miércoles, 24 de enero de 2024

El pequeño gran Chuy

El pequeño gran Chuy

La llegada del Rey

 

    En el inmenso reino de los perros chiquitos, en una tierra lejana y remota, según desde donde se refiera uno, Chuy Perrington, Yorkie I, era el primer y único Yorkshire Terrier de la comarca, por ahora.

    Al arribar al palacio que ahora sería su eterno hogar, estaba extrañado ya que, al apenas tener unos meses de vida, de existencia en este mundo, lo que conocía era limitado. A partir de entonces descubriría miles de cosas nuevas; muchos amigos semejantes en apariencia a su Jefe, y también a algunos entrañables perriamigos: unos tan pequeños como él, otros mayores en talla y edad, en verdad muy mayores en ambos aspectos. Pero todos buenos amigos. Como sea, para llegar a esto aún falta mucho.

    En las primeras semanas de estadía en su palacio, de unas doscientas doce y media unidades cuadradas chuyinas longitudinales (o sea, chuys a lo largo al cuadrado), se dio cuenta que no estaba nada mal su nueva morada, ¡nada mal! Nada en común con el antiguo sitio de estadía temporal del que procedía, del que fue rescatado. Y del cual, en parte, seguiría ahí simbólicamente, pues el pasado es imposible apartarlo por completo, sobre todo la primera etapa de vida. Como sea, las aventuras Chuyinas comenzaban ahora.

    Siendo un lindo y tierno cachorro, Chuy no podía percatarse como se encontraba su Jefe, por lo que pasaba; ya que, al igual que él, tuvo un pasado duro, que sólo quien ha vivido algo así o ha tenido a quien lo pasó puede comprender, no del todo, pero sí lo necesario. Durante los días Chuy dormía sus nueve siestas de ley, y por la noche se vomitaba como buen Yorkie que angustia a su tutor. (Los Yorkies son muy sensibles de su pancita, más si comen alimentos que no deben ni siquiera mirar). Pasadas unas semanas o algo así, el pequeñín no dejaba de rascarse de forma compulsiva. El pobrecillo jugaba con su Jefe, el jefe del Jefe —pero con la Señora no porque ella le tiene miedo a su hociquito— y se rascaba. Antes de comenzar a comer o beber agua se rascaba; en ocasiones se rascaba entre bocados. Estando quieto, sentado o echado, se rascaba también. En pocas palabras, era una rascadera todos los días y a toda hora. En ese lapso de tiempo su Jefe le encontró unas como ronchitas bajo su tupido pelaje, en la piel. Aquello llevo de nuevo a tiempos dolorosos e inciertos para ambos. Tan solo que esta vez… ninguno de los dos estaba solo, se tenían el uno al otro. Por fortuna, todo eso fue superado en poco tiempo. Entonces Chuy cachorro era un perrito nuevo, ya sin comezón. Mas ahora era un Chuy cachorro ¡terrible!

    El pequeño Chuy descubría el mundo a su alrededor, su nueva y amada realidad. La música era algo nuevo para él. Durante una noche de las primeras semanas, al escuchar música ladraba pues era un sonido nuevo y extraño para él. Tiempo después le ladraba a los espejos y superficies donde pudiera verse la imagen de ese otro cachorro que amenazaba su territorio y que buscaba robar la atención y afecto que su Jefe, más que nadie, depositaba en él. Por ello debía ser bravo con él. Al menos hasta que aprendió que se trataba de él mismo… o algo así, es difícil definirlo con certeza. Al mudar de dentadura, era una piraña desatada. Destruyó más de un par de pares de las puntas plásticas de los cordones de los zapatos. En el recuento de daños de los tiempos tremendos, figuran cinchos de plástico, portadas de libros —en específico de un diccionario, de ahí que sea tan refinado y culto Chuyillo, cuando menos la mayor parte del tiempo—, calcetas, un cable de red para el ordenador, entre un extenso etcétera.

    Pasados los meses Chuy por fin conoció el exterior, bueno, de forma libre, digamos; de manera previa Chuy había salido, pero solo en el carruaje a ver a los médicos reales, pero esa es otra historia. En fin, Chuy salió por primera vez a reconocer la comarca y alrededores. Bonito lugar, en verdad. Meses después, sintiéndose ya pleno en cuanto a comodidad Chuy decidió que cada una de las edificaciones, carruajes y corceles metálicos en la comarca, debían ser reclamados como suyos, ampliando así sus dominios. Y que sus posibles adversarios y pretendientes de la zona supieran que él era el rey, ¡Chuyillo Rey!

    Por las noches, era otra historia, pues como todo infante, infante perrino en este caso, Chuyillo no gustaba de dormir solo. En consecuencia, ansioso por poder subir por su cuenta a la cama y dormir junto a su amado Jefe. A sus “ocho” meses de edad, en un acto de gallardía salto a la silla giratoria del No Jefe —deudo del Jefe— siendo ahí donde comenzó la era yompadora. Entonces ningún lugar estaba a salvo de los saltos chuyinos. Las camas se perdieron, los sillones de la sala cayeron de manera irremediable, y con el paso del tiempo todo lo que sus flacas patitas le permitían alcanzar de un salto. Por ese entonces, Chuy acostumbraba a besar a quien encontraba durmiendo, el beso chuyino consiste en acercar la nariz siempre húmeda al rostro hasta despertarlo; era un príncipe azul atípico. Ja, ja, ja. Podía realizar esto gracias a su estadía en el lejano oriente, donde aprendió el milenario, y ahora casi extinto, arte ninja. Por lo que gozaba de una técnica de sigilo avanzada y muy efectiva. Por desgracia sus senséis no le hicieron jurar que no usaría sus habilidades ninjas sólo para el bien. Gracias a ese hecho, más de dos veces Chuy dio a sus súbditos y al Jefe sustos de muerte. Pues se escondía en el lugar menos pensado, el ultimo sitio donde lo buscarían, y donde no hacia ni un solo ruido cuando, con desesperación al grito de ¡CHUY, CHUY!, lo llamaban por todo el palacio. Pero Chuy no hacia ni un ruido, ni un bostezo siquiera. Todos angustiados, pensando lo peor en aquellos momentos. Al final el Jefe lo encontraba bajo la cama. Chuy… bueno, Chuy como si nada. Diciendo con toda calma y despreocupación:

    —Aquí he estado, no me muevo. ¿Por qué tanto drama, ah!

 

D. Leo Mayén

martes, 2 de mayo de 2023

Ella como la luna de abril

Ella como la luna de abril


¿Acaso hay algo más bello que la majestuosa luna de abril? ¿Existe algo más hermoso que la luz de luna por la noche en este el más agraciado mes del año; o algo tan sublime come encontrarla por sorpresa en los cielos de un día despejado?

 

Sí, lo hay… y es ella. Como ella, la luna debió hacerse presente ante los ojos de la humanidad en lo equivalente a este mes tan especial; volviéndose también con ello más maravillosa la existencia del todo.

Me es inevitable, al mirar el astro que nos orbita, evocarla, rememorarla… ansiarla en ocasiones. Puesto que la luna creciente trae a mi mente y memoria sus blondos cabellos que, cual esplendorosas cascadas al mirarlas con detenimiento, provocan que me pierda en ellas y siendo capaz de hacerlo por horas y horas. Y cómo al observar una luna nueva, mirando a detalle sus cráteres de impacto tan fascinantes y curiosos, sus ojos… sus destellantes ojos me embelesan; no sólo eso, también me embriagan de un sentimiento de paz y admiración hacia ella, y un deseo de mirarlos por siempre, perderme en ellos por eones sintiendo lo que eso me provoca; admirando su ambivalente alma eternamente. La luna menguante me lleva a su sonrisa, la perfección de su armónica risa, tanto afable al tímpano como primorosa a la pupila; y cual dicha fase lunar, que no siempre se ve, pocos somos los privilegiados a quienes les muestra ese grato y fugaz gesto. También me resulta comparable la luna nueva con su ausencia… Ahora prolongada cuando menos en presencia. Pero se equipará en el hecho de que, aunque invisible sé que está ahí. No verla no implica que esté ausente, que no sienta el cobijado de la fortaleza que, desde entonces, me brinda y motiva con palabras y gestos, cariño y afecto, y un tórrido amor apasionado… al menos entonces; ahora, más bien, es lo que en mi incubo todo ello. Pues como entonces, en mis más cruentos y desoladores momentos, en las aciagas y tortuosas horas de las lóbregas noches en que la soledad y la solitud me asechan e incluso me abaten con impiedad, el sentirla en mí, ya sea en mi mente, mi corazón o mi cercanía, me revitalizan y alientan para por un tiempo más imponerme a la penumbra e vacilación que a todos nos envuelve. Ha sido la luz que en las tinieblas de la realidad me guía a buen puerto, y sabiendo que, si lo hago bien durante el viaje, resistiendo los embates y tempestades, como entonces lo hicimos a la par, podré lograrlo. Y si me pierdo en la lejanía, en aguas hondas, vientos foscos y mareas indómitas que me arrastren a lugares y circunstancias mortales o perversas, el acogedor brillo de ella en lo alto de la negrura me dará fuerza y voluntad para volver a donde sé ella me ha amado. Pero… pero si por el contrario feneciera en esa adversa lejanía y mi existencia terminará en un acuoso abismo sin fin y sin retorno, su angelical brillo, estoy seguro, será lo último que mis mortecinos ojos verán; llevaré, entonces, conmigo todo lo que ella me ha dado, tangible e intangible para mi ser. Su amor por mí, y su majestuosa herencia, como la luna misma, perdurarán más allá de mi efímera existencia, deleitando con cariño y vida a quienes puedan ser venditos por el toque de tan dichosa gracia divina.

 

D. Leo Mayén

domingo, 7 de agosto de 2022

Cuento corto - Pecados de sangre

 Ya pasó mucho desde que compartí un cuento aquí. 😅 En particular éste lo escribí hace ya casi cinco años, a finales del 2017. 😱😵 Entonces me ley toda una antología de Lovecraft; de ahí viene esta historia. Además, hablo de donde viví hace ya bastante tiempo.
 Debo destacar que esta historia se compagina en parte con una previa. Dejo aquí el link 😁🔗➡ Ojos Ominosos
 

Pecados de sangre

Al suroeste del Golfo de México, en la costa de Veracruz, donde desemboca el río Tecolutla en el mar —a 81 kilómetros en carretera al este de Poza Rica—, la relativamente tranquila superficie del rio fue perturbada por una espantosa creatura proveniente del infinito y oscuro abismos del mar. Morada de creaturas que, mucho más allá de estas costas y mares, surcan sin parar cada rincón del mar en el vasto mundo; sin frontera alguna para ellos, sin lugar que no puedan alcanzar para consumar su macabra naturaleza; asistidos por semejantes creaturas, aunque de naturaleza diversa, pero con la misma intención. Motivados por atávicos propósitos, e imperceptibles para el ser humano… su presa.

La creatura, tan larga como un caballo adulto —de nariz a cola—, asomó sus ojos: inmensos y ovalados, protegidos al zambullirse por una membrana nictitante; sin fosas nasales ni oídos visibles; de enormes dientes puntiagudos como agujas —de diversas longitudes— sobresaliendo desde su quijada, mas no del cráneo. Su torso, blanquecino y terso, muy terso, era dividido por un par de aletas anales apuntando hacia los costados; entre los amplios costillares tres hileras de branquias a cada costado, de igual modo, aunque pequeñas, en el cuello; sus brazos largos y terminando en algo parecido a una mano, de amplio tamaño, con una opaca membrana entre las falanges; cola larga de aleta caudal arqueada, vertical y amplia, y una aleta dorsal retráctil. En aguas poco profundas, de sus costados, cerca del comienzo de la cola, en pocos minutos surgían un par de extremidades de una sola articulación y tan largas como lo es el pie de un hombre hasta la rodilla.

Al parpadear la creatura sus parpados deflactaban la luz de las cercanías; dejando ver por fugaces instantes el brillo difuminado de las luces eléctricas en la costa, así como de las esporádicas embarcaciones a la distancia.

Contempló el entorno por largos minutos; luciendo sus largos y marrones dientes. De un momento a otro se sumergió, tan repentino como surgió.

Se adentró en el río a contra corriente; imparable y veloz. En la orilla norte del río, a la derecha del sentido en que nadaba, se escuchaba el bullicio de una muchedumbre reunida en un restaurante —con su propio muelle repleto de botes—. Celebraban desaforadamente entre música y gritos de gozo… Ignorando lo que a pocos metros de ellos se abría paso entre la calmada corriente como de costumbre. Un infante en el lugar, mientras su padre bailaba sosteniendo una cerveza en mano, señalaba justo a la cabeza de la acuática creatura, pues era la segunda vez que veía la reflexión lumínica de sus parpados; por más que halaba a su padre de las bermudas con marcada insistencia éste no le prestó la mínima atención.

Un par de pescadores —en la parte del rio que linda con el poblado de Gutiérrez Zamora—, aguardando por algo de fortuna, con sus cañas ansiosas por trabajar, se relajaban con el vaivén de la corriente, con la grata briza en sus rostros, fresca y revitalizante después de una larga jornada. Al ser sorprendidos por el brusco y fuerte sacudirse del bote ambos se dispusieron a indagar de inmediato en su alrededor que los golpeó.

—¿Qué vez?

—Nada, güey.

—Busca bien. Prende la lámpara —contestó el mayor de ellos, de cabellos crespos.

Movía la imponente linterna de lado a lado mientras su compañero de pesca hurgaba en el bote en busca del arpón. Se produjo un silencio en el que los dos hombres, como halcones, buscaron con la mirada, y con el arpón listo a tirar.

—¡AHÍ, ¡VERGA, AHÍ!  —vociferó a todo pulmón el portador de la linterna, divisando algo apenas y al alcance del intenso haz de luz.

Los dos tiraban de la cuerda con fuerza, pues era pesada su presa. El mayor de ellos ya saboreaba su presa, mientras que el otro por alguna extraña razón temía que se tratara de algo que no debía sacarse del mar, pues al divisarlo le pareció en exceso extenso para ser un pez, aunado al peso y resistencia que ponía. Al final ambos rieron descubriendo que era un voluminoso pedazo de madera yendo a la deriva.

La abismal creatura ya se encontraba a más de treinta kilómetros de donde los pescadores; pasando por Paso de Valencia a toda velocidad. Las distancias que alcanzaba con corriente a favor eran aún más impresionantes. En dos horas se hallaba justo donde el río deja de limitar Veracruz y Puebla; estando a unos miles de metros de Caxhuacan. Más tarde, donde se bifurca el rio, donde el ramal es visto con claridad desde el Balcón del Diablo —un mirador—, el abismal ser sin titubeos se escurrió hacia el norte, yendo cauto y despacio como en un principio; abriéndose camino por entre las corpulentas rocas y escasa profundidad del agua. Se arriesgaba a ser visto, incluso con la negrura de la noche sin luna, por algún pobre infeliz que anduviese vagando por la zona… El cual sería apartado en dado caso. El instinto, la voluntad férrea en su interior era lo que la movía, lo que le daba vida y razón de existir, eso la guiaba hasta su destino final, lo volvía un ser implacable e indetenible.

A mitad del trayecto, y ya que el río moría con dilatoria agonía y la luminosa luz del amanecer estaba por acariciar la vegetación, se acercó a la orilla esperado atento con las membranas protegiéndole de la tenue luz diurna —al aumentar la intensidad lumínica sus parpados le permitían mirar con claridad—. Un ave negra de pico en punta, plumaje y envergadura vistosa al vuelo, extendiendo con amplitud en abanico la cola y sus alas, se posó al margen del río a por agua. Entre tragos miraba alerta el entorno, previendo posibles amenazas. Más rápido que los reflejos del ave, una especie de tentáculo la caló, llevándola hasta las “manos” de la creatura. Ésta retiró su punzante lengua del pájaro y de inmediato se sumergió llevándola al interior de su espaciosa boca: era nada más que una cavidad, grisácea y sedosa, sin conductos hacia el interior; allí tan sólo se encontraba su larga lengua muscular y retráctil, que en parte se ocultaba donde en el hombre estaría el estómago.

A medio día, en el río, no quedaba nada más que una translucida membrana que, conforme pasaban los segundos, se diluía en el agua… hasta que desapareció por completo. Cuando se desvaneció aquella especie de tejido extraño, al poco tiempo salió disparada del agua el ave bruna; volando incesante hasta su más próximo destino… otro cuerpo de agua. La vida útil del huésped de la creatura era laxa, ya que empeñaba toda su vitalidad en llegar tan pronto como fuera posible a su acuoso refugio, preferentemente por la noche. Al arribar al cuerpo de agua que delimita parte de los estados de Tlaxcala e Hidalgo, espero paciente y repitió el proceso de despojo. Viajados poco más de cincuenta quilómetros, lineales —lo que volvía a sus aladas marionetas unas aves que surcaban el cielo como flechas, sin detenerse, sin cambiar de ruta según el viento, simplemente siendo un animal poseído al capricho y voluntad de su sombrío huésped—, el pájaro se dejó caer en picada en la superficie del embalse de agua conocido como “El Caracol", en el municipio de Ecatepec, Ciudad de México (hasta hace no mucho Distrito Federal). Desde ese punto… era un fluido amorfo e intuitivo y ya no la aborrible creatura que surgió del fondo del mar; era algo que… resultaba en el agua virtualmente invisible, ya que, si bien se desplazaba por debajo de la superficie, si emergía se perdía con la tonalidad que tubería el agua: fuera ésta clara e impoluta u opaca y espuria. De ahí se traslado hacia el sur, hasta llegar donde desemboca el Río de los Remedios para dar el último movimiento hasta su presa. Misma que desesperaba por consumir; anhelaba acallar el ansia que ésta le causaba, y sosegar su voraz apetencia de inmundicia humana por un tiempo.

Días tardo en llegar, arrastrándose a contra corriente y bordeando desechos, hasta el puente conformado por el periférico de la ciudad, en una parte de la “virulenta zona” llamada Naucalpan. Estando aún en el río de aguas negras, colmado de todo tipo de desechos humanos orgánicos, biológicos e inorgánicos, la creatura anidó bajo el puente por una semana entera, en un rincón en el fondo. Durante todo ese tiempo, niños, como habituaban, jugaron en los bordes del río, arrojando piedras, perdiendo alguna pelota o balón; a la vez que desde las chabolas al borde del río algunos arrojaron todo tipo de objetos: chicos, grandes y de cualquier volumen. Pero nadie imaginaba siquiera lo que a unos metros aguardaba, alistándose para surgir y consumar lo propio.

 

Hace siglos, en la antigua roma, un puñado de hombres aseveraba haber visto a la distancia un demonio de gran tamaño devorar a otro hombre; por la naturaleza del hecho la mayoría huyeron del lugar, y no para alertar a otros, sino a guarecerse despavoridos, sólo tres hombres permanecieron observando la aberrante escena, que si bien era lejana resultaba claro lo que ocurría. Desde entonces aquellos hombres, muy en secreto del resto de la comunidad, concluyeron que la víctima —de quién tan sólo quedaron sus prendas— había sido zampada a causa de los yerros de su padre, acusado de ladrón, violador y asesino ­—comprobándosele solamente la primera de las acusaciones y siendo penado por ello—, a esta conclusión se sumaba el hecho de que su hijo, el infeliz desaparecido en su totalidad, seguía los pasos del padre. Además de que no era la primera vez que se decía que algo exactamente igual había acontecido… Igual a como paso aquel atardecer. Entonces, cada que alguien desaparecía por su fama pecaminosa heredada del padre se escuchaba entre susurros, en boca de los más viejos, las palabras: Perversæ et impius pater peccator filius (Padre perverso y malvado, hijo pecador). Aquellos hombres, atávicos a estos tiempos…, no estaban del todo herrados en sus teorías y conclusiones sin pruebas tajantes. Tiempo después, en el medievo, basándose únicamente en pergaminos se aventuró a nombrar a la creatura Sugentem sanguine.

