lunes, 12 de septiembre de 2016

Al otro extremo... Arrebato pasional - "Parte 2: Retratos, pinturas y miradas"

En esta ocasión, en la segunda parte de este relato, este cuento largo o, simplemente, esta historia titulada «Al otro extremo… Arrebato pasional», Liev, aún fingiendo, es llevado por Sonia por algunos lugares de la ciudad, desde un museo hasta una gran dulcería; “conociéndose” mejor en el trayecto; hasta terminar en el apartamento de Lucilda, donde lo que ambos esperaban pasara sin siquiera mediar palabra sobre ello, termina por ocurrir casi de igual modo. Siendo lo que ocurre esta noche lo que define lo que motive el día siguiente.


Al otro extremo… Arrebato pasional


Retratos, pinturas y miradas

Poco después, tras caminar unas cuantas calles hacia el este por The Strand, hicieron su primera parada, en The National Gallery, de frente a Trafalgar Square, una plaza de gran tamaño, misma que recorrieron: con dos fuetes a los costados, estatuas a las cuatro esquinas de la plaza y una imponente al sur sobre un colosal pilar —llamando particularmente la atención de Leandro la estatua de un fósil, aparentemente de un équido, quizá—; siendo el principal museo artístico de la ciudad. Dentro, caminaron por sus salas, mirando, sobre todo ella, a detalle las pinturas, de diversas épocas y pintores, locales y extranjeros. Sonia, entre pinturas, miraba a Leandro mirando de igual forma las pinturas; y al, él, leer uno de las leyendas de una pintura, sacó su móvil y se lo ofreció a Leandro diciendo:
If you want read something, just use it.1 —dijo sonriéndole; creyendo ella que, naturalmente por lo dicho en el bar, Liev no podría leer lo escrito en los letreritos con facilidad.
1 Si quieres leer algo, simplemente úsalo.
Spasiba2 —respondió él, con gratitud y sorpresa; e intentando imitar lo mejor que podía el acento ruso.
2 ¡Gracias!
Leandro miró el celular, observando en él la aplicación de traducción, y asintió grato. Revisándolo, se alivió al percatarse que la escritura cirílica rusa no estaba habilitada para usarse, pudiendo con ello evitarse la penosa necesidad de escribir el ruso que desconocía, y tanta curiosidad le despertaba; salvo por escasas palabras que sabía, mas no como para evidenciar gran elocuencia al usarlas, menos escribirlas. Observando las pinturas, a momentos miraba el contenido del celular, esperando no ser pillado, buscando obtener una mejor idea de quién era Sonia.
Transcurridas aproximadamente dos horas, salieron del museo y acudieron a tomar un café, por antojo de Sonia, a The National Café, bar-restauran ubicado exactamente en la esquina sureste del museo. Estando ahí, rodeados de personas, Sonia comenzó a hacer algo que en principio alarmó a Leandro, hablar sola, mejor dicho, dialogar con Liev sin esperar a que respondiera, y creyendo él que ella había descubierto su farsa; y, logrando ella con eso apaciguar sus nervios, creados al no poder conversar con él. En su soliloquio teatral le expresaba su opinión sobre las pinturas que vieran; llegando, tras un rato de estar hablando, a parecerle algo divertido hablar sin la esperanza de que le respondiera, incluso liberador, pues comenzaba a contarle sus pensamientos e ideas, sus opiniones y vivencias, problemas y preocupaciones. Haciendo esto Sonia, al inicio Leandro le miraba un tanto indiferente y ansioso, pero casi de inmediato le observaba y escuchaba con sumo interés; sentados en el café rodeados de personas conversando, en su mayoría angloparlantes, y los meseros yendo y viniendo con platillos de mesa en mesa; llegando a momentos a tener que contener su risa o asombro al escuchar las palabra de Sonia, pero liberándose un poco al reír ella y aparentando hacerlo por reflejo.
Terminando con el postre, Leandro devolvió el móvil a Sonia, y ella repentinamente se puso de pie al mirarlo.
—Venga, vamos; se hace tarde —anunció Sonia, mirando hacia la puerta y seguidamente tenderle la mano de manera invitante.
Pagaron la cuenta y volaron.
