En Istval, Driskell se re-abástese de provisiones; acordando
con Elidor, estando en el mercado, llevarlo
a por un fuizz. Después, acuden al Palograma, servicio de mensajería local, donde
Driskell manda una carta a su amada Kalyna, Elidor satisface su innata
curiosidad y Wirt y Sheply hacen de las suyas. Y siguen con el viaje hacia lo
inevitable.
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Andromalia - Capítulo V
L
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os ojos de Driskell se abrieron. Ahogado en un
penetrante miedo que objetivamente se trataba de un miedo irracional,
imaginario e inexistente; un hecho carente de importancia, pues lo que sentía a
consecuencia de lo que vio y sintió en su delirio nocturno provocaban en todo
él profundos y angustiantes sentimientos, haciéndole también revivir dolorosos
recuerdos. El corazón le latía como si corriese por su vida; como al despertar,
en repetidas ocasiones, después de cerrar los ojos con intención de descansar.
Era muy temprano por la mañana; en lo alto el cielo
se teñía de naranja, mientras que en la tierra el ambiente era azulado y con
esporádicas ventiscas frías. La luz que les rodeaba era la suficiente como para
distinguir con claridad.
Se acercaba, desde la maleza, Wirt, cargando unas
cuantas ramas, no muy pesadas ni gruesas, para avivar el fuego; las arrojó sin
más a la fogata y dio media vuelta; algo que estuvo realizando repetidamente en
el transcurso de la noche.
Cuando el sol se encontraba a una altura acorde a
las diez de la mañana, Elidor aún dormía. Se giró de costado, quedando en
posición opuesta sobre la manta. A unos centímetros de él, y a causa de su
movimiento, un bicho con cuatro escuálidas patas a cada costado; dos
extremidades al frente acabadas en pinzas, y una larga cola con punta en
aguijón, se alteró, aproximándose hacia Elidor listo para inocularle su
mortífera ponzoña. A punto de ser atacado, Wirt le cortó la cola con ayuda de
un cuchillo, que oculta bajo su pequeño chaleco entre otras cosas; el
escorpión, al ser mutilado, trato de huir a toda prisa, sin conseguirlo, pues
no llegó a alejarse ni paso y medio cuando Wirt le clavó el cuchillo justo en
el medio; lo alzó observándole brevemente —de cabeza—, empalado, retorcerse de
agonía, para ulterior con ayuda de su mano llevárselo directo a la boca. Al
despertar Elidor, Wirt se hallaba de pie frente a él, masticando el bicho que,
sin saberlo, estuvo a punto de envenenarle; hacía gestos al crujir el
exoesqueleto entre sus dientes; masticado un par de veces, Elidor ahora
observaba como mascaba el relleno viscoso del bicho. Dijo de manera tímida:
—Buen día, señor Wirt —Wirt le respondió con un
chillido tras tragar su desayuno (si se le podía llamar así, pues paso toda la
noche comiendo una variada y gustosa clase de bichos).
—¿Qué tal tu noche, cerdito? —preguntó Driskell,
montando impetuosos todo en la carretilla.
—No muy acogedora, señor Driskell.
—Ja, ja, ja. “Al menos no moriste en el proceso”.
Vallamos a Istval.
A medio kilometro de llegar a Istval, a Driskell le
pareció ver a alguien ocultarse a la distancia entre la maleza, a un lado del
camino. Por ello, decidió detener la pequeña caravana; sacando de una de las
alforjas, a un costado de Zorka, unos prismáticos, observó en busca de alguna
confirmación de lo que acababa de ver, o más bien creía haber visto. Meditó por
unos instantes como proceder. Creía él que era mejor equivocarse creyendo ver
algo que bien pudiera no existir, que equivocarse ignorándolo y ratificar su
existencia cuando fuera demasiado tarde.
La pequeña caravana siguió su marcha, pero Driskell
avanzó siguiéndoles a la par desde fuera del camino, por entre la maleza. Por
esta ocasión los papeles se invirtieron, Pekar iba al frente guiado por Wirt y
Zorka les seguía detrás, llevando un parco andar, como si se dejaran llevar por
la leve briza del viento. Driskell vigilaba cada paso que daba, evitando hacer
el más leve de los ruidos al desplazarse con suavidad por el terreno. Catando
profusamente cada sonido que llegaba a sus oídos: el alejarse de un pequeño
pajarillo al alertarse de la proximidad del cazador, el lánguido girar de las
ruedas de la carretilla sobre el camino, la brisa arrullar la hierba, como
también el golpetear de los cascos de sus équidos compañeros; avanzaba
agazapado, con el pecho a unos centímetros de las rodillas, ayudándose de las
manos al progresar, haciéndolo como si fuera alguna especie de animal acechando
con cautela en espera de encontrarse con su presa, sin que esta siquiera
advirtiera su presencia.
