viernes, 15 de abril de 2016

Alcohol, mujeres y un payaso

Cuento.
Segundo cuento que comparto aquí. Tras terminar con el primero, casi de inmediato ya me encontraba pensando en el segundo, siendo este el resultado (aunque claro con algo de trabajo creativo y desarrollo). 
Durante el tiempo entre este relato y el anterior, acudieron a mi mente diversas historias a desarrollar, mismas que en un futuro próximo plasmare aquí.
Espero la disfruten tanto como yo al crearla.



 Alcohol, mujeres y un payaso 



Pasan, me parece, de las cinco de la madrugada, en casa de Fermín, bueno, de sus padres. Botellas de alcohol a media vida se encuentran desperdigadas por todo el lugar; en la mesa, en el piso, incluso en los, hasta hoy, inmaculados sillones antiguos heredados por su abuela.
Yo, ah-h-h… yo estoy hastiado, para variar y como de costumbre. Realmente no se qué hago aquí, pero creo que no todo es tan detestable en esta situación; me entretuve mirando a los especímenes, «Ja», llegar a la morada donde saben podrán, en su mayoría, perder la conciencia, anestesiar sus sentidos al embriagarse, llegando a —cuando menos en pretensión— sosegar lo que persistentemente aqueja sus almas; algunos más, y lo sé porque notó su actuar, simplemente se dejan llevar por el grupito, resultando ser tanto o más estúpidos que sus “maestros”. También hay quien aparenta tomárselo personar al inclinar la botella, como si de algún deporte nocivo se tratase, o quisieran batir un record. Como sea.
Sentado a la mesa del comedor, a unos centímetros de alguien que ni conozco —sobre la mesa—, aún no supero mi enfado con Fermín, por sus comentarios estúpidos, cuando volvía del sanitario, prediciendo que sería amargado e infeliz hasta mi muerte, y bien debería buscar alguna vieja, como suele referirse hacia las féminas, para pasarla bien; dio nombres, incluso insinuó lo grande que era la habitación de sus padres, y otras tantas idioteces. En este momento, muchas de las “viejas” que mencionó, se encontraban en el suelo o en las camas “bien acompañadas”; realmente, algunas abandonadas tras saciar el grotesco apetito de sus “hombres” de una noche.
Arto de la mesa y su inquilino, me levante y me dirigí a la sala. Antonieta, me parece, estaba arrumbada en el cómodo sillón individual del rincón —mi preferido desde hace tantos años ya, cuando Fermín y yo descansábamos terminadas las tareas—, la jale hacia mí, la cargue con dificultad, pues era mero peso muerto, y la arrastre con problemas hasta uno de los sillones antiguos, donde la coloque con cuidado; en ningún momento advirtió mi presencia ­—de haberse tratado de otro, bien podrían haber abusado de ella y ni enterada—. Me deje caer en el sillón y me arrellane a mis anchas; Antonieta se giro, y resbalaba flemáticamente, hasta acabar de golpe en el suelo. «¡Auch!» exclamó y no tardo en volver al pesado mundo de los sueños.
De entre la obscuridad del corredor, al fondo, se aproximó Fermín. A saber con qué idiotez saldrá ahora.
—No seas estúpido-o-o. —me decía con botella en mano, arrastrando las palabras de lo feliz que se encontraba, y con rastros de vomito en la ropa—. ¡Porque no haces lo que digo-o y vas a por una, una…
—¿Vieja? —Su briago estado le impedía ya completar las oraciones—. Idiota —musite.
—¡Eso-o! eso. Sabes­ —hablaba mientras arrastraba una silla al frente de mi—, he llegado-o a pensar que eres mariquita-a. Novia… no-o tienes. Y —le nació un eructo sorpresivo (extenso y sonoro)— no andas siguiendo persiguiendo algún trasero. Ja-ja. Como perrito-o-o ¡Guaf-guaf! —Por alguna razón, quizá costumbre, ya me inmutaba ante sus befas de alcohólico.
Le mire con fijeza y seriedad por largo rato, mientras me escupía sus tonterías y saliva al rostro. Bla-bla-bla-bla, es todo lo que oía. Cada vez su discurso languidecía, hasta quedarse por completo dormido frente a mí. Cuando no pudo sostener por más la botella de cristal marrón y resbalo de sus siempre torpes manos, me recline en mi asiento, me acerque a él sin despegarme del sillón y, con fuerza, le abofetee —el golpe para cerciórame de su estado se escucho por toda la casa—; y comencé a hablar:
—“Viejas”, usar esa palabra así lleva a un doble sentido contradictorio, sólo reluces tu estúpida ignorancia y vulgar carencia de decencia. A estas alturas dudo que conozcas o llegues a tener la fortuna de conocer a una mujer con todas sus letras, sin contar a tu madre y hermana. No las niñas inmaduras y bobas que yacen aquí, sin saber que quieren en realidad o poseer un remoto respeto propio; y de sus pretendientes ni hablar.
“Habiendo tantas formas de perderse en uno mismo, optas por el alcohol —hice una pausa reflexiva—. Supongo que son peores mis maneras; más subversivas a los sentidos y la percepción, embriagantes como pocas, y en los momentos sombríos autodestructivas. Lo peor del caso en mi perniciosa “situación”, es que no requiero ingerir nada para tocar el abismo obscuro y desolado que seguramente en algún momento golpearas… mi ejemplar amigo. Pero bueno, para que contarte esto si mi amarga soledad es solo cosa mía.”
Me puse de pie y me serví un trago, —de las botellas ocultas de su padre, al fondo de un estante; poco me importaba si le habían prohibido tomarlas—. Regrese al sillón. Bebía, tomando la copa con elegancia, erguiendo el dedo meñique —algo que me causaba mucha gracia—, y continúe con mi soliloquio:
—Sabes, si no salgo con alguien o ando tras alguien, es por… no son… Me cuesta encontrar a alguien que no se pueda catalogar como común. —Pausa reflexiva—. Podría ser que busco a alguien especial, diferente, única; alguien que me haga… abandonar mi fatídico modo de “vivir”, si es que esto es vida; que me eclipse por quien es, y no trate de impresionarme por quien pretende ser: enmarañándose en una mentira propia y con la esperanza de que caiga en sus falsas pretensiones. Pero es mi culpa, supongo —decía meneando la sustancia en la copa, mientras la sostenía por debajo—; ¡una oveja negra entre lanas blancas! —proclamé con profunda vehemencia, alzando la mano (por lo visto las copas se me estaban subiendo ya)—. Me basta con encontrar alguien con quien conectarme, con quien compartir un sentimiento de plenitud en compañía de ella. Que pueda ver más allá de cómo me veo a mí mismo, y me lo demuestre; pero sin fantasías ni tonterías, que me convenza de ello mediante lógica y, sobre todo, hechos, por poco tangibles que puedan parecer.
Tomé la copa que asía, y la arroje contra la pared —era meramente un capricho que tenía desde hace tiempo —emulando películas—, pero la copa sólo revoto en el muro.
Me sumergí en mis delirios mentales, esos a los que me refiero como pensamientos críticos, reflexivos y/o introspectivos; mi mayor defecto en la vida, mi eterna maldición y segura perdición.
Mirando a mí alrededor, al tiempo que cavilaba sin concretar nada en específico o pretendiendo algo —tras no se cuanto tiempo—, noté en el bolsillo trasero de Antonieta, un marcador con el que dibujó en los vasos caritas de todos tipos y gestos —dependiendo de cómo veía a quien se los daba. «¡Toda una artista!», creo yo—.
—Sabes, Fermín, constantemente me pregunto porque seguimos siendo amigos… porque te frecuento aun cuando te conozco casi a la perfección, se de tus vicios de sustancias como de mujeres, perdón “viejas”. —Cerré un ojo y moví la cabeza en busca de perspectiva—. Descaradamente has llegado a tener tres a la vez como tus novias oficiales. Ja-ja, maldita tu suerte, todavía no te pillan. —Le tome de la barbilla y le gire hacia su derecha, para continuar mi labor—. La fortuna se agota amigo. Sigo sin creer que te zafaras de aquella vez que enviaste un texto, «M-m-m», de manera equivocada. Te saliste con la tuya y al poco la cortaste ¡todo un caballero! Tal vez por eso seguimos como amigos, quiero presenciar tu fatídica caída, ja-ja. Además, tus “aventuras” desaventuradas me son tan divertidas. —De igual modo lo gire a su izquierda—. Para muchos no eres más que el bufón que les alegra la vida a costa propia, algo que parece no importarte —Le observe por todos ángulos y sí, creo que sí—; m-m-m… listo.
A punto de irme, pues el sol comenzaba a brotar, desenfunde mi móvil y capture la belleza de mi obra maestra, esplendida y gratificante, «me sentía orgulloso de mí mismo». Me dirigí a la puerta, silenciosamente por la alfombra, y al abrirla, al otro lado se hallaba, cercana a la liviana madera, Camila, hermana de Fermín. Al mirarnos, sus mejillas cambiaron a un tono ligeramente colorado.
—¡Ho-hola! —dijo tímidamente entre sonriendo. La salude de igual modo.
Estando ya al otro lado de la puerta, me detuvo preguntándome si quería tomar un café. Lo pensé con brevedad y acepte cordialmente su invitación.
Nos sentamos en uno de los sillones antiguos, pues la mesa seguía “ocupada”; y, con Antonieta a nuestros pies charlamos largo rato; tocamos diversos temas, sus estudios, el simplón que tiene por hermano, y más que nada, me hizo cuantiosas preguntas relacionadas sobre mí; inclusive me confesó haber pasado largo rato escuchándome hablar con su hermano, al no llevar llaves para entrar; me dijo que ojala a ella la escuchara de igual modo cuando le cuenta algo, y de la misma manera no le juzgará —mientras me lo decía me esforzaba por contener mi risa—.
Al despertarse Fermín, con la playera toda babeada y desorientado, básicamente crudo, Camila y yo no pudimos evitar romper en risas al mirarle, aparentaba ser algún nativo de alguna región remota, con todo el rostro pintado de forma precisa y simétrica. Él claro, no se entero de nada. Únicamente atino a cuestionar a Camila sobre que hacia aquí, a lo que ella respondió estar de visita tras una semana de arduos estudios.
Todos los briagos, ahora crudos, se largaron, y con ellos Fermín, pues seguirían la fiesta en casa de alguien más; y, quedándonos solos seguimos conversando y bebiendo café.


D. Leon. Mayén


Alcohol, mujeres y un payaso - CC by-nc-nd 4.0 - D. Leon. Mayén

No hay comentarios.: