lunes, 18 de diciembre de 2017

Andromalia - Capítulo 5

En Istval, Driskell se re-abástese de provisiones; acordando con Elidor, estando en el mercado, llevarlo a por un fuizz. Después, acuden al Palograma, servicio de mensajería local, donde Driskell manda una carta a su amada Kalyna, Elidor satisface su innata curiosidad y Wirt y Sheply hacen de las suyas. Y siguen con el viaje hacia lo inevitable.
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Andromalia - Capítulo V


L
os ojos de Driskell se abrieron. Ahogado en un penetrante miedo que objetivamente se trataba de un miedo irracional, imaginario e inexistente; un hecho carente de importancia, pues lo que sentía a consecuencia de lo que vio y sintió en su delirio nocturno provocaban en todo él profundos y angustiantes sentimientos, haciéndole también revivir dolorosos recuerdos. El corazón le latía como si corriese por su vida; como al despertar, en repetidas ocasiones, después de cerrar los ojos con intención de descansar.
Era muy temprano por la mañana; en lo alto el cielo se teñía de naranja, mientras que en la tierra el ambiente era azulado y con esporádicas ventiscas frías. La luz que les rodeaba era la suficiente como para distinguir con claridad.
Se acercaba, desde la maleza, Wirt, cargando unas cuantas ramas, no muy pesadas ni gruesas, para avivar el fuego; las arrojó sin más a la fogata y dio media vuelta; algo que estuvo realizando repetidamente en el transcurso de la noche.
Cuando el sol se encontraba a una altura acorde a las diez de la mañana, Elidor aún dormía. Se giró de costado, quedando en posición opuesta sobre la manta. A unos centímetros de él, y a causa de su movimiento, un bicho con cuatro escuálidas patas a cada costado; dos extremidades al frente acabadas en pinzas, y una larga cola con punta en aguijón, se alteró, aproximándose hacia Elidor listo para inocularle su mortífera ponzoña. A punto de ser atacado, Wirt le cortó la cola con ayuda de un cuchillo, que oculta bajo su pequeño chaleco entre otras cosas; el escorpión, al ser mutilado, trato de huir a toda prisa, sin conseguirlo, pues no llegó a alejarse ni paso y medio cuando Wirt le clavó el cuchillo justo en el medio; lo alzó observándole brevemente —de cabeza—, empalado, retorcerse de agonía, para ulterior con ayuda de su mano llevárselo directo a la boca. Al despertar Elidor, Wirt se hallaba de pie frente a él, masticando el bicho que, sin saberlo, estuvo a punto de envenenarle; hacía gestos al crujir el exoesqueleto entre sus dientes; masticado un par de veces, Elidor ahora observaba como mascaba el relleno viscoso del bicho. Dijo de manera tímida:
—Buen día, señor Wirt —Wirt le respondió con un chillido tras tragar su desayuno (si se le podía llamar así, pues paso toda la noche comiendo una variada y gustosa clase de bichos).
—¿Qué tal tu noche, cerdito? —preguntó Driskell, montando impetuosos todo en la carretilla.
—No muy acogedora, señor Driskell.
—Ja, ja, ja. “Al menos no moriste en el proceso”. Vallamos a Istval.
A medio kilometro de llegar a Istval, a Driskell le pareció ver a alguien ocultarse a la distancia entre la maleza, a un lado del camino. Por ello, decidió detener la pequeña caravana; sacando de una de las alforjas, a un costado de Zorka, unos prismáticos, observó en busca de alguna confirmación de lo que acababa de ver, o más bien creía haber visto. Meditó por unos instantes como proceder. Creía él que era mejor equivocarse creyendo ver algo que bien pudiera no existir, que equivocarse ignorándolo y ratificar su existencia cuando fuera demasiado tarde.
La pequeña caravana siguió su marcha, pero Driskell avanzó siguiéndoles a la par desde fuera del camino, por entre la maleza. Por esta ocasión los papeles se invirtieron, Pekar iba al frente guiado por Wirt y Zorka les seguía detrás, llevando un parco andar, como si se dejaran llevar por la leve briza del viento. Driskell vigilaba cada paso que daba, evitando hacer el más leve de los ruidos al desplazarse con suavidad por el terreno. Catando profusamente cada sonido que llegaba a sus oídos: el alejarse de un pequeño pajarillo al alertarse de la proximidad del cazador, el lánguido girar de las ruedas de la carretilla sobre el camino, la brisa arrullar la hierba, como también el golpetear de los cascos de sus équidos compañeros; avanzaba agazapado, con el pecho a unos centímetros de las rodillas, ayudándose de las manos al progresar, haciéndolo como si fuera alguna especie de animal acechando con cautela en espera de encontrarse con su presa, sin que esta siquiera advirtiera su presencia.
