Mujeres
Divinas mujeres
¡Ah!
Mujeres. Con ellas todo, sin ellas nada.
He
oído tanto sobre ellas a lo largo de mi corta vida. Cosas tanto positivas como negativas,
y algo que con el tiempo ha perdido importancia para mí, pues muchas opiniones
provienen del prejuicio, el ego o la ignorancia; cosas hechas, o dichas que,
como muchas, son emitidas por el interlocutor sin filtro alguno, y sin importar
como repercutirán en el entorno.
Mujeres
“buenas y malas” las hay, sí claro, al igual que hombres de igual manera. Así
como la mujer es digna de la más ferviente admiración, también hay que temerle;
temer a lo que puede provocar en un hombre.
Quizá
por fortuna, o tal vez por mero azar, he “visto” diversidad de mujeres. Algo
fácil cuando se apartan prejuicios y tonterías de mundana calaña. Pues la mujer
no es como nos lo hacen ver o creer. Una mujer bella o atractiva no es más
mujer por serlo —una rosa no es rosa sólo al ser de color rosa—. En la
actualidad es difícil mirar a una mujer como mujer. Pues, pareciera que
socialmente sólo es fémina la que posee los atributos físicos necesarios para
despertar atracción hacia el sexo opuesto, y envidia entre el propio.
Como
hombre puedo ver la belleza —refiriéndome a atracción física—, cómo esas
sensaciones guiadas de forma subconsciente a causa de ciertas características
físicas en la mujer —algunas por demás estereotipadas—. Como hombre sucumbo
ante esas características, ¡es casi inevitable!, lo quiera o no. (Recuerdo en
particular una ocasión en que, caminando
entre la gente, tomado de la mano de quien fuera entonces mi novia; ella notó
que de reojo admiraba esa belleza a la que me refiero en una mujer al otro lado
de la calle. Más tarde, ella, sin preocupación alguna me cuestiono acerca de
ello. A lo que le respondí: «Me
resulta un tanto inevitable resistirme a mirar, ¡es algo inconsciente y más
poderoso que yo!». Tras mi respuesta sentí que había metido la pata del todo.
Pero, ella siendo alguien madura y comprensiva me contesto tranquila y en
broma: «Está bien, mientras no me sueltes y corras atrás de ella, como perro en
brama». Reímos y olvidamos el asunto).
En
aquella situación, y aunque a ojos de muchos la mujer que llamó mi atención
poseía una belleza particularmente embelesadora; para mí sólo fue algo fugas;
sí claro, provoco en mi sensaciones —más no sentimientos—, al admirarle. Sensaciones
que de dejarme llevar por ellas, me llevarían a no sé dónde; pero sí a
convertirme en alguien desleal e insincero. En ese entonces, los sentimientos, arraigados
en mí, hacia mí novia fueron lo suficientemente «profundos» como para que yo
comprendiera esto que cuento, tras reflexionarlo.
Si
bien la belleza es digna de admirarse, también debe ser se cauto ante ella. Esa
misma belleza puede ser la mascarada perfecta, para tantas situaciones… viles,
ruines y perversas: como de telenovela, pero peores, porque no son al otro lado
de la pantalla y mucho menos efímeras.
En
repetidas ocasiones, he oído —y visto, claro—, en programas de TV o de amigos
y/o amigas, la pregunta: ¿Qué es lo primero que miras en una mujer, o que te
atrae de ella? Jamás me han hecho esta
pregunta en lo particular. ¿Qué respondería? Depende, depende de a quien mire;
en toda mujer siempre hay algo que resalta, su cabello o el color de este, sus
ojos, su rostro —o alguna facción en él—, su voz, su inteligencia o, porque no,
su bondad, entre algunas. Pero, irremediablemente, a primera vista observó todo
lo que puedo, desde los pies hasta la cabeza y dejo que mi subconsciente elucubre,
luchando por no sucumbir a los encantos antes mencionados; además de prestar
suma atención en su forma de ser, su personalidad, su manera de pensar, etc. Muchos,
al oír la pregunta antes planteada, de inmediato piensan en dos cosas, los
pechos y los glúteos; muchos incluso esperan que sea esa la respuesta. No soy
hipócrita, no diré que yo no lo hago al observar a una mujer. Lo hago, pero no
le doy una importancia absoluta y frívola —como algunos muchos. Es como
preguntar a alguien: ¿Cómo es ella? Y respondiera: «¡Tiene unos pechos!» ¿Y qué
más? Y no supiera más que decir pechos.
