lunes, 11 de diciembre de 2017

Andromalia - Capítulo 4

En este punto del trayecto se hacen presentes indicios de lo que Driskell enfrentará. Esa misma noche, como cada noche, se manifiesta el dragón que le dio la vida que tiene, y ahora le priva del vital y placentero descanso nocturno.
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Andromalia - Capítulo IV


N
o llevaban más de dos horas desde que salieron de Zlintka. El sol se encontraba a sus espaldas, y una hilera de enormes y distantes montañas a su costado izquierdo. Acalorado, Driskell se quitó el chaleco y se remangó la camisa. Elidor dormía plácidamente en la carretilla, Sheply de igual modo; Wirt también dormía, sólo que éste sobre Driskell, a quien comenzaba a cansársele el cuello por la tan plácida posición en que su fiel compañero, la zarigüeya, permanecía desde que partieron: con medio cuerpo torcido sobre su cabeza, y una mano colgándole por un costado. Se meneó de lado a lado, montado sobre Zorka, tratando de despertar a Wirt, sin conseguirlo; pero si, haciendo que Zorka zigzagueara al andar. Resignado, le dejó en paz.
Poco más de un kilometro adelante, al sentir que le escurría saliva desde la cabeza y por la mejilla, tomó a Wirt de la cola, despertándole abruptamente; colgando del brazo extendido de Driskell, Wirt le gruñía enfadado, Driskell respondió balanceándolo en dirección hacia Pekar y terminando por arrojándole hacía la mula tras advertir sus intenciones, al aterrizar Wirt Pekar rebuznó, giró la cabeza hacia atrás mirando a Wirt sobre su lomo; enseñó sus grandes dientes, dirigió la vista hacia Driskell y rebuznó de nuevo a modo de queja.
El exalto de Pekar, por motivo de Driskell, a causa de Wirt, despertó a Elidor y Sheply. El canino no tardo en volverse a echar y cerrar los ojos tras un largo y extenso bostezo; Elidor por su parte se incorporó sentándose al borde de la carretilla.
—¿Dónde nos encontramos? —preguntó, contemplando su alrededor.
—A unos kilómetros de Istval.
—Oh, he oído de él, está al noreste de Zlintka, si no me equivoco. Es el poblado más cercano en esa dirección a Zlintka —pronunció Elidor con entusiasmo.
—“Vaya, pero que cerdito más informado” ¿No lo crees Wirt? ¡Wirt!
Wirt sólo alzó la mirada momentáneamente con un ojo, tumbado pansa abajo en dirección a la retaguardia de Pekar, sobre el harapo en el lomo de la mula.
—¡Bah! —emitió Driskell al ser ignorado— Llegaremos cerca del anochecer —prosiguió dirigiéndose al cerdito.
Driskell no dejaba ni por un minuto de estar atento al trayecto. Inspeccionaba con la mirada los laterales del camino, disminuyendo levemente la velocidad al notar algún movimiento entre la maleza, los matorrales o los arboles; revisaba con especial atención el suelo, en busca de rastros de cualquier tipo; en lo general, eran huellas pertenecientes a personas o animales, que pasaban por allí. Repentinamente notó algo inusual, que atrajo con interés su atención al pasar: un par de huellas animales, pertenecientes al parecer a un borrego joven, terminaban a unos metros delante de donde daban comienzo los de alguna carroza, misma que, por sus huellas, indicaba que provenía desde un costado del camino, notoriamente en los puntos con mayor vegetación y maleza, ideales para ocultar la carroza de la vista desde el camino. Alejándose Driskell le dio menor importancia, pues bien podría tratarse de cualquier cosa, ya sea una carroza averiada que aparco para ser reparada, o simplemente se guarecían de los inclementes rayos del sol.
—Dígame, señor, ¿tiene mucho tiempo desempeñando este trabajo? —preguntó curioso Elidor, como es costumbre en él.
—No demasiado, pero tampoco lo suficiente.
—¿A qué se refiere con lo suficiente?
—A que aún no me canso de hacerlo.
—Si en verdad es tan bueno como dice mi tutor que es, ¿cómo podría cansarse? Por ejemplo, yo soy muy habido de leer; y  aprender me gusta mucho. Tengo la certeza de no cansarme de ello nunca.
—“En verdad, chanchito”, eso has oído de mí… Sí, lo soy. Soy bueno en lo que hago… demasiado —Hizo una pausa, mirando fijamente al frente, y agachando la mirada— Pero, eso no implica que por ser bueno me guste o incluso aun lo disfrute. Tal vez… es sólo que no sé hacer algo más. Cuando llegamos a Zlintka, trate de cambiar de vida, sin lograrlo; al menos no de inmediato.
—Entonces, ¿no disfruta llevando personas de un lado a otro?
Driskell cayó un minuto y, volteando la mirada hacia el cerdito, con expresión de sorpresa dijo:
—Sí, eso me gusta… y lo llego a disfrutar.
Transitaron unos cientos de metros antes de que Elidor retomara su interrogatorio.
—¿Señor, antes a mencionado que llegaron a Zlintka. Dígame, ¿tiene mucho de eso?
—Sí, chanchito. Tanto que he perdido la cuanta. —Se le ocurrió a Driskell que, mientras le contara más al cerdito menos preguntas haría; habiendo notado su particular fascinación por escuchar lo que los demás tenían que decir—. Cuando llegamos —Medito por un momento si pudiera haber algún problema si la mencionaba—… Kalyna y yo a Zlintka, era casi un pueblo abandonado, sólo había cerca de diez personas viviendo en el poblado. Y bueno, ya lo vez, ahora es un lugar prospero.
—Señor. ¿Quién es Kalyna?
—Llámame Driskell. ¡Quieres!
—Desde luego, Señor Driskell.
—Kalyna… —dijo suspirando— Kalyna… ella vive con migo. Dime cerdito, acaso no hay alguien especial. Algo así como una cerdita —mencionó Driskell, llevando a la par de la carretilla a Zorka; e insistió arqueando las cejas.
—No señor; soy el único de mi especie en el palacio; me temo. Cuando viaje al continente conoceré a alguien, lo sé.
—“Al continente, eh” ¡Vaya! ¿A caso tú tutor tiene pensado mandarte?
—¡Oh no¡ De ninguna manera. Pienso ir en algunos años por mi cuenta ¡Oink! —Emocionado se disculpó antes de proseguir— Tengo planeado ir a La Gran Capital. De allí provienen los lápices que llevo en mi morral; también hay allí un sinfín de novedosos objetos, inventados por gente de lo más inteligente; he leído de ellos en diarios, también provenientes de allí.
­—No todo es tan bello como crees, chanchito.
—No se ofenda señor Driskell, pero dudo que usted haya leído sobre como es ahí.
—Tienes razón, marranito, no lo he hecho; pues no tengo necesidad ya que he estado antes en El Continente.
Elidor, permaneció en silencio, pensando con interés en Driskell y su procedencia de El Continente, ansioso por preguntarle cómo es.
—Si le he ofendido antes pido me disculpe. No tenía idea que usted hubiese estado en El Continente. Me sentiría honrado si usted me relatara sobre sus vivencias ahí…
—¡Aguarda! No hables ni te muevas.
Acalló al cerdito al parecerle nada normal que por segunda vez se repitiera la misma escena: de nuevo un par de huellas, esta vez de dos mujeres, desaparecían de igual modo a unos once pasos: casi cien metros —Comúnmente en Exulia se usan pies y pasos: «pasos», noventa centímetros o tres «pies». Algo a lo que Driskell no terminaba de acostumbrase— delante de donde daban comienzo las de una carroza. Intrigado, detuvo a Zorka, dando media vuelta llamó a Wirt y Sheply; ambos reaccionaron de inmediato: Wirt detuvo a Pekar halándolo de las riendas; Sheply respondió al llamado bajando de la carretilla, comenzó a olfatear a su alrededor, mientras Wirt vigilaba atento las cercanías. Driskell daba una y otra vueltas en círculo, montado en Zorka, observando, analizando, deduciendo o intuyendo que era lo que podría haber ocurrido allí. Tras bajar de Zorka, e indagar en los alrededores próximos; buscando cualquier pista o rastro por más diminutos que fueran, Elidor no comprendía el por qué del actuar de todos.
—¿Qué… qué ocurre? —cuestionó con angustia.
—No es nada, sólo es algo extraño que he notado. Tranquilo, cerdito, solamente necesito revisar algo y seguiremos. Espera aquí con Sheply —Le señaló con voz firme, tratando de contener su angustia—. ¡Wirt, conmigo!
Driskell se decidió por comenzar donde iniciaban las huellas de la carroza en el camino; siguiéndolas se adentró donde delimita el camino y la parte aún virgen del paisaje. Cerca de quince metros es donde iniciaba el rastro de la carroza; las huellas de las ruedas de la carroza eran más profundas allí; se percató que había un pequeño pedazo de tierra sin pasto, al frente de donde permaneció estática la carroza; puso una rodilla al suelo para examinar mejor las huellas pertenecientes a un par de caballos; también, cerca de la carroza encontró huellas correspondientes a dos hombres, revelando, unas de ellas, que uno de ellos permaneció sentado en el estribo lateral derecho de la carroza; mientras que, las huellas del otro lo guiaban no muy lejos de la carroza, tenían algo singular: varias huellas, unas sobre las otras, señalando con las punta (correspondientes a los dedos del pie), apuntar en dos direcciones: hacia el hombre sentado en la carroza y hacia un cerro, no muy lejano, a ocho pasos —poco más de setenta metros—. Hincado, revisando las huellas, llamó a Wirt para instruirle; hasta entonces husmeaba por entre la maleza viendo que encontraba:
—Iré a lo alto del cerro, vuelve a la carreta y permanezcan atentos.
Se dirigió a la cima del cerro; al llegar lo primero y más  evidente le era la vista, ya que desde ahí se podía ver a la perfección el camino y sus alrededores, siendo así fácil percatarse si alguien se aproximaba desde lejos: cerca de unos doscientos metros. De igual forma encontró evidencia de alguien que permaneció largo rato allí observando, tendido en el suelo. Yendo de regreso a donde le esperaban, encontró cercano a una roca un puro, o lo que quedo de él, lo guardo de inmediato en uno de sus bolsillos y apresuró la marcha. Montando en Zorka con prontitud, emprendieron la marcha de nuevo; Wirt volvió a montarse sobre Pekar, y Sheply subió a la carretilla de un salto, se sentó y permaneciendo atento vigilando la retaguardia.
Dejándose llevar tranquilo por el ligero y constante meneo al ir montado en el caballo Driskell unía las piezas, llegando a concluir que: se trataba de una carroza arrastrada por dos caballos, con un hombre al frente y dos en el interior, o quizá al revés; ocultaron la carroza tras la enorme vegetación y matorrales; dos de los hombre esperaban, mientras el tercero vigilaba desde lo alto del cerro, a la espera de que alguien, hombre o animal, se aproximase en dirección a ellos, haciéndoles saber, de algún modo, a sus compinches, los que aguardaban impacientes y atentos por su señal. Seguramente al recibir la señal, o reunirse el vigía con ellos, es cuando entraban con la carroza en el camino, andando muy despacio, así sus víctimas podrían darles alcance, y después, como indicaba la ausencia de huellas, subían por voluntad propia en la carroza.