Habiendo ya avanzado cerca de cincuenta y cinco pasos, desde ambos costados del camino se lanzaron presurosos un par de ladrones, uno de cada lado del camino. Uno de ellos con una pistola en la mano, mientras el otro, con expresión torpe e insegura, asía una daga moviéndola espasmódicamente delante y detrás. Ambos hombres sucios y andrajosos. Usaban palabras absolutamente ofensivas, las que impresionaron con horror a Elidor aun más que el hecho de estar a punto de ser robados vilmente; pues en su vida jamás había sido víctima siquiera del más vulgar y simple de los crímenes, como ahora. El par de ladrones, al aproximarse a la carretilla, se desconcertó al ver el caballo sin jinete, mismo que sabían que hasta hace unos pasos venia con ellos. El hombre con la pistola amenazaba a Wirt apuntando y gritándole que desmontara de la mula o moriría en el acto; Wirt le gruñía con fiereza, pero sin desenfundar sus armas. El ladrón que amenazaba mudamente con titubeos y con su arma blanca en mano al cerdito, fue sorprendido por Driskell saliendo abrupta e intempestivamente de entre la maleza, pillándole por detrás. El ladrón, por tan repentino susto, comenzó a temblar de pies a cabeza, y sin poder siquiera girarse del todo y ver quien le sorprendió Driskell le sujetó de la muñeca derecha —con la que el ladrón sujetaba la daga—, y con la otra mano, —la derecha de Driskell— pasándola por debajo del brazo prensado del temeroso ladrón hasta llegar a su cuello, colocó sus dedos alrededor de éste y presionó con fuerza, le torció el antebrazo antes de impactar con fuerza su rodilla en el estomago del hombre, haciendo que se inclinara de dolor y  expulsara el aire que residía en él; rápidamente, de nuevo le tomó del brazo estirándoselo hacia el costado, y, colocándose dándole la espalda, con completa facilidad Driskell lo desarmó, arrojando la daga hacia la maleza. Mientras Driskell atacaba a su compañero de malaventuras, el otro ladrón, también sorprendido —pero éste al contar con algo más de experiencia y viveza— no dudo en apuntar al hombre que golpeaba sin titubeos ni remordimientos a su socio criminal. Percatándose de lo que planeaba el ladrón, Wirt se le arrojó, trepando por el hombre hasta llegar a su cara, arañándole y mordiéndole entre penetrantes gruñidos. Desarmado y postrado en el suelo, el ladrón golpeado, Driskell le miraba tratándose de mover con dificultad. Se presentó un rugido estruendoso. Driskell se giró y, mirando hacia donde estaba de pie el otro ladrón, vio a Wirt inmóvil en el suelo; ambos hombres se miraron directamente y con fijeza. El ladrón sintiéndose indefenso al haber desperdiciado el único tiro que tenia disponible se quedó de pie mirando a Driskell que manifestaba gallardía y profunda fiereza en la mirada. El ladrón, no sabiendo que más hacer, le arrojó el arma: golpeándole en el antebrazo al interponerlo y evitar que le diera en el rostro. Driskell detuvo con el otro antebrazo el golpe que trato de darle el ladrón, y sujetándolo con un giro rápido de muñeca. Intentó a jalones zafarse del fuerte agarre de Driskell sin éxito; recibiendo una patada en la entrepierna, reflejo de la cuantiosa ira que le inundaba, el bandido cayó, escupiendo, de rodillas, con los ojos exorbitados y ambas manos en la parte media de su cuerpo. Por último Driskell le sujetó de sus mugrientos cabellos hasta alzarle la mirada y le remató con un golpe en seco en la cara. Durante todo el rato Sheply no hizo más que ladrar y gruñir mostrando los dientes con bravura.
Con prontitud fue a donde yacía inmóvil Wirt; levantándolo de la cola lo examinó minuciosamente mientras Elidor con pesar y tristeza observaba de pie junto a la carretilla. Sin más que hacer, Driskell colocó con suma cautela a la zarigüeya sobre la carretilla, acomodándole de manera grata sobre los costales de cuero ocultando en su interior las mantas. Retomaron el trayecto dejando atrás al par de ladrones; después de arrojar sus armas a lo lejos. Elidor no podía dejar de mirar el cuerpo de Wirt, tieso, congelado en un gesto de terror y con parte de la lengua de fuera, emanando un hedor penetrante al olfato —más aun para Elidor—. Lagrimas escurrían por su rostro lleno de tristeza; pese al poco tiempo de conocerle ya sentía aprecio por tan singular y simpático animalito, deseando ahora poder haberlo conocido mejor. Distrayéndose mirando el paisaje, al sentir de nuevo pesadumbre por la conclusión del reciente evento Elidor regreso la mirada al interior de la carretilla… Terminando por dar tremendos chillidos como si le estuvieran matando. De inmediato se detuvo Driskell, seguido por Pekar; haciendo rampar y relinchar a Zorka. Tan pronto como se detuvieron Elidor dio un salto de la carretilla y se alejó corriendo entre constantes chillidos. Trayendo de vuelta a Elidor, con algo de dificultad, Driskell le explicó acerca de la peculiaridad de Wirt de fingir, más bien hacerse pasar por un irrefutable muerto al sentirse amenazado.
—Seguramente se asustó al dispararse el arma —Le contaba al cerdito, de vuelta en el camino—. Cuando nos “conocimos”, al sacarlo del costal hizo exactamente lo mismo.
Elidor le miraba con recelo. Wirt, de nuevo y como era costumbre, se echó montado sobre Pekar, moviendo los ojos de un lado a otro, mirando ocasionalmente a Elidor.
No tardaron en llegar al poblado. Como antes había dicho Elidor, Istval era el poblado más cercano hacia el noreste desde Zlintka; y a un costado de la hilera de montañas, teniendo que pasar por él para así rodear dichas montañas que les impedía el paso directo hacia su destino. Istval era semejante a Zlintka, salvo por el hecho de no contar con una taberna, formalmente; pero en cambio, posee un mercado más sensato —dentro de una edificación—, y un muy competente servicio de mensajería, mismo que está presente en casi todos los poblados aledaños; siendo el de Istval el central.
Al entrar en el poblado, tanto animales como hombres saludaban a Driskell, algunos de ellos al pasar, él les devolvía gentilmente el saludo; Elidor lo hacía de igual modo, en principio al creer que le saludaban a él, y después meramente por cortesía, en ambos casos gustoso de hacerlo. Se detuvieron cerca del mercado. Ahí Driskell instruyó a Sheply que permaneciera en la carretilla vigilando mientras Elidor y él compraban provisiones; Wirt les acompaño, montado en el cuello de Driskell hasta cerca de la entrada, donde subió a lo alto de la estructura del mercado, siguiéndolos pero sin alejarse demasiado como para no escuchar los posibles ladridos de Sheply.
Al interior del mercado podían verse animales y hombres vendiendo, comprando y haciendo trueques, entre otras cosas; desde situaciones mundanas como una oveja comprando alimento o un carnero comprar jugo para su familia, también a un grupito formado por dos niños —un niño rondando los doce años y una niña de cerca de nueve—, una cabrita y por último un pequeño cordero el más joven de todos, pues aún no tenía sus incisivos permanentes. Todos ellos vestidos casi de igual manera, ya que hacía no mucho, al no tener hogar, alguien se compadeció de ellos obsequiándoles ropas pertenecientes a los descendientes de aquella noble alma. Ese pequeño grupito la mayor parte del día se la pasaban divirtiéndose, riendo de cualquier cosa que pudiera causarles gracia, y durmiendo por las noches en algún rincón todos encamorrados, para así calentarse entre sí, pasar otra fría noche y vivir otro incierto día. Para tener que comer iban al mercado, donde enviaban a Tiernan —nombre muy propicio para su labor—, el pequeño cordero, quien pedía con inocencia a quienes vendían comida que le regalasen una fruta o un pedazo de algo para comer, mientras Willard, el niño, con sutileza y sigilo, justo como le enseño hace unos años Driskell, tomaba sólo lo justo para poder alimentar a sus amigos. Willard, al percatarse de la presencia de Driskell llamo a todos; Ailis, la niña de cabellos castaños y ojos marrones claros, corrió al igual que Amalda, la cabrita, junto a Tiernan. Driskell se arrodilló y les abrazo con afecto a todos en grupo, preguntándoles como les había ido desde la última vez. Mientras conversaban y reían Willard les miraba con disimulo a unos metros, pues, sentía emociones encontradas al tropezarse con Driskell: por un lado sentía una gran admiración hacía él, pero en ocasiones se sentía abandonado por él, o con coraje al pensar que podría hacer algo más por ellos.
—¡Como has crecido, preciosa! —decía a Ailis, pasando su mano por su frente y llevando sus cabellos, llenos de tierra al igual que su rostro, hacia atrás de su oreja; Ailis bajó la mirada con timidez y se sonrojó por el alago de Driskell; quien le beso en la frente y se puso de pie.
—¿Cómo ha ido todo, muchacho? —preguntó a Willard al acercarse a él, mientras los demás le seguían detrás emocionados.
—¡Todo bien, Señor!
—Me alegro —afirmó Driskell, alborotándole el cabello y entregándole una talega rebosante de currens (monedas de plata)—. Esto les servirá hasta que vuelva.
El grupito corrió con emoción tras despedirse. Driskell les miraba con aflicción, en parte temiendo que algo malo les pasara, pero también con nostalgia al recordarle la placentera y distante vida que alguna vez tuvo con sus hermanos y las hijas de sus tíos.
Al notar la ausencia del cerdito Driskell se giró de inmediato en todas direcciones tratando de ubicarle; estaba no muy lejos en un puesto. Driskell le tomó del brazo, jalándolo e interrumpiendo la venta entre él y una anciana; respondiendo Driskell a los alegatos del cerdito:
—No te alejes. Trataran de estafarte. ¿Para qué querrías una cabeza de sapo? —Elidor no supo que responder.
Se dejaron de tonterías y fueron a por lo que necesitaban. Con un par de sacos de fruta y verdura a cuestas Driskell se detenía con frecuencia y se giraba diciendo al cerdito:
—¡Vamos, marranito, no te detengas! ¡No necesitas nada de lo que hay aquí; sígueme el paso! —Elidor observaba con fascinación los objetos de todo tipo que vendían allí.
Deteniéndose en un puesto, llamado por una de tantas voces que pregonaban sus productos y cosechas, Driskell preguntó:
—¿Cuánto por las semillas? —Se refería a un montón de semillas de girasol garapiñadas en un costal alto, en el suelo.
—Una almorzada por una cuchilla (moneda común) y cuatro denacs —anunció el vendedor, muy amigable.
Driskell pagó con doce denacs (centavos), y el buen  hombre, de largo y robusto bigote obscuro, tomó del costal las semillas que cupieron entre sus dos manos juntas y los depositó en un cucurucho de papel.
Al detenerse Elidor, por cuarta vez, de pie a una manta sobre el suelo, de objetos de segunda mano, apareció desde lo alto Wirt chillando; alertando de ese modo a Driskell, quien al poner mayor atención escuchó el ladrar de Sheply.
—¡Vamos, apresúrate! —instó al cerdito. Respondiéndole, todo él indeciso:
—Pero… mire es un fuizz.
—¡Anda ya! Te llevaré con quien los hace, pero apresúrate —Propuso; a lo que Elidor al ser tentado de esa manera apresuró el paso.
Fuera del mercado Driskell dejó presuroso los sacos en la escalinata, en la entrada al mercado, indicando a Wirt que cuidara de los sacos como del cerdo. Con el pulgar desenvaino unos centímetros su katana, listo para actuar y dispuesto a todo, se aproximó con cautela hacia la carretilla. Todos, tanto dentro del mercado como en la calle, al oír el ladrar de Sheply le daban menor importancia, algunos conversando otros simplemente siguiendo con su camino. Mirando de arriba abajo, de lado a lado y a todos a su alrededor Driskell buscaba posibles amenazas, junto al motivo que alertaba a Sheply; acercándose cauto hacia la carretilla descartaba que trataran de robarse al caballo y/o a la mula o el contenido en la carretilla. Sheply le ladraba a un gato posado en una barda, de frente a él. Driskell colocó ambas manos en su cintura y dando un profundo suspiro mirando al cielo dijo:
—Ah… como odio que odies los gatos —Se recargó con lentitud en la carretilla y con su dedo pulgar y medio masajeó sus sienes—. ¡Te quieres calmar de una vez!
Reunidos todos en la carretilla contemplaban al gato posado en la barda.
—¿Listo?; asegura bien los cuchillos, no quiero que los pierdas —dijo a Wirt, mientras le cargaba sujetándolo de las costillas.
Realizó un movimiento como si lo fuera a dejarlo en el suelo y violentamente lo arrojó hacia un tejado. Driskell volvió a la carretilla a sentarse, cruzado de brazos, a contemplar la barda.
—¿Por qué ha arrojado al señor Wirt hacia el tejado? —cuestiono intrigado el cerdito.
—Espera y lo veras, cerdito… sólo espera.
Elidor, Sheply y Driskell, mientras Zorka y Pekar bebían agua de la pileta, contemplaban expectantes al gato sobre la barda, de pelaje grisáceo desde el lomo hasta la cola; patas blancas; con una mancha formando un triangulo en su cara, entre sus deleitantes ojos: el derecho de color amarillo y el opuesto de azul; no hacía nada más que mirarles con pereza, abriendo y cerrando los ojos con pesadez, ocasionalmente meneando la cola, como si de un péndulo se tratase. Minutos después, el minino, desconfiado por que le observaban se incorporó, y listo para marcharse se estiró plácidamente: estirando las patas delanteras, arqueando la espalda y cerrando los ojos al abrir la boca tanto como pudo; provocando un bostezo de igual manera en Driskell. De espaldas al gato, Wirt saltó sobre la barda chillando tan fuerte y escandaloso como le fue posible, haciendo que el gato diera un enorme salto asustado; como resultado cayendo al suelo en la calle, corrió despavorido, tan veloz que sólo se distinguía una línea alejarse, sin saber siquiera que había ocurrido. Driskell no podía dejar de reír al acercarse hacia la barda, donde Wirt se colgó con cuidado al borde de ésta y se dejó caer para ser atrapado por él. Sheply ladraba de emoción —aunque sentía una instintiva aversión por los felinos su ocasional pereza le impedía correr tras ellos—. Driskell no dejaba de reír, aunque ahora con menor intensidad.
—No me parece correcto lo que hicieron —dijo Elidor indignado.
—Tranquilo, cerdito. Nadie salió lastimado —respondió entre risas.
—El gato pudo haberse herido.
—¡Querrás decir “el señor gato”! Ja, ja… No te preocupes, chanchito, los gatos están hechos para caer de esa manera y no lastimarse.
—¡Cómo es que sabe eso, señor mío!
—Veras, cerdito, cuando éramos ya no tan niños mis hermanos, primas y yo jugábamos con los gatos; primero los cazábamos… de atraparlos, no de emparejarlos entre sí, de eso se encargaban más tarde ellas. Después los arrojábamos tan alto como podíamos, justo como hice antes con Wirt, y los mirábamos caer siempre de pie; después las niñas trataban de atraparlos antes de que huyeran, para poder casarlos —relataba Driskell, con la mirada llena de ilusión, y denotando en su rostro una expresión de gran placer—. Pero bueno, esos eran otros tiempos; ahora vayámonos —interpuso montando presuroso en Zorka.
—Pero el gato…
—Sube ya a la carretilla y vámonos, ¡quieres! El gato está bien y nosotros vamos tarde. Todavía quieres que vayamos por el fuizz, ¿no?
