martes, 27 de septiembre de 2016

Mujer en la niebla

¿Está ahí ella, existirá siquiera, es real? Si la ves, ¿será mejor huir o… permanecer y mirarla, contemplarla hasta hallar su verdadera figura? ¿O es que es un simple sueño?


Mujer en la niebla


Apenas y te distingo, apenas y logro ver algo en la bruma; en esto que antes fueran nubarrones tempestivos que segaron mi visión, impidiendo ver el resplandor de un mañana, mientras luchaba por no ahogarme en la ciénaga de penas y culpas que se desbordaron sin remedio.
Inmerso en estas condiciones inclementes y desesperanzadoras, es que me pregunto si realmente existes, si no eres nada más que un espejismo, una ilusión efectuada por mí en este sufrido destierro, una proyección etérea de un deseo desesperado que terminara por torcerse en mi contra. Dime, ¿lo eres? ¿Estás ahí, aun ahora… cuando dudo de ti? ¿Cuándo mi corazón anhela vehemente, por sobre mis ojos y sentidos lo seas; lo eres?
Ronda en torno a mí, misteriosa amiga, confirma por sobre mi ceguera lo que clama mi alma, e impregna mis sentidos con tu presencia; has que mi olfato se deleite con tu esencia; que mis manos sientan tu gélido toque; y si al final lo deseas, que mis labios sientan los tuyos rosándose en armonía. Y demuéstrame así lo que mis ojos dudan y mi cuerpo percibe es real… cuando menos ahora.
Me cuestiono si tus palabras bastaran, si me embelesaran al emitirlas tu voz y con ello podre olvidarme de lo demás, de mis infinitos tormentos. ¿Es a caso que mi alma, en este cariz fosco, percibirá mucho más de lo que mis ojos captan al estar en tu presencia?, y así aclarar la imagen borrosa que miro ante mí de ti, mi querida. ¿Sera así?
No respondes a mis interrogantes… Quizá sea por qué no sé escuchar lo que expresas, o cómo hacerlo correctamente; ¿o prefieres el silencio indiferente, o, la voz parca de un alma cóncava; es eso? ¿Sera probable que mientras más pase contigo se facilitará el escucharte, el verte cómo eres realmente? Esta incertidumbre, superada mi paciencia o mi temple, ¿será?, me conducirá al despeñadero de la manía; caminando sin poder distinguir gran cosa en esta atmosfera tenue de visión y amplia en misterio y temor; ¿o me guiaras de la mano entre la penuria aciaga de este delirante lugar, llevándome de la mano por un terreno ya sabido por ti?
Supongo que no tengo más remedio que permanecer aquí, ¿a dónde más iría, que más haría?, y descubrir tu verdadera figura… ¡Después de todo, estoy casi seguro, yo mismo he creado esta niebla!


Si dejas de sentir… si dudas de lo que sientes, lo que en ti provoco, quizá, mejor será desvanecerse entre la bruma, y dejar el placer y el deseo en lo inconcluso de lo que hasta ahora se ha forjado. –Nota escrita para una despedida.

D. Leon. Mayén


Sin título
Fotografía del perfil, en Flickr, de Kasia
(Usada bajo la licencia Creative Commons)

lunes, 26 de septiembre de 2016

Al otro extremo… Arrebato pasional - Parte 4, Final: Perdón u olvido; adiós o hasta nunca


Por fin, después de tanto, el final de esta, un tanto melosa, historia. Comencé escribiendo este cuento sin saber exactamente como o qué se desarrollaría o ocurriría en él; lo único que tenía muy claro era el trasfondo de todo, y no sé si lo transmití con claridad; es una idea, la observación que, desde hace años en mi adolescencia hice en gran parte gracias a mi primer amor, y es básicamente que de entre miles de millones de humanos en este planeta, la búsqueda y sobre todo el hallazgo de quien puede ser nuestro “amor verdadero, nuestra media naranja, alma gemela” se ve ampliamente limitado por una centena —y es poco— de factores y circunstancias ajenas e invisibles a nosotros. ¿Cómo se que ese ser hondamente afín a quien soy no está justo ahora en otro país del cual ni siquiera tengo plena conciencia de él? Quizá, pese a expresarse con otro lenguaje, otro idioma, seriamos perfectos juntos, claro apartando el hecho de la incomunicabilidad entre ambos; o por qué no, habla mi mismo idioma, y comparte algunos de mis gustos, de mis ideas, de lo que amo en esta vida —algo que anteriormente expresé brevemente en este blog, titulado: Lo mismo de siempre—. Es una idea que desde aquellos tiempos, cuando me cautivó, me ha parecido sumamente fascinante, complejamente matizada e incluso maquiavélica al explorarla con profusión; sumamente romántica como triste, gloriosa o penosa, todo dependiendo de cómo se vea, se interprete —al igual que la mejor cualidad de la literatura: ningún texto es el mismo, ni siquiera por quien ya lo haya leído, pues su percepción como él inevitablemente cambia—.
“La verdad es que no soy ruso”, ja-ja; la verdad es que no he estado en Londres, aunque sí, después de escribir esto deseo mucho ir; y es que los sitios que describo sencillamente en el cuento los he podido sentir, casi como estando ahí, cuando pregunte a una amiga remota sobre ese viaje que recordaba me contó había realizado. Escribiéndome y mandándome fotografías, pues es admirable fotógrafa y detallista observadora, así es que termine llevando a Leandro y Sonia a los lugares en que se conocieron de a poco. Creo que en la parte de la carta a Sonia… no ha sido mi mejor parte, y es que pasando por el sufrir de los “aniversarios” y el desaire de la vida me fue difícil hacerlo de otro modo. Sin más el final.


Al otro extremo… Arrebato pasional


Perdón u olvido; adiós o hasta nunca

En el hotel, el corazón entristecido, colérico y compungido de Leandro se dejaba llevar por las letras de la canción, su predilecta en momentos como este; cantaba cortada y atropelladamente en voz baja, carraspeando al vapulearle la tristeza y acallando mirando por la ventana —recargado en el escritorio sobre sus brazos cruzados y mirando de lado hacia la lamina de cristal humedecido por fuera—; cantando y sufriendo solo y sólo para él y su pesar:

Sometimes the sun shines cold
The road is lonely as I walk alone
In the sky the clouds are racing fast
It's becoming so cold outside
(…)
And
the clouds gather above me
(…)
As I stand in the rain of this cold day
Tears are the words when I cannot confess the pain
Time will heal
But I don't want to feel
(…)
Sometimes it's hard to let go
(…)
As I feel so cold inside
(…)” 1

1 Fragmentos de la canción: One Cold Day; de la banda: Lacuna Coil; de su álbum: Broken Crown Halo.
En su mente, su pensamiento intenso, brumoso e imparable, como él lo refería, sin cesar veía y sentía a Sonia, y al proyectar ideas con ella y sobre ella su mente se calmaba, apaciguaba la aceleración y desvanecía la bruma. Pasadas algunas más de esas esplendorosas canciones, de símil estilo y genero, la nostalgia y las preguntas se hacían presentes guiadas y motivadas por la letra de una canción que más tarde haría oír a su  espontanea amada:

“Are you the one?
The traveler in time who has come
to heal my wounds to lead me to the sun
To walk this path with me until the end of time
(…)” 2

2 Fragmento de la canción: Are you the one?; de Timo Tolkki (con la colaboración de Sharon den Adel); de su álbum: Hymn To life.
Llegó Tomás a la habitación, en el Hotel Strand Continental —a unos metros delante del extremo norte del puente Waterloo, en la misma calle: Strand, y a dos locales antes de Pizza Express—, siendo ya de noche, e interrumpiendo el cantar melancólico y las lágrimas de su amigo. A punto de pronunciar una frase muy a su estilo se contuvo al mirar a Leandro sentado en una silla bajita, al ras de la cama, cerca a la ventana, con un semblante circunspecto, mirada profunda y a la nada, moviendo de lado a lado los ojos en todas direcciones; transmitiendo todo él —y ya conocido por Tomás— un estado sombrío, reflexivo, existencial y taciturno, y que si bien pocas veces lo había presenciado, sabía que si se encontraba así su amigo era por una buena causa, y de peso, posiblemente más allá del apoyo que pudiera brindarle. Por ello, antes de atenderle fue al sanitario, pues sabía que no era algo que pudiera concluir en diez minutos. Tomás se sentó en la cama, y dijo:
—¡Ahora qué! —Al Leandro callar, insistió—. ¿Qué pasó con la chica con la que te fuiste? Obviamente no pasaste aquí la noche. ¿Qué paso? —Leandro posó su mirada sobre Tomás, mirándole con gravedad.
—Lo que pasó es que me quede dormido. Estaba tan cansado; no dormí desde que bajamos del tren —divagaba—; dormí en el avión, luego de camino a ver a tu padre, y apenas en el tren.
—¿Y entonces donde pasaste la noche? —cuestionó Tomás desconcertado.
—Pase la noche con ella —decía con la mira pérdida—. Con Soñichka —Suspiró.
—¿Quién?
—Me pase todo el maldito día mintiéndole, haciéndole creer que era otro; una simple ilusión en su mente. Ni siquiera por la mañana tuve el coraje para decírselo —Hizo una pauta, miró al techo y prosiguió entre risas de aflicción—. Y ahora… ahora estropee la única oportunidad que tenia de saber su sentir por mí.
—¿Sentir? Creo que no comprendes cómo funciona el sexo casual… de una noche.
—Seguramente mañana no irá… La deje plantada. Lo estropee todo, Tom. El Universo me puso, ¡me dio!, una oportunidad irrepetible, y no supe apreciarla, la desperdicie dejándola ir. ¡Debería arrojarme por la ventana! —dijo mirando a Tomás; y Tomás observó un gesto extraño en su rostro, que le llevo irremediablemente a compadecerse de él, al verlo así, con un gesto que demacraba su semblante.
—Sabemos que no lo harás. ¡Anímate, hombre, mañana iremos al museo de Sherlock Holmes y luego a por fish and chips! —anunció con ánimo.
Leandro siguió, buscando desahogarse con cada palabra, cada vez más intensas, coléricas, de sentir mas no de significado.
—¿Recuerdas que cuando me invitaste a venir, te dije cientos de motivos… cientos de peores cosas, ¡tragedias! que podían suceder? Terrorismo, la caída del avión, el descarrilamiento del tren, terminar presos o inculpados de algún delito… Y ninguna de ellas es la que me ha ocurrido. —Casualmente, sirenas sonaron.
—¡SIDA! ¿Eres imbécil o qué? Debiste… —Leandro le calló con una mirada apabullante.
—No dejo de pensar en ella. Incluso, tal vez por la intensidad del día, he soñado todo lo que hicimos, desde el museo hasta anoche. De todo lo que pudo pasar —proclamó solemne—… Insististe mucho por que viniera, y me negué rotundamente hasta que…
—Hasta que dije que iremos al museo de Sherlock Holmes y luego a por fish and chips; por eso, párate y vamos. Olvídate de…
—¡NO, MALDITA SEA! ¡No quiero ir a ningún lado! No entiendes como me siento. No puedes comprender, ¡por qué no tienes la inteligencia para ello!, que tú tal cual eres irremediablemente para bien y mal, no puedes más que relacionarte con alguien como tú, si bien te va; y como todos. Eres, no te ofendas, pero alguien promedio, mundano, la media…
—Ya entendí —pronunció indiferente Tomás, sabiendo sólo buscaba desahogarse de esas ideas, pensamientos y perspectivas que desde su puericia le llegaban a atormentar sin remedio.
—Yo, en cambio —pronunciaba andando por la habitación—, soy alguien atípico, raro, al ser medido por la media popular, ni mejor ni peor… Aparte. Y he encontrado a alguien… que me ha extraído de toda expectativa sobre lo que puedo buscar o esperar en una mujer; y sufro por saber si siente algo, por lo menos diminuto, como yo por ella —Suspiró, se calmó, y prosiguió pesaroso—. Sabes que no me interesa una relación mundana; me es insostenible. Lo único que quiero es… Mi vida será triste y miserable —musitó.
—¡Sabes que, YA CÁLLATE!  Siempre lo mismo contigo. ¡Cállate y vea a buscarla si tanto es lo que quieres! Déjate de estupideces y ve.
—No recuerdo donde vive. Subimos al taxi y dijo algo de «sex»… y me bloquee, no recuerdo más, me puse nervioso. Me llevó pero no…
—¿Cómo es posible que no recuerdes? ¡Pasaste la noche allí!
—¡Porque no soy  un maldito prodigio de la memoria; estoy muy distraído por ella, y no he dormido como debería! ¡Y tampoco soy un estúpido personaje de una película, con algún idiota escribiendo todo lo que pasa, digo o hago, de ser así “llegaría como por arte de magia hasta su puerta, montado en un corcel con alas y diez mil FLORES”! —Azotó la puerta, y fue a caminar.
Al poco tiempo, mientras Tomás miraba un partido quejándose ante la pantalla, Leandro volvió y dijo apenas y asomando la cabeza por la puerta:
—¡Iré a buscarla! Creo poder dar con el lugar —anunció animado y desapareció. Siendo seguido por Mr. Thomas. No tardaron en volver por la tormenta que se acrecentó, misma que comenzara antes de la llegada de Tomás al hotel.
Cerca a la madrugada, ulterior a cenar en el restaurante del hotel, insomnes, Leandro por la particular situación en que se hallaba y Tomás indigesto por atiborrarse de comida, charlaban cada uno desde su cama, entre eructos y disculpas de Mr. Thomas; alumbrados por la lámpara de noche.
—Si no hubieras venido —revelaba Tomás—, mi padre me hubiera dado una miseria para gastar, y me la pasaría en su lujosa y aburrida casa. Diciéndome: «Hijo, si vivieras conmigo sería diferente».
—¿Has considerado irte a vivir con él?
—No. Así estoy bien; me gusta mi vida así. ¡Y mi madre no me lo perdonaría! Dime, ¿cómo es ella?
—¿Quién, Sonia? —Tomás afirmó guturalmente, previo a un eructo y una disculpa—. Ella —pronunciaba con añoranza en la voz— es… inteligente como pocas, observadora como ninguna, introspectiva y reflexiva; yo diría brillante en todo el sentido de la palabra.
—¿Y qué tan “atractiva”?
—¡Sabes mi ver sobre ese tema!
—A-h-g-g. Ya lo sé —decía Mr. Thomas con hartazgo y mofa—. ¡La belleza es subjetiva, y muchas veces superflua, todo dependiendo de…! Bla-bla-bla. Bla.
—¿Dime como te pareció a ti? —cuestionó Leandro impetuoso; sosteniéndose la cabeza con el brazo.
—M-m-m. Pues… guapa…
­—Justo a eso me refiero. De haberte parecido atractiva, muy atractiva como te gusta, hubieras hecho todo lo que se te ocurriera para engatusarla y que fueras tú con quien saliera. ¡Y para mí, para mí es la más bella de todas, la más preciosa mujer que sé que hay —Diciendo esto, Leandro pensaba en ella, en su figura, recorriendo en su mente cada palmo de su cuerpo, desde sus cabellos hasta… Hasta tal punto de tener que voltearse—. Su prima, Lucilda, con quien iba acompañada; seguro que se entenderían ambos —Esto llevó a Tomás (después de repetir su nombre hasta ahora ignorado por él), como en repetidas ocasiones, a preguntarse como demonios llegaba a esas observaciones; pues era imposible que supiera que toda la noche en el bar estuvo tras ella.
—¿Por qué llegas a creer eso? —indagó con disimulo. Leandro estiró sus brazos hasta no más poder, abrió la boca ampliamente y bostezó.
—­Por lo que dijo Sonia de ella. Además, mientras lo hacía me vino a la mente Maritza.
—Maritza ­—balbuceó Tomás—. Sí, ¿pero cómo lo haces, como llegas a decir que congeniaríamos? —preguntaba ansioso, buscando una esperanza, que su amigo le diera alas o solo le animara.
—Simplemente, es cotejar hechos, datos, y extrapolarlos también; y un don o instinto, supongo. Ja-ja.  Por ejemplo, Lucilda me recuerda a Maritza porque, según entendí, al igual que a ella le gusta hacerse del rogar, que los hombres la persigan y le rueguen por una mirada; más o menos. Y a ti, desde que te rechazara Maritza sigues con esa espinita en el ego; y después frecuentabas buscar relaciones de ese tipo. Y también, puede que le gusten los hombres como tú, que le llenen de regalos y toda esa parafernalia en busca de su aprobación. ¡E inmadura como tú, además; por lo que oí, eso deduzco! Pero, ya sabes es mi sexto sentido, ja-ja. Es cosa mía, a saber si es así realmente. Oh, y ambos son juerguistas por vocación; cuando llegó a su «depto.», Sonia me dijo que seguro estaba «como una cuba».
—¿Cómo una cuba?
—Sí, hombre; cómo un barril… llenó de alcohol. ¡Hasta atrás!
—¡Oh, ya!
Mr. Thomas contemplaba el techo reviviéndolos acontecimientos de la noche anterior en el bar, mayormente encajando lo que decía Leandro de ella, ya que en ningún momento, en sus repetidas e imparables incursiones seductoras, Lucilda le desairó rotunda y tajantemente, sólo le decía que se fuera y le dejara, y al volver él le dejaba estar con ella para después correrle descaradamente. Pero, sobre todo recordaba cómo, al beber de su trago, le mostraba claramente el pirsin en su lengua antes de beber.
—¡Seguro tienes razón! —dijo Tomás con convencimiento y volteo a mirar a Leandro en busca de su respaldo, pero ya dormía.
En el apartamento de Lucilda, ella miraba, sentada desde la cocina mientras terminaba el desayuno, a su prima dando vueltas de un lado a otro del recibidor, para sentarse en el sofá a abrazar el peluche rojinegro, e inmediato tomar la carta de entre las páginas del libro que también le obsequiara Liev… Leandro, y la leyera por enésima vez.
—¡Joder, Soni! ¡Ya estás con las lágrimas otra vez! Olvídale de una vez. No seas pringada; no te merece ese cabronazo embustero y pretencioso ¡Seguro que es un orate; por lo que pone! —Lo que llevaba a Lucilda a decir esto, por sobre Sonia que le ignoraba desde hacía rato tras discernir en opiniones, eran sus emociones encontradas, mayormente celos inmaduros, retoñados al Sonia leer en voz alta la carta ante ella —siendo la  segunda vez que la leyera—. Lucilda había sido de ese modo toda su vida; algunas veces incluso, llegando a disuadir, y sin verdaderos justificantes, a Sonia; sobre todo en el instituto.
Lucilda termino el desayuno y se marchó al trabajo, como vendedora en el establecimiento debajo de los departamentos; pero no sin antes advertir a Sonia: «¡No le iras a ver si no he vuelto; no vayas sola!».
Durante el desayuno, a medio día, en la pizzería a dos locales de la angosta entrada al hotel, Leandro y Tomás devoraban rebanada tras rebanada. En un intermedio, ya que la pizza no era grande, Leandro dio a Tomás un obsequio: un dispensador de dulces, grande y siendo un M&M azul motociclista. Tomás, por su parte, sacó del bolsillo interno de su chaqueta parda un pequeño estuche angosto y alargado y lo entregó a Leandro; y este dijo con dramatismo emulado:
—¡Hacia tanto que no me obsequiabas nada! —Al abrirlo y mirar su contenido: una pluma fuente con la leyenda «Semper fi»; cambio el tono de su voz a uno lleno de gratitud al decir—: ¡Gracias, Tom! —Y cortado al decir— Pero la frase, m-m-m.
—Ya sé; nada más se me ocurrió.
­—¡No creas que no me gusta; es muy bonita!
—¿Y los dulces? —preguntó asombrado, revisando el dispensador con sus algo regordetas manos. Leandro calló.
—¿Y la tinta? —Ambos rieron. Y continuaron conversando haciendo tiempo hasta la hora esperada.
Por la tarde, Leandro aguardaba la esperanzada llegada de su amada Soñichka, sentado en una de las mesitas de madera angostas y alargadas, curvadas en los extremos; cerca, y de espaldas, al busto con la leyenda «Cunningham 1883-1963», al pie de la baranda en la esquina derecha de las escaleras principales de la plaza; asiento perteneciente a Café on the square, establecimiento “oculto” en Trafalgar Square, y donde pidió un smoothie de mango y un brownie de chocolate, ansioso por la espera. El día era fresco, grato a los sentidos, y nubloso en ambos sentidos, por ahora; pocas personas deambulaban o turisteaban por la plaza; a ratos el ambiente le resultaba desesperanzador, tanto que Leandro comenzaba a convencerse que no vendría ella. Miraba de un lado a otro, barriendo con la mirada la plaza, yendo de persona en persona, y girando en ciento ochenta grados buscando apareciera por cualquiera de las escaleras a los costados.
Inadvertidamente Sonia se sentó a su lado, sin darle tiempo a Leandro a advertir su llegada, siendo que, desde hacía unos minutos le observaba desde las sombras —las sombras de los árboles al borde de la plaza—; se aproximó rodeando para descender por las escaleras y aparecer abruptamente ante él, sorprendiéndole. Mientras que Leandro sonreía con esplendor y se sentía jubiloso, pero a la vez nervioso —como hacia tanto, en su infancia—, Sonia de inmediato tomó asiento, se cruzo de piernas, y giró su cabeza en dirección opuesta a Leandro, resultando en quedar oculto su rostro por su peinado.
—¿Quieres un smo-o-di? —preguntó a Sonia, esperando le pareciera divertido y aceptara, y romper el hielo.
—¡No! ¡No quiero! —respondió de inmediato, fríamente—. ¿Por qué me mentiste?
—¡Por qué soy un idiota, Sonia! Te ofendí y espero me puedas perdonar; sólo pido tu perdón… no me interesa si no quieres saber nada más de mí.
Tomás, sentado en las bancas de piedra, al borde de la plaza, se percató de algo curioso; acercó la mirada y entrecerró los ojos al hacerlo: una mujer con lentes obscuros y una pashmina, mascada, o a saber que, en la cabeza, les espiaba recargada en el borde de la baranda, sobre ellos. Tomás se dirigió hacia dicha mujer; para al llamarla, Lucilda emprender la huida.
—¿Si te perdonara —decía Sonia— de qué me serviría? —Leandro buscaba que responder—. ¡Olvídalo! Dime, ¿qué es eso de que soy tu contradicción?
—¡Eres mi contradicción, Sonia —Le tomó la mano y se la besó. Y mientras lo hacía, Sonia le miró sin que él le viera, evidenciando sus risueñas facciones; mismas que ocultaba tras su peinado y cada vez que él buscaba sus ojos; ya que ahora ella quería verle la cara haciéndole creer estaba disgustada—. Mi contradicción porque contigo soy opuesto a lo que soy, no sé con total claridad lo que digo, lo que hago y lo que pienso; y me pregunto por qué lo hago así sin más, pero al final me da igual. ¡Por qué la vida que pensaba tendría de manera solitaria, y me aseveraba sería la que mejor me acomodaba, ahora la aborrezco, la desconozco, pensando que mi vida sin la tuya en ella no vale nada; la desdicha y mediocridad se apoderarían de ella sin remedio al dejarla menguar, sumergiéndome en una vorágine decadente en depresión y melancolía sin fin. Pero sobre todo —decía con desesperada voz—, más que mi contradicción, eres mi vendita maldición —Sonia estuvo a punto de voltear estupefacta—, porque de todas las mujeres en esta vasto mundo, de todas las latitudes, de todas las posibilidades… De entre todas —Besó su mano—, la que despertó estos sentimientos que me atormentan eres tú… The only one... La que me arrebató los sentidos y el corazón de un tajo apenas la bese, la que ahora significa todo lo que quiero —pausó su declaración, contemplándola esperando lo volteara a ver—. Volviendo a lo anterior… sé con certeza que no es correcto, sano o esperanzador sentir esto por ti y de este modo, pues me iré y no te veré de nuevo; pero, mi amada Sonia, no me importa, no me importa en lo absoluto si termina por matarme o enloquecerme este amor que te profeso con arrebato, que me consume desde dentro agónico por tu aceptación y reciprocidad.
­—Ah, sí…  —pronunció con voz trémula— ¿Y qué harías para ello? —cuestionó esforzada a mantener estable tono y actitud.
—Primero esto que hago. Después… no lo sé. Pero te diré lo que estaba dispuesto a hacer para hallarte —exclamaba sin soltar su mano—. Anoche mientras sufría sin parar por haberte fallado de nuevo, al no acudir al parque; que espero no hayas ido…
—Fui. Pero continúa —articuló con desdén. Leandro enmudeció brevemente; Sonia sentía su congoja mediante el tacto de su mano—. Durante la madrugada, charlando con Tom, pensaba en cientos de maneras a las que recurriría para encontrarte…
—¡Dímelos, dímelos y tal vez se me pase el cabreo… No lo sé!
—Pasaría horas y horas buscando los perfiles en redes sociales de Lucilda, y en ellos buscaría indicios de donde vivía antes de mudarse a Londres; previendo no quisiera ayudarme.
—¿Y por qué no los míos? —cuestionó investigadora.
—Por qué… esos no los revise en tu celular; ni siquiera me atreví a abrirlos —Sonia, carraspeó suavemente e inclinó la cabeza ocultando su reacción.
—¡Ya había olvidado lo del móvil! Es algo grave; ni a mi padre se lo perdonaría.
—Y si conseguía —prosiguió esperando convencerla— ubicar el lugar, encontraría el modo de contactar contigo, buscando por internet y haciendo llamadas a lugares locales esperando alguien supiera de ti; si no me quisieras responder al contactarte…
—­Y cuando supieras eso, ¿QUÉ?
—Yo viajaría a verte, vendería todas mis posesiones con tal de hablar contigo, en persona, solamente así tendría esta conversación contigo, ni por teléfono. Aunque fuera para que me patearas por disgusto. Si no pudiera… —Sonia ya no lo soportaba más.
—¿Qué harías ahora para que te perdone?
—¡Lo que me pidas y más, Sonia! ¡Dímelo y lo hare!
—Vale. Ponte de pie. ¡Venga, hazlo! —Leandro obedeció sus instrucciones— Quédate ahí. Ahora abre las piernas y presiona con los pies la sombrilla (una sombrilla larga), las manos detrás y cerrando los ojos voltea hacia el cielo —Antes de que cerrara los ojos, Sonia flexionó la pierna, con ardid, calentando—. ¡Ciérralos, ciérralos! —Leandro lo hizo y mascullando se encomendó a Dios—. ¡No mires!
—¡Sabes, si me piensas perdonar esto no será bueno para nuestro futuro! —gritó Leandro al mirarla alejarse un par de metros, tomando cerrera—. ¡Dios!
—¿Listo?
—¡Sólo hazlo! —Inhalaba y exhalaba hondamente.
—¿Estás seguro que lo vale; mi perdón por tus… nueces?
—Si no hay de otra.
—¿Tanto te importa lo que yo piense de ti?
—¡Sí; y aún más lo que sientas!
—Entonces te perdono —dijo Sonia, de pie frente a Leandro, tomándolo de las sienes y plantándole un beso intenso­—. Y —decía apenas separando sus labios— yo… también… Creo.
­—¿También qué? —preguntó él apartando su boca.
Sonia le miró, le tomó la mano y se la besó. Leandro tardo un poco pero, cayó en cuenta de lo que eso significaba, lo que quería expresar Sonia.
Al girarse para volver a la mesa, tomados de la mano, Tomás estaba a media escalera, fatigado, exhausto y sin aliento; pues corrió a toda prisa desde mitad de la plaza al ver lo que ocurriría, buscando salvar la progenie de su amigo, y dejando a Lucilda en el borde exterior de la plaza —con quien caminaba conversando sobre los dos tortolitos— mirando con placer el sádico y masoquista espectáculo esperando se consumara. Tomás hizo un ademán de menospreció con la mano y se sentó en los escalones apoyándose de la baranda en estos.
Sentados, Sonia dijo:
—Toma —Mostraba a Leandro su libreta, asiéndola entre sus dedos abanicándola— Muy interesante lo que pones. Te la has dejado en el piso —Leandro, primero sorprendido, rió con ironía.
­—¿Quieres otro smoothie, Sonia? —preguntó a su amada, estando sentados a la mesa, tras engullir la mitad restante en el vaso.
—Sí, sí quiero —expresó Sonia frunciendo la nariz. Mientras él la tomaba de la mano entrelazando las de ambos, oprimiéndola y meneándola con cariño, mientras miraba sus refulgentes ojos, reflejo de sus emociones a flor de piel—. Llámame Soñichka 3Liev —Ambos sonrieron, rieron y disfrutaron la compañía del otro, entre apapachos, besos apasionados, arrumacos azarosos, caricias discretas.
3 Soñichka: diminutivo afectuoso de Sonia: pronunciado Soñia en ruso.
Por la noche recorrieron Londres acaramelados, abrazados, y de la mano; no al principio, pero sí al retomar la confianza pausada desde su noche amorosa, su noche; y que revivirían antes de despedirse, más intensa, más expresiva de su amor. Durante los días subsecuentes fueron a diversos lugares, primeramente en compañía de sus chaperones, a algunos bares y lugares propios de los gustos de estos, y conociéndose un poco mejor todos; y abandonándolos en un descuido para deambular solos. Yendo a comer fish and chips y visitar el museo de Sherlock Holmes, subir al London eye ; pero sobre todo preferían lugares donde pudieran tener una relativa privacidad, para hablar, y  bueno, besarse, entre expresarse las palabras más bellas que alguien les dijera o susurrara al oído.
Ocultaban ambos, evadían, tanto de forma propia como exterior, discutir, pensar o plantear lo que pasaría inevitable al concluir su visita a la vibrante city of London; y Sonia se olvidó de todos los planes que hiciera para su estadía, sabiendo que Londres seguiría ahí el próximo año, o cuando volviera, mas no tenía ninguna certeza de que sería de su amado Leandro, de ellos dos. Preguntándose en la soledad de las noches, leyendo y enamorándose del libro que le regalara su bienquisto amado, si esto, lo que vivía, sentía con vehemente pasión y agudos sentimientos… si él sería un principio, o sólo se trataba de un mero final esporádico y breve, pero magnifico en su vida.


D. Leon. Mayén
Al otro extremo… Arrebato pasional - CC by-nc-nd 4.0 - D. Leon. Mayén

Nota:
El final. El final puede ser claramente un cliché de tantos en este tipo de historias, y lo sé perfectamente; por ello considere, al escribirlo, otro posibles finales, como que Sonia no acude a la cita, o juega con él, pateándole e irse, y la que más me ha tentado es en la que el tren en que viajan sufre un atentado, y en consecuencia todo es una alucinación comatosa de Leandro, creada en su mente agonizante buscando desesperado paz en un estado incierto entre la vida y la muerte, por ello en una parte he puesto, “(…) Y ninguna de ellas es la que me ha ocurrido. —Casualmente, sirenas sonaron.”.
Pero al final, por mucho realismo que se le imprima a las cosas, sé que todo lo escrito es claramente ficción, aunque algunos “muy listos” no lo capten así; pues siendo una ficción y más algo claramente romántico, lo que se espera muchas veces al estar, sentirse, inmerso en una historia, como me ocurre al escribir o leer, es que todo salga bien, porque estoy seguro ya son suficientes las putadas del mundo como para que además no se creen o disfruten de bellas historias con finales positivos al tratar de emular la mierda que se crea en esta vida, —y no es que no disfrute del realismo en las artes narrativas o creativas, al contrario lo agradezco, pero no siempre resulta elemental—. Y sinceramente me he llegado a cansar de escribir sobre tanta muerte y desgracia —cosas que no publico, y no por pervertido sino por apostarle en mayoría—.

Debo confesar, incluso al escribir ciertas partes, ja-ja-ja, he fantaseado ser Leandro, y más de una vez en el proceso, muy a parte de ayudarme a que fluyera la historia, más por placer propio que por otra cosa, ja-ja. Y es que muchos clichés románticos, parten de esos deseos hondos de que todo irá bien, y así, permitirnos escapar fugazmente de lo que seguro no será, soñar por unos instantes, incluso que somos otros, que llevamos otras vidas —otra de las gloriosas bellezas de la literatura—.

viernes, 23 de septiembre de 2016

¿Cuánto la amabas?

Generalmente usamos el "cuánto" para cuantificar en tiempo, distancia, volumen, peso, espacio, etc. Pero, en cuestiones de amor me parece un tanto simplón responder a un cuánto de ese modo.


¿Cuánto la amabas?


¿Cuánto la amo… la amé?
Lo suficiente como para no olvidarla, para añorarla en el frío de la noche, en la soledad de la locura; como para llorar por ella en la adversidad y las tragedias de mi vida, deseando vuelva y con ella mi fortaleza. Tanto como para saber que merecía más de lo que yo era, más de lo que le brindaba. Tanto que mi mente zozobrante e incrédula se asevera jamás habrá alguien más en mi vida, a quien ame y me ame; pues, creo, ese es mi castigo y mi flagelo, mi pena a pagar por, incluso amándome como lo hacía, derramar sus lagrimas, romper promesas, desquebrajar ilusiones, y que al final supe no cumpliría. Y no por no quererlo; por ella vivía; sino por saber sincera y conscientemente no podría.
Amándola como la amé incapaz sería de cortarle las alas; de retenerla en una jaula, por muy bella que ésta sea… Jamás haría algo así a mi amado y precioso colibrí… Siempre libre, esplendoroso en la libertad de su voluntad, del ingenio de su vuelo.
Y es que la amé lo suficiente como para ya no amarla; tajar por sobre el amor mutuo que nos profesamos; desistiendo de lo que mi cuerpo y alma me pedían con vehemencia: su compañía… su amor… su incondicional ternura y comprensión. Tanto la amé, para sufrir por ella noches y días, horas y horas en agonía; desgarrándome el corazón con su memoria, con su ausencia, con sus seguras tristezas; doliéndome en penas que sólo ella acallaría, sólo ella desvanecería, bastando con una de sus tibias caricias, con sus palabras sabias y compasivas… uno de sus dulces besos.
Tanto la amé como para guardar con recelo, cual tesoro, porque lo es, lo profuso que en verdad nos amamos; todo eso que entre ella y yo quedará secreto, sellado hasta el final, cuando las paladas de tierra caigan sobre lo que quedé de mí, partiendo así oculto del mundo, e inconcluso, en la oscuridad del infinito lo que hicimos en las penumbras de la noche y en el fulgor de nuestro amor diurno.
¡Pero, por favor!, no me preguntes cuándo la amé… pues esa respuesta me parece tácita.


D. Leon. Mayén

lunes, 19 de septiembre de 2016

Al otro extremo... Arrebato pasional - "Parte 3: Una noche única como ella"


En esta la tercera parte, Leandro, insomne, se dispone a escribir una epístola a Sonia, declarando en ella su arrepentimiento, y sentir por ella, al haberle mentido con descaro. Para al final distanciarse, él a la espera por ella, y ella.... bueno....
Esta parte es un poco más extensa; por ello vendrá a ser la penúltima parte del cuento. Tal vez me pase de cursi, no lo sé. La parte de la carta, me resultó un tanto inevitable llegado a este punto de la trama; supongo por que es muy mío ser romántico de esta forma (en riesgo de extinción), ja-ja-ja.  Sin más que decir, espero esta fracción de la historia sea de su agrado queridos lectores -al igual que espero hayan sido las partes previas-.


Al otro extremo… Arrebato pasional


Una noche única como ella

Leandro miraba las fotografías tomadas con su cámara a lo largo del día, comenzando en Trafalgar Square, dándole poca importancia a todos esos lugares que capturara interesado en ellos o meramente pareciéndole dignos de fotografiar, pasándolos de largo; y deteniéndose a contemplar a detalle en las que aparecía Soñichka o ambos a cuadro; pues ella le había pedido tomarlas para después se las enviara por e-mail. Miraba a Soñichka, a medio cubrir por las tibias sabanas, con media pierna de fuera al igual que su espalda, hasta llegar a donde pierde su nombre, e iluminada por la luz de la luna que, desde su cintura hacia abajo, le alumbraba con resplandor, de una forma, a los ojos de Leandro, etérea, mágica, divina; contemplando su juvenil y exuberante piel emanante de beldad pura, luchaba indeciso contra el impulso de fotografiarla, temiendo y sopesando las repercusiones de dicho acto: proyectando que terminaran en internet por numerosos infortunios, como ser hackeado, perder la cámara o memoria, etc., y con ello terminar por menoscabar a Soñichka, algo que temía con angustia. Al final, decidió proceder con dicha pretensión, prometiéndose resguardar la fotografía de ojos extraños, y pedir más tarde su venia para conservarla, o eliminarla si no era así. Cambió la memoria por la de respaldo y colocándose de tal modo que el rostro de ella no saliera a cuadro oprimió el disparador y la inmortalizo en pixeles, bits; y con ello sentimientos, recuerdos, que quería no desaparecieran nunca, más allá de su memoria.
Tras observarla dormir, por un buen rato, dio una rápida hojeada a sus libros, abrió el cuaderno en el escritorio y se puso a escribir, curvando y entrelazando los caracteres romances:
«Londres, Inglaterra. “Habitación de huéspedes de Lucilda.”      Verano de 201(…)    Para Sonia a secas.
Te escribo esta carta, querida Soñichka, porque sé que jamás nadie te escribirá una; en estos tiempos ya no; por tanto, tengo la esperanza de que la atesores, en caso de que no termines por odiarme al terminar de leerla; por mi atrevimiento… Mi descaro. También la redacto porque ni mil mensajitos podrían expresar lo que siento, lo que mi corazón envía a mi cerebro y este transcribe lo mejor que puede, para con mis dedos, mi muñeca, plasmar con tinta en estas hojas lo que quiero que sepas, lo que siento, lo que me impide conciliar el sueño ahora; y no podría expresarte todo esto con palabras, al menos no sin antes registrarlas en lienzo. En verdad, sinceramente, Sonia, lo hago así por mi cobardía a decirte la verdad de frente; y temiendo en un arrebato se estropee todo.
La verdad es que no soy ruso, escasas palabras sé, y escribirlo… menos, lo más que conozco de esa misteriosa y excitante cultura es algo de su literatura de hace dos siglos; lo que se dice de ellos con exageración en series, TV, películas y videojuegos, la leyenda rusa que el “mundo” ha creado de ellos; en parte cierta supongo, toda leyenda tiene algo de verdad. Por otro lado, mi inglés es regular tirando a pobre, supongo. Liev es el nombre del autor del libro que leo actualmente; mi nombre es Leandro (…).  Y la mayor verdad, la mayor mentira, es que hablo español… Por consiguiente lo entiendo a la “perfección”; cada palabra que pronunciaste creyendo no la captaría la he comprendido. Te he mentido, y desde el primer momento me he arrepentido; me deje llevar, influenciar por Tomás… Y después no supe como confesártelo; conforme pasaba el tiempo más difícil se volvía hacerlo, y no encontraba como afrontarlo, decírtelo; temía huyeras sin remedio al hacerlo. En la librería, daba y daba vueltas pensando como decirlo; pero cuando mi angustia era creciente repentinamente me calme y deje fluir la situación con naturalidad. Ahora bien, si en este punto estas enfadada, molesta por haberte engañado con descaro, por favor te pido no sigas leyendo; y entenderé si botas, rompes o quemas esta misiva, o si haces todo junto. Por favor no creas que todo ha sido nada más que un ardid para terminar en la cama; es sólo que soy un idiota, el imbécil más grande al haberte mentido, y créeme que me arrepiento profundamente. Si pudiera volver en el tiempo… No cambiaría nada, pues creo con fervor, los acontecimientos de hoy son la prueba de un fatalismo fluctuante de determinismo; siempre he creído que el “mundo humano” es así, y hoy más que nunca; además no te vería como lo hago ahora.
Ayer, hace unas horas, ahora (contigo el tiempo me es confuso), oyéndote hablar he querido conversar y contarte tantas cosas, en principio pensé que lo que tenía por decir te parecería estúpido, mundano y vano, y creo estar equivocado, tan equivocado. Por cierto, he revisado tu teléfono, no he mirado tus mensajes, sí tus fotos, historial de internet y algunas cosillas más, lo siento por invadir tu privacidad; no es escusa pero, quería conocerte un poco más, y como permanecía con mi estupidez de pretender ser alguien más, bueno…
Espero poderte compensar; si es que así lo decides, contestare todas tus preguntas sin importar que. Te contare un poco de mí, soy alguien generalmente solitario; la solitud es común en mí. Tomás es… en gran parte opuesto a como soy yo, y somos amigos pese a ello, porque su amistad siempre ha sido incondicional; y aún con nuestros constantes desacuerdos y conflictos no rompemos nuestra amistad. Y supongo, le debo en gran parte el conocerte, pero no le culpare si esto sale mal, pues en cualquier momento pude decirte la verdad, o rehusarme a su plan. Mi soledad y melancolía, con las que vivo y siento la vida, son eclipsadas ahora por ti, con lo que creo es una honda conexión, y temó no sea reciproca sino imaginaciones mías.
Debo confesarte, en este viaje, en esta ciudad, se estremecen mis sentidos; al oír el acento, o acentos, originarios de esta región, específicamente de las damas inglesas, es que me ocurre sobre todo; pero sobre este particular deleite sensual que sufro, siempre se ha hallado, por mucho, el de escuchar hablar a una dama como tú; hay algo en tu acento que me cautiva, embelesa sin remedio, incluso diría excita. Jamás había apreciado tanto el lenguaje hispánico, nuestro idioma, como ahora… Oyendo de tu embelesadora y melodiosa voz las palabras que florecían de ella. Tu voz me resulta canola, magnifica, atildada por ese sensual acento castellano prodigado de “des” en sustitución de algunas consonantes. Simplemente enloquezco, enervándome por completo al oírte pronunciar cualquier palabra.
Londres me resulta muy pintoresco y a la vez vibrante, pero las ciudades son sólo lo que la gente plasma en ellas, y lo que ellas expelen es lo que es su gente; por ello, ahora, nada me haría más feliz que descubrir la ciudad o donde quiera que sea el lugar que te viera crecer, aquel al que de seguro llamas hogar con orgullo. No me atrevo siquiera a imaginarlo, ya que sé erraría al hacerlo.
Me has otorgado el mejor día de mi vida, hasta ahora. Si no me perdonaras, tratare de recordar lo mejor de este día, y no emperrarme en la culpa y la desdicha.
Creo que sería aventurado decirte que lo que siento es porque te amo; y siento que no hacerlo sería expresar algo deshonesto. Estoy  tan confundido, como nunca lo he estado o creería estarlo.
Creo que el amor es, fuera de su manto que cobija embelesador y cegador, hipócrita, pues al salir de esa ilusión que nos hiciera ver y creer lo mejor sobre la persona “amada”, al menos en apariencia, el golpe con la realidad es brutal, a veces; y aún así seguimos repitiendo el patrón. Sabiendo esto… Quiero creer, querida Soñichka, que lo que siento ahora por ti es un algo, espero, más allá del amor convencional, de ese simplón, vano y carente de inteligencia y profundidad, ese del que todos hablan y se habla en canciones poperas y películas trilladas; llegando a tal grado de unir dos almas más allá de tiempo, distancia o lo que sea. También, me considero alguien pirrónico a creer en el amor repentino, el mítico “a primera vista”; incluso a expresarlo sin meditarlo y evaluarlo, si realmente es lo que siento y no un arrebato caprichoso de mis emociones o sentidos; incluso lo hago de este modo simplemente para usar la palabra en cualquier ámbito de mi vida. Y tú, mi querida Soñichka… me desconciertas, enervas mi temple, mi razonamiento, mi lógica, mi cordura... Esta noche, inolvidable, de añoranza, te he dicho que te amo sin que lo sepas… Y ya no se, Sonia, si es verdad… si es verdad en lo que creo, mis convicciones, mis opiniones y puntos de vista sobre las mujeres, el amor, su significado, como se siente… Si lo que siento es amor, y por tanto, si te amo. No lo sé Sonia. Y temó con pavor, un miedo apabullante, que sea así, porque de ser así, no sé qué hare; pero soy consciente que será mi ruina, mi fin… sin ti.
Hasta esta noche… Por esta noche a tu lado, ahora dudo alguna vez haber hecho el amor; los actos íntimos que tuve con anterioridad no son ni de cerca lo que tuvimos esta noche, se quedan muy detrás del placer que hoy experimente, que está con cada latido de mi corazón, que me hace sufrir como nunca creí posible. Si no duele no se ama; y por amor se sufre, ¿no?
Justo escribiendo esto, contengo mis suspiros, mis lagrimas (pues si te despierto que pensaras de mí; y no es que me importe que me veas llorar por ti, sino que me creas un raro) al imaginar que si me perdonaras por engañarte irremediablemente nos separaremos en unos días, yo partiendo al este y tu al sur… No sufro por qué no sientas lo mismo que yo, eso es decisión tuya y la respetare, sufro pensando que me correspondas y no culmine lo que deseemos que sea de nosotros, y se quiebre sin remedio al separarnos. Dicen que el amor de lejos es para… ustedes dirían «gilipollas», ja-ja. En este momento quiero creer, como varias ideas en mí, con convicción, que no será así, que quizá hallemos un modo de estar juntos, de profesarnos ese amor que espero compartamos. Pero, también temo hacerlo, hacer todo por ti, por sobre mí y otros; temo dejar todo por ti, abandonarlo, “solo tendrías que pedírmelo”, y que con el tiempo el hechizo embestido sobre mí se desvanezca, y con ello lo que hoy deseo más que nada desaparezca resultando con el tiempo un recuerdo, una ilusión etérea de una vida hasta entonces maravillosa. Este es mi peor mal, proyectar, imaginar lo que es, fue y será de lo que vivo y veo, es mi maldición… Y entre ello, tú mi contradicción.
Todo lo que daba por hecho me resulta ahora equivoco o dudoso; me siento temeroso e inseguro sobre la vida, y quiero con anhelo que me muestres la tuya, esperando vuelvan los colores donde ya no los hay, que me ayudes a retomar el rumbo al camino que acabo de perder: pensando en no verte de nuevo, pues si llegáramos a congeniar, como espero sea, la distancia nos separara, sin mucho que podamos hacer para remediarlo.
Cien razones puedo ver en lo nuestro, lo que tenemos hasta ahora: como que cada decisión que hemos tomado y aún antes de poder hacerlo, nos ha traído irremediablemente a este momento, para cambiara nuestras vidas; o que nuestras almas, en cada vida, con ardimiento se han atraído una y otra vez para estar juntas, siendo lo nuestro un amor mas allá de la muerte y profundo en la vida; también, podría ser que nuestras almas se sintiesen solas, y al el Universo sentir esa soledad conspirara y nos guiara a este viaje, para  al sentirnos atraernos fatalmente y unir nuestras almas afines, y ansiar por voluntad propia estar juntos (siendo así como me complace creerlo). Pero, mi mente más allá de toda lógica, misma que prevalece casi en todo momento, se rehúsa a creer que es un simple encuentro casual y fugaz entre dos simples personas que se encontraron por casualidad, para después seguir con sus vidas tal y como eran antes de encontrarse. Creo que mi cerebro estallara y mi corazón se despedazara compreso, abrumados por las sensaciones y sentimientos profundos, intensos, avasalladores que imperan en mí. Prefiero pensar que todo mi ser es el que me lleva a sentir esto; que hasta el último átomo vibra con excitación al sentirte, ya sea cerca de mí, ya sea viéndote, ya sea meramente en mi pensamiento.
Eres mi contradicción porque quiero que seas lo que espero que seas, pero no te confundas, no quiero que seas algo determinado por mí, quiero que seas esa a quien le puedo contar todo, la que me ame por quien soy, que comparta su vida conmigo, tal vez la última y única; y mi contradicción porque yo no creía en esto, y ahora sólo quiero creer. Entre lágrimas, por mi corazón que se desborda, te digo Sonia: ¡Si me odias, si me desprecias por mentirte, es mi justo castigo por deshonrarte, injuriarte, crearte sentimientos ilusorios; y si me correspondes, me aceptas, ¡la dicha no cabra en mí y mi felicidad será total!
Considerándolo todo, tranquilizándome y meditando mirando por la ventana, quiero decirte, que sepas, que te amo, sí, te amo; porque si el enamoramiento es un proceso químico, en parte involuntario y que surge del inconsciente, ahora soy víctima de dicho proceso, y si tú lo provocaste puedo decir que te amo sin faltar a mis convicciones, dejándome de mis absurdas dudas existenciales. ¡Te amo! Muy a mi modo nubloso y prodigado de incertidumbre, ¡te amo!
Ahora tratare, me esforzare, por sacar de mí ser, y que sepas, lo que siento por ti, más concretamente lo que me quema, lo que habita ardido en mi pecho mientras asoma el sol esperando le cuente la dicha de mi vida; y no pensando en escenarios que quizá no sean reales a futuro. ¡Aunque lo que escriba realmente no pueda capturar o denotar lo que siento con análoga intensidad!
Al igual que anoche, mientras jugaba con tus labios y, repentinamente, me golpeabas la espalda con los talones o me alabas del cabello… Lo que quiero que sepas con esto, es que por ti sufriría lo que sea con tal de complacerte… Así me pidas te olvide.
Durante la noche, durante nuestro encuentro romántico, intimo, amoroso, no podía dejar, evitar, besar tu boca, por sobre otras zonas de tu precioso cuerpo, impulsado por un incontenible clamor de sensaciones, que al hacerlo era como obtener de tu aliento un algo que llenaba mi pecho, mi alma; algo que creo es lo que habita en la tuya, lo bello en ella, en ti, y como sientes la vida; pues ahora a unas horas de este glorioso momento, nuestro momento, extraña e irremediablemente veo el mundo diferente: todo brilla más, es más grato, más… lleno de vida (bien podría ser el cambio de iluminación, ja-ja). ¡Gracias por ello… por tus dulces besos que yacen ahora en mi alma!
Ojos verdes, azules y de otras tonalidades los hay, pero para mí los más bellos son los tuyos. El color, visto superfluamente, como la mayoría hace, es un mero engaño propio, pues sólo resaltan su vistosidad; sin en cambio todos pudieran ver lo que he visto en los tuyos… Cuando me mirabas en el museo desviando de inmediato tu mirada frágil como el cristal, o en la “dulcería” llenos de evidente jubilo como la niña que creo aún yace en ti; o en el lecho cuando nuestras miradas se encontraban, ¡y más aún!, cuando se buscaban motivadas por sensaciones y sentimientos mutuos, compartidos del uno por el otro, y pare el otro; sería más grata y sencilla esta vida… un poco menos banal y sumamente más bella. Quisiera mis ojos vieran los tuyos cada día, pero…
Comparto, como varias de tus ideas y pensamientos, contigo la opinión sobre que, si a caso habrá un par de millones de personas en este vasto planeta que en verdad traten con respeto y dignidad a los animales, no como iguales, ni como inferiores, como debe ser. “Verdaderos héroes; dignos de admiración”, como dijiste. En lo que discrepo rotundamente, con inflexión y sin miramientos, es en que sepan mejor las hamburguesas con cátsup y sin papas a la francesa.
Por qué lo dijiste, sé lo importante que es tu preparación para tu futuro; el que quieres; y me honrarías si formara parte de él, aunque fuera como un simple amigo casual con quien hablas al estar aburrida; pero a la vez, me niego a que me cambiaras o interfiriera con él.
Si me preguntaras que es lo que más quiero en esta vida, ahora te contestaría que es estar contigo, a tu lado, compartir nuestras vidas, ver el mundo progresar o degradarse, pero contigo a mi lado, estar horas y horas contigo en la cama, y no solo haciendo el amor, sino también acariciando tu piel desnuda mientras me cuentas algo, lo que sea, no me importa, o, también, en completo silencio, como esta noche, dejando que nuestros cuerpos hablen, sientan y gocen de nuestra compañía (creo que también me has hecho apreciar el silencio); o meramente durmiendo y roncando, ja-ja; mientras estés a mi lado. Mientras estés a mi lado, física o moralmente, siento casi como un presentimiento, una vocecilla que me dice que todo será mejor, todo irá bien sin importar que pase.
De todos los países, de todas las mujeres, tenias que ser tú a quien mejor se ajustan los términos «el amor de mi vida», «alma gemela», etc. Supongo que en realidad el amor no tiene fronteras; aunque te debo decir que eso de la frontera no creí que cubriera todo un mar de lejanía. De entre miles de posibilidades en mi vida, me tenía que enamorar de ti; no lo digo con pesar, sino como un hecho ineludible. Y no es que tuviéramos que conocernos de un modo u otro, sino más bien que tenía que ser ahora y aquí, solamente aquí y sin más opciones. ¡Lo vez, me es imposible dejar de pensar en los porqués y motivos, el trasfondo y la profundidad de todo!
Creo que esta carta es poco clara y concisa sobre mi sentir; pero estoy abrumado, cansado física y mentalmente, y es la quinta vez que la reescribo, por lo que prefiero, si es que lo quieres y me lo permites, mostrártelo, quererte, adorarte y enloquecer por ti.

P.D.:
Si has llegado a esta parte de la carta, y no me odias, o solo quieres patearme la ingle, te esperare en el parque que cruzamos para llegar a la biblioteca, hoy a las 5:00 pm, la hora del té. Y si no llegaras a tiempo, amada Soñichka, dejare una nota debajo de la banca que mira al sur y en ella encontraras donde aguardare por ti al día siguiente. Si no te presentas… mi amada Soñichka, sabré tu sentir y pensar. Lo hago así esperando que si me odias y no acudes, conservaré el recuerdo de hoy intacto como está hasta ahora, y preguntándome hasta la tumba que hubiera sido si… Hoy cuando me marche, y bese tu mano, será una expresión de que te amo, mi voz enmudecida y mi corazón expresándote su amor por ti.
Si hago todo esto es con la esperanza de tu perdón, y evitando una confrontación que estropee todo, a la vez que puedas procesar todo de mejor manera y decidas a tus anchas. Por cierto, te deje dos presentes detrás de la pantalla, en la sala, ¡espero sean de tu agrado!
Al igual que nadie te escribirá ya una carta romántica, amorosa, como ésta, nadie te amara como yo haré… Mi amada Soñichka.
                                                                                                 Я люблю тебя,  мой Соня... Сонечка

Sonia despertó; Liev volteó de inmediato al ella llamarle. Sonriente, despeinada y somnolienta, pero bella y sensual ante la luz amarillenta de la lámpara de mesa, estirando el brazo pedía a Liev le acompañara en la cama. Liev dejó lo que estaba haciendo: meditar mirando las gotas de lluvia escurrir por el cristal de la ventana; y acudió ante Sonia, su amada Soñichka. Se introdujo en las sabanas, puesto que la atmosfera había enfriado un poco. Sonia le abrazó, y sonriendo con júbilo le estrujó con cariño acercándose tanto como le fue posible a él, y, entrelazó y frotó su pierna con la de él. Él le abrazó con fuerza, beso su nuca, y acariciando suavemente su brazo suspiró hondamente, cerró los ojos al hacerlo y dijo musitando:
YA lyublyu tibya, Soñia… YA lyublyu tibya.1
1 ¡Te amo, Sonia… te amo!
Para Sonia, fuera del confort y el cariño que experimentaba, pasaba por alto la punzante e intensa aflicción que experimentaba Leandro, colerizándole, compungiéndole y martirizándole por diversas razones completamente ignoradas por ella. Al poco, a Leandro una profunda paz interna y sosiego le mecían, apartándolo de preocupaciones y angustias, sintiendo el cálido momento así como el cuerpo de Sonia pegado al suyo, con plenitud hasta volver a dormir.
Antes de medio día, Leandro y Sonia yacían acurrucados, de costado, él de espaldas a ella abrazándola con fuerza sabiendo, muy probablemente, no volvería a hacerlo nunca. Sonia se levantó y tras besarlo, y él desairar su invitación, de inmediato se dirigió a la ducha. Escuchando el agua caer antes de cerrase la puerta, Leandro se incorporó sentándose al borde de la cama, mirando al suelo con profundo pesar en su ser… Dio un hondo suspiro, miró al techo y se dispuso a vestirse. Apenas dejó sobre el escritorio el celular de Sonia, directo, dejó una nota a primera vista para cuando ella saliera; y cruzó el umbral.
Sonia, secándose el cabello tras vestirse, en la sala, atendió al llamado del timbre de la puerta del departamento. Y como indicaba en la nota, Leandro volvió con el desayuno; yendo a un lugar cercano a unas cuentas calles del departamento, más concretamente en la esquina de Commercial St y Lolesworth: en un grato lugar llamado «Lupita». Colocó la bolsa sobre la barra y ambos tomaron asiento: Sonia de frente a Liev, pues quería verle con ahincó. Al Liev servirle en el plato dos porciones ella preguntó jubilosa:
What is this? 2 —Leandro fue sacado de su transe pensativo, para responderle, meditando el modo en que lo haría, el asentó, esperando no delatarse.
2 ¿Qué es esto?
It’s… —Hizo una pausa fingiendo buscar en su mente. —Tacos of po… chicken pibil and pastor. And to drink, deliciouscoolwater of jamaica and horchata. Mexican food! 3 ­—Esta vez, al terminar de hablar, se sintió tan estúpido, ya que era un asentó sumamente estadounidense, nada que ver con sus anteriores pretensiones. Por ello, se preguntaba, consideraba, la posibilidad de que Sonia supiera o cuando menos se imaginara la verdad, y no le importara; llegando a relajarse al convencerse de ello—. I hope you enjoy it, Soñia.4
3 Es… Tacos de po… pollo pibil y pastor. Y para beber, deliciosa agua “fresca” de jamaica y horchata.
4 Espero que lo disfrutes, Sonia.
Sonia, bebiendo con ayuda de un popote, primero del agua blanquecina que le sirviera Liev, miraba a este alistar su plato, bañando la carne sobre el “platito comestible de maíz” con abundantes gotas de limón y algunos condimentos más, y saltándose la salsa. Al ver esto, Sonia imitó el proceso, al igual que la forma de sostenerlos y llevarlos hasta la boca; mismo modo que estaba especificado en un par de mantelitos de papel que venían con la orden. Leandro sabía que todo fue de su agrado notándolo por su expresión al comer, al igual que el agua fresca que tomara con prisa. Y por último, como postre, Leandro sacó de la bolsa unos largos y azucarados churros.
Al terminar ambos con los platos, fueron al sofá, donde miraron la TV sin prestar realmente atención a lo que ocurría en aquel pixelado rectángulo, pues cada uno se sumergía en sus pensamientos, miedos y fantasías. Ella ansiosa y feliz; él melancólico y angustiado, tan temeroso como nunca de la incertidumbre del futuro. Entre tanto, Sonia jugaba con la mano de Liev, y él le acariciaba sus largos cabellos, suavemente, subiendo y bajando. Sonia buscó un beso, y al poco buscó otro; deteniéndose Leandro al saber donde terminarían de seguir por ese camino calzado de besos, arrumacos, caricias y emociones intensas.
En la puerta, tras intercambiar unas palabras, Sonia, afligida y melancólica, estaba dudosa de si besarle, despedirse de mano o quizá un abrazo; Leandro le tomó la mano y antes de besarla dijo, hilando lo que pudo para decir lo que quería:
Da svidañiya! My beloved, Soñichka 5 —Tardo en liberar su mano y le sonrió con nostalgia al hacerlo, mirando fugazmente su rostro sonrojado; para salir por la puerta y cerrarla tras de sí… portando consigo un equipaje sumamente pesado y voluptuoso, un equipaje emocional de contenido diverso y variado, matizado, pesaroso y gozoso. Y un obsequio en una bolsa.
5 ¡Adiós! Mi amada, Sonia.
Bajo a la ventana de la habitación de Sonia, Leandro se montaba en un taxi, mientras ella, sentada en su escritorio, comenzaba a leer la carta dejada entre las hojas de su cuaderno.

D. Leon. Mayén
Al otro extremo… Arrebato pasional - CC by-nc-nd 4.0 - D. Leon. Mayén

lunes, 12 de septiembre de 2016

Al otro extremo... Arrebato pasional - "Parte 2: Retratos, pinturas y miradas"

En esta ocasión, en la segunda parte de este relato, este cuento largo o, simplemente, esta historia titulada «Al otro extremo… Arrebato pasional», Liev, aún fingiendo, es llevado por Sonia por algunos lugares de la ciudad, desde un museo hasta una gran dulcería; “conociéndose” mejor en el trayecto; hasta terminar en el apartamento de Lucilda, donde lo que ambos esperaban pasara sin siquiera mediar palabra sobre ello, termina por ocurrir casi de igual modo. Siendo lo que ocurre esta noche lo que define lo que motive el día siguiente.


Al otro extremo… Arrebato pasional


Retratos, pinturas y miradas

Poco después, tras caminar unas cuantas calles hacia el este por The Strand, hicieron su primera parada, en The National Gallery, de frente a Trafalgar Square, una plaza de gran tamaño, misma que recorrieron: con dos fuetes a los costados, estatuas a las cuatro esquinas de la plaza y una imponente al sur sobre un colosal pilar —llamando particularmente la atención de Leandro la estatua de un fósil, aparentemente de un équido, quizá—; siendo el principal museo artístico de la ciudad. Dentro, caminaron por sus salas, mirando, sobre todo ella, a detalle las pinturas, de diversas épocas y pintores, locales y extranjeros. Sonia, entre pinturas, miraba a Leandro mirando de igual forma las pinturas; y al, él, leer uno de las leyendas de una pintura, sacó su móvil y se lo ofreció a Leandro diciendo:
If you want read something, just use it.1 —dijo sonriéndole; creyendo ella que, naturalmente por lo dicho en el bar, Liev no podría leer lo escrito en los letreritos con facilidad.
1 Si quieres leer algo, simplemente úsalo.
Spasiba2 —respondió él, con gratitud y sorpresa; e intentando imitar lo mejor que podía el acento ruso.
2 ¡Gracias!
Leandro miró el celular, observando en él la aplicación de traducción, y asintió grato. Revisándolo, se alivió al percatarse que la escritura cirílica rusa no estaba habilitada para usarse, pudiendo con ello evitarse la penosa necesidad de escribir el ruso que desconocía, y tanta curiosidad le despertaba; salvo por escasas palabras que sabía, mas no como para evidenciar gran elocuencia al usarlas, menos escribirlas. Observando las pinturas, a momentos miraba el contenido del celular, esperando no ser pillado, buscando obtener una mejor idea de quién era Sonia.
Transcurridas aproximadamente dos horas, salieron del museo y acudieron a tomar un café, por antojo de Sonia, a The National Café, bar-restauran ubicado exactamente en la esquina sureste del museo. Estando ahí, rodeados de personas, Sonia comenzó a hacer algo que en principio alarmó a Leandro, hablar sola, mejor dicho, dialogar con Liev sin esperar a que respondiera, y creyendo él que ella había descubierto su farsa; y, logrando ella con eso apaciguar sus nervios, creados al no poder conversar con él. En su soliloquio teatral le expresaba su opinión sobre las pinturas que vieran; llegando, tras un rato de estar hablando, a parecerle algo divertido hablar sin la esperanza de que le respondiera, incluso liberador, pues comenzaba a contarle sus pensamientos e ideas, sus opiniones y vivencias, problemas y preocupaciones. Haciendo esto Sonia, al inicio Leandro le miraba un tanto indiferente y ansioso, pero casi de inmediato le observaba y escuchaba con sumo interés; sentados en el café rodeados de personas conversando, en su mayoría angloparlantes, y los meseros yendo y viniendo con platillos de mesa en mesa; llegando a momentos a tener que contener su risa o asombro al escuchar las palabra de Sonia, pero liberándose un poco al reír ella y aparentando hacerlo por reflejo.
Terminando con el postre, Leandro devolvió el móvil a Sonia, y ella repentinamente se puso de pie al mirarlo.
—Venga, vamos; se hace tarde —anunció Sonia, mirando hacia la puerta y seguidamente tenderle la mano de manera invitante.
Pagaron la cuenta y volaron.
Leandro, sin objeciones siguió, mejor dicho, fue llevado con toda prisa por Sonia durante cinco cuadras; y siendo la chica frenada en dos ocasiones por su acompañante al intentar lanzarse sin más a cruzar la calle carente de precaución alguna. Llegaron a un parque enrejado, con grandes y frondosos árboles al interior, y al medio de este una glorieta para transitar alrededor de una porción de vivo pasto con una estatua de color obscuro, no muy alta, al centro del circulo; cruzaron el parque de lado a lado para llegar al destino deseado de Sonia: The London Library, a la esquina noreste del parque, en la calle St. James’s Square; la biblioteca se ubicaba justo en la esquina de la calle. Graciosamente para Leandro, la fachada angosta, marcada con el número catorce, daba a aparentar ser un lugar de espacio reducido. Su gran sorpresa fue al estar ya dentro, nada tenía que ver su idea original sobre el lugar con sus entrañas rebosantes de libros y libros. Mientras Sonia pedía indicaciones, Leandro curioseaba por ahí, mirando el lomo de los libros, observando a la gente en la biblioteca: algunos de ellos, sentados a la mesa, trabajando en los portátiles, otros más leyendo bajo la iluminación de las lámparas flexibles, con completa atención en las páginas, inmersos en la lectura. El silencio del lugar apenas era alterado por algunas voces inglesas y la alfombra al caminar por ella en menor modo; la atmosfera en sí creaba un ambiente de serenidad y plenitud confortable. Una chica leyendo, sentada cerca a la ventana; de cabellos rubios, y acobijada vistiendo un suéter verde; llamó la atención de Leandro al pasar cerca a ella. Siendo su risa, efecto de su lectura, la que invocara su atención en ella; al reír de nuevo ella le miró guiada por distinguir su presencia de reojo al pasar; encontrándose sus miradas, Leandro se pasmo por el fulgor de sus ojos garzos, de viso efecto de la luz natural refractada en ellos, y, a la vez, emanante por la naturaleza de su alma; Leandro le respondió por reflejo con una grata y esplendida sonrisa. Caminando en sentido opuesto a la ventana se giró, para de nuevo encontrarse sus miradas y sonreírse, recordando así, aquel momento, que desde que ocurriese se desvanecía en sus memorias, más en ella que en él, pues Leandro difícilmente olvidaba sucesos así —de cualquier naturaleza relevante—.
Leandro, pensaba, creía, con insistencia en algunas situaciones Sonia le leía la mente; evidenciado sobre todo, en los soliloquios de ella, sus, presuntas, conversaciones con ella misma ante él.
Por entre los corredores, formados por estantes repletos de libros y algunos huecos en ellos, Leandro rondaba a Sonia, observándola de pies a cabeza, deteniéndose a detalle en cada centímetro de ella —exactamente como hiciera ella en el museo—, y sobre todo, contemplándola leer, andando ambos en paralelo, mientras ella, caminando con parsimonia a lo largo de los pasillos, susurraba acompañada del movimiento de sus ojos, que descifraban lo escrito en el papel para inmediatamente procesarlo. Leandro se plantó al final del pasillo; al llegar ahí Sonia, se detuvo, pues su visión periférica notaba la presencia de alguien frente a ella, levantó la mirada y al mirarse ambos sus rostros dibujaron una grata sonrisa, espontanea, sincera y jubilosa en ambos; la timidez cohibida, que bien pudo manifestarse por la relación entre ellos, no se manifestó, remplazándose por, bueno…
Al poco rato, alguien les indicó que estaban por cerrar, por tanto, se marcharon.
Esta vez, al caminar de vuelta en dirección al museo, lo hacían con tranquilidad, disfrutando cada paso que daban, lo que veían y la compañía; a penas Sonia veía algo que le llamaba la atención o le sorprendía, jalaba de la mano a Leandro, o del brazo, para llamar su atención de manera muy confiada. Al llegar a Whitcomb Street —una calle al este de Trafalgar Square—, viraron a la izquierda, con dirección al norte. En su trayecto, algunas de las fachadas de los edificios rememoraron a Leandro las calles del centro histórico de su ciudad, muy lejana; experimentando con brevedad algo de nostalgia y anhelo. Sin advertirlo habían llegado a su destino. Sonia se adelantó a entrar al M&M’s World, en eso, Leandro contempló la fachada del edificio, curvada en la esquina, clara en su totalidad, de cristal y con ventanas luminosas al otro lado; sacó de uno de sus bolsillo su libreta y tachó de la lista de los lugares por visitar este; la página opuesta contenía la dirección del hotel donde él y Tomás se hospedaran, por si la olvidaba y cifrada.
Apenas entrar, cruzó gustoso, como niño, aunque sin expresarlo del todo, un pequeño “camión” rojo de dos pisos —típico de Londres y también un icono de la ciudad—, o al menos aparentaba  muy bien ser uno de ellos. Se detuvo junto a Sonia, quien miraba un peluche de un M&M rojo, vestido con el uniforme de la Guardia Real, sustituyendo la casaca roja por su cuerpo colorado y redondo, y con su sombrero alto y negro. Leandro simuló mirar las playeras de «I love London» con un corazón sustituyendo la palabra love; y el rojo del corazón sustituido por la bandera británica. Rápidamente miraron ese piso y el mezanine, y se dirigieron al piso inmediatamente inferior a ese. Ahí, apenas terminando las escaleras, comenzaron el recorrido para seleccionar a su antojo los pequeños dulces de diversos colores y sabores, cautivos dentro de enormes cilindros dispensadores en vertical. Al llegar Sonia a la segunda sección y, en el muro de “arcoíris”, leer la frase inscrita a mitad de los cilindros, atravesándolos horizontal: «Share with someone special», tuvo una idea.
