Cuento
Durante largo rato, meditándolo y sin atreverme, al final escribí y publique este cuento de mi autoría (no el primero y espero tampoco el último), escrito en una noche solitaria y de inspiración. Espero que quien lo lea, sea de su agrado o meramente le sirva para entretenerse, cual sea el caso, agradezco el leerme.
El cursi (Coger)
En el reloj
montado en la pared, a un costado de mí, marcan ya las once y diez. Ella y yo, nos
limitamos, sentados en el sofá, a disfrutar de la compañía del otro;
abandonados en la inmensidad de la morada. Ella con su cabeza sobre mi hombro,
y con las piernas flexionadas bajo ella. Se giro, mirándonos a los ojos, y, sin
advertirlo, deslizo sus labios hacia los míos, para después, acercarlos a la
altura de mi oreja, susurrándome al oído.
—¡Qué!
—exclamé, horrorizado (quizá exagero).
Ella me miró
con asombro y desconcierto; incorporándose en su asiento y apartando la mirada.
Yo callé; pensaba en lo próximo que diría y más importante haría.
De nuevo la
acerque hacia mí, aprisionándola entre mis brazos; bese su mejilla y dije:
—Comenzare por
acariciar tus manos suavemente; besare, y, apenas sentirás el toque de mi piel
sobre la tuya, deslizándome por tu brazo hasta llegar al antebrazo. Ahí parare,
te mirare a los ojos, y si veo en ellos que deseas que siga tanto como yo, lo
haré. Me lanzare sobre tu cuello, tocándolo una y otra vez, sin parar; hasta
que me guíes hasta donde quieras que siga. Seguramente será tu boca… nos
besaremos unos instantes, pues eso ya lo hemos hecho con anterioridad y constancia.
Después de eso, mi amor, te abrazare; acto seguido, resbalaran mis manos por
tu espalda, hasta llegar al borde de tu playera, te despojaré de ella con ansia.
—Me puse de pie, alejándome a unos pasos del sofá—. Mientras te beso tan intensamente como sea
capaz, te empujare con sutileza; y, sintiendo mi cuerpo cada vez más cercano al
tuyo, terminaremos recostados sobre ese sofá, el mismo en el que estas sentada
ahora. Me quitaras la ropa y yo a ti, etcétera, podrá ser con lentitud y
gentileza o… tan rápido como si fuéramos a quemarnos de lujuria, de no hacerlo
así; llegados a ese punto, veremos. ¡Obviamente! Estaremos al final de esa
“etapa” desnudos o casi.
“Y bueno… desde
ahí, propongo que nos dejemos llevar por todo lo que sintamos en ese momento y,
sin tentempiés; uniendo nuestros cuerpos
con tanta pasión como podamos, aunque dejemos al mundo sin una pizca.”
Ella, sentada
en el sofá, me miraba en silencio. No sé si molesta, o a caso no sabía que
responder a mis tonterías cursis. Como fuera proseguí.
—Ya que te dije
esto, te podrás dar cuenta que, esto que… y créeme cuando te lo digo; quiero compartir contigo, a ti que te quiero tanto; algo que quisiera disfrutáramos
juntos, con tanta plenitud como nos sea humanamente posible, de ningún modo es:
¡Cogerte… tirarte, follarte, fornicarte, encamarte o como quieras llamarlo! También
espero que entiendas a que me refiero, el nombre que daría a ello, que nada
tiene que ver ni remotamente con lo anterior…
Mientras hablaba,
mirándome los tenis, ella se lanzó sobre mí —interrumpiéndome—, besándome con
arrebato, y, jalándome hasta el sofá, donde, bisbiseó a mi oído. A lo que
respondí, mirándole con deseo y sonriendo pícaramente, antes de articular:
—Comenzare por acariciar
tus manos suavemente…
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