—Sí, pero…
—Eso creí; móntate en la carretilla y vamos.
A cinco calles al oeste del mercado arribaron a su destino próximo. Frente a una puerta, bajo un letrero de madera que pone: «Tienda de Fuizz», y en letras más pequeñas: «La única, la más cercana, la de la mejor calidad. Sólo en Istval»; de apariencia como si fueran recién colocados, la puerta y el letrero. Driskell se apeó de Zorka y llamó con ímpetu a la puerta tres veces. Llamó a Elidor para que se acercara, pues el hombre al otro lado de la puerta no abriría a menos que se tratara de un animal quien llamara.
—¡Date prisa! —Apresuraba al cerdito al acercarse.
—¡A que se debe tanta maldita insistencia. Me encontraba en la letrina, maldición! —vociferaba un viejo al abrir la puerta.
Un anciano levemente rechoncho apareció frente a ellos; ligeramente encorvado y casi calvo en su totalidad; de mirada fija e inquisitiva.
—¡Qué es lo que buscan! —preguntó de mal genio el viejo.
—“Tendría usted, viejo gruñón y amargado, la gentileza de mostrarle a este distinguido lechón, los fuizz; amable hombre” —explicó Driskell, con mofa santurrona.
—Desde luego, mi estúpido y primitivo amigo. ¡Por aquí por favor! —Les invitó a pasar, de forma cortes señalando con ambas manos hacia el interior; primero entro Elidor y Driskell detrás de él, sonriente.
Dentro de la tienda había cuantiosos aparadores, vitrinas y mostradores, todos ellos repletos de artefactos denominados «fuizz», hechos exclusivamente para el uso de los animales, para con ayuda de ellos poder realizar determinadas acciones realizadas exclusivamente por el hombre; permitiéndoles así poder imitar dichas acciones, como por ejemplo: escribir, dibujar, pintar, tomar algunos objetos (aunque un tanto limitados), entre algunas; siendo estas las más requeridas.
—¿Dime…?
—¡Oh! Soy Elidor Cerdic, señor. ¡Oink! —indicó emocionado por tan inesperada situación en que se encontraba y, claro, pidió disculpas.
—Ya veo, ya veo. Dime; ¿acaso venís del palacio de Cerdic?
—Sí, ¿cómo lo ha sabido?
—Cerdic es un gran cliente de mi tienda. Recibo muchos encargos de él al año. Si no me equivoco todo lo que me pide lo regala a los habitantes en Zlintka.
—Sí, así es. Mi tutor es muy bondadoso con todos. Él fue quien me obsequió mi primer fuizz —refirió Elidor sacando de su morral el fuizz que llevaba consigo para escribir.
—¿Me… permitirías mirarlo más de cerca? —pidió el anciano a Elidor, quien le entregó el artefacto algo viejo y desgastado—. Sí, yo lo he hecho —afirmó el anciano al inspeccionarlo con detenimiento y ayuda de un cristal de aumento—. Está algo desgastado… debe tener al menos tres años —El viejo permaneció callado, meditando—. Te diré que haremos Elidor, escoge el fuizz que quieras y a cambio me entregas este viejo y usado para poder re-utilizarlo; ¿qué  dices?
—Me gustaría más pagar por él, de manera justa como haría alguien más. Me parece ser lo correcto.
—Ya veo, ya veo. Tómalo, pues, como una dadiva de mi parte, por él aprecio que siento por Cerdic; ¿qué dices?
—¡Oink! —pidió disculpas Elidor y, tras su repentino gruñido y consecuente disculpa, manifestó— ¡Está bien!
—Ven conmigo, te mostraré todos para que elijas el que más resulte de tu agrado. Algunos están hechos de oro, plata, hierro e incluso también de metal barato; y desde luego de diversas “tallas”. Todos ellos hechos por mí, con estas viejas y calludas manos —explicaba mientras encendía las velas distribuidas por toda la tienda ya que no contaba con ventanas; así, el anciano creía era más difícil que le robaran, pero, no por animales sino por hombres codiciosos que después venderían los fuizz a costos mayores, algo que si bien hasta ahora no ha ocurrido no por ello era improbable, pensaba él.
Mientras le mostraban a Elidor la gran variedad de fuizz —artilugios extraños para quien por vez primera los ve, pues entre la diversidad de formas, tamaños y materiales, resaltaba su funcionamiento… más aún su uso, ya que hacía ver, aparentaba, que su portador llevase algo extraño al final de su mano, dando un aíre algo tenebroso, mecanizado; al menos hasta que es costumbre verlos en función; con sus copiosos tornillos y remaches, articulaciones accionadas por diminutos botones o mecanismos; relucientes a la vista por su brillo, y al mirarles con el justo detalle y apreciación se mostraban como las joyas y obras de arte que son— Driskell salió de la tienda. Acercándose a la carretilla, Sheply comenzó a gruñir seguido de un suave ladrido. Al estar Driskell a unos pasos de la carretilla Sheply dio un salto fuera de ella, alejándose, y ladrándole sentado a unos metros de distancia. Driskell encontró dentro de uno de los sacos de fruta a Wirt, disfrutando de un jugoso durazno —una de las frutas preferidas de Driskell—.
—¡Sal de ahí, bribón sin vergüenza! ¡Cuántas veces les tengo que repetir que no devoren las provisiones¡ Y tú desvergonzado —Se volteó regañando a Sheply, quien lo miraba con bravura mientras Driskell sujetaba de la cola a Wirt— dejas que este descarado haga el trabajo sucio por ti mientras vigilas. ¿Para eso te entrené a caso?
Pasó los duraznos al costal de las manzanas, peras y otras frutas, dejando así el costal vacio; correteando atrapó con dificultad a Wirt y lo metió en el costal, anudándolo e impidiendo su escape.
—Ahora irás todo el viaje dentro del costal —proclamaba Driskell entre mordidas, comiendo un suculento y jugoso durazno, tanto que le escurría el dulce jugo por la barba, repleta de pelillos en crecimiento, hasta llegar a su barbilla.
Wirt se movía de un lado a otro en el interior del costal. Driskell esperaba paciente con el reloj de bolsillo en mano. Un minuto y veinte segundos fue cuando la punta del cuchillo de Wirt atravesó el saco. Deslizándolo en canal hacia abajo es como se liberó.
—¡Vaya! Has tardado medio minuto menos que la última vez —Le felicitó, tomó un durazno del saco y lo entregó a Wirt entre sus diez deditos—. Ojala ese pulgoso quisiera aprender tanto como tú lo haces —replicó al hacer una mueca tratando de imitar la expresión de enfado en la cara de Sheply—; cumple bien con sus deberes, pero podría hacer más.
Wirt y Driskell, sentados en el borde de la carretilla, miraban a Sheply echado de frente a ellos mostrando los dientes, manifestándoles enfado, pues se había quedado sin el botín o por lo menos sin una diminuta porción de él. Driskell tomó otro durazno del saco, lo asió de arriba abajo y lo arrojó al aire; al soltarlo, de inmediato Sheply se levanto buscando el durazno, se movía de un lado a otro como si estuviese ebrio, buscando donde caería el fruto, al final, de un alebrestado salto le atrapó en el aire. Con la fruta en el hocico, dio media vuelta y se alejó; echándose y dándoles la espalda comía el suculento fruto.
Transcurridos unos minutos tras el intento de auto-atraco por Wirt y Sheply, Elidor salió de la tienda en compañía del viejo; Driskell comía algunas semillas.
—Gracias por todo, señor Calum. —agradecía haciendo una reverencia al propietario de la tienda.
El viejo y Driskell se miraron y entre sonrisas estrecharon sus manos.
—Nos veremos, viejo haragán.
—Tenlo por seguro, muchacho estúpido —Le respondió, dejándose ambos llevar por la emotividad de viejos recuerdos terminaron abrazándose con aprecio.
—¡Le estoy muy agradecido, señor Calum! —Se despedía Elidor al alejarse en la carretilla.
—¡Vallan con Dios! —respondió el viejo.
Al estar la carretilla donde se encontraba echado Sheply, éste dio un salto a ella.
A un par de calles de la «Tienda de Fuizz», Driskell dijo:
—Dime, chanchito, ¿quisieras conocer el servicio de mensajería de Istval?
—¡Por supuesto, señor Driskell! ¿Es acaso muy distinto al de Zlintka?
—No, sólo es ligeramente más grande, y más correo llega aquí. Mandaré una carta mientras lo conoces.
—¡Oink! —Se disculpó.
—Veo que te ha gustado la idea, gochito. Ja, ja, ja.
En el centro de Istval se encuentra el servicio de mensajería, nombrado «Palograma». Cerca de su destino pararon. Driskell, haciendo el menor ruido posible, tomó una pequeña y delgada cadena junto a dos candados también pequeños, de combinación. Ávidamente pescó a Wirt, sometiéndolo de la cola, teniendo cuidado de no lastimarlo, y le apresó con la cadena, entrecruzándola por su pecho.
—Bien sabes por qué hago esto, ¿cierto? Deja de chillar. La última vez que vinimos te comiste unos pichones, ¿lo recuerdas? —Wirt protestó gruñendo—. Veo que no lo has olvidado. Te diré que haremos, compórtate hasta que regresemos… y  de camino cazaremos aves silvestres.
Tras pensárselo un momento Wirt gruñó de manera molesta pero afirmativa; Driskell llamó a Sheply, e hizo en él lo mismo con el otro extremo de la cadena, quedando así unidos por la cadena el can y la zarigüeya.
—¡Cuida que no escape, Sheply, y tendrás tú recompensa! No se alejen —Les ordenó dirigiéndose junto a Elidor al Palograma.
Al cruzar la puerta tomaron asiento en espera de su turno; antes que ellos había un hombre. En el lugar abundaba el característico hedor a guano de ave. Proveniente del piso de arriba, se escuchaba el sonido de abundantes palomas gorjeando y aleteando.
«Pasen», dijo el hombre a cargo de recibir las cartas y mensajes para ser enviados. Un hombre rondando los cincuenta años; de sobresalientes entradas arriba de la frente; con un par de gafas colgándole del cuello; de complexión delgada; sus manos notoriamente picoteadas por las aves; pero, lo que más le caracterizaba era su personalidad: siempre calmada y paciente, tan tolerante que llegaba a resultar desesperante en ocasiones.
—¡Tengan buen día! ¿En qué puedo servirles, caballeros? —inquirió el hombre con tono suave, tanto que resultaba relajador oírle.
—Deseo enviar una carta. También quisiera las cartas y mensajes a mi nombre.
—Mucho me temo, Driskell, que no hemos recibido nada desde hace cerca de semana y media. ¿El mensaje lo tienes listo para enviar o lo redactaras aquí?
Driskell, de pie junto a Elidor, estaba pensativo con la mirada fija sobre el mostrador. Al insistir con su pregunta el hombre, Driskell respondió:
—La… lo escribiré aquí.
—Por favor, pasad y sentaos, tomaos el tiempo que os sea requerido —Indicó el hombre señalando hacia el rincón donde se halla una pequeña área con varios escritorios y sillas.
En cada escritorio un tintero y pluma, así como pedazos de pergamino divididos en dos tamaños: el estándar para las cartas y el otro cortado a un cuarto del anterior para los mensajes. Driskell sustrajo de uno de sus bolcillos un pequeño lápiz —usándolo algo así como a modo de firma personal— y comenzó a escribir. Mientras lo hacía, y Elidor preguntaba curioso al hombre sobre su empleo, fuera del servicio postal se oía el partir de un mensajero a la voz de «¡EHA-A VENGA… ARRE!», partiendo a caballo, a todo galope, dejándose ver al cruzar por la puerta las alforjas del caballo repletas de correspondencia, y una jaula pequeña con dos palomas detrás de la silla.
Al terminar de escribir, Driskell dio una última revisión a su mensaje; que decía:

Mi dulce y amada Queryna, nos encontramos bien y en camino. Justo ahora te escribo esto que verán tus preciosos ojos desde Istval. ¿Recuerdas cuando vinimos aquí y te compré ese lindo vestido que tanto te gusta? ¡Yo lo hago cada vez que te lo veo puesto!
Nada más quisiera que estar justo ahora contigo, apretándote con fuerza entre mis brazos, besando todo tu cuerpo desnudo durante todo el día y toda la noche hasta llegada el alba.
Wirt no lo dice, lo conoces, sólo hace esos chillidos y ruiditos, pero te extraña tanto como tú a él. Cuando vistes ese lindo vestido verde viene a mí mente el recuerdo con aprecio de como jugaban y se divertían tú y él, como se acurrucaba en tu regazo hasta quedarse dormido. Al refunfuñón de Sheply no le gustaba eso y lo tuve que llevar a rastras a dar un paseo; le molestaba lo que pasaba, pero tampoco quería irse. Ja, ja, menudo perro.
En mi actual viaje llevo conmigo a un cerdito, muy listo por cierto. Habita en el palacio de Cerdic. Es un ser noble, lo debo reconocer, y por ende inocente e ingenuo; estuvo a punto de comprar una cabeza de sapo en el mercado, ¡lo puedes crees!
Me despido, mi amada, sólo quiero reiterarte lo que ya sabes: lo mucho que te amo, lo infinitamente feliz que me haces tan sólo con ver tu sonrisa al amanecer y tu  dulce voz al anochecer.
Volveré pronto, Kalyna, como siempre lo hago; bien sabes que soy incapaz de romper una promesa, y jamás una hecha a ti…. jamás. Volveré… y lo haré con dadivas como te gusta, mi amada.
Tu eterno amado, Driskell.

Entregó el mensaje al hombre, quien lo colocó sobre una pequeña tabla y con ayuda de una navaja la recortó, para así reducir su tamaño y consecuentemente su peso —aunque fuera poco—, y ante él sellar el sobre —posterior a preguntar si poseía un sello personal— y etiquetarlo.
—Por ahora únicamente puedo enviarla por paloma —Le informó el hombre.
—Vale —respondió Driskell, tras meditarlo—. Guarda esta copia, por precaución; y pedir la confirmación de recibido, si no la recibes manda la copia por caballo. Ah-h, si llegara algún mensaje para mí reenviármelo a Verdsnan.
—Desde luego; lo haré como siempre  —contestó el hombre.
—¿A qué se refiere con: sólo por paloma? —curioseó Elidor.
—Acabo de enviar una paloma en esa dirección, y si enviase un halcón podría devorarla —Elidor reaccionó con sorpresa, mientras Driskell preguntó disimulando la irónica gracia que le producía:
—¿De verdad?
—¡Sí!... a pasado… a pasado —respondió el hombre, cabizbajo y afligido.
Driskell cuenta con una extensa «red» de información por casi todos los poblados, esa red está conformada de la siguiente forma: contaba con gente de su completa confianza en cada uno de los poblados, ellos le informaban de lo que acontecía en esos poblados como en sus cercanías, así como lo que escuchaban de los demás. Le enviaban los mensajes a Driskell por medio del servicio de mensajería hasta una dirección específica en Zlintka —bajo ningún motivo a su hogar—, donde, de hallarse él de viaje, una copia era reenviada a un poblado por el cual él pasara a su viaje. De este modo Driskell trataba de estar siempre informado de todo lo que acontecía, relevante o no, para no ser sorprendido o poder reaccionar con antelación.