Leandro también tuvo una idea a causa de uno de los letreros del lugar, en particular por uno que se hallaba repetitivamente ante él, y el que le llevó a comprar un dispensador de los famosos chocolatillos, para alguien querido y apreciado por él. Por unos minutos, Leandro se desapareció de la vista de Sonia.
Al salir del edifico, de bullicioso y vistoso interior, Sonia intercambio los dulces que eligiera con los de Leandro; indicándole lo que pretendía a base de señas, pero, Leandro entendió de inmediato lo que ella pretendía al decirlo de viva voz acompañando sus gestos y señas. Sonia esperaba con esto poder conocer un poco más a Liev, sus gustos; y que él conociera los suyos. La acción de Sonia le pareció muy original y divertida a Leandro.
Abordaron un taxi y Sonia dijo al conductor:
To Middlesex and Cobb Street, please! 3
3¡A la calle Middlesex y calle Cobb, por favor!
Durante el trayecto a bordo del taxi, deleitaron sus paladares con las coloridas golosinas; mientras Sonia hablaba y hablaba de cuanto se le ocurría o veía, y sin inhibición alguna, ya que creía “Liev” no comprendía una sola palabra de lo que decía en su lengua materna; y él, bueno, él la miraba entre risas y entre aparentes distracciones al observar por la ventanilla, pero sin dejar de escuchar por un solo momento lo que decía… su voz.
Sonia pago al taxista, contribuyendo Leandro con la mitad; y, dando al taxista los —como llama Tomás a las libras— papelitos de la reina,  descendieron y se encontraron a los pies de su destino final —al este del área de City of London, y unas calles al norte de Whitechapel—; en el número ochenta y cuatro cruzaron la puerta de cristal opaco que da acceso al edificio.
—Lucilda no deja de decirme que este es el mejor piso que pudo conseguir —decía Sonia, mientras subían por las escaleras. —Que lo ama. «Está a dos pasos de la universidad y lo necesario cerca. Y el curro en el piso de abajo». Se la pasa diciéndome.
Llegando al segundo piso, detuvieron su asenso.
En el apartamento, Sonia le indicó tomara asiento; así lo hizo Liev, acomodándose en un sillón individual de color rojo. Durante la ausencia de Sonia, Leandro echó una ojeada al lugar: el recibidor era acogedor; en el muro de la puerta un gran espejo en horizontal hacia lucir más amplio el espacio; bajo el espejo un sofá negro para dos o tres personas; de frente a ambos sofás la TV, y en el centro de todo una masita de cetro de cristal con diversos objetos sobre ella, el control del TV, una taza de café casi vacía, una revista, etc. La cocina —justo de frente a la puerta y de lado izquierdo— y el recibidor apenas y estaban separados, pudiéndose ver en su totalidad desde donde se encontraba él: una barra larga pegada al muro, negra y formando una «L» al llegar al recibidor; sobre ella, alacenas de madera clara, y sobre estas un par de lámparas, muy separadas una de la otra. Leandro volvió a santearse, solo que esta vez en el sofá.
No tardo en aparecer Sonia, proveniente de las habitaciones, a la derecha de la cocina. Leandro la observó de pies a cabeza, notando había ido a “refrescarse”: sus labios, el labial en ellos había sido retocado, haciéndolos destellar al igual que lo hicieran sus ojos bajo la luz del atardecer; sus cabellos negros alborotados y esplendorosos; su escote ligeramente más expuesto, y al sentarse a su lado, una esencia exquisita le deleitó: igual a la que oliera durante todo el día al estar próximo a ella, pero renovada, resaltada y penetrante a su olfato, sin llegar a ser agresiva a este.
Sonia de nuevo lo miraba con timidez; actuando de igual modo. Ella se atrevió a besarle, pero al sentir su inhibición él se rehusó a corresponderle; deteniéndole en seco dijo:
M-m-m. You can… give me your cell phoneplease4 —pronunció, esforzándose por pretender asentó ruso al hablar.
4 M-m-m. Puedes darme tu celular… por favor.
Sonia, con cierto desaire, tomó de su morralito, en la barra de la cocina, su móvil y lo entregó a Liev. Él tecleó en el traductor, y para no batallar con la busque de lo que quería expresar o ser impreciso, lo escribió en español y lo colocó a pantalla completa. Sonia leyó en la pantalla del móvil el mensaje, claro y conciso: «No estoy dispuesto a hacer nada que no quieras que realmente pase». Sonia botó el móvil en el sillón, y pronunció mirándole a los ojos:
I want... Really I want, but... it's just... I never did this before... I think maybe that's wrong... Although... I feel… I want 5 —decía Sonia, esperando comprendiera sus palabras.
5 Yo quiero… Realmente quiero, pero… es sólo… Nunca hice esto antes… Pienso que tal vez esto esté mal… aunque… Siento… lo quiero
Leandro comprendía cada palabra, pero más aún su sentir: dudoso y a la vez deseoso, reprimido y anhelante de ser expresado con arrebato; justo como él se sentía, o eso intuía. Ardido de pasión y sentimientos clamorosos hacia Sonia, y sobre todo anhelando expresar todo lo que retenía en sí y ansiaba decir, contar y expresar a Sonia en respuesta a todo lo que había oído de ella, visto y sentido, por todo eso y quizá más, abalanzó sus labios hacia los de Sonia, tras mirarla fijamente y pensar, sentir, todo lo que inundaba su cabeza, su pecho. Sujetándola suavemente del cuello y de la espalda la atraía hacia sus labios, los que a la par de ella danzaban ensalzados en una, rápidamente, creciente lujuria. Sus bocas festejaban su unión sonoramente al incrementar el vigor de sus besos; disminuyendo por momentos su intensidad, y no así, su pasión, siendo suaves y marcados. Con prontitud, en Sonia desaparecían sus dudas, sustituidas por una mixtura de nerviosismo y excitación, cosquilleos y un acaloramiento repentino; placenteras sensaciones que, con similitud compartía con Liev; estremeciéndoles de pies a cabeza.
Transcurrido un rato de besos que apenas y terminaban al separar sus labios del otro, intuyendo Sonia que Liev cumpliría con su palabra sobre no hacer nada que ella no deseara, se puso de pie; separando él sus labios hasta el último instante sin moverse de su asiento. Soñichka le guió a su alcoba entre más roses apasionados de sus labios y sus sensitivas pieles.
Su alcoba, una de tres en el departamento, era pequeña pero acogedora, cuando menos para ella; alfombrada de color gris; dentro, a escasos pasos de la puerta aparecía la cama; más allá de ella, una diminuta mesa de noche, blanca como los muros, en el rincón ajustada entre el muro exterior y la cama, y con una lámpara de noche alta; seguido por tres ventanas en paralelo al lecho. En el muro frente a los pies de la cama, un ropero con puertas de espejo, en la esquina derecha, y tan alto como el techo; junto a este, una cómoda blanca, y sobre él una pantalla pequeña en el muro; seguido de una mesita individual con una silla, también, de color acorde con la habitación; en la mesita un cuaderno con bolígrafos sobre él y junto a un par de libros, y una lámpara de mesa.
Liev besaba sus mejillas, su cuello, sus hombros haciendo a un lado la prenda que le obstaculizaba. Soñichka, dejándose llevar por el fulgor pasional del momento, susurró:
LievLiev… hagamos el amor.
El modo, el tono en que lo dijo, hizo que Liev, sin miramientos en la farsa que representaba, diera el siguiente paso. A su vez, Soñichka paso por inadvertido el hecho de que él respondiera con entendimiento a su deseo; ya que ambos se hallaban en otro plano, carentes de una completa conciencia al gozar de la plenitud de sus sentidos: el tacto de sus besos y caricias; el aroma natural e imperceptible expelido por el otro; el sonido de sus bocas, de sus gemidos y suspiros; y la visión del otro al encontrarse fugazmente sus miradas.
Ty prikrasna, tak krasiva, Soñichka! 6 —exclamó, tras hilar en su mente con dificultad las palabras. Y sabiendo que ella no le entendería dejó salir una frase conocida, la única cercana a lo que sentía por ella. —YA lyublyu tibya, Soñia! 7
6 ¡Eres hermosa, tan hermosa, Sonia!
7 ¡Te amo, Sonia!

Liev se levantó del borde de la cama y la hizo levantar para despojarla de su prenda superior. Al sentarse él de nuevo ella se sentó sobre sus piernas. Liev le mimaba labialmente desde el cuello hasta donde comenzaban sus senos, y volviendo a su boca, mientras frotaba su espalda con sus manos, suavemente desde su espalda baja hasta su nuca; atrayéndola tan cerca de él como podía. Uniéndose en un abrazo apasionado, con sutileza desabrochó su sujetador sin apartar una mano de su espalda, en vista de que intuía, por sus reacciones, le gustaban las acaricias en esa parte de su hermoso y delicado cuerpo. Liev, acarició con sus labios, y besaba, sus senos, sus aréolas. Entre suspirantes gemidos, inadvertidamente, Soñichka invirtió “los papeles”, al abalanzarse sobre Liev y con ello teniéndolo de espaldas sobre la cama, y a su merced. Rieron y sonrieron. Sonia le asistió a quitarse la playera; y comenzó a besarle como hiciera él, y deteniéndole al, él, intentar acariciarla o buscar besarla. Pues, sin palabra alguna, mutuamente, tácitamente, comenzaron un jugueteo placentero para ambos; quizá, quizá, desde que entraron al apartamento; quizá, desde que se vieran por primera vez. Quizá para… Quizá por…

D. Leon. Mayén