Lo repasaba en su mente, esperando equivocarse, llegando cada vez a estar sólo más convencido. Durante su vida en El Continente aprendió, bastante, a perfeccionar múltiples habilidades, mediante el conocimiento adquirido de forma tanto propia, como de quienes le instruyeron; algo que le tomo años afinar: las huellas, los rastros, todo aquello que pudiera considerarse como indicio en sí. Pocas veces y al saber interpretarles adecuadamente concluían de forma errónea. Así entonces, tanto las huellas profundas de la carroza como las marcas en el pasto dejadas por los caballos, junto con las del hombre en dirección al cerro, le llevaban a concluir una larga espera llegando a ser impaciente para aquellos hombres; a su vez, las direcciones marcadas por las huellas, en dirección a la carroza como hacia el cerro, le sugería que el hombre permaneció allí de pie, conversando con el otro hombre a la vez que debía mirar frecuentemente en dirección al cerro, entonces, debería de ser importante lo que se hallara en aquel sitio, tanto como para ni siquiera sentarse; y por último, la clara y notoria silueta, señalando en dirección al camino, dejada por el «vigía» sobre el pasto en la cima del cerro; lo que le hacía suponer que claramente vigilaba el camino, mientras los otro esperaba ocultos a por su señal. En conjunto todo le llevaba a creer, casi con total certeza, que aquel trío de hombres de intensiones claras, pero no así, de fines de igual modo, realizaban una «emboscada» esperando por él o los desafortunados que pasaran a pie por allí. «Emboscadas similares, pensó Driskell, a las que hace tiempo realizara».
El sol estaba a punto de desaparecer en el horizonte. Driskell se acercó a Elidor y le dijo:
—Pasaremos la noche aquí.
—¿Aquí? —cuestiono temeroso—. Pero…
—Despreocúpate, cerdito. Lo hemos hecho cientos de veces; no hay gran peligro —replicó Driskell.
—Está bien, ¿pero sólo será por esta noche, cierto? —preguntó temeroso de nuevo.
—Desde luego.
Driskell haló las riendas y se adelantó a galope en buscan de un sitio adecuado para pasar la noche. Elidor lo miraba alejarse; comenzaba a sentirse emocionado; aunque jamás había dormido en algo que no fuera un lecho o un catre, le entusiasmaba vivir una nueva y desconocida experiencia.
La gente común, habitualmente, acostumbraba estar activa durante cerca de doce horas al día, ya que la noche era cegadora cuando la luna se ausentaba, ¡ni siquiera la mano se podía ver! Se procuraba estar, a esas horas de absoluta penumbra, resguardados en sus hogares o en sitio seguro; los peligros eran incontables: ladrones, fantasmas, espíritus vengativos; criaturas horripilantes y malignas: monstruos y demonios, y, claro, bichos ponzoñosos y bestias come gente.
Acamparon cerca del borde de un espacio árido y despejado; lo que le permitía ver al frente, con antelación, si alguien se aproximaba a ellos, y por detrás alertarse de algún ruido si alguien los acechaba entre la maleza. Driskell mandó a Sheply y a Wirt por ramas: Wirt las escogía, y las más pesadas para él se las ponía en el hocico a Sheply para que las llevara, mientras él cargaba las más livianas. Con la ayuda de un par de minerales, que sacó de una de sus talegas, «pedernal y pirita», Driskell dio los pequeños brotes a la fogata ayudado por «pata de caballo» —un hongo— como yesca.
Tras ausentarse por un breve momento, con antorcha en mano, volvió a la fogata a sentarse.
—¡Miren lo que traje! —exclamó alzando entre manos el cadáver de una serpiente, recién cazada—. La destripo y podremos comerla.
Elidor le miró con preocupación. Su emoción por nuevas experiencias no incluía degustar “suculentos manjares” como ese. Al percatarse de su expresión Driskell le mencionó acercándole la canasta que le dio Petra antes de partir:
—Ten, aquí hay algo más para que comas.
Al descubrir la canasta y ver que se trataba de grillos, gusanos y charales, no cambio mucho su expresión; alzó la mirada hacia Driskell, esperando que se compadeciera de él y que si ocultaba algo como una manzana o algo por el estilo lo mostrara.
—Lo siento cerdito, es de lo que disponemos. Come algo. Mañana cuando lleguemos a Istval te zampas lo que desees. Además, no te harán mal; todo es muy nutritivo. Así crecerás grande y fuerte como yo. Ja, ja —echó a reír Driskell volviendo a su lugar.