 

Al octavo día, en el fondo del negruzco río, la creatura había terminado de gestarse en su nueva forma. Pasada la media noche, un muchacho rondando los treinta y su joven novia disfrutaban de lujuriosos momentos ilícitos en la vía publica bajo el amparo de un grupo de tres frondosos árboles, cobijados por la oscuridad. A escasos metros de ellos se hallaba un pequeño espacio con aparatos públicos para ejercitarse; más allá y alrededor sólo pasto agreste. Donde se hallaba la pareja apenas y llegaba la luz del farol al medio del campo lindante con el río: con esto, quien fuera que mirara simplemente podía distinguir un par de perfiles apenas reconocibles, uno de ellos hincado y el otro de pie y de espaldas en uno de los árboles. Copiosos cables de energía eléctrica partían de lo alto del farol al medio del campo, tanto en dirección de las viviendas al sur del río, como al otro lado de la calle, y hacia las chabolas al borde del fluvial cuerpo de agua, y arrinconadas a lo alto de éste en dirección norte, todas ordenadas de este a oeste. La noche era callada en especial; de forma habitual cuadrúpedos domesticados dirigían la orquesta nocturna, los canes ladrando y aullando, aquejándose y charlando, y los felinos peleando o buscando pareja… más no esta noche, ni un solo insecto era audible. Absolutamente ningún ser vivo, conocido, se manifestaba de algún modo en las cercanías.

Aquello era como si… como si un amplio número de factores intangibles y recónditos conspiraran para que su víctima estuviera justo donde la quería, donde nadie pudiera socorrerla… o saber que ocurrió.

—¿Oíste? —dijo Jennifer María, tras limpiarse la boca con la manga de la sudadera.

—¡Qué! —protestó Brian. —No es nada ¡Tú síguele; ándale!

—Mejor vámonos —reiteró ella, no siendo la primera vez que temía que los descubrieran.

—¡Oh, que la chingada! ¡No hay nadie ‘horita! —emitió molesto, agarrándola del brazo con brusquedad. —No me puedes dejar a media ma… —calló repentinamente.

—¿Brian, Bri... —Jenny no pudo decir nada más pues tenía el cuello oprimido.

El pavor en Brian, más allá del provocado por no poder siquiera emitir un quejido, le impidió tomar la navaja que portaba en su bolsillo trasero, misma con la que había obtenido numerosos objetos y placer forzado; más que ver la enorme sombra que lo cogía, podía sentirla. Jennifer pataleaba y, más que nunca en toda su vida, buscaba poder gritar, gritar tan fuerte como le fuera posible, como sus pulmones y garganta se lo permitieran, tanto como el miedo que sentía… Pero nada pudo hacer para lograrlo. En cambio, fue vapuleada por el miedo creciente causado por ese grito potente que se ahogaba en ella, ya que, aunque no podía exteriorizarlo, ahí estaba. En cuanto el enorme demonio la liberó —cercano a los dos y medio metros de altura—, Jennifer intentó emprender la carrera, mas el demonio la cogió de la pierna, con su extremidad superior izquierda, la que asemejaba, igual que la derecha, una mano humana, simplemente que ésta sólo con tres falanges grandes y robustas; la opuesta muy semejante a la de un humano. Desde aquel momento la pierna entera de Jennifer le fue inútil; seguida por su otra extremidad cuando la creatura se la alcanzó. Brian, para ese momento, ya se encontraba al medio del campo. La creatura cerró sus ojos “convencionales” al frente de su cabeza —cobrizos, aceitosos, pequeños y muy sumidos con respecto a la frente—, al tiempo que abrió un par distinto, cada uno a un costado de la cabeza —donde en el hombre se hallan las sienes—, de forma elíptica en vertical y de color cian. Apenas y dieron un destello sus ojos laterales, tan intenso como una chispa naciente de metales en fricción, el alumbrado público en la cercanía murió. De un imponente salto el demonio calló sobre su desdichada víctima. Y volvió con ella bajo el árbol de igual manera.

Intentando arrastrarse desesperada, María fue privada de la función de sus brazos. El corazón se le desbordaba, se sentía desfallecer, mas el desmayo jamás llegó. Por cuestiones ajenas a su comprensión, comenzaba a ver con mayor claridad en la noche, permitiéndole observar con claridad alrededor… siendo lo último que sus ojos llorosos observarían; esto era lo único que podía expresar ella: un sentimiento desesperado reflejo de la colosal angustia en su pecho, en su mente: dando como resultado un horripilante llanto mudo. Bryan, en cambio, no experimentaba más que la ausencia de su voz y la de una pierna; ya que él era a por quien el ingente demonio venía, a por quien viajo desde las mismísimas profundidades del abismo, desde la infinita y perpetua oscuridad del mundo… y quería complacerse con ese momento. Luchaba por alejarse a pie, mas caía cada vez sin siquiera poder incorporarse.

Una efímera esperanza calmo con brevedad a María al estarse acercando su novio —y no por qué fuera directamente hacia o por ella, sino por qué hacia esa dirección se le facilitaba el escape—. María observó, tumbada de costado en la impúdica tierra, como el monstruo lo agarró por detrás de la nuca, lo hincó y, con las largas garras de su mano derecha, le perforó la garganta de forma ascendente hacia la quijada. Antes de que la sangre llegara a la base de su cuello, el demonio, de un tirón, le desprendió la cabeza de su lugar, provocándose algo tan horrísono como el grito que este hubiera dado apenas ver a la horrida creatura endemoniada. Sin perder tiempo, colgándole la cabeza de la espina dorsal, el demonio abrió la boca —amplia y hedionda con intensa repulsión; con encías y treinta y dos orificios dentales sin pieza alguna; goteante de una secreción espesa y turbia que gozaba de vida propia, subía y bajaba, se movía con libertad por sus fauces, cual pequeñas serpientes de agua ávidas y vivaces—, abrió la boca desplegando una especie de membrana con la que envolvió el cuello del pobre infeliz ya finado. La sangre que escurría por su piel y ropas se tornó fuliginosa y retorno hacia arriba. Succionando cada mililitro de sangre, el pecho de la creatura como su vientre y costados comenzó a hincharse de forma perceptible, contrayéndose y retrayéndose a ritmo marcado. Tardó segundos en succionar el vital líquido; durante lo cual sus ojos cobrizos y cian se abrían y cerraban —jamás estando ambos pares abiertos a la vez—, ilustrando con eso el extasiante placer que experimentaba la bestia. El serpentino fluido abundante en su boca comenzó a disolver cada uno de los órganos y huesos convirtiéndolos en una grotesca masa gelatinosa y viscosa, y tornando la piel seca y rugosa; el proceso se llevó a cabo sin apartar la membrana del orificio donde hace poco se hallaba su cabeza. La membrana se retrajo de vuelta a su boca velozmente apenas la retiró de su presa. Entonces, el demonio, sentado sobre sus piernas con el cuerpo apoyado en él, introdujo una de sus manos extrayendo la masa homogénea para llevarla hasta su boca, engulléndola con deleite, saciando ahora, además de su sed, su ansiosa hambre. De entre sus piernas comenzó a caer otra especie de fluido, sólo que éste aún más aberrante que el de su hocico, pues era nacarado y aunque similar al otro, como serpiente, éste tenía cuatro “cabezas”, dos delante dos detrás; raudamente se deslizaron no serpenteando o como gusanos sino como halados por alguna fuerza invisible hacia la piel y sangre esparcida por toda la cercanía, para, al asimilar la vital sustancia carmín, dividirse las cabezas y reproducirse por medio de mitosis. Al concluir su tarea, con la misma prontitud, retornaron hasta su amo. Desvaneciendo así cualquier rastro que pudiera quedar de lo ahí acontecido. Repentinamente, y gracias a su alimento, le surgieron dientes con premura. Tomó la cabeza, misma que puso a un lado de él, y de igual manera succionó la sangre, sólo que ahora no se diluyó nada al interior. En cambio, la piel de la cabeza, el rostro, la cabellera, etcétera, se desprendieron del cráneo cual mascara, mientras los globos oculares colgaban. Con su abominable mano siniestra sustrajo el cerebro, y teniendo entre ambas manos lo partió en dos, consumiéndolo de cuatro bocados; masticaba y mascaba hasta tragarlo. Por último engulló los ojos.

