Un escrito del pasado; hallado por coincidencia. Oculto con
la esperanza de no ser hallado; escrito con la esperanza del desahogo, de una mente atormentada por el abandono, la soledad
y el desamor.
Era la tercera vez que la enfermera, quien descubriera el
papel, leía el escrito. Los cristales de las ventanas lloraban. Los rayos,
lejanos, refulgentes y estruendosos, auguraban la tormenta que se aproximaba. La
enfermera no decidía cómo proceder, si ignorar lo leído o entregarlo al doctor
a cargo —de quien sabia era un patán bien disfrazado—. Sin atinar a cómo proceder
se dirigió a donde se hallaba el autor de la nota, y le miró por entre las
cortinas —ella no lo sabía pero, era la segunda vez que se hallaba ahí, de
urgencia, sólo que esta vez solo—: sentado al borde de la cama lucia cansado,
abatido, de expresión hastiada pese a su joven edad. El muchacho llevó una de
sus manos hasta su frente, frotándose las sienes; al hacerlo relucían las
vendas en su brazo. Verle le conmovió, más que compadecerle, deseando alguien
la quisiera de aquel modo.
Yendo a casa, en el transporte público, durante el trayecto
no dejaba de pensar en el dilema, y releía con la esperanza de saber qué hacer.
Por la noche la leyó hasta quedar rendida ante la fatiga, física y mental; la
hoja de papel resbaló de sus manos, deslizándose por la nada hasta tocar el
suelo; y quedando boca arriba.
La que me hechizó
Por más
que lo intento, por más que me esfuerzo, tan sólo no lo consigo. Sin importar
que haga, o con quien esté.
Las
semanas pasan, como mirando el pasar de un ferrocarril, un ferrocarril con seis
vagones arrastrados a toda prisa por la
maquina; los cuales, sin notarlo, ya se hallan a la distancia.
Vivo
días cotidianos y solitarios, aunados a noches frías y tormentosas. Por las
mañanas consigo olvidarle durante los primeros minutos del alba. Durante todo
el día no hay más que ella, apareciendo constante e intermitentemente en mí
mente, aunque yo no lo quiera. «Que me diría en esta situación o que haría en
esta otra, o pensar, sé que esto le gustaría».
Por
las noches… por las noches, rodeado de sombras y siluetas deformes, se hace
presente en mi mente, así como en mis sentidos; acechándome. Cierro mis ojos
para, así, tratar que se desvanezca su presencia; la misma que se aproxima
hacia mí, a gatas, desde los pies de la cama, y por sobre ella. Al abrir de
nuevo los ojos, esperando que se haya marchado ya, están frente a mí sus ojos,
sus lindos ojos. Los que me miran fijamente, sin parpadear, sin apartarse de
los míos; pasados unos minutos de mirarlos con profundidad lentamente incrementan
de tamaño. Trató de ocultarme de ellos, ocultándome bajo una almohada.
Al
crearse el más profundo de los silencios, dejando atrás toda clase de sonido:
el tic-tac del reloj, los caninos aullarle a la luna o los felinos gritar
desenfrenados; su voz puedo escuchar. Diciendo las palabras más bellas que
podre escuchar, subsecuente a palabras que atormentan mi alma, palabras crueles
y dolorosamente penetrantes.
A
mitad de la noche, me encuentro tembloroso, repleto de sudor frío y aterrado.
Aterrado por que se ha ido, y por más real que la sienta no lo es.
Si
por alguna razón, ella no se hace presente en mí, tomó esa prenda, la prenda
que olvido antes de partir, la acerco a mi nariz y dejo que los recuerdos me inunden,
por muy dolorosos que ahora resulten.
¡Prefiero
perder la cordura, que perder su presencia… lo que me queda de ella!
30-10-15
A la mañana siguiente, en un día esplendoroso y radiante,
desayunando, la enfermera, decidió que sería lo mejor conservarla; pues creía
concluyentemente, el muchacho no necesitaba algo que le recordara su pena y empeorara
su compungida situación; y dársela al doctor sólo acrecentaría los problemas.
La leyó una vez más, imaginando alguien le amaba de esa forma, antes de guardarla dentro de su alhajero, al estar preparándose para un nuevo día.
La foto nada tiene que ver con lo anterior, pero me pareció algo relacionado ya que quemé muchas cartas para ella o escritos sobre ella, para jamás ser leídos... esperando olvidar y superar. Jamás conté conque el fuego pasional fuera más intenso que cualquier flama mortal.

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