La penumbra del corazón
Hace un año… El aniversario. Hace un año que no la veo, no
sé de ella, salvo por esporádicos y espaciados “envíos” sobre el estatus de
nuestras vidas… cortos, breves y sin profundizar, pues no pararíamos. Van desde
un simple y mundano «Hola, ¿cómo has estado?» respondido por un «Bien (y algo
más); hasta un sumamente doloroso: «Te extraño tanto como siempre lo hago»,
seguido por silencio, la ausencia de una respuesta, sabiendo lo que
significaría sincerarse, y terminado por callar ambos en un silencio hondo y
melancólico conteniendo nuestro verdadero sentir.
Un año, trescientos sesenta y cinco días esperando llegara
este día apenas se fue, apenas y me despidió con ese beso que guardo y guardare
en mi memoria y corazón, y sellado por esas palabras que me atravesaron de tajo
sin obstáculo alguno, de algo que ahora sé y acepto como la verdad absoluta: el
amor que profesaba por sobre mi pirrónica incredulidad insegura y velada de dudas
por su sentir hacia mí, e incomprensible para mí hasta ese momento… La razón de
su amor hacia mí, lo que veía y apreciaba en mí… Y que nadie más a mirado
oculto.
La melancolía, el pesar y la compunción que evité con
eficacia durante prolongados meses, ahora, llegado el día justo, me son
inevitables; apenas pensar fugazmente en ella o lo ocurrido… Lo que evite me
avasalla con furor por dentro, estrujándome sin nada que pueda hacer para
evitarlo. Las nubes grisáceas que tanto disfruto en ocasiones, son símiles a
los nubarrones en mi mente, extensos sin aparente fin; las imperiosas tormentas
con su copiosa lluvia furiosa que tanto gozo en conjunto con esos truenos que
sacuden los cristales, ahora ausentes, son poco con las lagrimas que retengo
resistiéndome a liberarlas afluentes al rememorar recuerdos, deseos, viejas
sensaciones amadas, imágenes de añoranza, todo lo que por dentro me turba
deseando desahogarse con la remembranza de ella.
Ignoro esos clamores profundos que me sacuden por dentro como
los truenos estruendosos que hasta hoy no han hecho presencia —dejándome
abandonado—, creyendo ella está bien sin mí… Como espere y espero sea. Me
rehusó a abandonarme en la pena y el dolor, el sufrir de un amor terminado de
golpe y no por acuerdo mutuo, pero sí sumamente reciproco y de igual forma
intenso, y muy atípico; si lo hiciera, si dejara salir todo lo que abovedo con
recelo de mi mismo, y por ende de otros, si lo liberara… temo con pavor, un
miedo recóndito y apenas tentado, que me lleve a la autodestrucción; como ya
fue… Desmoronarme y arrastrar conmigo todo lo que hasta hoy, y en gran parte
gracias a ella, he construido, edificado con esfuerzo; y con ello haciendo todo
valga menos que nada, y deseando ella vuelva y me levante como hizo antes.
Pero, a la vez, una buena parte de mi quiere hacerlo, dejar
todo de lado, destruirlo si es preciso con tal de tocar por un largo tiempo su
recuerdo, sentirla ilusoriamente cerca de mí, por muy doloroso que termine
siendo, y por muy difícil, si no es que imposible, me resulte ponerme de pie de
nuevo. Por qué solo quisiera sentirla aunque sea así, pues es lo que me queda
de ella. Sin importarme quedar postrado en un eterno abrazo con la locura. Esa
parte de mí, me parece quisiera tomar las riendas con frenesí, saboteándome día
a día en cada ocasión posible, esperando comenzar un efecto domino hasta que
termine derribado en la cama lamentándome entre llanto por ella, sin alzarme
por días y compadeciéndome durante el amanecer y martirizándome por las noche…
Deseando…. deseando… También creo que esa parte, esa que pretende arrastrarme
hasta ese obscuro lugar, tétrico y de sentires funestos, donde le deje, donde
le margine, donde se oculta; pretende llevarme para que mire lo que le he hecho,
lo que provoque al terminar con ella, por lo mucho que la ama; porque en
realidad esa parte de mí, por sobre la que lucho por que predomine en mi vida,
es la que tomó todo eso que sentí por ella, todo ese amor que le profese sin
miramientos ni templanzas, todo lo que hasta hace poco extrañaba sentir en mí. Quizá
si viera y sintiera todo lo que guarda como su valioso y más preciado tesoro
consiga lo que pretende sin mayor esfuerzo. Me susurra al oído —sobre todo cuando
escribo buscando superarla como hice en principio—, guiándome a dejar rasgos,
matices, fragmentos de ella, de algunas de nuestras vivencias, algunas muy
sutiles, otras repetitivas; y por más que quiera no podre dejar de oírle y sucumbir
a sus lamentos, pues con ello desahogo un poco de mi tormento y no imploto de
sufrimiento. Estoy seguro, a la vez, busca castigarme por el suplicio que le he
causado al apartarla de nosotros, de lastimar a nuestra amada; buscando con
persistencia dañarme, hacer que sufra de igual modo… No la culpo, yo quisiera
con anhelo hacerlo también, rendirme y que me lleve a sus dominios, ese lugar tenebroso
y de incierto retorno; pero hacerlo, permitirlo, sería faltar a la promesa que
le hice a ella, poco antes de que partiera y después de nuestra última
discusión.
Al horizonte, ¿un amanecer?
Algo así como seis meses he pasado planteándome iniciar algo,
encontrar a alguien más, alguien con quien compartir mi vida, aunque sea un
fragmento de ella, con quien contar y que cuente conmigo tanto como sea
posible, quererla y tal vez si todo va bien y se da, amarla; pero, me es sumamente
difícil y complicado.
Sí bien se “observar” a las personas por lo que son y no lo
que ostentan o aparentan, ni menos por lo que creen ser, no es algo del todo
bueno en esta vida, este tiempo y esta sociedad; poder mirar a las personas sin
un filtro emocional, al menos de entrada y bajo ciertas circunstancias —no es
que sea alguien anti-emociones, ¡todo lo contrario!—, es en este aspecto
contraproducente a los resultados que da, más aún cuando parecieran ser “muchos”
caídos del mismo árbol: prejuiciosos sin remedio, vanos acomplejados, bobos,
ingenuos por irreflexivos o poco atentos, fanatizadores de mentalidad cómoda y
desmedida, inconformistas de odio arraigado, narcisistas desmedidos y egocéntricos
por vocación, etc.; pero, supongo es el mal de esta era, propagándose como un
virus incontenible; y no es que no haya rasgos de esto en mí o en mi vida, solo
que pretendo cada día hacerlos a un lado, superarme a mí mismo por sobre lo que
me disgusta de mí y me causa problemas, y sin que me arrastren de vuelta a la
costumbre y la necedad de una vida cómoda, si no es que mediocre —¡Por qué
inevitablemente el “mundo” nos cría y educa; pero solo nosotros podemos
corregir esas fallas en el sistema, en la vida, que terminan en nosotros!—; y
es mucho más difícil lograr mejorar a la par de alguien que no lo intente o
pretenda, o pueda. ¡Qué si sabré!
Y no es que busque a una supermodelo sumisa princesa de
cuento, no, soy realista, y con la visión clara. No soy un cubo con un ideal de
mujer o una mujer ideal en la mente; cientos de siluetas femeninas, cualidades
y características hay en cada una de ellas, como para fijarse con un criterio
estandarizado, fantasiosos o parco.
Lo que llama mi atención y sentidos es un algo especial, que
titile en la penumbra de este mundo cada día más perverso, cruel y vano; algo
que quizá pocos buscan; si acaso los que miran el mundo con la claridad de los
años o la nobleza del alma. Y ya que en mi vida he aprendido con persistencia y
con dolor a percibir con mayor claridad, sin tanta basura que se inculca, se
aprende, se hereda o se vende por todos lados, y sí lo que realmente nos hace
únicos y especiales; cosas como la bondad, la convicción, las cualidades innatas
o adquiridas, los dones admirables, la inocencia, el talento e inteligencia
pulcros, la sinceridad, la honradez, la perseverancia, el respeto justo, entre
tantas otras. Y aunque creo en esto, sé que no soy perfecto y un simple mortal,
porque bien puedo llegar a pecar de hipócrita o descarado; pero lo
imprescindible es intentarlo y retomar el camino fijado sin darse por vencido
cuantas veces haga falta, como me esfuerzo por hacer.
He llegado a preguntarme con dolor y desesperación, en los
momentos de desdicha, si es que habrá alguien más destinado para mí —pues es en
lo que creo—; así apareció mi primer amor y quizá también el último.
D. Leon.
Mayén
La bruma de mi amor - CC by-nc-nd 4.0 - D. Leon. Mayén
No hay comentarios.:
Publicar un comentario