Para
mí una respuesta más elemental e incluso profunda, seria: ¿Qué te enamora de
una mujer? Puede resultar complicado separar amor de atracción, al responder.
Pero, aún separando el amor como algo profundo y subjetivo; en contraste con la
atracción, algo superficial e impulsivo —ambos de igual modo subconscientes—,
es difícil responder. El amor en conjunto a la atracción es algo espontaneo e
inesperado, y brumoso.
Es
diferente amar a alguien, y que te enamoren. ¡Que te enamoren! Dirán que eso es
cosa de niñas; pero, si un hombre siente amor hacia una mujer: se enamora
—antes o después—, por lo que la ama; y si ese amor es a causa de actos
realizadas por esa mujer, ¿a caso no le ha enamorado dicha mujer? Yo pienso que
sí. Y a todos nos pasa, sólo que no se habla mucho de ello.
De
mi novia, a quien me he referido antes, lo primero que me atrajo de ella fue su
iniciativa; llena de seguridad y con libertad al hablar, eso un poco más que su
apariencia física —la cual, en conjunto, también me cautivo—; al ser yo un
tanto tímido, me pareció atractivo en ella, y aliviador, ja-ja. —Y de no ser
por eso, no nos hubiéramos conocido—. Visualmente lo que más llamó mi atención
en ella fue su rostro, desde su cabello hasta su cuello; el conjunto de sus
rasgos faciales me parecía en lo particular eclipsante. Lo más irresistible en
ella era su sonrisa —era lo que para mí resaltaba más en las primeras veces que
nos vimos—. Después, con el tiempo, comenzaba a tener sentimientos por ella tan
sólo al advertir su presencia, al observar sus gestos, al dialogar y escuchar
su melodiosa voz; el delicado movimiento de sus manos, o el moverse de su
cabellera al andar. Los mismos sentimientos crecían en mí al conocerla más,
saber lo que le gusta, lo que no y porque; sus ideas y pensamientos. Lo que me
enamoró de ella rotundamente, además de lo que ella provocaba en mí, fue lo que
yo provocaba en ella: cosas y características que pudo ver en mí y que yo no
sabía siquiera que poseía; me hizo evolucionar como ser —actualmente, y por
infortunio, eso no cualquiera lo puede lograr—.
Belleza
interior, belleza exterior. A veces, lo veo como un libro: una bonita portada
sin un buen contenido es algo frívolo y soez. Un buen contenido hace que la
portada sea algo secundario. Y un buen contenido con una bonita portada, ¡bueno!
es un privilegio —que tampoco es para hacer mucho revuelo; aunque es como
toparse con un billete de lotería premiado—. Aunque como todo en esta vida,
depende de la perspectiva de quien mira.
En
resumen, para mí la belleza de una mujer es la suma de un todo, más que de un puñado
de características en ella, o de algo en general y dado por hecho. Al final
todos somos lo mismo, sólo que armados con diferentes piezas, tomadas al azar,
y mientras andamos de aquí a allá. Y en cuanto al amor y la atracción, me
resultan por igual hipócritas… como nosotros mismos —variante en mayor o menor
cantidad, pero inevitablemente con ella en nuestro interior—.
Si
se busca el amor ¿A caso no basta con encontrar a alguien con la capacidad de
amar y ser amado?
Por
último, y como observación. Podrán decir que Dios, en su infinita sabiduría,
creo a la mujer a partir del hombre —¡y a nadie le consta!—. Pero, sin embargo,
cada hombre proviene de una mujer, y eso es ley de vida. ¡Sino pregunta a tu
madre!
¡Por
lo que considero, más que un ser creado por lo divino, resulta ser una
divinidad!
D. Leon. Mayén
¡Una rosa es rosa por que es rosa, no por se de color rosa!

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