sábado, 10 de septiembre de 2016

La bruma de mi amor

Todos anhelamos amor, ser amados, y otros menos amar, me parece. Lo que nadie advierte es que hallar o que nos encuentre ese amor soñado, bien puede resultar en todo lo opuesto a lo que se desea. El amor duele, con él y más sin él, ya que se retira, se marcha lejos sin saber si volverá algún día. ¿Pero si el amor se marchita o peor muere, y aún queda la esperanza, qué pasa? ¿Será que no está todo perdido?


La bruma de mi amor


La penumbra del corazón
Hace un año… El aniversario. Hace un año que no la veo, no sé de ella, salvo por esporádicos y espaciados “envíos” sobre el estatus de nuestras vidas… cortos, breves y sin profundizar, pues no pararíamos. Van desde un simple y mundano «Hola, ¿cómo has estado?» respondido por un «Bien (y algo más); hasta un sumamente doloroso: «Te extraño tanto como siempre lo hago», seguido por silencio, la ausencia de una respuesta, sabiendo lo que significaría sincerarse, y terminado por callar ambos en un silencio hondo y melancólico conteniendo nuestro verdadero sentir.
Un año, trescientos sesenta y cinco días esperando llegara este día apenas se fue, apenas y me despidió con ese beso que guardo y guardare en mi memoria y corazón, y sellado por esas palabras que me atravesaron de tajo sin obstáculo alguno, de algo que ahora sé y acepto como la verdad absoluta: el amor que profesaba por sobre mi pirrónica incredulidad insegura y velada de dudas por su sentir hacia mí, e incomprensible para mí hasta ese momento… La razón de su amor hacia mí, lo que veía y apreciaba en mí… Y que nadie más a mirado oculto.
La melancolía, el pesar y la compunción que evité con eficacia durante prolongados meses, ahora, llegado el día justo, me son inevitables; apenas pensar fugazmente en ella o lo ocurrido… Lo que evite me avasalla con furor por dentro, estrujándome sin nada que pueda hacer para evitarlo. Las nubes grisáceas que tanto disfruto en ocasiones, son símiles a los nubarrones en mi mente, extensos sin aparente fin; las imperiosas tormentas con su copiosa lluvia furiosa que tanto gozo en conjunto con esos truenos que sacuden los cristales, ahora ausentes, son poco con las lagrimas que retengo resistiéndome a liberarlas afluentes al rememorar recuerdos, deseos, viejas sensaciones amadas, imágenes de añoranza, todo lo que por dentro me turba deseando desahogarse con la remembranza de ella.
Ignoro esos clamores profundos que me sacuden por dentro como los truenos estruendosos que hasta hoy no han hecho presencia —dejándome abandonado—, creyendo ella está bien sin mí… Como espere y espero sea. Me rehusó a abandonarme en la pena y el dolor, el sufrir de un amor terminado de golpe y no por acuerdo mutuo, pero sí sumamente reciproco y de igual forma intenso, y muy atípico; si lo hiciera, si dejara salir todo lo que abovedo con recelo de mi mismo, y por ende de otros, si lo liberara… temo con pavor, un miedo recóndito y apenas tentado, que me lleve a la autodestrucción; como ya fue… Desmoronarme y arrastrar conmigo todo lo que hasta hoy, y en gran parte gracias a ella, he construido, edificado con esfuerzo; y con ello haciendo todo valga menos que nada, y deseando ella vuelva y me levante como hizo antes.
Pero, a la vez, una buena parte de mi quiere hacerlo, dejar todo de lado, destruirlo si es preciso con tal de tocar por un largo tiempo su recuerdo, sentirla ilusoriamente cerca de mí, por muy doloroso que termine siendo, y por muy difícil, si no es que imposible, me resulte ponerme de pie de nuevo. Por qué solo quisiera sentirla aunque sea así, pues es lo que me queda de ella. Sin importarme quedar postrado en un eterno abrazo con la locura. Esa parte de mí, me parece quisiera tomar las riendas con frenesí, saboteándome día a día en cada ocasión posible, esperando comenzar un efecto domino hasta que termine derribado en la cama lamentándome entre llanto por ella, sin alzarme por días y compadeciéndome durante el amanecer y martirizándome por las noche… Deseando…. deseando… También creo que esa parte, esa que pretende arrastrarme hasta ese obscuro lugar, tétrico y de sentires funestos, donde le deje, donde le margine, donde se oculta; pretende llevarme para que mire lo que le he hecho, lo que provoque al terminar con ella, por lo mucho que la ama; porque en realidad esa parte de mí, por sobre la que lucho por que predomine en mi vida, es la que tomó todo eso que sentí por ella, todo ese amor que le profese sin miramientos ni templanzas, todo lo que hasta hace poco extrañaba sentir en mí. Quizá si viera y sintiera todo lo que guarda como su valioso y más preciado tesoro consiga lo que pretende sin mayor esfuerzo. Me susurra al oído —sobre todo cuando escribo buscando superarla como hice en principio—, guiándome a dejar rasgos, matices, fragmentos de ella, de algunas de nuestras vivencias, algunas muy sutiles, otras repetitivas; y por más que quiera no podre dejar de oírle y sucumbir a sus lamentos, pues con ello desahogo un poco de mi tormento y no imploto de sufrimiento. Estoy seguro, a la vez, busca castigarme por el suplicio que le he causado al apartarla de nosotros, de lastimar a nuestra amada; buscando con persistencia dañarme, hacer que sufra de igual modo… No la culpo, yo quisiera con anhelo hacerlo también, rendirme y que me lleve a sus dominios, ese lugar tenebroso y de incierto retorno; pero hacerlo, permitirlo, sería faltar a la promesa que le hice a ella, poco antes de que partiera y después de nuestra última discusión.

Al horizonte, ¿un amanecer?
Algo así como seis meses he pasado planteándome iniciar algo, encontrar a alguien más, alguien con quien compartir mi vida, aunque sea un fragmento de ella, con quien contar y que cuente conmigo tanto como sea posible, quererla y tal vez si todo va bien y se da, amarla; pero, me es sumamente difícil y complicado.
Sí bien se “observar” a las personas por lo que son y no lo que ostentan o aparentan, ni menos por lo que creen ser, no es algo del todo bueno en esta vida, este tiempo y esta sociedad; poder mirar a las personas sin un filtro emocional, al menos de entrada y bajo ciertas circunstancias —no es que sea alguien anti-emociones, ¡todo lo contrario!—, es en este aspecto contraproducente a los resultados que da, más aún cuando parecieran ser “muchos” caídos del mismo árbol: prejuiciosos sin remedio, vanos acomplejados, bobos, ingenuos por irreflexivos o poco atentos, fanatizadores de mentalidad cómoda y desmedida, inconformistas de odio arraigado, narcisistas desmedidos y egocéntricos por vocación, etc.; pero, supongo es el mal de esta era, propagándose como un virus incontenible; y no es que no haya rasgos de esto en mí o en mi vida, solo que pretendo cada día hacerlos a un lado, superarme a mí mismo por sobre lo que me disgusta de mí y me causa problemas, y sin que me arrastren de vuelta a la costumbre y la necedad de una vida cómoda, si no es que mediocre —¡Por qué inevitablemente el “mundo” nos cría y educa; pero solo nosotros podemos corregir esas fallas en el sistema, en la vida, que terminan en nosotros!—; y es mucho más difícil lograr mejorar a la par de alguien que no lo intente o pretenda, o pueda. ¡Qué si sabré!
Y no es que busque a una supermodelo sumisa princesa de cuento, no, soy realista, y con la visión clara. No soy un cubo con un ideal de mujer o una mujer ideal en la mente; cientos de siluetas femeninas, cualidades y características hay en cada una de ellas, como para fijarse con un criterio estandarizado, fantasiosos o parco.
Lo que llama mi atención y sentidos es un algo especial, que titile en la penumbra de este mundo cada día más perverso, cruel y vano; algo que quizá pocos buscan; si acaso los que miran el mundo con la claridad de los años o la nobleza del alma. Y ya que en mi vida he aprendido con persistencia y con dolor a percibir con mayor claridad, sin tanta basura que se inculca, se aprende, se hereda o se vende por todos lados, y sí lo que realmente nos hace únicos y especiales; cosas como la bondad, la convicción, las cualidades innatas o adquiridas, los dones admirables, la inocencia, el talento e inteligencia pulcros, la sinceridad, la honradez, la perseverancia, el respeto justo, entre tantas otras. Y aunque creo en esto, sé que no soy perfecto y un simple mortal, porque bien puedo llegar a pecar de hipócrita o descarado; pero lo imprescindible es intentarlo y retomar el camino fijado sin darse por vencido cuantas veces haga falta, como me esfuerzo por hacer.
He llegado a preguntarme con dolor y desesperación, en los momentos de desdicha, si es que habrá alguien más destinado para mí —pues es en lo que creo—; así apareció mi primer amor y quizá también el último.


D. Leon. Mayén

La bruma de mi amor - CC by-nc-nd 4.0 - D. Leon. Mayén

No hay comentarios.: