sábado, 11 de junio de 2016

Mujeres - Divinas mujeres

Ensayo. Mujeres, y una porción sobre mi perspectiva sobre ellas; en conjunto con algunas de mis bagatelas referentes al amor.


Mujeres

Divinas mujeres


¡Ah! Mujeres. Con ellas todo, sin ellas nada.
He oído tanto sobre ellas a lo largo de mi corta vida. Cosas tanto positivas como negativas, y algo que con el tiempo ha perdido importancia para mí, pues muchas opiniones provienen del prejuicio, el ego o la ignorancia; cosas hechas, o dichas que, como muchas, son emitidas por el interlocutor sin filtro alguno, y sin importar como repercutirán en el entorno.
Mujeres “buenas y malas” las hay, sí claro, al igual que hombres de igual manera. Así como la mujer es digna de la más ferviente admiración, también hay que temerle; temer a lo que puede provocar en un hombre.
Quizá por fortuna, o tal vez por mero azar, he “visto” diversidad de mujeres. Algo fácil cuando se apartan prejuicios y tonterías de mundana calaña. Pues la mujer no es como nos lo hacen ver o creer. Una mujer bella o atractiva no es más mujer por serlo —una rosa no es rosa sólo al ser de color rosa—. En la actualidad es difícil mirar a una mujer como mujer. Pues, pareciera que socialmente sólo es fémina la que posee los atributos físicos necesarios para despertar atracción hacia el sexo opuesto, y envidia entre el propio.
Como hombre puedo ver la belleza —refiriéndome a atracción física—, cómo esas sensaciones guiadas de forma subconsciente a causa de ciertas características físicas en la mujer —algunas por demás estereotipadas—. Como hombre sucumbo ante esas características, ¡es casi inevitable!, lo quiera o no. (Recuerdo en particular  una ocasión en que, caminando entre la gente, tomado de la mano de quien fuera entonces mi novia; ella notó que de reojo admiraba esa belleza a la que me refiero en una mujer al otro lado de la calle. Más tarde, ella, sin preocupación alguna me cuestiono acerca de ello. A lo que le respondí: «Me resulta un tanto inevitable resistirme a mirar, ¡es algo inconsciente y más poderoso que yo!». Tras mi respuesta sentí que había metido la pata del todo. Pero, ella siendo alguien madura y comprensiva me contesto tranquila y en broma: «Está bien, mientras no me sueltes y corras atrás de ella, como perro en brama». Reímos y olvidamos el asunto).
En aquella situación, y aunque a ojos de muchos la mujer que llamó mi atención poseía una belleza particularmente embelesadora; para mí sólo fue algo fugas; sí claro, provoco en mi sensaciones —más no sentimientos—, al admirarle. Sensaciones que de dejarme llevar por ellas, me llevarían a no sé dónde; pero sí a convertirme en alguien desleal e insincero. En ese entonces, los sentimientos, arraigados en mí, hacia mí novia fueron lo suficientemente «profundos» como para que yo comprendiera esto que cuento, tras reflexionarlo.
Si bien la belleza es digna de admirarse, también debe ser se cauto ante ella. Esa misma belleza puede ser la mascarada perfecta, para tantas situaciones… viles, ruines y perversas: como de telenovela, pero peores, porque no son al otro lado de la pantalla y mucho menos efímeras.
En repetidas ocasiones, he oído —­y visto, claro—, en programas de TV o de amigos y/o amigas, la pregunta: ¿Qué es lo primero que miras en una mujer, o que te atrae de ella?  Jamás me han hecho esta pregunta en lo particular. ¿Qué respondería? Depende, depende de a quien mire; en toda mujer siempre hay algo que resalta, su cabello o el color de este, sus ojos, su rostro —o alguna facción en él—, su voz, su inteligencia o, porque no, su bondad, entre algunas. Pero, irremediablemente, a primera vista observó todo lo que puedo, desde los pies hasta la cabeza y dejo que mi subconsciente elucubre, luchando por no sucumbir a los encantos antes mencionados; además de prestar suma atención en su forma de ser, su personalidad, su manera de pensar, etc. Muchos, al oír la pregunta antes planteada, de inmediato piensan en dos cosas, los pechos y los glúteos; muchos incluso esperan que sea esa la respuesta. No soy hipócrita, no diré que yo no lo hago al observar a una mujer. Lo hago, pero no le doy una importancia absoluta y frívola —como algunos muchos. Es como preguntar a alguien: ¿Cómo es ella? Y respondiera: «¡Tiene unos pechos!» ¿Y qué más? Y no supiera más que decir pechos.
Para mí una respuesta más elemental e incluso profunda, seria: ¿Qué te enamora de una mujer? Puede resultar complicado separar amor de atracción, al responder. Pero, aún separando el amor como algo profundo y subjetivo; en contraste con la atracción, algo superficial e impulsivo —ambos de igual modo subconscientes—, es difícil responder. El amor en conjunto a la atracción es algo espontaneo e inesperado, y brumoso.
Es diferente amar a alguien, y que te enamoren. ¡Que te enamoren! Dirán que eso es cosa de niñas; pero, si un hombre siente amor hacia una mujer: se enamora —antes o después—, por lo que la ama; y si ese amor es a causa de actos realizadas por esa mujer, ¿a caso no le ha enamorado dicha mujer? Yo pienso que sí. Y a todos nos pasa, sólo que no se habla mucho de ello.
De mi novia, a quien me he referido antes, lo primero que me atrajo de ella fue su iniciativa; llena de seguridad y con libertad al hablar, eso un poco más que su apariencia física —la cual, en conjunto, también me cautivo—; al ser yo un tanto tímido, me pareció atractivo en ella, y aliviador, ja-ja. —Y de no ser por eso, no nos hubiéramos conocido—. Visualmente lo que más llamó mi atención en ella fue su rostro, desde su cabello hasta su cuello; el conjunto de sus rasgos faciales me parecía en lo particular eclipsante. Lo más irresistible en ella era su sonrisa —era lo que para mí resaltaba más en las primeras veces que nos vimos—. Después, con el tiempo, comenzaba a tener sentimientos por ella tan sólo al advertir su presencia, al observar sus gestos, al dialogar y escuchar su melodiosa voz; el delicado movimiento de sus manos, o el moverse de su cabellera al andar. Los mismos sentimientos crecían en mí al conocerla más, saber lo que le gusta, lo que no y porque; sus ideas y pensamientos. Lo que me enamoró de ella rotundamente, además de lo que ella provocaba en mí, fue lo que yo provocaba en ella: cosas y características que pudo ver en mí y que yo no sabía siquiera que poseía; me hizo evolucionar como ser —actualmente, y por infortunio, eso no cualquiera lo puede lograr­—.
Belleza interior, belleza exterior. A veces, lo veo como un libro: una bonita portada sin un buen contenido es algo frívolo y soez. Un buen contenido hace que la portada sea algo secundario. Y un buen contenido con una bonita portada, ¡bueno! es un privilegio —que tampoco es para hacer mucho revuelo; aunque es como toparse con un billete de lotería premiado—. Aunque como todo en esta vida, depende de la perspectiva de quien mira.
En resumen, para mí la belleza de una mujer es la suma de un todo, más que de un puñado de características en ella, o de algo en general y dado por hecho. Al final todos somos lo mismo, sólo que armados con diferentes piezas, tomadas al azar, y mientras andamos de aquí a allá. Y en cuanto al amor y la atracción, me resultan por igual hipócritas… como nosotros mismos —variante en mayor o menor cantidad, pero inevitablemente con ella en nuestro interior—.

Si se busca el amor ¿A caso no basta con encontrar a alguien con la capacidad de amar y ser amado?

Por último, y como observación. Podrán decir que Dios, en su infinita sabiduría, creo a la mujer a partir del hombre —¡y a nadie le consta!—. Pero, sin embargo, cada hombre proviene de una mujer, y eso es ley de vida. ¡Sino pregunta a tu madre!

¡Por lo que considero, más que un ser creado por lo divino, resulta ser una divinidad!


D. Leon. Mayén


¡Una rosa es rosa por que es rosa, no por se de color rosa!
La Rosa en el camino!

No hay comentarios.: