Zvezda
Jamás olvidare aquella tarde, esa tarde mística en la que vi
una estrella brillar en pleno día. Tú brillo me guió a salir de mis sombras,
esas en las que me guarezco habitualmente. Algo en ti, mi estrella del norte,
me llamó en ese momento, atrayéndome incontenible hacia ti, dispuesto —por un
impulso arrebatador y desconocido— a conocer el por qué de ese brillo que me
clamaba con flamante curiosidad. ¿Cuántas personas había entonces, en el
“parque”? Fácilmente más de cien, entre parejas, padres jugando con sus hijos,
ciclistas, canes y sus amos, etcétera; pero mi mirada te notó al aproximarme
hacia donde sentada estabas; delante del bello jardín. En el poco tiempo que te
observé mirabas a todos y a todas direcciones, enajenándote a momentos en tu
pensar.
Como fuera; ahora, años después… ahora que te volví a ver
confirmo lo que en ese entonces creía saber: que los años sólo te hacen más
bella, aumentan tu gracia natural y, ¡hay!, más sexy. Entonces, y sé que lo
sabes, no apartaba la vista de tu rostro y… también de tus atributos
femeninos.
Treinta ya… Y para mí sigues siendo, en parte, a quien
conocí; pero a la vez me embebe la incógnita, el secreto, lo desconocido ahora
para mí en ti.
En nuestra “cita” usabas otro labial; un corte diferente, y percibí un deleitante aroma nuevo —aún persiste en mi recuerdo, intenso, el florar que solías usar—. Lo que me contaste sobre tu “nueva” vida me llenó de regocijo —exaltándome también, ya lo sabes, el escuchar tu placentero acento—; saber que en algún lugar en este frío y cruel mundo encuentras cobijo para ser quien eres, con quien quieres, sin importar que tan distantes estemos… mejor así.
En nuestra “cita” usabas otro labial; un corte diferente, y percibí un deleitante aroma nuevo —aún persiste en mi recuerdo, intenso, el florar que solías usar—. Lo que me contaste sobre tu “nueva” vida me llenó de regocijo —exaltándome también, ya lo sabes, el escuchar tu placentero acento—; saber que en algún lugar en este frío y cruel mundo encuentras cobijo para ser quien eres, con quien quieres, sin importar que tan distantes estemos… mejor así.
Casi seguro, podía ver en tus ojos el reflejo de lo que
experimentaba yo en esos momentos: recordando, pero sobre todo anhelando,
viejos momentos entre sabanas y diverso mobiliario. Entonces, el impulso de
tomarte de la mano y subir a tu habitación besándote de camino era intenso en
mí, tanto como el vinculo que nos unió —quizá todavía—, el mismo que con
certeza me hace creer que sabrías que pretendía de haberte tomado de la mano,
siguiéndome el paso pues los mismos deseos te anegaban. Todo me lo confirmaste
cuando, sonriendo incitadora, me tomaste de la mano y con uno de tus pies,
enfundado ceñidamente entre irresistibles medias, me acariciaste la espinilla
de manera seductora, consiguiendo me enervara de pies a cabeza.
Nada quería en ese momento más que sucumbir ante ti, ante tu
venia y voluntad unos pisos sobre nosotros. Hacer todo, y más, de lo que repetidamente afinamos en antaño; invocar de nuevo los secretos que me mostraste; los que
apenas recordar, pensar, me turban con exalto, en sobre manera, ardiendo de
deseo y lujuria más allá de mi control voluntario. Escribiéndote esto, moy dorogoy, siento tu cuerpo vivo en mi
mente, como si te tuviera ante mí… acariciando mi cuerpo y yo el tuyo entre
besos y silencio en torno a la atmosfera de pasión y placer sensorial…; lo
disfruto y me mata.
Sin embargo nada paso, ya que, pese a que no habría
objeciones hacia ti, no podría hacerle eso…; se sentiría después como traición
y lo bello y placentero se volvería adverso y amargo; ya me conoces. ja, ja.
Tú, mi numen, mi admirable zhenshchiny, valerosa y tenas, inteligente y feral —según lo
amerite—, me mostraste tanto en estos años que mi gratitud sería una ofrenda
fatua para tanto… y tanto. Me mostraste que se puede renacer de entre el fuego
del ad, que la voluntad y la familia
son todo por lo que vale vivir; y que son lo suficiente para lograr salir de un
hondo abismo… pero sobre todo que la esperanza nutre para revivir lo que en
nosotros ha ardido sin mesura hasta dejarnos derrumbados y sollozantes,
deseando termine la, aparente, infinita y desmesurada agonía que nos estruja
sin compasión. ¡Qué por personas como tú no es fácil decir adiós!
Dejando a un lado lo árido, lo que más valoro, moya krasivaya devushka, es la huella
que dejaste en mí sobre tu género, sobre el divino ser que puede ser la mujer,
entre tantos otros aspectos afines y no menos importantes. De no conocerte mi
vida… No tendría la percepción que tengo del mundo, para bien y mal.
Igualmente, tengo que decírtelo porque lo considero algo
trascendental en mi vida; cambió todo al mostrarme que para “amar” no sólo
cuenta —o es imprescindible— “intimar y ya”, que el contacto labial es vital y…
ochen' vkusnyy! ¡El placer somos nosotros,
no partes concretas! Y la afinidad de edades es mera matemática, no amor o
atracción.
Moy lyubovnik,
querida mía, titubeaba, no sabía si plasmar esto, pero sintiendo ha pasado el
tiempo acorde para hacerlo te escribo esto con profundo cariño… y deseo. ;)
Sé que no responderás a mi misiva, sin embargo, me basta con
saber que la leerás.
Sigo soñando con ser tan fuerte como tú, afrontar y salvar
lo que se me atraviese… Cómo solías decir: «Si quieres, hazlo»; yo digo: «Somos
quienes somos; para bien y mal».
Ya tibya jachu, 7o-2l-38-11-
Vsigda vash, Д. Л. М.
↓ Pinturas de Konstantín Rázumov, notable pintor ruso ↓
No hay comentarios.:
Publicar un comentario