viernes, 23 de septiembre de 2016

¿Cuánto la amabas?

Generalmente usamos el "cuánto" para cuantificar en tiempo, distancia, volumen, peso, espacio, etc. Pero, en cuestiones de amor me parece un tanto simplón responder a un cuánto de ese modo.


¿Cuánto la amabas?


¿Cuánto la amo… la amé?
Lo suficiente como para no olvidarla, para añorarla en el frío de la noche, en la soledad de la locura; como para llorar por ella en la adversidad y las tragedias de mi vida, deseando vuelva y con ella mi fortaleza. Tanto como para saber que merecía más de lo que yo era, más de lo que le brindaba. Tanto que mi mente zozobrante e incrédula se asevera jamás habrá alguien más en mi vida, a quien ame y me ame; pues, creo, ese es mi castigo y mi flagelo, mi pena a pagar por, incluso amándome como lo hacía, derramar sus lagrimas, romper promesas, desquebrajar ilusiones, y que al final supe no cumpliría. Y no por no quererlo; por ella vivía; sino por saber sincera y conscientemente no podría.
Amándola como la amé incapaz sería de cortarle las alas; de retenerla en una jaula, por muy bella que ésta sea… Jamás haría algo así a mi amado y precioso colibrí… Siempre libre, esplendoroso en la libertad de su voluntad, del ingenio de su vuelo.
Y es que la amé lo suficiente como para ya no amarla; tajar por sobre el amor mutuo que nos profesamos; desistiendo de lo que mi cuerpo y alma me pedían con vehemencia: su compañía… su amor… su incondicional ternura y comprensión. Tanto la amé, para sufrir por ella noches y días, horas y horas en agonía; desgarrándome el corazón con su memoria, con su ausencia, con sus seguras tristezas; doliéndome en penas que sólo ella acallaría, sólo ella desvanecería, bastando con una de sus tibias caricias, con sus palabras sabias y compasivas… uno de sus dulces besos.
Tanto la amé como para guardar con recelo, cual tesoro, porque lo es, lo profuso que en verdad nos amamos; todo eso que entre ella y yo quedará secreto, sellado hasta el final, cuando las paladas de tierra caigan sobre lo que quedé de mí, partiendo así oculto del mundo, e inconcluso, en la oscuridad del infinito lo que hicimos en las penumbras de la noche y en el fulgor de nuestro amor diurno.
¡Pero, por favor!, no me preguntes cuándo la amé… pues esa respuesta me parece tácita.


D. Leon. Mayén

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