Un rostro cautivador
Ella… aquella mujer, que por su actuar y facciones más que mujer
pareciera niña, sin serlo; ¡tal vez! sin pretenderlo; ella que cautiva con su
sonrisa, embelesa con su voz… más bien su armónico canto, del cual pocos
hombres pasamos de largo. Ni hablar de de sus ojos: intensos, fulgurosos llaman
inclementes a los propios, una y otra vez.
¿Cuántas mujeres cómo ella? ¿Cuántos hombres atraídos ante
su encanto?, sucumbiendo ante su beldad, candor e intelecto.
Estar ante ella es alentador, esperanzador; ¡incluso diría!,
tentativo a arriesgar la suerte; pero de igual modo intimidante y enervante.
Pues ella bien puede ocultar tétricas sombras bajo su sutil rostro y airosa
actitud; sedantes, deleitantes al sentir del hombre, mas mortales para nuestros
corazones. Qué bien ella como una preciosa flor, o resguarda y nutre el
corazón, cual si fuéramos nobles abejas; o asfixia, estruja y devora, como hace
la «Venus», apresando en su mortífero y agónico abrazo a cualquier «mosca» o
incesto que ose aproximarse imprudente, tan cerca que no sabremos lo que
ocurrió… ¡Aún así, como sea, bella, esplendorosa a su manera!
Embeber por una mujer así: ¡nereida o sirena!; es fácil,
obvio o predecible en algunos de nosotros, ya que enajenados los sentidos y
absorta la razón es difícil ver y sentir más allá de la ilusión de su encanto,
bondadoso o perverso —quizá algo de ambos—; pero desenmascarado sólo con el
tiempo; y no definitivo.
Y es que ella, no es como el ajedrez, blanco o negro,
inocente o fría y calculadora al mover… Aunque tal vez sí. ¡Pero ella, por
sobre todo es ella! Y para conocer, habrá que verla “jugar”: seguramente en
ocasiones de lado claro, otras oscuro, como sus seguros secretos; además,
requerido es bailar con ella, dejarse llevar, y guiar… mirar, sin nada
pretender, que acontece en su compañía.
Mas creo, todo de poco vale, aunque útil sea, ya que ella
opaca o translucida, como todos, gris es. Y gozar de su presencia, de su
hechizante mirar y sensual presencia es, por sobre todo probable riesgo, lo
esencial… trascendental.
D. Leon.
Mayén
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