempos más poblados, o cualquier oportunidad que tuvieran. Lo más tenebroso, lo más horripilante y diabólico de cada una de todas ellas era su evolutiva inteligencia superior —quizá no a la par de la humana, pero si tremendamente comparable—; su incomparable colaboración organizada inter-especies; la prevalencia y protección de su criptica existencia, y, sobre todo, la irremediable necesidad de alimentarse por la “especie dominante” en el mundo.

 

D. Leon. Mayén

sábado, 28 de mayo de 2022

Hacia la perdición en verdad

 Hacia la perdición en verdad

¿A dónde se va cuando no hay a dónde ir? ¿A quién se acude cuando se siente que nadie podrá ayudar? ¿Con quién cuando nadie comprenderá? ¿Y cuándo a nadie le importará?

¿Qué hacer cuando se siente que la razón se perderá? Si no es que ya se ha perdido. Claro que, en realidad, ahora, me parece poco claro discernir de lo razonable y lo insano; pues la locura muchas veces resulta ser la etiqueta impuesta por idiotas, otras veces por imbéciles y muchas más por pretenciosos arrogantes, en ocasiones disfrazados de profesionales, especialistas en su ramo.

Decirle a alguien perdido en esta vasta y caótica realidad, en esta agonizante y ambivalente existencia que se está con él o para él, no es suficiente para algunos. Si bien esa compañía o cariño, en apariencia puede bastar, podría ser que solo cubra ese vacío, que anestesie ese dolor palpitante. Si no es que agrave ese sufrir a largo plazo, ya que de ausentarse esa atención y comprensión brindadas… la caída puede ser brutal. Aunque, también abemos quienes difícilmente conectamos o sentimos un afecto genuino de los demás, incluso de los cercanos, pues somos seres atípicos; desde dentro nuestro hay cosas que no concuerdan con el estándar normalizado, con lo llamado congruente o razonable. Desde ahí, desde siempre para nosotros, el camino a la soledad, a la solitud y al sufrimiento interno y constante, con el tiempo se vuelve difícil de escapar de allí o que cicatrice del todo la llaga. Y es que hay miles de aspectos que, poco a poco, llevan a esto, desde aspectos de la vida como el intelectual, el emocional, incluso el espiritual, y de igual modo en el desarrollo como individuos. Se cree popularmente, si no es que hasta obviada, que los padres hacen lo mejor para procurar e incluso fomentar lo antes mencionado, pero la verdad es que no es así… En su mayoría, en el más alto porcentaje, padre es el que procrea, de forma voluntaria o involuntaria en muchas veces e irresponsable e idiota en la mayoría de ocasiones. Héroes de la humanidad deberían ser aquellos que son ejemplo de paternidad, madres, padres y quien cumpla esos roles a cabalidad.

¿Qué se hace… a quién se recurre… a dónde se va cuando la verdad, una gran verdad, se presenta ante uno mismo? Me refiero a esas verdades que se ocultan bajo capas y capas de hechos, acontecimientos irrefutables, voces apagadas o agonizantes, o bajo otras verdades, y también, si no es que sobre todo, bajo cientos y miles de engaños y mentiras; todo ello formando una argamasa que imposibilita a simple vista distinguir que es qué.

Me gusta creer que la única Verdad Absoluta es que no hay una Verdad Absoluta per se. Miles de millones de realidades convergen, fluyen y colisionan todo el tiempo, a cada instante; y así desde que el pensamiento y la razón existen; crean el caos y el infierno que puede llegar a ser la existencia humana.