Al otro lado del río, un hombre de mediana edad, al tratar de encender la luz, y ésta no responder, optó por tomar la lámpara de mano junto a la cama, pero de igual modo no encendió; no lo haría ningún aparato eléctrico en las inmediaciones.

Desde una calle lejana se observaban aproximarse un par de luces intermitentes e intensas, una roja y la otra azul. Desde lo alto de diversas azoteas, tejados y rincones oscuros en la zona en tinieblas, “los vigías” del demonio lo alertaron sobre la aproximación de dichas luces: un considerable número de creaturas apenas inferior al metro de altura, de ojos ominosos, saltones e ingentes, negros y reflectantes de la escasa luz visible que a ellos llegaba; sacaban y retraían sus ojos de las cuencas mientras lo observaban todo, mucho más allá de lo que cualquier hombre o animal conocido podrían; vigilaban cada palmo de los alrededores sin que un solo detalle les pasara por alto.

Al llegar la patrulla policiaca —una pickup adaptada— a la esquina de la calle paralela al río, la creatura con premura se arrojó sobre María, quien hacía rato que había fallecido al no soportar más su corazón tan lóbrega situación; la piel de la creatura cambio de su tono opaco e idéntico a una costra recién formada en una herida, a un color más acorde con el del terreno cercano. La patrulla, como en algunas noches, pasó ese tramo sin más novedad, cumpliendo con su ocasional labor impuesta.

Al concluir con el mismo proceso de consumo con el cuerpo de María que con Bryan, el demonio saltó al agua junto con las ropas de sus presas, siendo lo único que quedara de ellos; ni siquiera una nimia escama de piel muerta o cabello desprendido… absolutamente nada quedo. El chapoteo del agua fue escuchado por algunos al borde del río. Lo que llevó a Herminio a asomarse a ver qué pasaba, pues no era algo normal un sonido como ese. Nada era visible con claridad desde río arriba donde se curva la corriente hasta el puente que cruza un tramo del Periférico de la ciudad. Sobre él, sobre aquel humilde hombre de familia, una de las ojonas creaturas le observaba con suma atención, sustrayendo y retrayendo los ojos al tiempo que, ocasionalmente, movía la cabeza de un lado a otro, cual perro atento; el demonio esperaba oculto bajo el agua a la espera de la confirmación de la creatura enana de que el hombre no había visto algo respectivo a él, por insignificante que fuera.

Aquella semana, por azares del destino, o quizá por demoniaca confabulación, una diluvial tormenta azotó el Valle de México: Distrito Federal y una parte colindante del Estado de México por igual; a tal grado que, por las intensas horas de copiosa y aparentemente interminable lluvia, el río de los Remedios, en diversas partes, se desbordo inundando numerosas casas y vitales vialidades. En el área donde hacía un par de días el demonio sació su hambre, específicamente en el puente que debió cruzar, el río tuvo la misma suerte. El caudal de éste era intenso, raudo y voraz; en él se podía observar como arrastraba muebles y objetos diversos —de forma curiosa, pelotas de disímiles colores y “estampados”—. Toda esta desdichada situación para los habitantes de la pecaminosa ciudad, resultaba, en cambio, sumamente favorable para la creatura, ya que en cuestión de horas pudo arribar al gran cuerpo de agua donde tomaría posesión de una nueva víctima alada para poder llegar paulatinamente hasta el abismal lugar de donde surge cada que una de las incontables congéneres y observadoras creaturas —nombrada no hace mucho por un desdichado muchacho, que por mera coincidencia pudiera y supiera como verlas, con el nombre de Ocuigens— encontrará a alguna víctima férvida heredera del pecado y propicia para ser consumida. Reposando hasta entonces en lo más profundo de alguno de los vastos mares de este, aún, misterioso planeta… junto a sus iguales.

A Jennifer y Bryan los buscaron por largas semanas familiares y amigos. Pero en una ciudad, en un país donde la desaparición de algún o algunos “don nadie” para la sociedad en general o que meramente llama la atención por un insignificante lapso de tiempo, sin importar cuán prolongado sea, prontamente se les dio por desaparecidos, presumiendo de la posible responsabilidad de algún grupo siempre organizado del crimen o la misma policía local; sobre todo por la inmunda fama del novio, quien claro, fue el principal y siempre conveniente sospechoso, como en cierto tipo de casos. Justo esto es lo que desde milenios aprovechaban estas infaustas creaturas demoniacas; ya fuera en lugares remotos hace miles de años, ya fueran guerras en tiempos más poblados, o cualquier oportunidad que tuvieran. Lo más tenebroso, lo más horripilante y diabólico de cada una de todas ellas era su evolutiva inteligencia superior —quizá no a la par de la humana, pero si tremendamente comparable—; su incomparable colaboración organizada inter-especies; la prevalencia y protección de su criptica existencia, y, sobre todo, la irremediable necesidad de alimentarse por la “especie dominante” en el mundo.

 

D. Leon. Mayén

sábado, 28 de mayo de 2022

Hacia la perdición en verdad

 Hacia la perdición en verdad

¿A dónde se va cuando no hay a dónde ir? ¿A quién se acude cuando se siente que nadie podrá ayudar? ¿Con quién cuando nadie comprenderá? ¿Y cuándo a nadie le importará?

¿Qué hacer cuando se siente que la razón se perderá? Si no es que ya se ha perdido. Claro que, en realidad, ahora, me parece poco claro discernir de lo razonable y lo insano; pues la locura muchas veces resulta ser la etiqueta impuesta por idiotas, otras veces por imbéciles y muchas más por pretenciosos arrogantes, en ocasiones disfrazados de profesionales, especialistas en su ramo.

Decirle a alguien perdido en esta vasta y caótica realidad, en esta agonizante y ambivalente existencia que se está con él o para él, no es suficiente para algunos. Si bien esa compañía o cariño, en apariencia puede bastar, podría ser que solo cubra ese vacío, que anestesie ese dolor palpitante. Si no es que agrave ese sufrir a largo plazo, ya que de ausentarse esa atención y comprensión brindadas… la caída puede ser brutal. Aunque, también abemos quienes difícilmente conectamos o sentimos un afecto genuino de los demás, incluso de los cercanos, pues somos seres atípicos; desde dentro nuestro hay cosas que no concuerdan con el estándar normalizado, con lo llamado congruente o razonable. Desde ahí, desde siempre para nosotros, el camino a la soledad, a la solitud y al sufrimiento interno y constante, con el tiempo se vuelve difícil de escapar de allí o que cicatrice del todo la llaga. Y es que hay miles de aspectos que, poco a poco, llevan a esto, desde aspectos de la vida como el intelectual, el emocional, incluso el espiritual, y de igual modo en el desarrollo como individuos. Se cree popularmente, si no es que hasta obviada, que los padres hacen lo mejor para procurar e incluso fomentar lo antes mencionado, pero la verdad es que no es así… En su mayoría, en el más alto porcentaje, padre es el que procrea, de forma voluntaria o involuntaria en muchas veces e irresponsable e idiota en la mayoría de ocasiones. Héroes de la humanidad deberían ser aquellos que son ejemplo de paternidad, madres, padres y quien cumpla esos roles a cabalidad.

¿Qué se hace… a quién se recurre… a dónde se va cuando la verdad, una gran verdad, se presenta ante uno mismo? Me refiero a esas verdades que se ocultan bajo capas y capas de hechos, acontecimientos irrefutables, voces apagadas o agonizantes, o bajo otras verdades, y también, si no es que sobre todo, bajo cientos y miles de engaños y mentiras; todo ello formando una argamasa que imposibilita a simple vista distinguir que es qué.

Me gusta creer que la única Verdad Absoluta es que no hay una Verdad Absoluta per se. Miles de millones de realidades convergen, fluyen y colisionan todo el tiempo, a cada instante; y así desde que el pensamiento y la razón existen; crean el caos y el infierno que puede llegar a ser la existencia humana.

Las verdades más contundentes y aterradoras, así como desesperanzadoras, de forma irónica a mi parecer, resultan ser las más inescrutables en su totalidad de hechos. Sin embargo, que se vuelvan algo asimilado por la mayoría, o mejor dicho aceptado, es cuasi imposible de concretarse (condición humana, supongo). Desde mi adolescencia he creído con fervor y convicción que nos “gusta” que nos mientan, mentir en sí. Es algo que culturalmente, quizá hasta como especie, se nos enseña y fomenta desde la crianza. Mentir y que te mientan; más una que otra, así como más proclive entre unos que entre otros. Haciendo a un lado patologías, costumbres y enseñanzas, la estupidez humana en contubernio, a veces, con la ignorancia, llevan a la mentira, el engaño y el embuste; aunque también es atribuible a la miseria humana. Resulta más fácil educar a un niño inquieto comprándole cosas o dejarlo hacer lo que quiera, a buscar y procúrale lo que en realidad necesita, y después creer o convencerse que se hizo lo mejor que se pudo; ese es el engaño, y a esto se aúna la vieja confiable y clásica nadie te enseña a ser padre o una tontería así que ahora no recuerdo como va con precisión. No es más que una simple escusa dada por lerdos, irresponsables y mediocres, pues si bien es cierto, actualmente y desde finales del siglo pasado hay miles de datos y cientos de investigaciones acerca de la paternidad, qué si algunos han sido refutados y otros obsoletos ya, ahí han estado y están. Pero, lo que considero fundamental es tener dos dedos de frente y tener empatía a la hora de ser padre, eso sí que puede hacer una enorme diferencia. Retomando lo anterior, también es más fácil callar y aceptar, auto-engañarse, que luchar por lo que se merece, sin importar las consecuencias del proceso o los resultados cuales quiera que estos sean.

El auto-engaño. Algo que oculta u obstruye nuestro acceso a esas verdades. Sobre todo a una que es primordial para llegar a ver otras, y es quien soy yo en verdad, quien he sido y quien puedo ser. Al ser algo que va más allá del ego, a veces es devastadora la respuesta, si no es que siempre. La realidad, y por ende la verdad, parten del yo, del individuo; tal vez por eso mismo convergen en conflicto tantas Verdades. Justo ahora creo que para consolidar una verdad como absoluta el método científico es vital. Los hechos tangibles y empíricos deben ser la regla. Pero bueno, en estos días la tendencia es que la realidad se erige de lo que a pequeños grupos ruidosos o de gran poder, en ocasiones ambos, les brota de los testes o de los gametos femíneos ultimadamente.

Ya desde mi infancia me surgían cuestionamientos curiosos para mi edad y entorno. Así mismo las verdades que ante mí se hicieron presentes se vestían de monstruos que más que solo desilusionarme, minaban mi vida, mi inocente esperanza, mi ilusión y goce por la vida. Ulteriormente, durante mi agonizante, pero ambivalente, puericia, mayores y más profundas cuestiones pululaban en mi cabecilla en desarrollo. Entonces, al tomar una desesperada decisión que hoy sé a la perfección fue para subsistir, sobrevivir, algo dentro de mí comenzó a anhelar respuestas. No les mentiré, las respuestas, no Verdades Absolutas, no pude concluirlas si no hasta hace poco, ¡pero!, de no buscarlas desde entonces no las poseería ahora. Las absolutas, que considero yo así, se han vislumbrado ante mí recientemente. Y tanto estas últimas como las previas a ellas, en verdad me han costado mucho obtenerlas, demasiado… no solo en tiempo y esfuerzo, eso al fin de cuentas es nada en comparación. El que llega a tocar una Verdad Absoluta es como a quien la Muerte se le aparece, nunca más es igual su vida, lo que le quede de ella; no es igual para todos, pero si revelador y lo cambia todo. Si se comprende así no es de sorprender la decadente situación por la que tránsito, y espero sea así, tan solo un transitar. Si bien no es solo por esto sí tiene su gran relevancia. Por otro lado, ¿qué hacer con la verdad cuando llega a ti? ¿Compartirla, divulgarla, guardarla y quizás enloquecer?

 

¿Qué hacen los viejos y las criaturas cuando no hay a donde ir, no hay quien los comprenda, quien los ayude, quien se preocupe en verdad? Esperan lo más cómodos y si puede plácidos el arribo de Tánatos ante ellos… Y después lo que venga, lo que haya allí.

