jueves, 15 de diciembre de 2016

Un rostro cautivador

Casi seguro, todos, o casi todos, conocemos o sabemos de alguien así.

Un rostro cautivador


Ella… aquella mujer, que por su actuar y facciones más que mujer pareciera niña, sin serlo; ¡tal vez! sin pretenderlo; ella que cautiva con su sonrisa, embelesa con su voz… más bien su armónico canto, del cual pocos hombres pasamos de largo. Ni hablar de de sus ojos: intensos, fulgurosos llaman inclementes a los propios, una y otra vez.

¿Cuántas mujeres cómo ella? ¿Cuántos hombres atraídos ante su encanto?, sucumbiendo ante su beldad, candor e intelecto.

Estar ante ella es alentador, esperanzador; ¡incluso diría!, tentativo a arriesgar la suerte; pero de igual modo intimidante y enervante. Pues ella bien puede ocultar tétricas sombras bajo su sutil rostro y airosa actitud; sedantes, deleitantes al sentir del hombre, mas mortales para nuestros corazones. Qué bien ella como una preciosa flor, o resguarda y nutre el corazón, cual si fuéramos nobles abejas; o asfixia, estruja y devora, como hace la «Venus», apresando en su mortífero y agónico abrazo a cualquier «mosca» o incesto que ose aproximarse imprudente, tan cerca que no sabremos lo que ocurrió… ¡Aún así, como sea, bella, esplendorosa a su manera!

Embeber por una mujer así: ¡nereida o sirena!; es fácil, obvio o predecible en algunos de nosotros, ya que enajenados los sentidos y absorta la razón es difícil ver y sentir más allá de la ilusión de su encanto, bondadoso o perverso —quizá algo de ambos—; pero desenmascarado sólo con el tiempo; y no definitivo.

Y es que ella, no es como el ajedrez, blanco o negro, inocente o fría y calculadora al mover… Aunque tal vez sí. ¡Pero ella, por sobre todo es ella! Y para conocer, habrá que verla “jugar”: seguramente en ocasiones de lado claro, otras oscuro, como sus seguros secretos; además, requerido es bailar con ella, dejarse llevar, y guiar… mirar, sin nada pretender, que acontece en su compañía.

Mas creo, todo de poco vale, aunque útil sea, ya que ella opaca o translucida, como todos, gris es. Y gozar de su presencia, de su hechizante mirar y sensual presencia es, por sobre todo probable riesgo, lo esencial… trascendental.



D. Leon. Mayén

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