lunes, 8 de agosto de 2016

La esencia del miedo

La esencia del miedo


—¿Sabes que es el miedo? ¿A qué temo? Claramente lo he tenido, y no sólo eso, lo he «vivido»: le he visto a la cara, directo en sus fulminantes ojos rutilantes… dejando que me devorara, engulléndome a trabes de sus inclementes fauces —El viento golpeaba con fuerza la ventana de la pequeña cabaña, roída y descuidada; en un día otoñal y gris, frío—. ¡Sabes!, lo curioso del miedo es que si piensas huir de él, inmediatamente, aunque quizá inadvertido, se aproxima más, anhelando devorarte con su insaciable voracidad.
Suspiros desesperanzados acompasaban el golpeteo del viento, mientras el caris en el exterior, ausente del brillo del sol, comenzaba a obscurecer, gelideser… lentamente, como el alma que abandona el cuerpo agónico de un ser moribundo.
—El miedo —divagó: voz ronca, cansada, a momentos (enmascarando la edad que realmente debería denotar); penetrante en compañía de ciertas palabras—. ¿Miedo a que?, a lo que vendrá, a lo que será, o a lo que no es. Como sea; ninguna es real. ¿Y que es real al fin y al cavo? El miedo no lo es… pero lo es; si no, no se experimentaría. Confabulaciones de memorias, pensamientos, imaginaciones y más miedos, ¿eso es tu miedo? ¿De ahí viene?
La silla crujió, al igual que el suelo al ser presionado.
—El miedo no es nada en comparación a lo que viene después de que te tiene en su vientre y te escupe, para devorarte de nuevo cuando se le antoje volver a repetir; algunos pocos es que saben salir de sus entrañas, no sin rasguños, pero sí antes de que les escupan. ¡Seguro no sabes de lo que hablo! —La silla volvió a crujir—. Cuando se larga el miedo, saciado con lo que una vez te perteneció, y dejando nada más que inmundicia… entonces, es cuando llega la realidad a consumirte, carroñera, hasta el tuétano. Dejando en tus restos, los despojos, pena, dolor profundo, y que se arraigan cual escoria, extendiéndose como gangrena, sin nada que poder hacer más que sentirlo en carne viva, pues la soledad hace tanto que se planto; el alma se compunge hasta quebrarse en pedazos, siendo la sensación más horrible que puede haber —chasqueos; una llama enana; humo, y más humo a bocanadas—; y todo esto es, sucede, cuando lo irreal, lo imaginado y a la vez intenso en la mente y el alma se vuelve realidad; siendo algo que destruye, carcome sin piedad alguna desde el interior, estrujando hasta desgarrar la nobleza que hubiera en ese lugar que ahora ocupa; un proceso largo… durante meses, años o décadas… Siempre terminando igual.
—M-m-m. M-m-m —Gemidos alterados.
 —A eso deberías temer, a que el miedo se vaya y deje ante tus sentidos lo que tanto temías… Si eres dotado con lo necesario, hábil, o quizá un pobre diablo con suerte, te salvaras. Aunque no ahora. No comprendes de que hablo… para ello alguien debería haberse marchado de tu lado, lejos, tan lejos que jamás volverá… sin importar cuánto perdón pidas, cuanto te arrepientas, cuanto sufras… jamás volverá —Una de las maderas viejas y polvorientas del piso se humedeció insignificantemente—. Jamás.
La obscuridad era total, creándose un abismo en la tierra ­—al irse el sol, mirando hacia otro lado—, sin fin, sin más brillo que un destello débil al interior de la cabaña, intermitente, anaranjado.
Un destello fulminante, un estruendo ensordecedor; se interrumpió la paz y quietud del campo, acallando a las criaturas bulliciosas en él.

Un destello fulminante, un estruendo ensordecedor; y tras pocos segundos la paz y la quietud del campo volvieron a imperar, sin nada más que se les opusiera.


D. Leon. Mayén

La esencia del miedo - CC by-nc-nd 4.0 - D. Leon. Mayén

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