Con este capítulo concluyo las publicaciones en mi blog
sobre Andromalia - El hijo de la reina.
Siendo cerca del 30% de la obra en sí; más de lo que tenía
pensado publicar; y en su tiempo escribir. Agradezco a todos los lectores de
estos nueve capítulos; por favor si tienes algún comentario házmelo saber, ya
sea aquí, en mi perfil de G+ o por Twitter; y aprovecho para comunicar,
que en las próximas semanas publicare un cuento referente a lo que en parte
sería el segundo capítulo de Andromalia; sé que es precipitado, ya que ni
siquiera se ha visto la obra completa; pero teniendo un aluvión de ideas ya
concebidas, personajes, etc., para la continuación, tengo la necesidad de
plasmar siquiera una porción de ellas.
Descansados, por la mañana se despiden de su buen amigo Atif
y sus jóvenes pupilos.
Retornando al camino, con todo listo para no tener que pasar
por ningún motivo por la ciudad, evadirla, y llegar hasta el castillo, se
encuentran con un infante que, sin saberlo entonces, marcaría a Driskell de por
vida. Desde este punto todo se torna una tragedia, poco a poco; los reveses en
su camino son pronosticados y "comenzados" con la feroz
tormenta que los dirige a un abismo del que no todos volverán, por más que el
valeroso guerrero luche por evitarlo.
Andromalia - Capítulo IX
P
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or la
mañana, Atif les pidió se quedaran, esperando la llegada de Dorsey y Carrick. Driskell tras meditarlo aceptó de buen grado. Yendo a por provisiones
suficientes como para no detenerse hasta
su destino final, Verdsnan, pensaba pesimista en las dos pobres niñas
raptadas violentamente, dando por hecho que se encontraban ya muertas tras ser
usurpadas y despojadas de su pureza y arrojadas en una zanja a un lado del
camino. Después de reabastecerse —llevando acuestas los menesteres— se dirigió
a por la carretilla.
—Aquí la tienes,
viajero. Mejor trabajo no puedes conseguir —dijo Aidan, señalando hacia la
carretilla—. La puedes retirar y volver a poner cuantas veces lo desees. El
armazón es sólido —Le mostró meneando con fuerza los postes en las esquinas,
probando su resistencia—, como lo ves. Puedes colocarle una manta o cuero en la
parte superior, es elección tuya, viajero.
Aidan llamó a Fynbar,
para despedir al viajero, dejando este de fundir los “tesoros”. Al despedirse,
le recordaron que su traro de ninguna manera resultaba en un simple engaño o
habladurías; estarían a sus servicios cuando lo requiriera. Driskell montó en
Zorka y se marchó, seguido por Pekar. De camino a casa de Atif, luciendo por
las calles su “nueva” carretilla, notaba al andar y contemplando a detalle su
entorno por qué Atif gustaba de vivir en Uvlieb: el lugar en sí, pero en
particular las colinas y montañas que rodean el poblado, le recordaban su natal
villa.
De regreso en casa del
simio, Atif, en compañía de sus jóvenes pupilos, le esperaban tomando el té.
Presentados todos ellos entre sí, Atif dijo:
—Dorsey sueña con ir al Continente, Driskell. Incluso se esfuerza,
tanto como su compañero, con esmero en aprender el idioma de los comerciantes,
el… fe… felu… El que parlan en las tierras al borde este y parte del
septentrional de Chimia. Sería bueno que oyera la opinión y consejo de quien ha
estado por todos sus rincones o casi todos.
—Fe’dä. —afirmó Driskell. —La lengua parlante en la media luna de
Chimia; la tierra del comercio.
Elidor bajaba por las escaleras, con suma cautela vigilando cada
paso, ya que no era muy diestro con las escaleras, temiéndoles de manera más
que instintiva; para ser partícipe de la conversación.
—Si piensas ir supongo
que es por la misma razón que quiere ir el cerdito. A la Capital.
—Sí, señor —respondió
la muchacha con emoción.
—También, supongo has
leído u oído lo grandioso y positivo que es ese lugar. Así que te contare sobre
la otra cara, el lado sombrío de la ciudad. La capital como tal no tiene
grandes problemas, ahora ya no. Hay asesinatos, desde los más vánales y
frívolos, hasta los más viles y con un propósito en especifico. Si vas en
compañía de tu enamorado —su comentario hizo que Carrick bajara la mirada sonrojado y Dorsey se asustara, apretándose las manos; pues con nadie habían
hablado de ello y menos expresarlo en público—, es probable que alguien quiera
usarle para estar entre sus tropas (en caso de guerra); llevándolo a la fuerza
a la lucha… En el peor de los casos.
Atif y Elidor se
hicieron participes en el tema, desarrollándolo y debatiendo sobre él.
Replicando lo que anteriormente expuesto a Elidor.
—Es cierto lo que
dices, Atif, pero, dentro de lo que has dicho, hay algo que ignoras: la guerra
se pelea por sobre la obtención de tierras y expansión del dominio; me refiero
a imperar sobre el enemigo, dominarlo y someterlo bajo tu voluntad; haciéndole
saber, al final de la batalla, que prevaleció tu voluntad, que fuiste más
fuerte que él, más inteligente y resistente. Muchos solo luchan por qué
nacieron para ello, otros más, demasiados, sólo por la paga, sin importarles
morir por la “causa” que representan; sino simplemente por luchar y matar —Se
dejo caer en el sillón y mirando hacia lo alto del vitral dijo divagando—. He llegado
a sentir asco de ser de mi especie, no sólo por la guerra, sino por cientos de
grotescas razones, desde las más nimias hasta las más atroces y trascendentes.
Confió más en un animal que en alguien de mi propia especie; sé que no todos
son ruines y desleales, pero así me siento. Ja, ja, saben… he perdido la cuenta
de las veces que mis fieles socios me han salvado el pellejo: el bribón de Wirt
y Sheply el sinvergüenza. Siempre a mi lado desde que les acogí. En resumen, Dorsey, si tienes decidido ir al Continente,
deberás por sobre todo lo que sueñas y anhelas hacer ahí, aceptar lo que pueda
pasar, y estar lista para afrontar cualquier situación que se presente. Y ten
muy presente si lo que buscas vale lo que puedes perder. Ese es mi concejo.
—¿Y usted a qué clase
de guerrero pertenece? —preguntó Carrick
con interés, seguido por Atif.
—Cierto, Driskell, me
gustaría saber a qué se debe que lleves cuantiosas armas, si ya no eres un
soldado como tal.
Como suele ser, meditó
su respuesta por unos segundos.
—Soy de la clase que
combate por honor, por lo que es correcto en gran medida, lo aparentemente
justo. Él que defiende hasta morir a quien ama y le importa. Las armas las
porto por el trabajo que realizo.
—¿En qué consiste su
trabajo, señor Driskell? —pregunto la muchacha.
—Esencialmente, la
gente me paga por trasladarla de un sitio a otro, escoltarla; o llevar a buen
recaudo cargas u objetos. No siempre son trayectos cortos ni menos sencillos,
los peligros en ciertos sitios son constantes y en otros sorpresivos. Por eso
las llevo siempre con migo, en cada viaje… por corto que sea.
Driskell charlaba en la
puerta con Atif esperando a Elidor para poder partir. Dorsey y Carrick en la
estancia charlando y decidiendo.
—Entonces tenía cerca
de quince, me parece. Dejamos todo atrás y nos embarcamos hasta aquí…
—Estoy listo, señor
Driskell —interrumpió Elidor la conversación entre Driskell y Atif.
Elidor listo en la
carretilla y Driskell a punto de subir en Zorka; Wirt dio un salto del lomo de
la mula al ver a Dorsey asomarse en
el umbral de la puerta; entregándole la zarigüeya un precioso anillo de oro y
una esmeralda en él, mismo que guardaba en su chalequito parte del tesoro
recuperado en el calabozo-mazmorra. La joven lo aceptó gustosa. Al notar lo que
pretendía Wirt, Driskell dijo:
—Lo que quiere es que
lo cargues en brazos. Le gusta que las jóvenes hermosas hagan eso; supongo le
trae buenos recuerdos —Refiriéndose a los primeros días que pasó con él y
Kalyna, desde que por accidente cayó del lomo de su madre, siendo una cría.
Mientras Dorsey cargaba a Wirt, acurrucándose en
su pecho y meciéndole como si fuera un bebé, Driskell escuchó resaltarse una
palabra en la conversación de Atif y el muchacho: «Gregsindal»; por lo que
Driskell se arrojó sobre él y con brusquedad le giró tomándolo del antebrazo.
—¿Qué has dicho sobre Gregsindal,
muchacho?
