Cuento.
Segundo cuento que comparto aquí. Tras terminar con el primero, casi de inmediato ya me encontraba pensando en el segundo, siendo este el resultado (aunque claro con algo de trabajo creativo y desarrollo).
Durante el tiempo entre este relato y el anterior, acudieron a mi mente diversas historias a desarrollar, mismas que en un futuro próximo plasmare aquí.
Espero la disfruten tanto como yo al crearla.
Alcohol, mujeres y un payaso
Pasan, me parece, de las cinco de la madrugada, en casa de Fermín,
bueno, de sus padres. Botellas de alcohol a media vida se encuentran
desperdigadas por todo el lugar; en la mesa, en el piso, incluso en los, hasta
hoy, inmaculados sillones antiguos heredados por su abuela.
Yo, ah-h-h… yo estoy hastiado, para variar y como de costumbre.
Realmente no se qué hago aquí, pero creo que no todo es tan detestable en esta
situación; me entretuve mirando a los especímenes, «Ja», llegar a la morada
donde saben podrán, en su mayoría, perder la conciencia, anestesiar sus
sentidos al embriagarse, llegando a —cuando menos en pretensión— sosegar lo que
persistentemente aqueja sus almas; algunos más, y lo sé porque notó su actuar,
simplemente se dejan llevar por el grupito, resultando ser tanto o más
estúpidos que sus “maestros”. También hay quien aparenta tomárselo personar al
inclinar la botella, como si de algún deporte nocivo se tratase, o quisieran
batir un record. Como sea.
Sentado a la mesa del comedor, a unos centímetros de alguien que ni
conozco —sobre la mesa—, aún no supero mi enfado con Fermín, por sus comentarios
estúpidos, cuando volvía del sanitario, prediciendo que sería amargado e
infeliz hasta mi muerte, y bien debería buscar alguna vieja, como suele referirse hacia las féminas, para pasarla bien;
dio nombres, incluso insinuó lo grande que era la habitación de sus padres, y
otras tantas idioteces. En este momento, muchas de las “viejas” que mencionó, se encontraban en el suelo o en las camas
“bien acompañadas”; realmente, algunas abandonadas tras saciar el grotesco
apetito de sus “hombres” de una noche.
Arto de la mesa y su inquilino, me levante y me dirigí a la sala.
Antonieta, me parece, estaba arrumbada en el cómodo sillón individual del
rincón —mi preferido desde hace tantos años ya, cuando Fermín y yo
descansábamos terminadas las tareas—, la jale hacia mí, la cargue con dificultad,
pues era mero peso muerto, y la arrastre con problemas hasta uno de los sillones
antiguos, donde la coloque con cuidado; en ningún momento advirtió mi presencia
—de haberse tratado de otro, bien podrían haber abusado de ella y ni enterada—.
Me deje caer en el sillón y me arrellane a mis anchas; Antonieta se giro, y
resbalaba flemáticamente, hasta acabar de golpe en el suelo. «¡Auch!» exclamó y
no tardo en volver al pesado mundo de los sueños.
De entre la obscuridad del corredor, al fondo, se aproximó Fermín. A
saber con qué idiotez saldrá ahora.
—No seas estúpido-o-o. —me decía con botella en mano, arrastrando las
palabras de lo feliz que se encontraba, y con rastros de vomito en la ropa—. ¡Porque
no haces lo que digo-o y vas a por una, una…
—¿Vieja? —Su briago estado le
impedía ya completar las oraciones—. Idiota —musite.
—¡Eso-o! eso. Sabes —hablaba mientras arrastraba una silla al frente
de mi—, he llegado-o a pensar que eres mariquita-a. Novia… no-o tienes. Y —le nació
un eructo sorpresivo (extenso y sonoro)— no andas siguiendo persiguiendo algún
trasero. Ja-ja. Como perrito-o-o ¡Guaf-guaf! —Por alguna razón, quizá
costumbre, ya me inmutaba ante sus befas de alcohólico.
Le mire con fijeza y seriedad por largo rato, mientras me escupía sus
tonterías y saliva al rostro. Bla-bla-bla-bla, es todo lo que oía. Cada vez su
discurso languidecía, hasta quedarse por completo dormido frente a mí. Cuando
no pudo sostener por más la botella de cristal marrón y resbalo de sus siempre
torpes manos, me recline en mi asiento, me acerque a él sin despegarme del
sillón y, con fuerza, le abofetee —el golpe para cerciórame de su estado se
escucho por toda la casa—; y comencé a hablar:
—“Viejas”, usar esa palabra así lleva a un doble sentido contradictorio,
sólo reluces tu estúpida ignorancia y vulgar carencia de decencia. A estas
alturas dudo que conozcas o llegues a tener la fortuna de conocer a una mujer
con todas sus letras, sin contar a tu madre y hermana. No las niñas inmaduras y
bobas que yacen aquí, sin saber que quieren en realidad o poseer un remoto
respeto propio; y de sus pretendientes ni hablar.
“Habiendo tantas formas de perderse en uno mismo, optas por el alcohol
—hice una pausa reflexiva—. Supongo que son peores mis maneras; más subversivas
a los sentidos y la percepción, embriagantes como pocas, y en los momentos
sombríos autodestructivas. Lo peor del caso en mi perniciosa “situación”, es que
no requiero ingerir nada para tocar el abismo obscuro y desolado que
seguramente en algún momento golpearas… mi ejemplar amigo. Pero bueno, para que
contarte esto si mi amarga soledad es solo cosa mía.”
Me puse de pie y me serví un trago, —de las botellas ocultas de su
padre, al fondo de un estante; poco me importaba si le habían prohibido tomarlas—.
Regrese al sillón. Bebía, tomando la copa con elegancia, erguiendo el dedo
meñique —algo que me causaba mucha gracia—, y continúe con mi soliloquio:
—Sabes, si no salgo con alguien o ando tras alguien, es por… no son… Me
cuesta encontrar a alguien que no se pueda catalogar como común. —Pausa
reflexiva—. Podría ser que busco a alguien especial, diferente, única; alguien
que me haga… abandonar mi fatídico modo de “vivir”, si es que esto es vida; que
me eclipse por quien es, y no trate de impresionarme por quien pretende ser:
enmarañándose en una mentira propia y con la esperanza de que caiga en sus
falsas pretensiones. Pero es mi culpa, supongo —decía meneando la sustancia en
la copa, mientras la sostenía por debajo—; ¡una oveja negra entre lanas blancas!
—proclamé con profunda vehemencia, alzando la mano (por lo visto las copas se
me estaban subiendo ya)—. Me basta con encontrar alguien con quien conectarme,
con quien compartir un sentimiento de plenitud en compañía de ella. Que pueda
ver más allá de cómo me veo a mí mismo, y me lo demuestre; pero sin fantasías
ni tonterías, que me convenza de ello mediante lógica y, sobre todo, hechos,
por poco tangibles que puedan parecer.
Tomé la copa que asía, y la arroje contra la pared —era meramente un
capricho que tenía desde hace tiempo —emulando películas—, pero la copa sólo
revoto en el muro.
Me sumergí en mis delirios mentales, esos a los que me refiero como
pensamientos críticos, reflexivos y/o introspectivos; mi mayor defecto en la
vida, mi eterna maldición y segura perdición.
Mirando a mí alrededor, al tiempo que cavilaba sin concretar nada en específico
o pretendiendo algo —tras no se cuanto tiempo—, noté en el bolsillo trasero de
Antonieta, un marcador con el que dibujó en los vasos caritas de todos tipos y
gestos —dependiendo de cómo veía a quien se los daba. «¡Toda una artista!»,
creo yo—.
—Sabes, Fermín, constantemente me pregunto porque seguimos siendo
amigos… porque te frecuento aun cuando te conozco casi a la perfección, se de
tus vicios de sustancias como de mujeres, perdón “viejas”. —Cerré un ojo y moví la cabeza en busca de perspectiva—.
Descaradamente has llegado a tener tres a la vez como tus novias oficiales.
Ja-ja, maldita tu suerte, todavía no te pillan. —Le tome de la barbilla y le
gire hacia su derecha, para continuar mi labor—. La fortuna se agota amigo.
Sigo sin creer que te zafaras de aquella vez que enviaste un texto, «M-m-m», de
manera equivocada. Te saliste con la tuya y al poco la cortaste ¡todo un
caballero! Tal vez por eso seguimos como amigos, quiero presenciar tu fatídica
caída, ja-ja. Además, tus “aventuras” desaventuradas me son tan divertidas. —De
igual modo lo gire a su izquierda—. Para muchos no eres más que el bufón que
les alegra la vida a costa propia, algo que parece no importarte —Le observe
por todos ángulos y sí, creo que sí—; m-m-m… listo.
A punto de irme, pues el sol comenzaba a brotar, desenfunde mi móvil y capture
la belleza de mi obra maestra, esplendida y gratificante, «me sentía orgulloso
de mí mismo». Me dirigí a la puerta, silenciosamente por la alfombra, y al
abrirla, al otro lado se hallaba, cercana a la liviana madera, Camila, hermana
de Fermín. Al mirarnos, sus mejillas cambiaron a un tono ligeramente colorado.
—¡Ho-hola! —dijo tímidamente entre sonriendo. La salude de igual modo.
Estando ya al otro lado de la puerta, me detuvo preguntándome si quería
tomar un café. Lo pensé con brevedad y acepte cordialmente su invitación.
Nos sentamos en uno de los sillones antiguos, pues la mesa seguía
“ocupada”; y, con Antonieta a nuestros pies charlamos largo rato; tocamos
diversos temas, sus estudios, el simplón que tiene por hermano, y más que nada,
me hizo cuantiosas preguntas relacionadas sobre mí; inclusive me confesó haber
pasado largo rato escuchándome hablar con su hermano, al no llevar llaves para
entrar; me dijo que ojala a ella la escuchara de igual modo cuando le cuenta
algo, y de la misma manera no le juzgará —mientras me lo decía me esforzaba por
contener mi risa—.
Al despertarse Fermín, con la playera toda babeada y desorientado,
básicamente crudo, Camila y yo no pudimos evitar romper en risas al mirarle,
aparentaba ser algún nativo de alguna región remota, con todo el rostro pintado
de forma precisa y simétrica. Él claro, no se entero de nada. Únicamente atino
a cuestionar a Camila sobre que hacia aquí, a lo que ella respondió estar de
visita tras una semana de arduos estudios.
Todos los briagos, ahora crudos, se largaron, y con ellos Fermín, pues
seguirían la fiesta en casa de alguien más; y, quedándonos solos seguimos
conversando y bebiendo café.
D. Leon. Mayén
Alcohol, mujeres y un payaso -
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D. Leon. Mayén