 

UT 1653740115 

D. Leo Mayén


sábado, 4 de diciembre de 2021

Reseña – La conspiración Umbrella - [¿Odiaste la nueva peli?, amarás el libro]😉

       

  Que decir de Resident Evil. Empezaré con un hecho irrefutable, la serie de películas de Paul W. S. Anderson son un sin sentido y un soberano bodrio con respecto a los videojuegos, el primer film tiene ciertas cosas salvables, y ya desde entonces se veía por donde iba la cosa. Sin duda alguna es una gran saga, en su comienzo un hitazo, después y poco a poco un ser sin cabeza, ja, ja, ja. Pero, actualmente han vuelto a saber posicionarla en buen lugar, tanto para un público nuevo como para los que somos fanses, bueno, más o menos.

S. D. Perry

    Comenzaré hablando un poco sobre la escritora. Ella es Stephanie Danielle Perry (S.D. Perry). Ha adaptado, novelizado la trama de los videojuegos, llevándola al papel; así mismo, a lo largo de su carrera ha escrito sobre diversas obras de ciencia ficción, que van desde la saga por todos conocidos Alien hasta Star Trek, entre otras. En cuanto a Resident Evil respecta a novelizado desde RE 0 hasta Code Verónica. Habiendo un capitulo intermedio no relacionado con los videojuegos.

 

Todo comienza cuando los miembros del equipo Alfa de los S.T.A.R.S. reciben la llamada de socorro del helicóptero del equipo Bravo de los S.T.A.R.S. Por lo cual acuden en su auxilio. Pero, antes de partir el equipo, se nos habla de cómo es que Cris Redfield ya tenía sus sospechas sobre los incidentes que venían ocurriendo en las afueras de Racoon City. A su vez un hombre misterioso de nombre Trent se presenta ante Jill Valentine, quien le entrega un pequeño portátil justo antes de salir al rescate del equipo Bravo… Por último, le advierte, en pocas palabras, que no se fie de ninguno de sus compañeros.

Apenas tocar suelo el capitán del equipo, Albert Wesker, decide que barran la zona en busca de los supervivientes, pues si bien el aparato estaba casi intacto no había señal alguna de sus tripulantes. Al poco tiempo, lo que parece ser un perro salvaje ataca a un integrante del equipo. Aunque todos disiparan a la cuadrúpeda criatura no pueden salvarlo. El equipo emprende la retirada ante la amenaza de un grupo de estos ferales animales, pero Brad, piloto del helicóptero, emprende la huida como el cagón que es, dejando a su suerte a sus compañeros. Sin más opción el capitán se ve obligado a llevar al equipo hasta la mansión Spencer, siendo el único en conocer su ubicación y que se encuentra ahí.

            Todo se torna peor en la mansión. El primero en desaparecer es Chris, es así que Jill y Barry (otro importante personaje en la historia) deciden explorar la mansión en busca de sus compañeros desaparecidos. Son ellos, pero sobre todo Jill, quien se topa con una variedad de trampas, de las cuales ninguna está lejos de no arrebatarle la vida. No es que algo de lo que allí se oculta sea menos mortal. Je, je. Si al principio el propósito del equipo era aguardar a que la policía acudiese al verlos desaparecidos, a penas deslumbrar las aberraciones que la mansión esconde su prioridad es salir con vida a toda costa, habriendose camino entre zombies y aberrasiones peores.


Resumiendo un poco, si has jugado o visto gameplays de Resident Evil 1 (el original de Play Station, no el Remake) la trama transcurre casi tal cual, con algunas excepciones, mayores al final. Si es tu caso, déjame decirte que lo interesante y fascinante del libro es que se profundiza más en los personajes, la trama y las circunstancias en torno a la historia. Al leer la novela viene mucho a la mente lo jugado. Y es que en esta parte S. D. Perry empalma muy bien los sucesos del juego de tal forma que lo que jugando debes hacer sólo con un personaje (pues al jugar se puede elegir entre Chris o Jill) en el papel lo hacen uno u otro personaje, complementando lo que en el juego hace unicamente un personaje; teniendo así protagonismo todos ellos.

En lo personal, me ha parecido una muy buena novela, hablando de ella como novela. Y hablando de ella como adaptación, también es muy buena, a mi parecer, pues en el auge de la saga, allá por finales de los noventas (¡joder!, ya son más de veinte años) solo jugué el RE 2 y el 3. No acabe ninguno, pues el 2 se me hizo complicado entonces y tiempo después el 3 se trababa (ya saben, historias del tercer mundo) Hace cerca de… tres años (como me siento viejo de recordar) jugué el remake del RE 1 seguido por el 2, y el 3 cuando se estrenó. Como sea, la cuestión es que hablando con quien si terminó el RE 1 original me di cuenta de las divergencias entre ambos títulos, pues yo no tenía ni idea que el que jugué era un remake, no lo indican en la portada, ja, ja; supuse que era un remaster. Por ende, al leer la novela hay partes que no me resultaron familiares, y por la forma de narrar los escenarios, más que las situaciones, evoca mucho a la remembranza de los escenarios digitales. Por ello es que en algunas partes de la mitad me costó leer con moderada agilidad, y de paso hacérseme un lio en la cabeza tratando de recordar sí esto o aquello pasaba o aparecía en el remake. El final del antagonista de la historia difiere del original, y es algo que no termina de agradarme.

Decantarme por un personaje favorito es por demás complicado, aunque sin duda me quedo con Jill y Rebeca no está mal, pero la prefiero en el libro anterior, más gallarda, más decidida e intrépida, sin importar su corta edad demuestra por qué es tan competente como cualquier otro de los S.T.A.R.S., aun siendo una novata. Chris esta delegado un poco a un segundo plano. Algo que muy en lo personal me pareció bien, ya que en el remake jugar con Jill es una pesadilla, la nerfearon, como se estila decir ahora, demasiado con respecto a la resistencia de Chris, solo por ser ñiña; algún día terminare el juego con Jill. ¡De veras que sí! Empaticé vastamte con Barry al verlo en tremenda situación, entre la espada y la pared.

 
Chis Redfiel
 Chris Redfiel, Cristofer Camporojo pa' los compas

 

Jill Valentine, Jill la más Valiente pa' los cuates

 

 

 

viernes, 26 de noviembre de 2021

Este dolor que no se irá

 Hoy, ella, cumpliría veintiséis años. En cambio… en cambio ya son más de diez.

Cuando pienso en ella, al menos ahora, aparece ante mí, con añoranza, gracia, pero a la vez con placer, el recuerdo de su rostro sonriente. Sus primorosas facciones gesticulaban la mitad del tiempo de ese modo, y la otra mitad en ellas se vislumbraba la nostalgia, la tristeza y el dolor de su alma. Siempre supo conllevar esos sentimientos, anteponiéndose a casi todo en la vida… casi todo. Ella era positiva tanto como podía, ante todo veía el lado positivo, y con algo de humor lo negativo.

Su fe era algo que entonces no compartía ni remotamente; no sólo en lo religioso, también hacia la vida misma.

A lo largo de estos años, cerca de estas fechas he hecho diversas cosas para honrarla. Desde un pequeño altar en Muertos hasta acudir a la iglesia a la que acostumbraba ir ella. Del mismo modo, algunos pensamientos y escritos sobre ella y mi pena he realizado en antaño. Recuerdo que en uno de ellos mencioné como la verdadera muerte es el olvido, y que recordar a los difuntos es honrarlos. Ahora también creo que hacer ciertas cosas que hacían es honrarlos, obviamente en las que creemos, las que se vuelven costumbre para bien y las positivas, desde formas de ver la vida hasta alguna manía o gusto en particular.

 

Jamás olvidare aquel momento, el momento en que me enteré. Fue un impacto enorme, dos frases muy usadas aplican para describir aquel momento: fue como un balde de agua helada y mejor siéntate. Fue tan repentino y horrible aquel suceso que la aparto de mí… de mí y de todo, que un tiempo después terminé por los suelos.

En un corto periodo de tiempo, en el cual se engloba su fallecimiento, también tuve que mudarme del que hasta ahora llamo hogar (en la actualidad, y a más de una década, sigo soñando con estar en él e incluso revivir grandes momentos allí), también mi abuelo falleció… un gran hombre. Todos estos eventos y algunos más me llevaron a sufrir de un trastorno obsesivo compulsivo, es algo que pocos saben, a pocos se los digo y a muchos menos les interesa sépanlo o no. Mucho me ha costado sobrellevarlo, pero lo he conseguido. Durante los primeros años, y en retrospectiva, es por ello que poco pensé en ella y su ausencia. El TOC en esos años iniciales fue un verdadero infierno, un aberrante lugar del que no veía salida alguna. Me sentí así cuando me informé sobre qué era lo que me pasaba; concluí qué si aquello era algo meramente psicológico, arraigado ya en mi mente, ¿cómo podría escapar de ello?

Años después es que la realidad de su muerte poco a poco me llevo de vuelta al abismo que es la depresión, al mar de la soledad y a la andanza en la desértica desesperanza. Jamás la volvería a ver, a escuchar, a sentir su presencia… Jamás podría decirle lo importante que era en mi vida, y se dice fácil y con mucha frecuencia, pero justo ahora desearía poder tenerla frente a mí y decirle como el conocerla cambio, y aunque fuera poco entonces, mi forma de ver y valorar a los demás; como desde que te conocí aprecio las pequeñeces de la vida y las minucias que nos hacen felices, entre tantas y tantas cosas más.

En este momento, con mis ojos acuosos, y como lo viví entonces, siento como la muerte, la ausencia, el desvanecimiento eterno y repentino de quien se ama duele, duele de forma desmesurada. Y no se va, no se irá, podrá aminorar, incluso ser llevadero, pero jamás se irá. El amor, un amor que emana y se guarece en el alma es el que se siente en el pecho, ahora lo sé; pues su ausencia también se sufre justo ahí. No por nada se dice que el amor y el alma se encuentran ahí.

La compunción, el sufrimiento y la pena me llevaron a tener que encarar lo más recóndito en mí, todo eso que está en muchos de nosotros y bien puede permanecer oculto por siempre; conviviendo entre ángeles y demonios es que uno puede o salir del abismo o… bueno, acabar mucho peor de lo que jamás podríamos imaginar.

Los recuerdos gratos, si bien dolían y me desquebrajaban el corazón y desgarraban la razón, a la vez me daban algo que no sé cómo describir más que como un poco de energía para seguir delante. Aún es así, por ello es que con nadie hablé o hablo sobre esto. En parte es también por la costumbre, con nadie he contado para superar y conllevar las putadas del a vida, y cuando tuve a ese alguien, a mi mejor amiga… la perdí. Eso hacía más grande mi sufrir, no poder contarle a ella lo mucho que me mataba su partida.

Al igual que el dolor no se va la ira puede hacer metástasis. Rabia hacia uno mismo, hacia el mundo y hacia quienes son responsables. Pero este sentimiento es más fácil de canalizar que el dolor.

En ocasiones siento que mucho de lo que era yo se fue con ella, para de igual modo no volver nunca. Si en el alma y el corazón una porción se desprende nada podrá llenarlo del todo, pues es a la medida de ese amor marchito, arrebatado de tajo, con abrupto; el corazón podrá cicatrizar, pero el alma o se encoje o se queda fisurada.

Vivir todo esto, pasar por esto pone tantas cosas en perspectiva… casi tantas como las que pone en tela de juicio. Las primeras te permiten avanzar mientras las segundas te frenan. La clave es encontrar un equilibrio y no volverse loco antes o después. De igual forma el dolor por el desamor debe ser un tanto equitativo, de no serlo desemboca en algo malo.

 

En la vida podremos amar a diversas personas, seres o lugares, todos ellos de forma diversa y variable en cuanto a intensidad y profundidad, pero jamás a dos del mismo modo, jamás. Si en verdad amamos debemos apreciar a ese alguien de verdad y con total sinceridad, sin hipocresía ni medias tintas. Es así que te digo, si amas a alguien de verdad piensa en como seria si de un momento a otro muriera, y si la forma en que la has tratado es acorde a como dices amarla. Es fácil enfurecerse con alguien y decidir, en el momento, que es mejor mandarlo todo al carajo, de la forma que sea, pero después y ante un acontecimiento repentino, los verdaderos sentimientos brotan y ese amor se transforma en dolor, sufrimiento y arrepentimiento que podrían durar hasta nuestro inevitable fin lacónico o prolongado. Lo mismo aplica en un sentido inverso, si amas a alguien que te ama piensa en el dolor que le causarías si murieras, lo digo pensando en eso egocéntricos idiotas que se creen que por que es su vida da igual lo que hagan o simplemente no piensan con claridad. Algo muy frecuente en la juventud.

 

Y es que el dolor de la muerte es cosa de los vivos. Muchas veces me preguntaba qué haría o diría ella en cierto momento o lo mucho que sé que le gustaría estar en ese momento y lo tanto que lo disfrutaría… como alguna vez la vi hacerlo en circunstancias similares. Cosas de la mente ante la añoranza.

 

Ya hace medio mes podía sentir que este mes sería “complicado” incluso pesado, por tratarse de su aniversario… Justo ahora no me siento tan sereno y centrado como quisiera. Decidí escribir esto para pensar en ella estos días, e inevitablemente han salido cosas, sentimientos y recuerdos que si bien no estaban enterradas si estaban asentadas en las aguas de la memoria. Porque el dolor nunca se va, y los recuerdos buenos y malos de un amor maravilloso tampoco lo hacen. Como dice la canción Amar es sufrir; y es que eso no le quita lo magnifico al amor, sólo lo hace lo más real, hermoso y humano de la vida… y espero volverlo a experimentar.

Aún ausente me hace mejor persona, y eso me da felicidad.

 

Quien ama de verdad llevará consigo ese amor hasta que su último aliento abandoné su cuerpo.

 

Ella era joven y bella… Y en el interior era infinitamente más bella.

 

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 D. Leo Mayén