Muy a su pesar tomó el cuenco de los charales, acercándolo a su hocico; y tras masticarlos concienzudamente y tragarlos declaró:
—No están mal —Y llevó de nuevo el cuenco hasta su hocico.
Abierta en canal y destripada la serpiente, y ya cocida, Driskell partía trozos de carne con ayuda de su daga, comiendo uno y dando otro a Wirt y arrojando el siguiente trozo cerca de Sheply, de espaldas a ellos, echado en el suelo vigilando atento la maleza. Comieron la serpiente de ese modo, por turnos, hasta que no quedo más que huesos y pellejo. Elidor, exhausto sucumbió pronto ante el cansancio, durmiendo profundamente sobre una manta. Wirt se adentró en la maleza, perdiéndose de vista, escuchándose a su paso sólo ramas quebrarse, seguidas de un profundo silencio. Sheply se levantó acercándose al fuego, y se echó mirando en dirección opuesta —ahora hacia el frente—. Driskell, sobre una manta, contemplaba la infinidad de estrellas sobre él; jugando a crear figuras, trazándolas en su mente al unir los brillantes puntos, como lo hacía de niño junto a sus hermanos; pasó gran rato haciéndolo, pero, terminando inevitablemente dormido por más que se empeño en evitarlo.

Driskell entró en la habitación de Kalyna. Ella le esperaba mirando hacia la puerta, sonriente y alegre de verle. Le besaba con pasión, acariciando su espalda hasta llegar a sus glúteos y seguir por sus piernas; «Hagamos el amor, te lo ruego», le susurraba al oído ella. Intempestivamente se escuchó un estruendoso sonido, proveniente de la puerta, era tan sonoro que la casa temblaba a cada golpe. Al Driskell voltear Kalyna había desaparecido; aquel sonido estridente seguía, aumentando la frecuencia a cada golpe. Driskell se levanto de la cama llenó de angustia al no encontrar por ningún lado su katana, portando en su lugar un cuchillo para mantequilla; se aproximó a la puerta, donde al abrirla no se encontraba nadie; asomó la cabeza a su derecha, mirando el pasillo, no había nadie. «No me abandones», se escuchó la suave voz de Kalyna, proveniente de la habitación; al volver Driskell a la habitación y no encontrarse allí Kalyna de nuevo toda la casa se sacudió. Bajó lentamente y con cautela las escaleras, con antorcha en mano —sin estar encendida—, a cada paso se volvía más y más fuerte tanto el sonido de la puerta siendo golpeada como el sacudirse de la casa, y el miedo que le paralizaba. De pie frente a la puerta, el atemorizante y estruendoso ruido cesó. La abrió lentamente. Desde el otro lado de la calle, sobre un tejado, oculto por las tinieblas de la noche, emanaba un hedor fuerte y penetrante al olfato, húmedo y pestilente, proveniente de una fuerte briza que le golpeaba a intervalos constantes. Las casas alrededor de la cuadra ardían. Driskell comenzó a agitarse; cuando le golpeó de lleno una ventisca desde lo alto del tejado, avivando el fuego, alimentando las llamas prontas a consumirlo todo en poco tiempo de forma implacable y sin que pudiera hacer nada; sólo observaba consumirse el poblado, de rodillas en el suelo con la mirada caída, ahogado en un profundo sentimiento de impotencia y derrota, mientras las cenizas aún candentes caían a su alrededor junto a escalofriantes gritos, de todos en Zlintka. Sobre el tejado, se deslizó reptando, y después aleteando apareció frente a Driskell un gran dragón, escamoso, carmesí obscuro, y grisáceo en el pecho; mostraba ante él sus enormes y amarillentos dientes; una línea de espesa y abundante saliva caían de entre sus fauces. El imponente dragón le miraba con fijeza, con sus grandes y amarillentos ojos de pupilas negras y alargadas verticalmente entre lagos dorados; una cresta de gruesos cuernos, algunos curvados hacia el frente y otros con punta hacía atrás, y un par de amplias fosas nasales al final de su hocico romo. Tras exhalarle con fuerza en la cara, a unos centímetros de él, el dragón torció la cabeza hacia un costado y, sin siquiera tener que mover la boca, dijo a Driskell, con voz sumamente grave y penetrante: «¡Mírate! a que has llegado. ¿Dónde estabas cuando te necesitaban? ¿Dónde mientras morían?», le cuestionaba, mientras el alado reptil daba vueltas en torno a él, abatiendo sus alas y agitando la cola: «Mientras los devoraba, ¿dónde estabas, “valiente guerrero”?» Deteniéndose detrás de él, acercó su hocico cerca de su oído: «Luchaste por otros para perder a los tuyos». El dragón se posó frente a él; Driskell le miró lleno de rabia, mientras el dragón habría sus fauces, como si fuera a devorarlo por completo. Arrojó una bocanada de fuego hacia la casa, mientras alzaba el vuelo, y alejándose desapareciendo en las tinieblas de la noche. Driskell corrió tan aprisa como jamás lo había hecho, intensamente agitado, mientras el techo era cubierto por las llamas; exasperado subió las escaleras, dio una patada a la puerta cubierta en llamas de la habitación. Yacía en la cama Kalyna, durmiendo pacíficamente; Driskell se aproximó lentamente a ella; al estar hincado junto a ella pasó su brazo por detrás de su delicado cuello y, posando su cabeza sobre su pecho, le decía: «Kalyna… pensé que tú… ¿Kalyna? ¡Kalyna!», la sacudía entre sus brazos pero, ella no respondía. Driskell lloraba sobre ella, cuando Kalyna alzó de manera rígida su mano, señalando hacia la ventana abierta, dejando ver un magnifico y resplandeciente día, musito: «Aquí esta… ha vuelto por mí». Al otro lado de la ventana, les miraba de frente el dragón, ansioso y decidido. Driskell cubrió con su cuerpo a Kalyna, cerrando los ojos y aguardando lo inevitable, cosa que no sucedió; al mirar la ventana el dragón ya no estaba. Al girarse de nuevo hacia Kalyna y tocarle la mejilla para después besarle, al acariciar sus dulces labios comenzó a palidecer tanto y tan aprisa que parecía fallecida; poco a poco, comenzando por su boca, toda ella se convirtió en cenizas, con pequeñas hojuelas ardientes en su interior.

(Registrado en INDAUTOR bajo el seudónimo de D. Leo Mayén)


Con prontitud fue a donde yacía inmóvil Wirt; levantándolo de la cola lo examinó minuciosamente mientras Elidor con pesar y tristeza le observaba de pie junto a la carretilla; sin más que hacer, Driskell, le colocó con suma cautela sobre la carretilla, acomodándole de manera grata sobre los costales de cuero ocultando en su interior las mantas. Retomaron el trayecto dejando atrás al par de ladrones; después de arrojar sus armas a lo lejos. Elidor no podía dejar de mirar el cuerpo de Wirt, tieso, congelado en un gesto de terror y con parte de la lengua de fuera, emanando un hedor penetrante al olfato —más aun para Elidor—. Lagrimas escurrían por su rostro lleno de tristeza; pese al poco tiempo de conocerle ya sentía aprecio por tan singular y simpático animalito, deseando ahora poder haberlo conocido mejor. Distrayéndose mirando el paisaje, al sentir de nuevo pesadumbre por la conclusión del reciente evento Elidor regreso la mirada al interior de la carretilla… Terminando por dar tremendos chillidos como si le estuvieran matando. De inmediato se detuvo Driskell, seguido por Pekar; haciendo alzarse de patas y relinchar a Zorka. Tan pronto como se detuvieron Elidor dio un salto de la carretilla y se alejó corriendo entre constantes chillidos. Trayendo de vuelta a Elidor, con algo de dificultad, Driskell le explicó acerca de la peculiaridad de Wirt de fingir, o más bien hacerse pasar por muerto al sentirse amenazado.

I can't remember who's eye this is

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