Leandro, sin objeciones siguió, mejor dicho, fue llevado con toda prisa por Sonia durante cinco cuadras; y siendo la chica frenada en dos ocasiones por su acompañante al intentar lanzarse sin más a cruzar la calle carente de precaución alguna. Llegaron a un parque enrejado, con grandes y frondosos árboles al interior, y al medio de este una glorieta para transitar alrededor de una porción de vivo pasto con una estatua de color obscuro, no muy alta, al centro del circulo; cruzaron el parque de lado a lado para llegar al destino deseado de Sonia: The London Library, a la esquina noreste del parque, en la calle St. James’s Square; la biblioteca se ubicaba justo en la esquina de la calle. Graciosamente para Leandro, la fachada angosta, marcada con el número catorce, daba a aparentar ser un lugar de espacio reducido. Su gran sorpresa fue al estar ya dentro, nada tenía que ver su idea original sobre el lugar con sus entrañas rebosantes de libros y libros. Mientras Sonia pedía indicaciones, Leandro curioseaba por ahí, mirando el lomo de los libros, observando a la gente en la biblioteca: algunos de ellos, sentados a la mesa, trabajando en los portátiles, otros más leyendo bajo la iluminación de las lámparas flexibles, con completa atención en las páginas, inmersos en la lectura. El silencio del lugar apenas era alterado por algunas voces inglesas y la alfombra al caminar por ella en menor modo; la atmosfera en sí creaba un ambiente de serenidad y plenitud confortable. Una chica leyendo, sentada cerca a la ventana; de cabellos rubios, y acobijada vistiendo un suéter verde; llamó la atención de Leandro al pasar cerca a ella. Siendo su risa, efecto de su lectura, la que invocara su atención en ella; al reír de nuevo ella le miró guiada por distinguir su presencia de reojo al pasar; encontrándose sus miradas, Leandro se pasmo por el fulgor de sus ojos garzos, de viso efecto de la luz natural refractada en ellos, y, a la vez, emanante por la naturaleza de su alma; Leandro le respondió por reflejo con una grata y esplendida sonrisa. Caminando en sentido opuesto a la ventana se giró, para de nuevo encontrarse sus miradas y sonreírse, recordando así, aquel momento, que desde que ocurriese se desvanecía en sus memorias, más en ella que en él, pues Leandro difícilmente olvidaba sucesos así —de cualquier naturaleza relevante—.
Leandro, pensaba, creía, con insistencia en algunas situaciones Sonia le leía la mente; evidenciado sobre todo, en los soliloquios de ella, sus, presuntas, conversaciones con ella misma ante él.
Por entre los corredores, formados por estantes repletos de libros y algunos huecos en ellos, Leandro rondaba a Sonia, observándola de pies a cabeza, deteniéndose a detalle en cada centímetro de ella —exactamente como hiciera ella en el museo—, y sobre todo, contemplándola leer, andando ambos en paralelo, mientras ella, caminando con parsimonia a lo largo de los pasillos, susurraba acompañada del movimiento de sus ojos, que descifraban lo escrito en el papel para inmediatamente procesarlo. Leandro se plantó al final del pasillo; al llegar ahí Sonia, se detuvo, pues su visión periférica notaba la presencia de alguien frente a ella, levantó la mirada y al mirarse ambos sus rostros dibujaron una grata sonrisa, espontanea, sincera y jubilosa en ambos; la timidez cohibida, que bien pudo manifestarse por la relación entre ellos, no se manifestó, remplazándose por, bueno…
Al poco rato, alguien les indicó que estaban por cerrar, por tanto, se marcharon.
Esta vez, al caminar de vuelta en dirección al museo, lo hacían con tranquilidad, disfrutando cada paso que daban, lo que veían y la compañía; a penas Sonia veía algo que le llamaba la atención o le sorprendía, jalaba de la mano a Leandro, o del brazo, para llamar su atención de manera muy confiada. Al llegar a Whitcomb Street —una calle al este de Trafalgar Square—, viraron a la izquierda, con dirección al norte. En su trayecto, algunas de las fachadas de los edificios rememoraron a Leandro las calles del centro histórico de su ciudad, muy lejana; experimentando con brevedad algo de nostalgia y anhelo. Sin advertirlo habían llegado a su destino. Sonia se adelantó a entrar al M&M’s World, en eso, Leandro contempló la fachada del edificio, curvada en la esquina, clara en su totalidad, de cristal y con ventanas luminosas al otro lado; sacó de uno de sus bolsillo su libreta y tachó de la lista de los lugares por visitar este; la página opuesta contenía la dirección del hotel donde él y Tomás se hospedaran, por si la olvidaba y cifrada.
Apenas entrar, cruzó gustoso, como niño, aunque sin expresarlo del todo, un pequeño “camión” rojo de dos pisos —típico de Londres y también un icono de la ciudad—, o al menos aparentaba  muy bien ser uno de ellos. Se detuvo junto a Sonia, quien miraba un peluche de un M&M rojo, vestido con el uniforme de la Guardia Real, sustituyendo la casaca roja por su cuerpo colorado y redondo, y con su sombrero alto y negro. Leandro simuló mirar las playeras de «I love London» con un corazón sustituyendo la palabra love; y el rojo del corazón sustituido por la bandera británica. Rápidamente miraron ese piso y el mezanine, y se dirigieron al piso inmediatamente inferior a ese. Ahí, apenas terminando las escaleras, comenzaron el recorrido para seleccionar a su antojo los pequeños dulces de diversos colores y sabores, cautivos dentro de enormes cilindros dispensadores en vertical. Al llegar Sonia a la segunda sección y, en el muro de “arcoíris”, leer la frase inscrita a mitad de los cilindros, atravesándolos horizontal: «Share with someone special», tuvo una idea.
Leandro también tuvo una idea a causa de uno de los letreros del lugar, en particular por uno que se hallaba repetitivamente ante él, y el que le llevó a comprar un dispensador de los famosos chocolatillos, para alguien querido y apreciado por él. Por unos minutos, Leandro se desapareció de la vista de Sonia.
Al salir del edifico, de bullicioso y vistoso interior, Sonia intercambio los dulces que eligiera con los de Leandro; indicándole lo que pretendía a base de señas, pero, Leandro entendió de inmediato lo que ella pretendía al decirlo de viva voz acompañando sus gestos y señas. Sonia esperaba con esto poder conocer un poco más a Liev, sus gustos; y que él conociera los suyos. La acción de Sonia le pareció muy original y divertida a Leandro.
Abordaron un taxi y Sonia dijo al conductor:
To Middlesex and Cobb Street, please! 3
3¡A la calle Middlesex y calle Cobb, por favor!
Durante el trayecto a bordo del taxi, deleitaron sus paladares con las coloridas golosinas; mientras Sonia hablaba y hablaba de cuanto se le ocurría o veía, y sin inhibición alguna, ya que creía “Liev” no comprendía una sola palabra de lo que decía en su lengua materna; y él, bueno, él la miraba entre risas y entre aparentes distracciones al observar por la ventanilla, pero sin dejar de escuchar por un solo momento lo que decía… su voz.
Sonia pago al taxista, contribuyendo Leandro con la mitad; y, dando al taxista los —como llama Tomás a las libras— papelitos de la reina,  descendieron y se encontraron a los pies de su destino final —al este del área de City of London, y unas calles al norte de Whitechapel—; en el número ochenta y cuatro cruzaron la puerta de cristal opaco que da acceso al edificio.
—Lucilda no deja de decirme que este es el mejor piso que pudo conseguir —decía Sonia, mientras subían por las escaleras. —Que lo ama. «Está a dos pasos de la universidad y lo necesario cerca. Y el curro en el piso de abajo». Se la pasa diciéndome.
Llegando al segundo piso, detuvieron su asenso.
En el apartamento, Sonia le indicó tomara asiento; así lo hizo Liev, acomodándose en un sillón individual de color rojo. Durante la ausencia de Sonia, Leandro echó una ojeada al lugar: el recibidor era acogedor; en el muro de la puerta un gran espejo en horizontal hacia lucir más amplio el espacio; bajo el espejo un sofá negro para dos o tres personas; de frente a ambos sofás la TV, y en el centro de todo una masita de cetro de cristal con diversos objetos sobre ella, el control del TV, una taza de café casi vacía, una revista, etc. La cocina —justo de frente a la puerta y de lado izquierdo— y el recibidor apenas y estaban separados, pudiéndose ver en su totalidad desde donde se encontraba él: una barra larga pegada al muro, negra y formando una «L» al llegar al recibidor; sobre ella, alacenas de madera clara, y sobre estas un par de lámparas, muy separadas una de la otra. Leandro volvió a santearse, solo que esta vez en el sofá.
No tardo en aparecer Sonia, proveniente de las habitaciones, a la derecha de la cocina. Leandro la observó de pies a cabeza, notando había ido a “refrescarse”: sus labios, el labial en ellos había sido retocado, haciéndolos destellar al igual que lo hicieran sus ojos bajo la luz del atardecer; sus cabellos negros alborotados y esplendorosos; su escote ligeramente más expuesto, y al sentarse a su lado, una esencia exquisita le deleitó: igual a la que oliera durante todo el día al estar próximo a ella, pero renovada, resaltada y penetrante a su olfato, sin llegar a ser agresiva a este.
Sonia de nuevo lo miraba con timidez; actuando de igual modo. Ella se atrevió a besarle, pero al sentir su inhibición él se rehusó a corresponderle; deteniéndole en seco dijo:
M-m-m. You can… give me your cell phoneplease4 —pronunció, esforzándose por pretender asentó ruso al hablar.
4 M-m-m. Puedes darme tu celular… por favor.
Sonia, con cierto desaire, tomó de su morralito, en la barra de la cocina, su móvil y lo entregó a Liev. Él tecleó en el traductor, y para no batallar con la busque de lo que quería expresar o ser impreciso, lo escribió en español y lo colocó a pantalla completa. Sonia leyó en la pantalla del móvil el mensaje, claro y conciso: «No estoy dispuesto a hacer nada que no quieras que realmente pase». Sonia botó el móvil en el sillón, y pronunció mirándole a los ojos:
I want... Really I want, but... it's just... I never did this before... I think maybe that's wrong... Although... I feel… I want 5 —decía Sonia, esperando comprendiera sus palabras.
5 Yo quiero… Realmente quiero, pero… es sólo… Nunca hice esto antes… Pienso que tal vez esto esté mal… aunque… Siento… lo quiero
Leandro comprendía cada palabra, pero más aún su sentir: dudoso y a la vez deseoso, reprimido y anhelante de ser expresado con arrebato; justo como él se sentía, o eso intuía. Ardido de pasión y sentimientos clamorosos hacia Sonia, y sobre todo anhelando expresar todo lo que retenía en sí y ansiaba decir, contar y expresar a Sonia en respuesta a todo lo que había oído de ella, visto y sentido, por todo eso y quizá más, abalanzó sus labios hacia los de Sonia, tras mirarla fijamente y pensar, sentir, todo lo que inundaba su cabeza, su pecho. Sujetándola suavemente del cuello y de la espalda la atraía hacia sus labios, los que a la par de ella danzaban ensalzados en una, rápidamente, creciente lujuria. Sus bocas festejaban su unión sonoramente al incrementar el vigor de sus besos; disminuyendo por momentos su intensidad, y no así, su pasión, siendo suaves y marcados. Con prontitud, en Sonia desaparecían sus dudas, sustituidas por una mixtura de nerviosismo y excitación, cosquilleos y un acaloramiento repentino; placenteras sensaciones que, con similitud compartía con Liev; estremeciéndoles de pies a cabeza.
Transcurrido un rato de besos que apenas y terminaban al separar sus labios del otro, intuyendo Sonia que Liev cumpliría con su palabra sobre no hacer nada que ella no deseara, se puso de pie; separando él sus labios hasta el último instante sin moverse de su asiento. Soñichka le guió a su alcoba entre más roses apasionados de sus labios y sus sensitivas pieles.
Su alcoba, una de tres en el departamento, era pequeña pero acogedora, cuando menos para ella; alfombrada de color gris; dentro, a escasos pasos de la puerta aparecía la cama; más allá de ella, una diminuta mesa de noche, blanca como los muros, en el rincón ajustada entre el muro exterior y la cama, y con una lámpara de noche alta; seguido por tres ventanas en paralelo al lecho. En el muro frente a los pies de la cama, un ropero con puertas de espejo, en la esquina derecha, y tan alto como el techo; junto a este, una cómoda blanca, y sobre él una pantalla pequeña en el muro; seguido de una mesita individual con una silla, también, de color acorde con la habitación; en la mesita un cuaderno con bolígrafos sobre él y junto a un par de libros, y una lámpara de mesa.
Liev besaba sus mejillas, su cuello, sus hombros haciendo a un lado la prenda que le obstaculizaba. Soñichka, dejándose llevar por el fulgor pasional del momento, susurró:
LievLiev… hagamos el amor.
El modo, el tono en que lo dijo, hizo que Liev, sin miramientos en la farsa que representaba, diera el siguiente paso. A su vez, Soñichka paso por inadvertido el hecho de que él respondiera con entendimiento a su deseo; ya que ambos se hallaban en otro plano, carentes de una completa conciencia al gozar de la plenitud de sus sentidos: el tacto de sus besos y caricias; el aroma natural e imperceptible expelido por el otro; el sonido de sus bocas, de sus gemidos y suspiros; y la visión del otro al encontrarse fugazmente sus miradas.
Ty prikrasna, tak krasiva, Soñichka! 6 —exclamó, tras hilar en su mente con dificultad las palabras. Y sabiendo que ella no le entendería dejó salir una frase conocida, la única cercana a lo que sentía por ella. —YA lyublyu tibya, Soñia! 7
6 ¡Eres hermosa, tan hermosa, Sonia!
7 ¡Te amo, Sonia!

Liev se levantó del borde de la cama y la hizo levantar para despojarla de su prenda superior. Al sentarse él de nuevo ella se sentó sobre sus piernas. Liev le mimaba labialmente desde el cuello hasta donde comenzaban sus senos, y volviendo a su boca, mientras frotaba su espalda con sus manos, suavemente desde su espalda baja hasta su nuca; atrayéndola tan cerca de él como podía. Uniéndose en un abrazo apasionado, con sutileza desabrochó su sujetador sin apartar una mano de su espalda, en vista de que intuía, por sus reacciones, le gustaban las acaricias en esa parte de su hermoso y delicado cuerpo. Liev, acarició con sus labios, y besaba, sus senos, sus aréolas. Entre suspirantes gemidos, inadvertidamente, Soñichka invirtió “los papeles”, al abalanzarse sobre Liev y con ello teniéndolo de espaldas sobre la cama, y a su merced. Rieron y sonrieron. Sonia le asistió a quitarse la playera; y comenzó a besarle como hiciera él, y deteniéndole al, él, intentar acariciarla o buscar besarla. Pues, sin palabra alguna, mutuamente, tácitamente, comenzaron un jugueteo placentero para ambos; quizá, quizá, desde que entraron al apartamento; quizá, desde que se vieran por primera vez. Quizá para… Quizá por…

D. Leon. Mayén



The National gallery  .. London
Fotografía del perfil, en Flickr, de Nick Kenrick
(Usada bajo la licencia Creative Commons)

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