—Dígame, señor, ¿Podría mandar un mensaje pese a no saber escribir? —indagó esperanzado Elidor.
—Por su puesto, únicamente necesita dictarme y yo redactare su mensaje.
Elidor comenzó a dictar al hombre. Driskell le esperaba sentado, pero al notar, por su extensión, que lo que planeaba enviar el cerdito era una carta salió a echarles un ojo a sus compañeros de travesías. Zorka y Pekar estaban tranquilos tomando un descanso bajo la sombra. Driskell tomó una pequeña y muy vieja cubeta de metal, de la carretilla, con la que trajo agua a Zorka y Pekar. Tras hidratar a sus fieles e irremplazables compañeros, como él los consideraba, les dio algo de heno, y se recargo en la carretilla cruzado de brazos observando a Wirt montado en el lomo de Sheply, yendo y viniendo; la zarigüeya se meneaba sobre el can, golpeándolo en las costillas con los pies al disminuir él el andar; respondiéndole Sheply girando rápido la cabeza y gruñir mostrándole con descontento los colmillos. Daban vueltas, llegando a la esquina de la calle y regresando hasta donde se halla Driskell; en repetidas ocasiones, mientras iban y venían, las palomas salían emprendiendo el vuelo —siempre llamando la atención de Wirt— desde el frente del edificio, volando, no todas peros sí la mayoría, en dirección este y otras al suroeste. Mientras Driskell engullía una pizca de semillas, Sheply lo notó y a saltos ansiosos intentó le diera un poco; tirando en el proceso a Wirt de bruces. Éste le mordiera la cola, respondiéndole tirando una mordida al aire entre gruñidos.
Las personas que pasaban por las calles aledañas a la esquina del Palograma lo hacían corriendo y cubriéndose las cabezas. De repente, pasó a lado de donde se hallaba Driskell una niña y su padre; a media calle la niña fue manchada en su impoluto vestido y rojiza mejilla. Berreaba cual cría consentida, molesta por ser ultrajado su elegante y bello vestido nuevo de hace un día, y por el desecho de ave escurriéndole por el rostro.
—¡Pero, pappa-a-a, es nuevo mi vestido! —exclamó la niña, de negros y copiosos rizos, en un berrinchudo llanto, agitando los brazos con violencia de arriba abajo al compas de sus pies zapateando formando tenues calimas.
Mientras su padre la limpiaba con su pañuelo, un hombre de buen vestir fue salpicado también por una paloma al vuelo —la que partía hacia Zlintka; orientándose y tomando el curso al poco de partir—.
Minutos después Elidor por fin salió. Driskell sonreía divertido por la comicidad de la escena presenciada.
—Dime, chanchito, ¿cómo es que envías algo… o, peor aún, que adquieras un fuizz si no sabes escribir?
—¡Desde luego qué se escribir, señor! —replicó, ofendido que dudase de sus capacidades. Sacó de su morral su libreta, la que mostró a Driskell para que constatara que escribir esta dentro de sus cualidades y capacidades.
—¡Pero qué diantres es esto! —profirió con asombro al hojear las páginas de la libreta—. Son simples garabatos ¿Esto no es escribir, chanchito?
—¡Sí, señor! —respondió con orgullo—. Podrán parecerle garabatos, pero de hecho es lo que yo llamo la escritura de los cerdos.
—“¿En serio?” —calló un momento y prosiguió embobado—, pero sólo tú lo entiendes; ¿o no?
—Por ahora sí. Pero en algún momento todos los cerdos, y animales, podrán escribir lo que piensan, comunicarse entre ellos y con otros; ser libres de escribir sobre lo que deseen con mayor facilidad. ¡Oink!
Driskell calló por un momento, cambiando la expresión en su rostro los pensamientos que transitaban por su mente por completo —ya que en realidad se marginaba mucho a los animales; a penas y de un puñado sabia Driskell que escribían y/o leían.
—Me parece bien, cerdito. Pero ahora debemos irnos. Se hace tarde —indicó a Elidor, admirado de él.

(Registrado en INDAUTOR bajo el seudónimo de D. Leo Mayén)

“Lo recuerdo bien… uno de mis hombres gritaba entre los distantes disparos: «Que diantres está pasando… maldita sea… Joder». No dejó de maldecir hasta que cesaron los disparos. Me preguntaban qué hacer, y pese a todo el arduo entrenamiento que recibí por todo El Continente no sabía con certeza qué hacer; pues era más joven —pronunció, seguido por un hondo suspiro—. Se escuchaban gritos escalofriantes de dolor aunados a feroces rugidos, ambos atravesaban la jungla de lado a lado. ¿Nos debíamos retirar, o regresar a por quien quedara con vida, o seguir avanzando y esperar lo mejor hasta llegar a las ruinas?, me preguntaba, sin saber cómo proceder. De haberse tratado de hombres los que nos atacaban me hubiera resultado fácil actuar, sin miedo ni contemplaciones.”

Precious Eyes

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