Habiendo ya avanzado cerca de cincuenta y cinco pasos, desde ambos costados del camino
se lanzaron presurosos un par de ladrones, uno de cada lado del camino. Uno de
ellos con una pistola en la mano, mientras el otro, con expresión torpe e
insegura, asía una daga moviéndola espasmódicamente delante y detrás. Ambos
hombres sucios y andrajosos. Usaban palabras absolutamente ofensivas, las que
impresionaron con horror a Elidor aun más que el hecho de estar a punto de ser
robados vilmente; pues en su vida jamás había sido víctima siquiera del más
vulgar y simple de los crímenes, como ahora. El par de ladrones, al aproximarse
a la carretilla, se desconcertó al ver el caballo sin jinete, mismo que sabían
que hasta hace unos pasos venia con
ellos. El hombre con la pistola amenazaba a Wirt apuntando y gritándole que
desmontara de la mula o moriría en el acto; Wirt le gruñía con fiereza, pero
sin desenfundar sus armas. El ladrón que amenazaba mudamente con titubeos y con
su arma blanca en mano al cerdito, fue sorprendido por Driskell saliendo
abrupta e intempestivamente de entre la maleza, pillándole por detrás. El
ladrón, por tan repentino susto, comenzó a temblar de pies a cabeza, y sin
poder siquiera girarse del todo y ver quien le sorprendió Driskell le sujetó de
la muñeca derecha —con la que el ladrón sujetaba la daga—, y con la otra mano,
—la derecha de Driskell— pasándola por debajo del brazo prensado del temeroso
ladrón hasta llegar a su cuello, colocó sus dedos alrededor de éste y presionó
con fuerza, le torció el antebrazo antes de impactar con fuerza su rodilla en
el estomago del hombre, haciendo que se inclinara de dolor y expulsara el aire que residía en él;
rápidamente, de nuevo le tomó del brazo estirándoselo hacia el costado, y,
colocándose dándole la espalda, con completa facilidad Driskell lo desarmó,
arrojando la daga hacia la maleza. Mientras Driskell atacaba a su compañero de
malaventuras, el otro ladrón, también sorprendido —pero éste al contar con algo
más de experiencia y viveza— no dudo en apuntar al hombre que golpeaba sin
titubeos ni remordimientos a su socio criminal. Percatándose de lo que planeaba
el ladrón, Wirt se le arrojó, trepando por el hombre hasta llegar a su cara,
arañándole y mordiéndole entre penetrantes gruñidos. Desarmado y postrado en el
suelo, el ladrón golpeado, Driskell le miraba tratándose de mover con dificultad.
Se presentó un rugido estruendoso. Driskell se giró y, mirando hacia donde
estaba de pie el otro ladrón, vio a Wirt inmóvil en el suelo; ambos hombres se
miraron directamente y con fijeza. El ladrón sintiéndose indefenso al haber
desperdiciado el único tiro que tenia disponible se quedó de pie mirando a
Driskell que manifestaba gallardía y profunda fiereza en la mirada. El ladrón,
no sabiendo que más hacer, le arrojó el arma: golpeándole en el antebrazo al
interponerlo y evitar que le diera en el rostro. Driskell detuvo con el otro
antebrazo el golpe que trato de darle el ladrón, y sujetándolo con un giro
rápido de muñeca. Intentó a jalones zafarse del fuerte agarre de Driskell sin
éxito; recibiendo una patada en la entrepierna, reflejo de la cuantiosa ira que
le inundaba, el bandido cayó, escupiendo, de rodillas, con los ojos exorbitados
y ambas manos en la parte media de su cuerpo. Por último Driskell le sujetó de
sus mugrientos cabellos hasta alzarle la mirada y le remató con un golpe en
seco en la cara. Durante todo el rato Sheply no hizo más que ladrar y gruñir
mostrando los dientes con bravura.
Con prontitud fue a donde yacía inmóvil Wirt;
levantándolo de la cola lo examinó minuciosamente mientras Elidor con pesar y
tristeza observaba de pie junto a la carretilla. Sin más que hacer, Driskell
colocó con suma cautela a la zarigüeya sobre la carretilla, acomodándole de
manera grata sobre los costales de cuero ocultando en su interior las mantas.
Retomaron el trayecto dejando atrás al par de ladrones; después de arrojar sus
armas a lo lejos. Elidor no podía dejar de mirar el cuerpo de Wirt, tieso,
congelado en un gesto de terror y con parte de la lengua de fuera, emanando un
hedor penetrante al olfato —más aun para Elidor—. Lagrimas escurrían por su
rostro lleno de tristeza; pese al poco tiempo de conocerle ya sentía aprecio
por tan singular y simpático animalito, deseando ahora poder haberlo conocido
mejor. Distrayéndose mirando el paisaje, al sentir de nuevo pesadumbre por la
conclusión del reciente evento Elidor regreso la mirada al interior de la
carretilla… Terminando por dar tremendos chillidos como si le estuvieran
matando. De inmediato se detuvo Driskell, seguido por Pekar; haciendo rampar y
relinchar a Zorka. Tan pronto como se detuvieron Elidor dio un salto de la
carretilla y se alejó corriendo entre constantes chillidos. Trayendo de vuelta
a Elidor, con algo de dificultad, Driskell le explicó acerca de la peculiaridad
de Wirt de fingir, más bien hacerse pasar por un irrefutable muerto al sentirse
amenazado.
—Seguramente se asustó al dispararse el arma —Le
contaba al cerdito, de vuelta en el camino—. Cuando nos “conocimos”, al sacarlo
del costal hizo exactamente lo mismo.
Elidor le miraba con recelo. Wirt, de nuevo y como
era costumbre, se echó montado sobre Pekar, moviendo los ojos de un lado a
otro, mirando ocasionalmente a Elidor.
No tardaron en llegar al poblado. Como antes había
dicho Elidor, Istval era el poblado más cercano hacia el noreste desde Zlintka;
y a un costado de la hilera de montañas, teniendo que pasar por él para así
rodear dichas montañas que les impedía el paso directo hacia su destino. Istval
era semejante a Zlintka, salvo por el hecho de no contar con una taberna,
formalmente; pero en cambio, posee un mercado más sensato —dentro de una
edificación—, y un muy competente servicio de mensajería, mismo que está
presente en casi todos los poblados aledaños; siendo el de Istval el central.
Al entrar en el poblado, tanto animales como
hombres saludaban a Driskell, algunos de ellos al pasar, él les devolvía
gentilmente el saludo; Elidor lo hacía de igual modo, en principio al creer que
le saludaban a él, y después meramente por cortesía, en ambos casos gustoso de
hacerlo. Se detuvieron cerca del mercado. Ahí Driskell instruyó a Sheply que
permaneciera en la carretilla vigilando mientras Elidor y él compraban
provisiones; Wirt les acompaño, montado en el cuello de Driskell hasta cerca de
la entrada, donde subió a lo alto de la estructura del mercado, siguiéndolos
pero sin alejarse demasiado como para no escuchar los posibles ladridos de
Sheply.
Al interior del mercado podían verse animales y
hombres vendiendo, comprando y haciendo trueques, entre otras cosas; desde
situaciones mundanas como una oveja comprando alimento o un carnero comprar
jugo para su familia, también a un grupito formado por dos niños —un niño
rondando los doce años y una niña de cerca de nueve—, una cabrita y por último
un pequeño cordero el más joven de todos, pues aún no tenía sus incisivos permanentes.
Todos ellos vestidos casi de igual manera, ya que hacía no mucho, al no tener
hogar, alguien se compadeció de ellos obsequiándoles ropas pertenecientes a los
descendientes de aquella noble alma. Ese pequeño grupito la mayor parte del día
se la pasaban divirtiéndose, riendo de cualquier cosa que pudiera causarles
gracia, y durmiendo por las noches en algún rincón todos encamorrados, para así
calentarse entre sí, pasar otra fría noche y vivir otro incierto día. Para
tener que comer iban al mercado, donde enviaban a Tiernan —nombre muy propicio
para su labor—, el pequeño cordero, quien pedía con inocencia a quienes vendían
comida que le regalasen una fruta o un pedazo de algo para comer, mientras
Willard, el niño, con sutileza y sigilo, justo como le enseño hace unos años
Driskell, tomaba sólo lo justo para poder alimentar a sus amigos. Willard, al
percatarse de la presencia de Driskell llamo a todos; Ailis, la niña de
cabellos castaños y ojos marrones claros, corrió al igual que Amalda, la
cabrita, junto a Tiernan. Driskell se arrodilló y les abrazo con afecto a todos
en grupo, preguntándoles como les había ido desde la última vez. Mientras
conversaban y reían Willard les miraba con disimulo a unos metros, pues, sentía
emociones encontradas al tropezarse con Driskell: por un lado sentía una gran
admiración hacía él, pero en ocasiones se sentía abandonado por él, o con
coraje al pensar que podría hacer algo más por ellos.
—¡Como has crecido, preciosa! —decía a Ailis,
pasando su mano por su frente y llevando sus cabellos, llenos de tierra al
igual que su rostro, hacia atrás de su oreja; Ailis bajó la mirada con timidez
y se sonrojó por el alago de Driskell; quien le beso en la frente y se puso de
pie.
—¿Cómo ha ido todo, muchacho? —preguntó a Willard
al acercarse a él, mientras los demás le seguían detrás emocionados.
—¡Todo bien, Señor!
—Me alegro —afirmó Driskell, alborotándole el
cabello y entregándole una talega rebosante de currens (monedas de plata)—.
Esto les servirá hasta que vuelva.
El grupito corrió con emoción tras despedirse.
Driskell les miraba con aflicción, en parte temiendo que algo malo les pasara,
pero también con nostalgia al recordarle la placentera y distante vida que
alguna vez tuvo con sus hermanos y las hijas de sus tíos.
Al notar la ausencia del cerdito Driskell se giró
de inmediato en todas direcciones tratando de ubicarle; estaba no muy lejos en
un puesto. Driskell le tomó del brazo, jalándolo e interrumpiendo la venta
entre él y una anciana; respondiendo Driskell a los alegatos del cerdito:
—No te alejes. Trataran de estafarte. ¿Para qué
querrías una cabeza de sapo? —Elidor no supo que responder.
Se dejaron de tonterías y fueron a por lo que
necesitaban. Con un par de sacos de fruta y verdura a cuestas Driskell se
detenía con frecuencia y se giraba diciendo al cerdito:
—¡Vamos, marranito, no te detengas! ¡No necesitas
nada de lo que hay aquí; sígueme el paso! —Elidor observaba con fascinación los
objetos de todo tipo que vendían allí.
Deteniéndose en un puesto, llamado por una de tantas
voces que pregonaban sus productos y cosechas, Driskell preguntó:
—¿Cuánto por las semillas? —Se refería a un montón
de semillas de girasol garapiñadas en un costal alto, en el suelo.
—Una almorzada por una cuchilla (moneda común) y
cuatro denacs —anunció el vendedor, muy amigable.
Driskell pagó con doce denacs (centavos), y el
buen hombre, de largo y robusto bigote
obscuro, tomó del costal las semillas que cupieron entre sus dos manos juntas y
los depositó en un cucurucho de papel.
Al detenerse Elidor, por cuarta vez, de pie a una
manta sobre el suelo, de objetos de segunda mano, apareció desde lo alto Wirt
chillando; alertando de ese modo a Driskell, quien al poner mayor atención
escuchó el ladrar de Sheply.
—¡Vamos, apresúrate! —instó al cerdito. Respondiéndole,
todo él indeciso:
—Pero… mire es un fuizz.
—¡Anda ya! Te llevaré con quien los hace, pero
apresúrate —Propuso; a lo que Elidor al ser tentado de esa manera apresuró el
paso.
Fuera del mercado Driskell dejó presuroso los sacos
en la escalinata, en la entrada al mercado, indicando a Wirt que cuidara de los
sacos como del cerdo. Con el pulgar desenvaino unos centímetros su katana,
listo para actuar y dispuesto a todo, se aproximó con cautela hacia la
carretilla. Todos, tanto dentro del mercado como en la calle, al oír el ladrar
de Sheply le daban menor importancia, algunos conversando otros simplemente
siguiendo con su camino. Mirando de arriba abajo, de lado a lado y a todos a su
alrededor Driskell buscaba posibles amenazas, junto al motivo que alertaba a
Sheply; acercándose cauto hacia la carretilla descartaba que trataran de
robarse al caballo y/o a la mula o el contenido en la carretilla. Sheply le
ladraba a un gato posado en una barda, de frente a él. Driskell colocó ambas
manos en su cintura y dando un profundo suspiro mirando al cielo dijo:
—Ah… como odio que odies los gatos —Se recargó con
lentitud en la carretilla y con su dedo pulgar y medio masajeó sus sienes—. ¡Te
quieres calmar de una vez!
Reunidos todos en la carretilla contemplaban al
gato posado en la barda.
—¿Listo?; asegura bien los cuchillos, no quiero que
los pierdas —dijo a Wirt, mientras le cargaba sujetándolo de las costillas.
Realizó un movimiento como si lo fuera a dejarlo en
el suelo y violentamente lo arrojó hacia un tejado. Driskell volvió a la
carretilla a sentarse, cruzado de brazos, a contemplar la barda.
—¿Por qué ha arrojado al señor Wirt hacia el
tejado? —cuestiono intrigado el cerdito.
—Espera y lo veras, cerdito… sólo espera.
Elidor, Sheply y Driskell, mientras Zorka y Pekar
bebían agua de la pileta, contemplaban expectantes al gato sobre la barda, de
pelaje grisáceo desde el lomo hasta la cola; patas blancas; con una mancha
formando un triangulo en su cara, entre sus deleitantes ojos: el derecho de
color amarillo y el opuesto de azul; no hacía nada más que mirarles con pereza,
abriendo y cerrando los ojos con pesadez, ocasionalmente meneando la cola, como
si de un péndulo se tratase. Minutos después, el minino, desconfiado por que le
observaban se incorporó, y listo para marcharse se estiró plácidamente:
estirando las patas delanteras, arqueando la espalda y cerrando los ojos al
abrir la boca tanto como pudo; provocando un bostezo de igual manera en
Driskell. De espaldas al gato, Wirt saltó sobre la barda chillando tan fuerte y
escandaloso como le fue posible, haciendo que el gato diera un enorme salto
asustado; como resultado cayendo al suelo en la calle, corrió despavorido, tan
veloz que sólo se distinguía una línea alejarse, sin saber siquiera que había
ocurrido. Driskell no podía dejar de reír al acercarse hacia la barda, donde
Wirt se colgó con cuidado al borde de ésta y se dejó caer para ser atrapado por
él. Sheply ladraba de emoción —aunque sentía una instintiva aversión por los
felinos su ocasional pereza le impedía correr tras ellos—. Driskell no dejaba
de reír, aunque ahora con menor intensidad.
—No me parece correcto lo que hicieron —dijo Elidor
indignado.
—Tranquilo, cerdito. Nadie salió lastimado
—respondió entre risas.
—El gato pudo haberse herido.
—¡Querrás decir “el señor gato”! Ja, ja… No te
preocupes, chanchito, los gatos están hechos para caer de esa manera y no
lastimarse.
—¡Cómo es que sabe eso, señor mío!
—Veras, cerdito, cuando éramos ya no tan niños mis
hermanos, primas y yo jugábamos con los gatos; primero los cazábamos… de
atraparlos, no de emparejarlos entre sí, de eso se encargaban más tarde ellas.
Después los arrojábamos tan alto como podíamos, justo como hice antes con Wirt,
y los mirábamos caer siempre de pie; después las niñas trataban de atraparlos
antes de que huyeran, para poder casarlos —relataba Driskell, con la mirada
llena de ilusión, y denotando en su rostro una expresión de gran placer—. Pero
bueno, esos eran otros tiempos; ahora vayámonos —interpuso montando presuroso
en Zorka.
—Pero el gato…
—Sube ya a la carretilla y vámonos, ¡quieres! El
gato está bien y nosotros vamos tarde. Todavía quieres que vayamos por el
fuizz, ¿no?
—Sí, pero…
—Eso creí; móntate en la carretilla y vamos.
A cinco calles al oeste del mercado arribaron a su
destino próximo. Frente a una puerta, bajo un letrero de madera que pone:
«Tienda de Fuizz», y en letras más pequeñas: «La única, la más cercana, la de
la mejor calidad. Sólo en Istval»; de apariencia como si fueran recién
colocados, la puerta y el letrero. Driskell se apeó de Zorka y llamó con ímpetu
a la puerta tres veces. Llamó a Elidor para que se acercara, pues el hombre al
otro lado de la puerta no abriría a menos que se tratara de un animal quien
llamara.
—¡Date prisa! —Apresuraba al cerdito al acercarse.
—¡A que se debe tanta maldita insistencia. Me
encontraba en la letrina, maldición! —vociferaba un viejo al abrir la puerta.
Un anciano levemente rechoncho apareció frente a
ellos; ligeramente encorvado y casi calvo en su totalidad; de mirada fija e
inquisitiva.
—¡Qué es lo que buscan! —preguntó de mal genio el
viejo.
—“Tendría usted, viejo gruñón y amargado, la
gentileza de mostrarle a este distinguido lechón, los fuizz; amable hombre”
—explicó Driskell, con mofa santurrona.
—Desde luego, mi estúpido y primitivo amigo. ¡Por
aquí por favor! —Les invitó a pasar, de forma cortes señalando con ambas manos
hacia el interior; primero entro Elidor y Driskell detrás de él, sonriente.
Dentro de la tienda había cuantiosos aparadores,
vitrinas y mostradores, todos ellos repletos de artefactos denominados «fuizz», hechos
exclusivamente para el uso de los animales, para con ayuda de ellos poder
realizar determinadas acciones realizadas exclusivamente por el hombre;
permitiéndoles así poder imitar dichas acciones, como por ejemplo: escribir,
dibujar, pintar, tomar algunos objetos (aunque un tanto limitados), entre
algunas; siendo estas las más requeridas.
—¿Dime…?
—¡Oh! Soy Elidor Cerdic, señor. ¡Oink! —indicó
emocionado por tan inesperada situación en que se encontraba y, claro, pidió
disculpas.
—Ya veo, ya veo. Dime; ¿acaso venís del palacio de
Cerdic?
—Sí, ¿cómo lo ha sabido?
—Cerdic es un gran cliente de mi tienda. Recibo
muchos encargos de él al año. Si no me equivoco todo lo que me pide lo regala a
los habitantes en Zlintka.
—Sí, así es. Mi tutor es muy bondadoso con todos.
Él fue quien me obsequió mi primer fuizz —refirió Elidor sacando de su morral
el fuizz que llevaba consigo para escribir.
—¿Me… permitirías mirarlo más de cerca? —pidió el
anciano a Elidor, quien le entregó el artefacto algo viejo y desgastado—. Sí,
yo lo he hecho —afirmó el anciano al inspeccionarlo con detenimiento y ayuda de
un cristal de aumento—. Está algo desgastado… debe tener al menos tres años —El
viejo permaneció callado, meditando—. Te diré que haremos Elidor, escoge el
fuizz que quieras y a cambio me entregas este viejo y usado para poder
re-utilizarlo; ¿qué dices?
—Me gustaría más pagar por él, de manera justa como
haría alguien más. Me parece ser lo correcto.
—Ya veo, ya veo. Tómalo, pues, como una dadiva de
mi parte, por él aprecio que siento por Cerdic; ¿qué dices?
—¡Oink! —pidió disculpas Elidor y, tras su repentino
gruñido y consecuente disculpa, manifestó— ¡Está bien!
—Ven conmigo, te mostraré todos para que elijas el
que más resulte de tu agrado. Algunos están hechos de oro, plata, hierro e
incluso también de metal barato; y desde luego de diversas “tallas”. Todos
ellos hechos por mí, con estas viejas y calludas manos —explicaba mientras
encendía las velas distribuidas por toda la tienda ya que no contaba con
ventanas; así, el anciano creía era más difícil que le robaran, pero, no por
animales sino por hombres codiciosos que después venderían los fuizz a costos
mayores, algo que si bien hasta ahora no ha ocurrido no por ello era
improbable, pensaba él.
Mientras le mostraban a Elidor la gran variedad de
fuizz —artilugios extraños para quien por vez primera los ve, pues entre la
diversidad de formas, tamaños y materiales, resaltaba su funcionamiento… más
aún su uso, ya que hacía ver, aparentaba, que su portador llevase algo extraño
al final de su mano, dando un aíre algo tenebroso, mecanizado; al menos hasta
que es costumbre verlos en función; con sus copiosos tornillos y remaches,
articulaciones accionadas por diminutos botones o mecanismos; relucientes a la
vista por su brillo, y al mirarles con el justo detalle y apreciación se
mostraban como las joyas y obras de arte que son— Driskell salió de la tienda.
Acercándose a la carretilla, Sheply comenzó a gruñir seguido de un suave
ladrido. Al estar Driskell a unos pasos de la carretilla Sheply dio un salto
fuera de ella, alejándose, y ladrándole sentado a unos metros de distancia.
Driskell encontró dentro de uno de los sacos de fruta a Wirt, disfrutando de un
jugoso durazno —una de las frutas preferidas de Driskell—.
—¡Sal de ahí, bribón sin vergüenza! ¡Cuántas veces
les tengo que repetir que no devoren las provisiones¡ Y tú desvergonzado —Se volteó
regañando a Sheply, quien lo miraba con bravura mientras Driskell sujetaba de
la cola a Wirt— dejas que este descarado haga el trabajo sucio por ti mientras
vigilas. ¿Para eso te entrené a caso?
Pasó los duraznos al costal de las manzanas, peras
y otras frutas, dejando así el costal vacio; correteando atrapó con dificultad
a Wirt y lo metió en el costal, anudándolo e impidiendo su escape.
—Ahora irás todo el viaje dentro del costal
—proclamaba Driskell entre mordidas, comiendo un suculento y jugoso durazno,
tanto que le escurría el dulce jugo por la barba, repleta de pelillos en
crecimiento, hasta llegar a su barbilla.
Wirt se movía de un lado a otro en el interior del
costal. Driskell esperaba paciente con el reloj de bolsillo en mano. Un minuto
y veinte segundos fue cuando la punta del cuchillo de Wirt atravesó el saco. Deslizándolo
en canal hacia abajo es como se liberó.
—¡Vaya! Has tardado medio minuto menos que la
última vez —Le felicitó, tomó un durazno del saco y lo entregó a Wirt entre sus
diez deditos—. Ojala ese pulgoso quisiera aprender tanto como tú lo haces
—replicó al hacer una mueca tratando de imitar la expresión de enfado en la
cara de Sheply—; cumple bien con sus deberes, pero podría hacer más.
Wirt y Driskell, sentados en el borde de la
carretilla, miraban a Sheply echado de frente a ellos mostrando los dientes,
manifestándoles enfado, pues se había quedado sin el botín o por lo menos sin
una diminuta porción de él. Driskell tomó otro durazno del saco, lo asió de
arriba abajo y lo arrojó al aire; al soltarlo, de inmediato Sheply se levanto
buscando el durazno, se movía de un lado a otro como si estuviese ebrio,
buscando donde caería el fruto, al final, de un alebrestado salto le atrapó en
el aire. Con la fruta en el hocico, dio media vuelta y se alejó; echándose y
dándoles la espalda comía el suculento fruto.
Transcurridos unos minutos tras el intento de
auto-atraco por Wirt y Sheply, Elidor salió de la tienda en compañía del viejo;
Driskell comía algunas semillas.
—Gracias por todo, señor Calum. —agradecía haciendo
una reverencia al propietario de la tienda.
El viejo y Driskell se miraron y entre sonrisas
estrecharon sus manos.
—Nos veremos, viejo haragán.
—Tenlo por seguro, muchacho estúpido —Le respondió,
dejándose ambos llevar por la emotividad de viejos recuerdos terminaron
abrazándose con aprecio.
—¡Le estoy muy agradecido, señor Calum! —Se
despedía Elidor al alejarse en la carretilla.
—¡Vallan con Dios! —respondió el viejo.
Al estar la carretilla donde se encontraba echado
Sheply, éste dio un salto a ella.
A un par de calles de la «Tienda de Fuizz»,
Driskell dijo:
—Dime, chanchito, ¿quisieras conocer el servicio de
mensajería de Istval?
—¡Por supuesto, señor Driskell! ¿Es acaso muy
distinto al de Zlintka?
—No, sólo es ligeramente más grande, y más correo
llega aquí. Mandaré una carta mientras lo conoces.
—¡Oink! —Se disculpó.
—Veo que te ha gustado la idea, gochito. Ja, ja,
ja.
En el centro de Istval se encuentra el servicio de
mensajería, nombrado «Palograma». Cerca de su destino pararon. Driskell,
haciendo el menor ruido posible, tomó una pequeña y delgada cadena junto a dos
candados también pequeños, de combinación. Ávidamente pescó a Wirt,
sometiéndolo de la cola, teniendo cuidado de no lastimarlo, y le apresó con la
cadena, entrecruzándola por su pecho.
—Bien sabes por qué hago esto, ¿cierto? Deja de
chillar. La última vez que vinimos te comiste unos pichones, ¿lo recuerdas?
—Wirt protestó gruñendo—. Veo que no lo has olvidado. Te diré que haremos,
compórtate hasta que regresemos… y de
camino cazaremos aves silvestres.
Tras pensárselo un momento Wirt gruñó de manera
molesta pero afirmativa; Driskell llamó a Sheply, e hizo en él lo mismo con el
otro extremo de la cadena, quedando así unidos por la cadena el can y la
zarigüeya.
—¡Cuida que no escape, Sheply, y tendrás tú
recompensa! No se alejen —Les ordenó dirigiéndose junto a Elidor al Palograma.
Al cruzar la puerta tomaron asiento en espera de su
turno; antes que ellos había un hombre. En el lugar abundaba el característico
hedor a guano de ave. Proveniente del piso de arriba, se escuchaba el sonido de
abundantes palomas gorjeando y aleteando.
«Pasen», dijo el hombre a cargo de recibir las
cartas y mensajes para ser enviados. Un hombre rondando los cincuenta años; de
sobresalientes entradas arriba de la frente; con un par de gafas colgándole del
cuello; de complexión delgada; sus manos notoriamente picoteadas por las aves;
pero, lo que más le caracterizaba era su personalidad: siempre calmada y
paciente, tan tolerante que llegaba a resultar desesperante en ocasiones.
—¡Tengan buen día! ¿En qué puedo servirles,
caballeros? —inquirió el hombre con tono suave, tanto que resultaba relajador
oírle.
—Deseo enviar una carta. También quisiera las
cartas y mensajes a mi nombre.
—Mucho me temo, Driskell, que no hemos recibido
nada desde hace cerca de semana y media. ¿El mensaje lo tienes listo para
enviar o lo redactaras aquí?
Driskell, de pie junto a Elidor, estaba pensativo
con la mirada fija sobre el mostrador. Al insistir con su pregunta el hombre,
Driskell respondió:
—La… lo escribiré aquí.
—Por favor, pasad y sentaos, tomaos el tiempo que
os sea requerido —Indicó el hombre señalando hacia el rincón donde se halla una
pequeña área con varios escritorios y sillas.
En cada escritorio un tintero y pluma, así como
pedazos de pergamino divididos en dos tamaños: el estándar para las cartas y el
otro cortado a un cuarto del anterior para los mensajes. Driskell sustrajo de
uno de sus bolcillos un pequeño lápiz —usándolo algo así como a modo de firma
personal— y comenzó a escribir. Mientras lo hacía, y Elidor preguntaba curioso
al hombre sobre su empleo, fuera del servicio postal se oía el partir de un
mensajero a la voz de «¡EHA-A VENGA… ARRE!», partiendo a caballo, a todo
galope, dejándose ver al cruzar por la puerta las alforjas del caballo repletas
de correspondencia, y una jaula pequeña con dos palomas detrás de la silla.
Al terminar de escribir, Driskell dio una última
revisión a su mensaje; que decía:
Mi dulce y amada Queryna, nos encontramos bien y en camino. Justo ahora
te escribo esto que verán tus preciosos ojos desde Istval. ¿Recuerdas cuando
vinimos aquí y te compré ese lindo vestido que tanto te gusta? ¡Yo lo hago cada
vez que te lo veo puesto!
Nada más quisiera que estar justo ahora contigo, apretándote con fuerza
entre mis brazos, besando todo tu cuerpo desnudo durante todo el día y toda la
noche hasta llegada el alba.
Wirt no lo dice, lo conoces, sólo hace esos chillidos y ruiditos, pero
te extraña tanto como tú a él. Cuando vistes ese lindo vestido verde viene a mí
mente el recuerdo con aprecio de como jugaban y se divertían tú y él, como se
acurrucaba en tu regazo hasta quedarse dormido. Al refunfuñón de Sheply no le
gustaba eso y lo tuve que llevar a rastras a dar un paseo; le molestaba lo que
pasaba, pero tampoco quería irse. Ja, ja, menudo perro.
En mi actual viaje llevo conmigo a un cerdito, muy listo por cierto.
Habita en el palacio de Cerdic. Es un ser noble, lo debo reconocer, y por ende
inocente e ingenuo; estuvo a punto de comprar una cabeza de sapo en el mercado,
¡lo puedes crees!
Me despido, mi amada, sólo quiero reiterarte lo que ya sabes: lo mucho
que te amo, lo infinitamente feliz que me haces tan sólo con ver tu sonrisa al
amanecer y tu dulce voz al anochecer.
Volveré pronto, Kalyna, como siempre lo hago; bien sabes que soy incapaz
de romper una promesa, y jamás una hecha a ti…. jamás. Volveré… y lo haré con
dadivas como te gusta, mi amada.
Tu eterno amado, Driskell.
Entregó el mensaje al hombre, quien lo colocó sobre
una pequeña tabla y con ayuda de una navaja la recortó, para así reducir su
tamaño y consecuentemente su peso —aunque fuera poco—, y ante él sellar el
sobre —posterior a preguntar si poseía un sello personal— y etiquetarlo.
—Por ahora únicamente puedo enviarla por paloma —Le
informó el hombre.
—Vale —respondió Driskell, tras meditarlo—. Guarda
esta copia, por precaución; y pedir la confirmación de recibido, si no la
recibes manda la copia por caballo. Ah-h, si llegara algún mensaje para mí reenviármelo
a Verdsnan.
—Desde luego; lo haré como siempre —contestó el hombre.
—¿A qué se refiere con: sólo por paloma? —curioseó
Elidor.
—Acabo de enviar una paloma en esa dirección, y si
enviase un halcón podría devorarla —Elidor reaccionó con sorpresa, mientras
Driskell preguntó disimulando la irónica gracia que le producía:
—¿De verdad?
—¡Sí!... a pasado… a pasado —respondió el hombre,
cabizbajo y afligido.
Driskell cuenta con una extensa «red» de
información por casi todos los poblados, esa red está conformada de la
siguiente forma: contaba con gente de su completa confianza en cada uno de los
poblados, ellos le informaban de lo que acontecía en esos poblados como en sus
cercanías, así como lo que escuchaban de los demás. Le enviaban los mensajes a
Driskell por medio del servicio de mensajería hasta una dirección específica en
Zlintka —bajo ningún motivo a su hogar—, donde, de hallarse él de viaje, una
copia era reenviada a un poblado por el cual él pasara a su viaje. De este modo
Driskell trataba de estar siempre informado de todo lo que acontecía, relevante
o no, para no ser sorprendido o poder reaccionar con antelación.
—Dígame, señor, ¿Podría mandar un mensaje pese a no
saber escribir? —indagó esperanzado Elidor.
—Por su puesto, únicamente necesita dictarme y yo
redactare su mensaje.
Elidor comenzó a dictar al hombre. Driskell le
esperaba sentado, pero al notar, por su extensión, que lo que planeaba enviar
el cerdito era una carta salió a echarles un ojo a sus compañeros de travesías.
Zorka y Pekar estaban tranquilos tomando un descanso bajo la sombra. Driskell
tomó una pequeña y muy vieja cubeta de metal, de la carretilla, con la que
trajo agua a Zorka y Pekar. Tras hidratar a sus fieles e irremplazables
compañeros, como él los consideraba, les dio algo de heno, y se recargo en la
carretilla cruzado de brazos observando a Wirt montado en el lomo de Sheply,
yendo y viniendo; la zarigüeya se meneaba sobre el can, golpeándolo en las
costillas con los pies al disminuir él el andar; respondiéndole Sheply girando
rápido la cabeza y gruñir mostrándole con descontento los colmillos. Daban
vueltas, llegando a la esquina de la calle y regresando hasta donde se halla
Driskell; en repetidas ocasiones, mientras iban y venían, las palomas salían
emprendiendo el vuelo —siempre llamando la atención de Wirt— desde el frente
del edificio, volando, no todas peros sí la mayoría, en dirección este y otras
al suroeste. Mientras Driskell engullía una pizca de semillas, Sheply lo notó y
a saltos ansiosos intentó le diera un poco; tirando en el proceso a Wirt de
bruces. Éste le mordiera la cola, respondiéndole tirando una mordida al aire
entre gruñidos.
Las personas que pasaban por las calles aledañas a
la esquina del Palograma lo hacían corriendo y cubriéndose las cabezas. De repente,
pasó a lado de donde se hallaba Driskell una niña y su padre; a media calle la
niña fue manchada en su impoluto vestido y rojiza mejilla. Berreaba cual cría
consentida, molesta por ser ultrajado su elegante y bello vestido nuevo de hace
un día, y por el desecho de ave escurriéndole por el rostro.
—¡Pero, pappa-a-a, es nuevo mi vestido! —exclamó la
niña, de negros y copiosos rizos, en un berrinchudo llanto, agitando los brazos
con violencia de arriba abajo al compas de sus pies zapateando formando tenues
calimas.
Mientras su padre la limpiaba con su pañuelo, un
hombre de buen vestir fue salpicado también por una paloma al vuelo —la que
partía hacia Zlintka; orientándose y tomando el curso al poco de partir—.
Minutos después Elidor por fin salió. Driskell
sonreía divertido por la comicidad de la escena presenciada.
—Dime, chanchito, ¿cómo es que envías algo… o, peor
aún, que adquieras un fuizz si no sabes escribir?
—¡Desde luego qué se escribir, señor! —replicó,
ofendido que dudase de sus capacidades. Sacó de su morral su libreta, la que
mostró a Driskell para que constatara que escribir esta dentro de sus
cualidades y capacidades.
—¡Pero qué diantres es esto! —profirió con asombro
al hojear las páginas de la libreta—. Son simples garabatos ¿Esto no es escribir,
chanchito?
—¡Sí, señor! —respondió con orgullo—. Podrán
parecerle garabatos, pero de hecho es lo que yo llamo la escritura de los
cerdos.
—“¿En serio?” —calló un momento y prosiguió
embobado—, pero sólo tú lo entiendes; ¿o no?
—Por ahora sí. Pero en algún momento todos los
cerdos, y animales, podrán escribir lo que piensan, comunicarse entre ellos y
con otros; ser libres de escribir sobre lo que deseen con mayor facilidad.
¡Oink!
Driskell calló por un momento, cambiando la
expresión en su rostro los pensamientos que transitaban por su mente por
completo —ya que en realidad se marginaba mucho a los animales; a penas y de un
puñado sabia Driskell que escribían y/o leían.
—Me parece
bien, cerdito. Pero ahora debemos irnos. Se hace tarde —indicó a Elidor,
admirado de él.
(Registrado en INDAUTOR bajo el seudónimo de D. Leo Mayén)
(Registrado en INDAUTOR bajo el seudónimo de D. Leo Mayén)
Fragmento del capítulo VI (Da click para ir al capítulo):
“Lo recuerdo bien… uno de mis
hombres gritaba entre los distantes disparos: «Que diantres está pasando…
maldita sea… Joder». No dejó de maldecir hasta que cesaron los disparos. Me
preguntaban qué hacer, y pese a todo el arduo entrenamiento que recibí por todo
El Continente no sabía con certeza qué hacer; pues era más joven —pronunció,
seguido por un hondo suspiro—. Se escuchaban gritos escalofriantes de dolor
aunados a feroces rugidos, ambos atravesaban la jungla de lado a lado. ¿Nos
debíamos retirar, o regresar a por quien quedara con vida, o seguir avanzando y
esperar lo mejor hasta llegar a las ruinas?, me preguntaba, sin saber cómo
proceder. De haberse tratado de hombres los que nos atacaban me hubiera
resultado fácil actuar, sin miedo ni contemplaciones.”
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