—Nada señor, sólo…
iremos mañana —contestó Carrick con
la voz temblorosa.
—Iremos a por una
estufa, la necesitamos para cocinar y calentar un poco nuestro hogar —intervino
Dorsey dejando a Wirt en el suelo.
—No pueden ir ahí, por
ningún motivo.
—Pero la necesi…
—¡No pueden ir!
—insistió vociferando. Recordando el rapto de las mujeres a las afueras del
poblado.
—Tranquilízate,
Driskell, creo que exageras —pronunció Atif.
Driskell llevó a Atif
al interior de la casa, yendo hasta la cocina; ordenando a todos que
permanecieran en la puerta. Desde la puerta, se veía a Driskell hablar con
intensidad, sin alzar demasiado la voz como para que le oyesen. Después de
veinte minutos salieron; Atif notoriamente mortificado y a la vez
desconcertado, mirando a Dorsey como
nunca lo había hecho, dijo:
—No se preocupen,
Driskell os traerá, tan pronto como pueda, una estufa nueva.
—¿De verdad, señor
Driskell? ¡Se lo agradecemos muchísimo! —La joven le agradeció abrazándolo al
dejándose llevar por la emoción, algo visto de manera impropia, además de
inconveniente bajo las enseñanzas implementadas por Atif, por lo que apenada
pidió disculpas de inmediato. En signo de gratitud, Dorsey mando a toda prisa a Carrick
a que trajera unas piezas de pan, del establecimiento bajo su hogar.
Saliendo del poblado,
Driskell pensaba con molestia lo que le contó Atif estando en la cocina: sobre
un hombre que dijo a los jóvenes les regalaría la estufa, pero
inconvenientemente no podría traerla, sino que deberían ir ellos hasta su casa
a por ella. Evidentemente a Driskell le parecía se trataba de una ruin treta,
con estupras intenciones.
De nuevo en el camino,
disfrutaban de las piezas de pan, exquisitas para Elidor, pero quizá un poco
más para Driskell ya que le encantaba el pan, y más el endulzado; una
especialidad en Uvlieb.
No muy lejos de Uvlieb,
frente a su pequeña caravana, caminaba un niño rondando los trece años;
vistiendo harapos: una camisa muy mayor a su talla, cubriéndole hasta cerca de
las rodillas; zapatos viejos y rotos; pantalón corto oculto bajo la camisa;
todo él, de pies a cabeza, mugriento y pestilente, por la escases de higiene
que sufría desde hace semanas, sin mencionar la hambruna. Al alcanzarle
Driskell le interrogó:
—¿A dónde te diriges,
muchacho? —El niño no respondió, siguiendo con su camino.
Dejándolo atrás ya por
varios metros, Driskell, preocupado por lo que pudiera ocurrirle, regresó.
—¿Cuál es tu nombre?
—El niño le miró con los ojos entre serrados y frunciendo el ceño, y dijo:
—¡Tu Padre!
—Ja, ja, ja —soltó una
risotada Driskell— ¿De verdad? ¡Entonces supongo, que al ser “mi padre”, estoy obligado
a llevarle hasta donde se dirija! ¿No cree, “padre”?
El niño se quedo
desconcertado, y respondió:
—Voy a la ciudad
—Driskell acalló brevemente.
—Suba a la carretilla.
La ciudad es muy peligrosa, “Padre”, lo llevaré a un lugar donde cuidaran de usted.
Ya todos montados,
curioso por saber más del niño, Driskell le cuestionó cabalgando a la par de la
carretilla:
—Dime, muchacho, quiero
decir “Padre”, tiene familia ahí.
—Sí, por todas partes.
—Ja, ja, ja. Y todos lo
llaman “Padre”, ¿no?, “Padre”.
—Sí. —afirmó el
muchacho con voz apagada y desganado.
—Wirt, dale un pan al
muchacho y una fruta. ¡Vamos, a qué esperas!
“Tu Padre”, de rostro
sucio y repleto de manchas en la ropa, de todo tipo, daba una mordida al
durazno seguida de una al pan; con la mirada perdida —como a todo momento—,
aparentando un profundo sosiego, pero en realidad con las emociones segadas por
las inclementes y constantes arremetidas de la adversidad, la indiferencia y la
crueldad; golpeado sin piedad por ellas desde que tenía memoria. También,
víctima de la indiferencia por su propia vida: vivir, morir le eran igual.
Generalmente vagaba de poblado en poblado, yendo sin rumbo o meta fija;
recorría solitario las enormes praderas, acariciando la yerba y a veces soñando
con una vida mejor donde tenía amigos y una familia que le amara. —No como la
que tuvo, la que le abandono; por la que lloraba las frías y largas noches
compadeciéndose de su propia vida—. Dormía entre los árboles, que fungían como
hogares de paso; llegando incluso a tener algunos ya establecidos para dicho
propósito; o bien escondites en donde pudiera estar un tiempo en los poblados.
Durante el trayecto el
muchacho acariciaba largamente el pelaje de Sheply, desde la cabeza hasta el
lomo: algo que ambos disfrutaban por igual. Elidor se esforzaba por mirar a
otro lado, siendo el olor del muchacho sumamente penetrante para su sensitiva y
robusta nariz. Llegando a una cuchilla el muchacho se bajó sin previo aviso.
Siendo avisado por Elidor, Driskell dio media vuelta y dio alcance al muchacho,
siguiéndole el paso.
—¿A dónde va, “Padre”?
—No cesaba de llamarle así a causa de la gracia que le suponía hacerlo—; aún
estamos lejos de la ciudad.
—Da igual, es rápido si
corto por aquí —Driskell insistió sobre la peligrosidad de los alrededores sin
lograr disuadirle—. Mi… tía vive cerca, en el bosque. Pasare la noche allí.
Driskell se detuvo,
observando al muchacho alejarse a pasos desganados y con la mirada caída,
decidiendo que hacer. Creyendo que el muchacho sólo los retrasaría, le dejo seguir,
no sin antes llamarle:
—¡Eh! Muchacho ven aquí
—El niño se acercó con inapetencia—. Me has simpatizado; toma esto, si
necesitas alguna vez de algo sólo pregunta por mí —“Tu Padre” tomó el trozo de
papel (que pidió a Elidor de su libreta): con el nombre de Driskell escrito al
igual que el del poblado: «Zlintka». Sin darle mayor importancia se lo guardó
entre el pantalón.
“Tu Padre” se perdió de
vista al adentrarse en el bosque. La pequeña caravana siguió con su camino.
El cielo comenzaba a
decolorarse; tornándose grisáceo kilómetros al frente. Pero, por ningún motivo
se detendrían, sin importar la enorme distancia a la que se hallaba la
biblioteca, no pararían. Las provisiones en la carretilla eran más que
suficientes para conseguirlo. Teniendo planeado reabastecer en la diminuta
aldea cercana al castillo, y cazando o comiendo de lo que encontraran de ser
necesario, pero bajo ningún motivo o circunstancia, así estuviera muriendo
alguno de ellos, pararían en Gregsindal, así les costara la vida. Claramente
esa era una decisión llena de convicción, misma que Driskell no comunicó a
Elidor.
Para llegar a Verdsnan
debían o cruzar por Gregsindal siendo la ruta más corta y rápida, o rodear la
ciudad tardando el doble y pasando por terreno escabroso. Solo una vez había
estado allí Driskell y había tenido suficiente con ello.
Cerca del atardecer,
con el cielo ennegrecido, llegaron al camino que les llevaría a evitar el paso
por la ciudad, hasta su meta. Encontrándose obstruido por escombros, desde
rocas hasta material evidentemente colocado con intención de redirigirles. La
paz lentamente abandonaba el cuerpo de Driskell, disipando la quietud en su
corazón y remplazándola por ira. Driskell, al frente, dio media vuelta; seguido
por la carretilla, y yendo Pekar a paso lento. Cortaron por un tramo del
camino, adentrándose por unos cientos de metros en el bosque, hasta llegar al
camino que por igual les evitaría el paso por la ciudad, pero, siendo este más
fragoso y difícil.
La noche llego y no
pararon. Todos, exceptuando a Driskell, tenían los nervios hechos trisas, la
piel de gallina y el corazón sobresaltado. Una tormenta eléctrica se extendía
sobre sus indefensas cabezas. El camino era tan obscuro que solo se distinguía
el resplandor de las nubes en lo alto, dando lugar en su interior al campo de
batalla entre cargas eléctricas. El camino era tan desigual que en momentos
estuvo a punto de volcar la carretilla. Conforme avanzaban la tormenta lo hacía
de igual modo, sólo que hacia ellos o ellos hacia ella, a saber. Los rayos eran
a cada paso más y más constantes como estruendosos; sacudiendo con pavor sus
pechos.
Andaban de manera parca
y con dilación, ya que el camino era envuelto en las tinieblas de la noche, y
las ocasionales ráfagas de viento apagarían el fuego de una antorcha; amparados
nada más que por los relámpagos, permitiendo dar un breve vistazo al camino y
al entorno en general. Para hacer más liviana la carga a Pekar, Elidor tuvo que
bajar. Con frecuencia Elidor y Driskell tropezaban con obstáculos o desniveles
en el terreno, provocándoles traspiés y caídas; al estar Elidor en el suelo no
pudo más y echó a llorar. Entre el suelo frío y seco plagado de vegetación
recién caída por el bramido del viento, el cerdito veía amenazante y fugazmente
su entorno en cada destello celestial, revelándose ante sus ojos nada más que
árboles deformes, sombras siniestra que desaparecían tan pronto como aparecían
y terreno escabroso ante él, sin importar hacia donde mirase, todo seguido de
una oscuridad absoluta. Mientras, Driskell trataba de memorizar el camino en
cada relámpago. Los rayos se hacían presentes con notoria frecuencia, rugiendo
hasta llegar a ellos y más allá; hacían temblar las ramas de los árboles y
vibrar el suelo con intensidad.
Retomaron un camino para
carrocerías. Elidor, desde la parte posterior de la carretilla, siendo sacudido
por las inclemencias del camino, por escasos instantes veía alejarse las aterradoras
siluetas efecto de árboles desojados, viejos y moribundos, temiendo les
siguieran hasta pillarles y hacerles daño; creando en su mente cosas y seres
inexistentes, acrecentando el miedo en él.
Todo era obscuridad. Y
sin aviso alguno, desde lo alto del cielo, bajó lleno de ira un rayo golpeando
con total furia un viejo y enorme árbol, a unos metros delante de ellos,
cientos de astillas salieron disparadas en todas direcciones al partirlo con
inclemencia en dos e incendiarlo casi en su totalidad; el estruendo del
relámpago fue tal que la tierra se cimbro, llegando incluso a hacer que cayeran
algunas ramas débiles de árboles vecinos; el golpe del árbol al impactar con el
suelo hizo que de nuevo se sacudiera el suelo: Zorka se erguió rampante
relinchando y haciendo caer a Driskell, Pekar rebuzno atemorizado y,
desesperado, dio media vuelta huyendo a toda prisa, hasta que Wirt se impuso a
su propio exalto y frenó a la mula. Mientras Pekar se alejaba y Zorka
relinchaba sin control, Driskell permaneció en el suelo mirando con fijeza el
fuego consumiendo con lentitud ambas partes del árbol. Su respiración se tornaba
más profunda. Los rayos rugían sin parar. Llevando la mirada tan alto como
pudo, mirando al cielo, observó un grupo de rayos perseguirse por entre las
nubes, cruzándolas de un lado a otro hasta desaparecer de su vista. Pronunció,
antes de tranquilizar y montar en su corcel: «¡Que así sea!».
Obstaculizado el
camino, se aproximó aprisa a la carretilla, donde revisó el estado de todos y
todo. Además del miedo que les conquistaba y el abrumador susto que habían
recibido, se encontraban en buen estado; salvo Sheply quien estaba al borde de
un infarto, tembloroso sobre un charco de su propia orina.
—¡Escuchen! —gritaba
Driskell, tratando de imponerse a los rayos y el viento que había aumentado su
intensidad hacia poco—, ¡Desde ahora hasta que se los indique se ocultaran bajo
las mantas y no se asomen por ningún motivo! ¿Entendido?
—¡Pero, Se-se…
—¡Haz lo que te digo,
cerdito, es por tu seguridad! ¡Recuéstate y no te muevas! ¡Todo irá bien, te lo
prometo! —Cubrió totalmente al cerdito bajo la manta; luchando contra el
vendaval ancló a Pekar a Zorka, montó y siguieron adelante.
El nuevo plan era, sin
más remedio, pasar por la ciudad de Gregsindal lo más rápida e inadvertidamente
como les fuera posible. Driskell se cubrió con una vieja capucha sin mangas,
protegiéndose de las incesantes y azorantes ráfagas de viento así como tratando
de ocultar su identidad.
Transitaban por un
camino más “civilizado”: bordeado a su costado derecho por profunda maleza
—extensa por metros—; y, de lado izquierdo árboles de diversos tamaños
distribuidos de forma muy tupida, impidiendo el
acceso hacia afuera del camino como hacia él. Avanzaban a paso lento.
Driskell permanecía con un ojo cerrado a todo momento, previendo que necesitara
ver con la mayor claridad posible, siendo que la luz causada por los rayos
—permitiéndole ver a su alrededor, seguida de tinieblas— le provocaba
distinguir con dificultad detalles en la obscuridad. El viento soplaba moviendo
las ramas y la maleza con gran violencia; se escuchaba un lúgubre susurro al
escurrirse por entre ellas; Elidor, bajo la manta, deseaba que parara el
soplido del viento; aumentaba su temor al oír el aterrador susurro y haciendo
que se ondeara con estrépito el techo de la carretilla, aparentando que se
rasgaría en cualquier momento. Pekar era tirado por Zorka a rastras.
Ocasionalmente, Wirt asomaba la cabeza cubriendo la retaguardia.
Repentinamente la
carretilla se detuvo sacudiéndose violetamente: haciendo que el cerdito
chillase de miedo. Al tensarse la soga atada a Pekar, Driskell se detuvo en
seco. Insistió halando de la soga, sin lograr algo. Se apeó de Zorka y fue a
indagar el motivo del atasco. Se trataba de un trozo de madera insertado entre
los ejes de la rueda —aparentemente la pata de una silla, impidiendo cualquier
avance pues uno de los ejes estaba quebrado y otro a punto de estarlo—. Aunque
bien podría tratarse de un accidente al ser arrojada la pata por el viento, a
Driskell le parecía poco probable que ese fuera el caso: el viento no soplaba
con la intensidad necesaria, ¿o tal vez sí?; además del hecho que la pata era
pesada, también podía ser que la pata hubiera sido arrojada sobre la maleza y,
por el viento, caer y cruzarse con la trayectoria de la rueda, todo de manera
increíblemente coincidente.
De entre la maleza,
ocultó por el ruido efecto del clima, se movían y quebraban ramas en dirección
opuesta al camino.
Elidor, temeroso,
preguntaba a Driskell que harían ahora. Él no respondía, simplemente, con ambos
brazos estirados recargados en la carretilla y mirando al suelo, callaba.
Anticipándose al peor escenario, Driskell, con urgencia hizo bajar a todos.
Levantando un par de tablas, de forma muy específica, en la carretilla reveló
el fondo falso ocultando un hacha, cuantiosas flechas, sogas extras, un gancho
y un morral bien cubierto con esferas de humo, tomó una de ellas y dejó todo
como estaba, no sin antes ocultar arco y flecha, como la alforja a un costado
de Zorka. Con ayuda de su par de piedras y, tras varios intentos dentro de la
carretilla protegiéndose del viento, consiguió encender la mecha. Arrojó la
esfera de humo a varios metros al frente, hacia el costado derecho del camino
—en dirección opuesta al viento—, y, trascurridos breves minutos el camino
estaba cubierto por humo, siendo arrastrado en dirección a los arboles.
Dándoles así, aunque fuera medianamente, la cobertura necesaria para avanzar
con la carretilla y, teniendo suerte, hallar una fisura en el camino donde
ocultarla. Así lo hicieron, desacoplaron a Pekar y con la carretilla oculta
esperaron a cubierto un rato. Volvieron al camino y continuaron a pie.
Hacía rato que cesaron
los rayos. Les era relativamente más fácil ver ahora. Driskell caminaba en el
costado derecho del camino, tomando de las riendas a Zorka —desde el lado
izquierdo del caballo—: permitiéndole así desenvainar con mayor rapidez. En el
costado opuesto del camino, Wirt montado en Pekar pansa abajo, trataba de pasar
inadvertida su presencia aparentando que iba una simple mula rezagada en la
retaguardia. Sheply al frente, con la nariz al suelo y las orejas alertas.
Elidor se mantenía en el medio a unos metros de Driskell, sin superar del todo
el miedo; mirando con temor y desconfianza hacia todas direcciones, envuelto en
una atmosfera y paisaje aciago.
A cada paso, la desgracia y lo inevitable, que se
prorrogaba hasta ahora, les aguardaba ya inevitable; mostrándose entonces con
vil descaro.


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