Las verdades más contundentes y aterradoras, así como desesperanzadoras, de forma irónica a mi parecer, resultan ser las más inescrutables en su totalidad de hechos. Sin embargo, que se vuelvan algo asimilado por la mayoría, o mejor dicho aceptado, es cuasi imposible de concretarse (condición humana, supongo). Desde mi adolescencia he creído con fervor y convicción que nos “gusta” que nos mientan, mentir en sí. Es algo que culturalmente, quizá hasta como especie, se nos enseña y fomenta desde la crianza. Mentir y que te mientan; más una que otra, así como más proclive entre unos que entre otros. Haciendo a un lado patologías, costumbres y enseñanzas, la estupidez humana en contubernio, a veces, con la ignorancia, llevan a la mentira, el engaño y el embuste; aunque también es atribuible a la miseria humana. Resulta más fácil educar a un niño inquieto comprándole cosas o dejarlo hacer lo que quiera, a buscar y procúrale lo que en realidad necesita, y después creer o convencerse que se hizo lo mejor que se pudo; ese es el engaño, y a esto se aúna la vieja confiable y clásica nadie te enseña a ser padre o una tontería así que ahora no recuerdo como va con precisión. No es más que una simple escusa dada por lerdos, irresponsables y mediocres, pues si bien es cierto, actualmente y desde finales del siglo pasado hay miles de datos y cientos de investigaciones acerca de la paternidad, qué si algunos han sido refutados y otros obsoletos ya, ahí han estado y están. Pero, lo que considero fundamental es tener dos dedos de frente y tener empatía a la hora de ser padre, eso sí que puede hacer una enorme diferencia. Retomando lo anterior, también es más fácil callar y aceptar, auto-engañarse, que luchar por lo que se merece, sin importar las consecuencias del proceso o los resultados cuales quiera que estos sean.

El auto-engaño. Algo que oculta u obstruye nuestro acceso a esas verdades. Sobre todo a una que es primordial para llegar a ver otras, y es quien soy yo en verdad, quien he sido y quien puedo ser. Al ser algo que va más allá del ego, a veces es devastadora la respuesta, si no es que siempre. La realidad, y por ende la verdad, parten del yo, del individuo; tal vez por eso mismo convergen en conflicto tantas Verdades. Justo ahora creo que para consolidar una verdad como absoluta el método científico es vital. Los hechos tangibles y empíricos deben ser la regla. Pero bueno, en estos días la tendencia es que la realidad se erige de lo que a pequeños grupos ruidosos o de gran poder, en ocasiones ambos, les brota de los testes o de los gametos femíneos ultimadamente.

Ya desde mi infancia me surgían cuestionamientos curiosos para mi edad y entorno. Así mismo las verdades que ante mí se hicieron presentes se vestían de monstruos que más que solo desilusionarme, minaban mi vida, mi inocente esperanza, mi ilusión y goce por la vida. Ulteriormente, durante mi agonizante, pero ambivalente, puericia, mayores y más profundas cuestiones pululaban en mi cabecilla en desarrollo. Entonces, al tomar una desesperada decisión que hoy sé a la perfección fue para subsistir, sobrevivir, algo dentro de mí comenzó a anhelar respuestas. No les mentiré, las respuestas, no Verdades Absolutas, no pude concluirlas si no hasta hace poco, ¡pero!, de no buscarlas desde entonces no las poseería ahora. Las absolutas, que considero yo así, se han vislumbrado ante mí recientemente. Y tanto estas últimas como las previas a ellas, en verdad me han costado mucho obtenerlas, demasiado… no solo en tiempo y esfuerzo, eso al fin de cuentas es nada en comparación. El que llega a tocar una Verdad Absoluta es como a quien la Muerte se le aparece, nunca más es igual su vida, lo que le quede de ella; no es igual para todos, pero si revelador y lo cambia todo. Si se comprende así no es de sorprender la decadente situación por la que tránsito, y espero sea así, tan solo un transitar. Si bien no es solo por esto sí tiene su gran relevancia. Por otro lado, ¿qué hacer con la verdad cuando llega a ti? ¿Compartirla, divulgarla, guardarla y quizás enloquecer?

 

¿Qué hacen los viejos y las criaturas cuando no hay a donde ir, no hay quien los comprenda, quien los ayude, quien se preocupe en verdad? Esperan lo más cómodos y si puede plácidos el arribo de Tánatos ante ellos… Y después lo que venga, lo que haya allí.

 

UT 1653740115 

D. Leo Mayén